Centenario de Simone de Beauvoir. Legado y consecuencia:
La filósofa de los nuevos problemas sociales
Carla Cordua
Filósofa
Artes y Letras de El Mercurio,
Domingo 6 de enero de 2008
El pensamiento y la obra de Simone de Beauvoir rebasan al existencialismo y al feminismo; sin embargo, ambas corrientes no se pueden comprender sin su obra. Su libro "El segundo sexo" es un ejemplo de su preocupación por asuntos cotidianos que la academia había menospreciado.
El próximo miércoles 9 de enero se cumplirá un siglo desde el nacimiento de Simone de Beauvoir (1908-1986). La escritora y pensadora francesa muere, famosa, premiada y firme hasta el final en sus convicciones, al cabo de 78 esforzados y laboriosos años. Deja una obra escrita bastante variada que consta de ensayos filosóficos, diarios, novelas, obras de teatro, memorias y artículos de periódico. Fue editora de "Los tiempos modernos", la revista de Jean-Paul Sartre, que difundió el existencialismo francés y las ideologías políticas favorecidas sucesivamente por el filósofo. Aunque resulta injusto limitar a Simone de Beauvoir al círculo de las ideas existencialistas y feministas del siglo pasado, nadie que estudia hoy ese movimiento filosófico o el desarrollo del feminismo en el siglo XX, puede dejar de leer ahora sus escritos. Pero ella no solo representa esas corrientes sino que, en buena medida, se adelanta a lo que el feminismo llegaría a ser más tarde. Además la riqueza de los temas y de la inspiración de Beauvoir abarca asuntos de interés humano permanente, como la amistad, el poder de la literatura, la experiencia de una vida dedicada a escribir, las relaciones amorosas, la vejez y la muerte, etc.
Desde que el público lector en general dejó de atender a los debates intelectuales que apasionaron al siglo pasado, le retiró su favor a los principales forjadores de opinión y participantes en ellos. En este sentido, ciertos aspectos de la obra de Beauvoir, como por ejemplo su libro sobre la moral de la ambigüedad, impresionan en la actualidad como envejecidos. En cambio, su análisis crítico de las costumbres, las artes, la comunicación, el lenguaje y el pensamiento, fuertemente influenciado por la fenomenología y por pensadores como Dilthey, Heidegger y Merleau-Ponty, se proponía problemas que hasta entonces no habían pertenecido al campo estricto de la filosofía. La idea de experiencia inmediata, vivida, alentó a los pensadores de la primera mitad del siglo pasado a valerse de medios poco convencionales para expresar sus puntos de vista sobre las nuevas interrogantes: la narración, el teatro, el ensayo adquieren, gracias a ellos, pretensiones e importancia filosóficas. Si la filosofía no se había ocupado aún de cuestiones sexuales o de la diferencia de género, ya entonces pareció que era ella la que debía ampliarse para abarcar los asuntos de estos nuevos intereses vitales que se abrían camino en la especulación moderna. Estas novedades provocarán el rechazo indignado de los académicos más conservadores. ¿Filósofos estos escritores dedicados a temas de pacotilla, ocupados de asuntos perecederos y mundanos, frívolos y sugestivos de costumbres dudosas? Jamás. O discursos razonadores abstractos o nada. ¿Dónde se ha visto que un filósofo hable en serio acerca de mujeres?
"El segundo sexo"
En el caso de Simone de Beauvoir el vuelco hacia la literatura, el ensayismo, la conversación intelectual y la entrevista, sirvió a la exploración teórica distendida de la moral, de la política, y también a la propaganda de sus proyectos. Hablando en nombre de la libertad solitaria proclamada por Sartre, ella, tan espontáneamente discípula como maestra correctora de las exageraciones metafísicas de su compañero, se dirige a los demás para comprometerlos en sus planes prácticos. Escribe su gran libro precursor "El segundo sexo", que será reconocido como uno de los cien libros más importantes del siglo, sobre las mujeres y para ellas, para decirles quienes son y para moverlas a hacerse cargo de que su condición secundaria es modificable. Popularizó allí ideas según las cuales la posición de las mujeres en la sociedad de entonces no dependía de una naturaleza femenina inflexible y fatal sino de condiciones histórico-culturales establecidas por decisiones y conveniencias humanas. Uno de sus aportes filosóficos es la noción de "libertad situada", que modera las extralimitaciones de la idea de libertad incondicionada. Las mujeres, reconocidas o no como agentes libres, toleradas o no como capaces de establecer sentidos y valores propios, pueden, dentro de una situación que las constriñe, poner en práctica ciertos planes y orientarse hasta cierto punto de acuerdo con su sentido del valor de las cosas. La situación limitante no las determina, sólo les pone condiciones manejables.
Una de las ideas centrales de "El segundo sexo" - que fue recogida y exagerada en algunos escritos feministas posteriores, como, por ejemplo, en los de Judith Butler - es la tesis según la cual no se nace mujer sino que se llega a serlo por la formación que se recibe de la sociedad que acoge y educa a los recién llegados. Simone de Beauvoir equipara expresamente el caso femenino con el masculino. También la masculinidad es producto de una formación cultural que se mueve por caminos distintos y obedece a propósitos diferentes desde el nacimiento. La diferencia sexual biológica es acentuada y concretamente confirmada por los roles preconcebidos de virilidad y feminidad establecidos en el medio social. A los varones se les dice: "los hombres no lloran"; si la criatura muestra un interés en cocinar como la madre, oirá sin falta que eso es cosa de mujeres. La falsificación de que hay dos y solo dos géneros legítimos procede de explicar su diferencia como un principio originario anclado en la naturaleza eterna de las cosas. Aunque la separación entre los sexos se ha ido generando paulatinamente hasta convertirse en una realidad obvia para todos, no es el resultado de instintos divergentes que ya estaban allí en el momento de nacer. Todas las facultades del alma serán convencionalmente repartidas entre hombres y mujeres: los impulsos, las sensibilidades, las maneras típicas de pensar, las presenta la cultura que las patrocina como dependientes de condiciones hereditarias diferentes. A los varones les toca, entre nosotros, el entendimiento, a las mujeres, la intuición; a los varones, la guerra y su preparación, a las mujeres el trabajo repetitivo, la casa, la alimentación, los hijos.
La virilidad y la feminidad llegan a adquirir así el cariz de destinos inescapables que imponen valores, conductas, actitudes, decisiones y existencias diversas. Gracias a este enmascaramiento, la naturaleza y la sociedad adquieren, en nuestra convicción, un alcance inmerecido y un poder del que carecen.
Treinta años después de la aparición del libro, 'Le Monde' publica, en 1978, una entrevista a Simone de Beauvoir. Lo primero que quiere saber el entrevistador es si ella todavía cree en lo que sostuvo por escrito hace tres décadas: a saber, que "uno no nace mujer sino que se convierte en ello". Ella contesta: "Lo sostengo absolutamente. Todo lo que he leído, visto y aprendido durante estos treinta años me ha confirmado totalmente en esta idea". Y agrega, más adelante: "La civilización de hoy se encarga desde un comienzo de que un hombre sea eso que se llama 'un verdadero hombre' y que una mujer se convierta en lo que se dice 'femenina'. En consecuencia, creo que hay profundas diferencias entre los hombres y las mujeres, para desventaja de las mujeres, en general, pues existen algunas raras excepciones." Esta conclusión es perfectamente consecuente con la idea filosófica de que corresponde a la cultura o, si se quiere, al espíritu humano el profundo poder de configuración que algunos le reservan a Dios y otros a la naturaleza.