..... Dos preguntas me han sido
formuladas con especial reincidencia -y tanto en Santiago como en
Berlín- desde la publicación de mi novela. Una dice: ¿Por qué, si yo
había regresado a Chile a mediados del 84, pude escribir "Morir en
Berlín" sólo entre el 91 y el 93, es decir, recién algunos años
después de la caída del muro? La segunda, relacionada también con
esto, dice: ¿Por qué no situó los sucesos de la novela en los días
convulsionados por la caída del muro? Trataré una vez más de
responderlas.
..... La idea de la novela
es muy anterior a la escritura. Ya en Berlín, en 1982, escribí las
primeras ciento ochenta páginas de una historia extraña que se me
impuso de manera casi indeseada, como la humedad invadiendo mis
zapatos, aún cuando me encantara la nieve. Era la historia del
sorpresivo y sorprendente amor que encandila a un senador anciano y en
un estado terminal, al conocer a una bailarina de veintidós años que
llega a vivir, casualmente, el departamento vecino en la llamada "nave
de los viudos". Esta muchacha tierna, pálida, herida en el ala por el
abandono de su padre, es no sólo la posibilidad de redención para el
viejo desterrado, (hay un intencionado parentesco con "El holandés
errante" de Wagner) sino también, de alguna manera, ese ángel de la
muerte cuyo beso final está acompañado de una revelación atroz, de un
reconocimiento que termina con el hombre incluso antes de su último
suspiro.
..... Esas ciento ochenta
páginas se perdieron en medio de la viscisitudes de un retorno muy
ansiado, de modo que esa misma pérdida me hacía rechazar de plano
cualquier posibilidad de retomar la escritura para terminar con esa
historia. Creo, sin embargo, que la razón principal era un bloqueo muy
personal y al mismo tiempo muy político: Yo había vuelto a un país en
el que los horrores de la dictadura se habían exacerbado (1984 fue un
año duro, de masivas protestas, pero también de represión aguda) y
algo me impedía escribir sobre mi visión y mi experiencia del llamado
socialismo real. En todo caso, ahora sé que no hubiese podido hacerlo
en esos años. Pero las paralelas Berlín-Santiago se precipitaban
rápidamente en el deterioro y derrumbe de sus dos dictaduras o al
menos en la coincidente desaparición de ambas del mapa político del
mundo. Empecé a ver de pronto el efectivo paralelo entre ellas, y esa
suerte de esquizofrenia que hacía a muchos condenar por perverso en un
sitio lo mismo que aplaudian con fervor o pobre disciplina en el otro.
Ahora sé que la novela fue creciendo con la angustia que me producía
esta voluntaria y casi masiva renuncia al buen juicio. Empecé a ver
seres con dos cabezas y terminé reescribiendo la novela que había
dejado hacía diez años, porque en un momento sentí que era la única
forma de salvarme de esa amenaza de la sin razón. La segunda pregunta
puede contestarse así: Cuando cayó el muro en Berlín, cayó también un
muro que había en mi cabeza. Por eso pude escribir nuevamente sobre mi
experiencia alemana. Pero haber aprovechado mis doce años berlineses
como simple fuente informativa para abordar una historia situada en
los días del cambio, hubiese sido no sólo deshonesto y falso, sino
también erróneo desde el punto de vista literario, el único que de
verdad me interesa. Mal que mal, uno cuenta una atmósfera, ese aire
que los personajes respiran, y creo que sólo si esa atmósfera está
bien recreada se puede construir la verosimilitud y el dramatismo de
un relato. Y no cabe duda que la atmósfera de miedo y desesperanza que
también respiré, de capitulación aparejada de esa dosis inevitable de
cinismo, nada tenía que ver con la atmósfera social y política que se
generó en la víspera del cambio y que determinó el modo y el cuándo de
su ocurrencia. Cada hora tiene su afán, su propio sello. Y esto lo
presiente el escritor que mira más hacia las convulsiones interiores
que hacia la guerrilla externa.
.....
Más allá de las peripecias de su origen, quise hacer de "Morir en
Berlín" un apasionado alegato por los derechos de la persona y también
un cuadro de la triste condición de los millones de seres humanos que
hoy viven lejos de lo suyo, en tierra extraña, olvidados ya de vivir,
condenados a la penosa lucha por la sobrevivencia, sintiendo que
sobrevivir y sobremorir son dos caras de la misma impiedad.
en revista
Mercado y Publicidad Nº26
mayo junio de 1997