FLUXUS
El
discurso flujo-menstrual en la poesía de Cristiane
Grando
Por Geruza Zelnys de Almeida
Magíster en Literatura, Pontificia
Universidad Católica de São Paulo – Brasil
Traducción: Leo Lobos
Al margen de cualquier discusión acerca de la existencia o
no de una literatura exclusivamente femenina en la modernidad, Cristiane
Grando (Cerquilho-SP-BRASIL, 1974), en su libro Fluxus,
dibuja con “los fonemas y los versos” el espacio silencioso-pulsante
de la femineidad. Y digo
femineidad porque no se trata de femenino o feminista, sino de la
valorización de lo tónico en la escritura, materializándose
en los subterráneos textuales la pre-destinación físico-subterránea
de la mujer:
“¿para qué la introspección?
¿para qué ver en lo oscuro?”
Fluxus no es, por tanto, un discurso de la mujer sobre sí
y el mundo, sino que es la mujer en discurso, dejando caer poco a
poco su liquidez febril sobre la hoja blanca y suave del papel. Así,
el poema se asemeja a la mujer que, en sí, sale de sí
y penetra en sus pensamientos.
Cristiane Grando –como fotógrafa que es, tal vez por eso es
tan sensible al aspecto visual de su texto – no se intimida de su
poema-sangre, que llueve rojo sobre la fina página. Y no podría,
porque la poeta no incomoda al lector con dolores o descripciones
menstruales, pero construye un flujo menstrual poemático que
parte del útero artificial heredado de Zeus.
Es, por tanto, lo menstrual del propio poema, apuntando para el inevitable
ciclo de la creación femenino-poética. Por eso, el poema
es más libertario que prisionero y menos erótico que
inaugural. Su fuerza habita el reino de lo sensible y su sensibilidad
se abriga en la estructura dócil y sonora de los versos irregulares.
Debido a la irregularidad métrica y sintáctica, las
palabras siguen su destino, creando una ambigüedad punzante cuyos
sentidos escapan por los ángulos del poema:
“¿piensas
que estoy hecha
de carne, huesos, sangre?
no
soy viento, lluvia, fuego, nada”
El yo-lírico niega su materialidad perecible de carne, huesos
y sangre, para reafirmarse como mujer-elemento (viento, lluvia, fuego),
sustancial, completa e indisoluble. Además, Cristiane Grando
reflexiona en su discurso sobre el ser/no ser y la nada, el espacio
del vacío posible a la creación.
En tanto, la negativa aislada también posibilita la lectura
contraria, potenciando la carnalidad del yo-lírico que se confirma
en la estrofa siguiente:
“a veces
es bueno sentir hambre
para solo después morir
de nostalgia”
Más que deseo, el hambre del poema es necesidad física
capaz de re-modelar lo sentimental en sensorial: “morir de nostalgia”
es digno apenas de aquellos que saben el tamaño de su apetito.
Y Cristiane Grando sabe. Investigadora insaciable de la obra de Hilda
Hilst, no es de extrañar el cúmulo de de pensamientos
que se precipitan por su mente y manos. Tal vez haya ocurrido allí,
entre mandolinas y manuscritos, su gran reencuentro con la muerte...
Con la guía-sufrimiento, la poeta concretiza dos muertes en
el espacio en blanco que sigue la estrofa: la muerte física
de las palabras cuando la poeta, al crear nuevos sentidos, permite
que las palabras experimenten el ciclo vida-muerte-vida, y la saludable
sonoridad de los fonemas que resuenan en ondas insistentes en la memoria.
Es notable como Cristiane Grando revela toda su madurez en Fluxus
poeta-mujer consciente de su condición fémina cíclica
y mutable, de su capacidad de germinar y de cortar, dar a luz o negarla.
Frente a tan serias y perturbadoras decisiones, cabe a la mujer, la
palabra de vida o de muerte:
“quería tanto ser hombre
y tal vez así
pudiese ser menos
muerte”
En ese sentido, Cristiane ya no es – y no podría ser – la
misma de Caminantes, su primer libro de poesía editado. Antes,
la belleza de la poesía venia de la eterna y etérea
suspensión, del blanco y translúcido camino de una mañana
parisina, de la belleza masculina de un ángel eléctrico.
En Fluxus, si la suspensión persiste, en algunos momentos,
es para potenciar el flujo febril de las imágenes y delirios.
La metamorfosis de esos “paisajes” de la escritora Cristiane Grando
anticipan una poesía mucho más de entrega que de “abandono”,
cuya fluidez discursiva se contamina de los espacios en blanco, momentos
de lucidez que iluminan las cavernas de los sentidos. Es preciso no
ver para ver:
“me ama mas no me mira
con la profundidad
de los ojos que no ven”
“infernal el calor del cuerpo sudando
bajo las ropas”
Ciego a las “letras” y “sordo” a la canción,
el “poeta-escultor-de-silencios y piedras” descifra su “mensaje”
en el poema, en un ritual de palabras amorosamente suicidas. Es así
que, antes de todo, Fluxus se impregna de la fuerza dionisíaca
que mueve al ser y que lo retorna a su origen instintivo y original.
De ahí que el erotismo del poema podría ser llamado
aquí de erótico-inaugural debido a la urgencia de los
llamados del cuerpo y de los sentidos. El goce perfecto es in-soportable
en los límites de la palabra y se multiplica en significaciones,
sentenciando el poema: es preciso callar para decir más:
“mi último poema”
La poeta, indiscutiblemente, revela en Fluxus tener conciencia
del poder de recuperar la vida en el momento exacto de la muerte.
Lo eterno y lo huidizo conviven en el mismo cuerpo textual y resuelven
la indeterminación de aquel que está siempre siendo:
“escribo para ser
porque estoy
y aún corre
el rojo de la vida”
Las llamadas vitales de este cuerpo poético reclaman la re-producción
que, no ocurriendo fisiológicamente, precisa ser concretizada
en la palabra, en el discurso en movimiento del poema. Mas para eso,
la poeta reclama con-tacto.
El poema, como espacio sensorial, precisa experimentar la sensación
táctil, pero la carencia de manos desemboca en la orfandad
del yo-lírico:
“siento la falta de sus manos
es como si en el mundo
ya no existiera
un padre
ni un dios”
Huérfano es también el propio poema de la madre e hija
de sí misma, “gestada por el tiempo”, que la concibe
y se concibe en movimientos y terremotos. Temblores que despiertan
a la muerte adormecida.
La poesía de la autora revela, aún, toda su fertilidad
fémina en Fluxus, germinando una idea que hace tiempo
cultivo. Sin intención de distinguir palabra de mujer y palabra
de hombre, lo femenino es siempre fúndanle en la poesía,
así como lo masculino lo es en la prosa. Eso porque la prosa
requiere la multiplicidad seminal que, por medio del “falo” direccionado,
llega a su blanco-óvulo; la poesía es el propio “blancóvulo”,
único, protegido en su hermetismo y a la espera de ser fecundado-interpretado.
En este todo orgánico del poema, una miscelánea de sensaciones
pone a prueba la capacidad intelectiva de ese yo-lírico poeta
que lo enuncia sobre el discurso en ejercicio metalingüístico:
“jamás escribí tanto a
un solo tiempo
[...]
mañana comprenderé las frustraciones de hoy”
Náuseas, sonidos, calor y sudores desfiguran la idea obligando
a la experiencia amorosa, poética y menstrual a mezclarse y
transformarse las unas con las otras, tornando la explosión
de hormonas en un todo armónico y homogéneo:
“marmuertemar”
La atracción de las palabras mar y muerte, por las
semejanzas sonoras y semánticas, potencia el movimiento de
va-y-ven que ondula el poema y hace emerger una nueva palabra, guardada
en las profundidades de los sentidos: amor. Porque
“escribir puede ser un acto de amor”
Entonces, no se trata aquí de amor sentimental al que la poesía,
heredada del romanticismo, está habituada. El amor en Fluxus
es tan intelectual cuanto sensorial.
Es así que los sentidos, que se disipan en un “flujo dinámico”,
se trasforman en delirios que dialogan con el poeta Carlos Alberto
Trujillo y con una angustiada complicidad con Virginia Woolf. Si Carlos
es guía intelectual en reflexiones sobre el quehacer poético,
Virginia es la hermana-siamesa unida por la misma herida vaginal
de donde escurren las más subterráneas efervescencias
para multiplicarse en iluminaciones idiomáticas.
Abro paréntesis para observar que el poema femino-universal
de Cristiane Grando no es, simplemente, traducido en otros idiomas,
pues este se trans-forma en la medida que fluyen las sensaciones.
Los manuscritos que tengo en mis manos, en los cuales están
dispuestas las versiones en portugués, francés, inglés
y español, podrían ser editados de esa manera, sin prejuicio
de la forma. El proceso mental, utilizado en esa lectura, obliga al
lector al extrañamiento del pasaje de un idioma a otro: una
vez cómodo en el calor de la lengua en ejercicio, una nueva
mudanza lleva a la sensación de intranquilidad. Con todo, es
en la intranquilidad que se materializa la condición más
característica de la mujer: la tensión entre sentidos
y razón que antecede y perdura a la despedida del óvulo
infecundo.
El poema, como el óvulo no-fecundado, es expelido del útero-mente,
porque así es preciso para existir una nueva oportunidad de
re-producción. Ahí reside el fracaso poético
necesario a toda gran poesía, de la cual habla Badiou: la imposibilidad
de decir el todo torna luminoso lo no-dicho.
Evidentemente, Cristiane Grando conoce la responsabilidad que – “como
un grito en la noche” – recae sobre ella. Un libro como Fluxus
no será una “casa abandonada” después de la primera
lectura, porque no es construido solo de ideas. Fluxus es un discurso-poema
hecho de sangre que, al derramarse sobre el papel, deja “cicatrices”
profundas esculpidas en el silencio.
Después de Fluxus, verdadera experiencia visceral de
las palabras, el lector estará atento y ansioso a la espera
de que Cristiane Grando recoja los latidos del tiempo y los transforme
en “multiversos”, “pluriversándose todavía
más”:
“escribo
como si fuera un solo grito
en la noche oscura
escribo, escribo y escribo”