El
gran Inquisidor
Carla
Cordua
Artes y Letras de El Mercurio. Domingo 12
de Noviembre de 2006
La narración
del Gran Inquisidor es un invento de Iván Karamazov en la novela que Dostoievski
dedica a la trágica familia de este personaje. A veces se lee esta sección
del libro como si ella contuviera la convicción del autor acerca del bien
y la libertad humanos o sobre las relaciones entre la religión y la Iglesia
en una época de crisis moral de la sociedad. Que la leyenda del Inquisidor
deja lugar a diversas interpretaciones, no hay duda. Pero cualquiera que nos parezca
más verosímil
o justa no se convierte por ello en la convicción del escritor. ¿Cuál
sería esta posición? De las leyendas no se siguen posiciones o tesis.
Es un error "categorial" verlas como ingredientes de un discurso teórico.
En cambio, entender el encuentro y la conversación del Inquisidor con Cristo
como parte del alma sufriente de Iván, quien se debate entre el ateísmo
y las representaciones teológicas mediante las cuales concibe los problemas
espirituales que lo asedian, dice mucho sobre el personaje.
Iván
lucha consigo mismo a propósito de problemas para los cuales no tiene respuestas
inteligentes que pudieran convencerlo al cabo y tranquilizarlo. ¿Qué
significa ser libre en un universo carente de sentido? ¿Es o no es posible
ser cristiano, estar sometido a la obligación de amar todo y a todos y
ser, también, absolutamente responsable de los propios actos? ¿Exige
Cristo del individuo una grandeza y una fuerza de las que éste carece sin
remedio? Estas interrogantes sin respuesta le inspiran a Iván la concepción
de una leyenda que narra el encuentro dialogado de Cristo con el Gran Inquisidor.
Dostoievski hace tal como Platón en sus escritos; cuando los problemas
filosóficos se tornan tan complejos que de momento resultan insolubles
para los interlocutores que los discuten, éstos echan mano de un mito que
cuente algo sugestivo sobre el asunto dudoso, a sabiendas de que las sugerencias
están lejos de ser soluciones.
La leyenda que distrae las torturas
intelectuales de Iván presenta la reacción de las autoridades eclesiásticas
si Cristo volviera al mundo. En esta nueva venida, imagina Iván, las razones
del Inquisidor se opondrían a las de Cristo. En el diálogo, una
de las especialidades literarias de Dostoievski, la autoridad cristiana propondría
modificaciones a los preceptos que Cristo ha fijado a los hombres: sobre todo,
habría que descargarlos de la libertad, que les queda grande y somete su
debilidad a pruebas insoportables. El Inquisidor es bien intencionado pero escéptico;
quiere lo posible para los hombres pero no tiene gran confianza en las virtudes
humanas. Piensa que las exigencias extremas de Cristo son desmesuradas para criaturas
débiles, mezquinas y menesterosas. Lo humano es, más bien, tener
miedo de la libertad, preferir ante todo el pan que sacia la necesidad y la seguridad
que ofrece la Iglesia, la poderosa protectora que salva a los hombres de ellos
mismos. Es crueldad, sostiene, pedirle a alguien aquello que lo supera. La leyenda
es dramática debido a que el desacuerdo entre los dialogantes contrapone
a Cristo con la autoridad eclesiástica que lo representa en el mundo.
No
hay modo de reconciliar la sobrestimación de los hombres por Cristo con
el menosprecio que les tiene el Inquisidor. Dostoievski no toma otro partido que
mostrar la disposición del Inquisidor a deshacerse de Cristo para seguir
preocupándose del hombre en sus propíos términos.