Carlos Franz escribe a ritmo pausado; esta es su tercera novela
y la anterior, El lugar donde estuvo el paraíso, data
de 1997. La presente novela, ganadora del premio Novela 2005 La Nación-Sudamericana,
es una obra mayor en sus dimensiones e intenciones: 472 páginas
en formato grande
y tipo pequeño, que ponen en el centro del relato temas de
dolorosa actualidad en la sociedad chilena. Los asesinatos y las muertes
en el Norte Grande en los primeros meses de la dictadura militar se
suman a la culpa, a la expiación, a la vergüenza y el
silencio; pero la verdad es porfiada, el pasado sigue repercutiendo
en el presente y las protagonistas, madre e hija, se ven enfrentadas
a recuperarla, a pesar de los nuevos costos emocionales que tienen
que afrontar.
La historia es circular. Laura la madre, fue jueza en
Pampa Hundida en 1973, y regresa a ese puesto veinte años después.
El militar a cargo del pueblo también está de regreso,
tras peregrinar, luego de su pasada a retiro, por todos los puntos
en que estuvo destinado. La mayor parte de los personajes tienen papeles
en los dos relatos, que componen El desierto; e primero, a cargo de
un narrador impersonal, cuenta los hechos del presente de la novela,
es decir, el regreso de Laura a Chile y pampa Hundida; el segundo
está compuesto por una larguísima carta que Laura escribe
a su hija, contestando una pregunta que se repite incesante en el
texto: "¿Dónde estabas tú, mamá,
cuando todas esas cosas horribles ocurrieron en tu ciudad?",
pregunta que Laura ha eludido desde que partió al exilio en
Alemania; y su hija, Claudia, en busca de respuestas, en busca del
pasado, ha vuelto antes a Chile, a ese país mítico del
que apenas sabe que fue su lugar de nacimiento.
En aquella doble estructura, Franz busca enlazar los destinos
individuales y el destino colectivo, la tragedia de una familia y
la tragedia de una nación. El plan narrativo es ambicioso y
sin duda que el autor trabajó intensamente para darle forma
a un díptico que aspira a tener un lugar destacado en la recuperación
de la memoria desde el territorio de la ficción, pero es también
excesivo. Quizá lo pierde ese mismo esfuerzo, su idea del ejercicio
de la literatura.
Franz escribe, dice a propósito de uno de sus personajes,
que, "lo que le faltaba era trabajo, tesón, muchas horas
de escritura, horas de vuelo imaginativo, y miles de páginas
rotas"; quizá es lo que a él le sobra. Las reiteraciones
interminables, la despiadada lluvia de metaforas, la morosidad de
un estilo que roza peligrosamente el melodrama, la tentación
insalvable de dar siempre una vuelta de tuerca más (y otra,
y otra, y luego otra) atentan contra la novela, le restan peso y dramatismo,
esconden finalmente, el drama que quiere mostrar, aplastado por el
exceso de palabras.