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EXHUMADA: POESÍA TRADICIONAL
(Marcelo Arce Garín, Exhumada. Editorial Mantra, Santiago, 2009)

Por Cristián Gómez O.

 

Marcelo Arce Garín ha publicado su primer libro bajo la premisa de escribir sobre su entorno. Exhumada (Ediciones Mantra, Stgo., 2009) recorre las calles rayando las murallas de la marginalidad urbana en el supuesto de que el poema se asemeja, como señala acertadamente José Ángel Cuevas, a la comunicabilidad del graffiti.

Valiéndose de ciertos giros de lenguaje popular, Arce Garín articula un punto de hablada en que la conocida feminización de la voz (Diego Maquieira, Sergio Parra (1)) se torna en este caso no sólo política, sino también contingente. Inmediata, si se quiere, con todos los costos y beneficios que ello puede involucrar.

Desde su título, este libro alude desde una perspectiva maximalista al conflicto todavía irresoluto (o resuelto a medias) de las violaciones a los derechos humanos, más específicamente en su versión de los detenidos desaparecidos y la continuación judicial de tal proceso, esto es, las exhumaciones legales (e ilegales) que se han llevado a cabo ya para identificar los cuerpos y asignar las responsabilidades criminales que corresponda(n), ya para entorpecer esos mismos procesos y entorpecer la actuación de los tribunales chilenos. Pero la referencia coyuntural llega hasta ahí (salvo alguna mención aislada a La Moneda que no modifica lo dicho hasta aquí). En lo que sigue, el retrato privilegia una mirada en torno al personaje de “La exhumada”, sus devenires amorosos y  los alrededores de la pobla.

Para esta empresa, la imagen de la prostituta que asume también por asociación el rol de víctima -no sólo de sus condiciones de trabajo, sino también como producto de la historia reciente de nuestro país- habla de un relegamiento doble, de una negación que se suma a otra. En ese sentido, el texto abunda en imágenes que nos retrotraen a lo que Stella Díaz Varín llamaba “el tiempo del asco” y que aquí se transforma en un estética del ídem, una poética de la fealdad como caracterización de esa periferia que habita el/la hablante:

                        y lanzar un escupo póstumo
                        en tu oreja leprosa
                        asesinando la voz que emite
                        el guatón del distrito
                        (Arce, 29)

Esta opción fija el lugar de lo popular entre el reconocimiento de una norma lingüística y aquello que fue aplastado después del golpe de estado del '73, aquel San Bernardo que terminó festejando en los cerros colindantes de Chena, mientras bailaba encima de sus muertos. Si por una parte, el uso de términos como “la putifrunci”, “mis cañones no le gustan”, “más encima regodeón”, entre muchos otros de la misma índole busca voluntaria y voluntariosamente dar las pinceladas maestras del retrato popular, por otra el recuerdo de lo acontecido con los cuerpos sienta aun cuando precariamente una mirada biopolítica que se relaciona directa o indirectamente con el trauma de la (post) dictadura.

En el poema que abre el libro, “A mi muchacho le gustaban los Ex...” mezcla sintomáticamente el estribillo de una canción de los Ex (2) (“dime cuantas veces quieres que te lo repita”, Arce, 13) con otras referencias, veladas o no, a ciertos vocablos que fuera del contexto chileno no tendrían mayor significación, pero que al interior de este sistema semiótico cobran la primacía del sentido. Así cuando el o la hablante habla de sí mismo/a, (“Soy la exhumada/ oía la ronda de San Miguel/ mientras vendaban mis ojos”), es inevitable no asociar esa venda con la de los cuerpos de los ejecutados políticos, cuyos restos aparecieran en las fosas del desierto, o también con el centro de detención de la DINA conocido como “La discotheque” o la “Venda Sexy”, donde la “especialidad” eran las vejaciones sexuales a las que eran sometidos los detenidos y las detenidas.

En un estudio que no debiera ser subestimado, Hillary Hiner da cuenta de los parámetros que han modelado el discurso en torno a las violaciones de los derechos humanos en Chile y cómo estos parámetros han acotado y definido la realidad representable de tales crímenes y atropellos, especialmente en lo que se refiere a una perspectiva de género que, como Hiner se encarga de señalar desde un principio, está ausente casi por completo de este discurso.

Así, Hiner entiende que el paradigma de los Informes de la comisión Rettig y de la comisión Valech, en ambos casos, es el de victimario y víctima, donde el binarismo sexuado entre el polo masculino (agentes del estado, uniformados, militares, que es como se denomina a los responsables de los crímenes) y la contraparte feminizada de las víctimas, ha sido la única forma de referirse a estos hechos, conculcando la posibilidad de incluir otros aspectos y consecuencias de la represión política que, producto del enfoque de ambos informes, están fuera de los mismos.

Hiner explica que aun cuando en el informe Valech se plantea de algún modo la temática de género (cómo evitarla al tener que tratar de las múltiples violaciones sexuales sufridas por muchas de las prisioneras políticas), esta fue asumida exclusivamente en su versión biológica y no en su integridad, careciendo de la complejidad que el caso requería. Esto se ejemplifica cuando la investigadora de la Universidad Diego Portales, señala que el planteamiento del informe Valech al respecto no se diferencia mucho de la postura asumida por las mismas organizaciones de derechos humanos, para las cuales la tortura es sufrida por todos los seres humanos y no por el género (incluso si se subentiende que la mayoría de las veces es un hombre quien resulta víctima) (3).

Nos interesa el punto de vista anterior en la medida en que Exhumada pone de manifiesto esa marginalidad de género que aparece en este caso doblemente ignorada: desde las políticas de Estado que no han logrado satisfacer las demandas de los sectores afectados, así como la pauperización de amplias capas de la población, retratada en una hablante que se vale de su cuerpo en tanto mercancía transable para ejercer una prostitución que carece de todo glamour.

Volviendo, entonces, al poema con que se abre el volumen, podemos releer ese verso que aparece como una cita del estribillo de la mencionada canción de los Ex (“Dime cuantas veces quieres que te lo repita”) como parte de una sesión de tortura. Una sesión en que las preguntas se repiten hasta la náusea, en un ejercicio que no buscaba tanto información que probablemente ya se tenía como la aniquilación física y por sobre todo moral del prisionero, se revive -tal vez- fundamentalmente en la mención de esos ojos vendados junto con la ronda de San Miguel que se oye y “los calzones en los tobillos” (131), estas últimas señales que evocan para el lector el aparataje siniestro de la represión política, específicamente aquel utilizado en centros de detención como el ya citado “La Venda Sexy” o “La discotheque”, conocido así debido a la música ambiental que acompañaba siempre el trabajo de los torturadores. También, como ya hemos señalado, esos calzones en los tobillos indican esa violencia de género (que no fue sufrida sólo por mujeres (4)). Vemos así que en un texto como este primer libro de Arce Garín el tema de los derechos humanos dista mucho de una denuncia ingenua o testimonial de hechos a estas alturas “de sobra” conocidos. La reiteración de un relato que no ofreciera los bemoles y matices que presenta Exhumada no haría más que agotar un tema que, de acuerdo a la versión oficial y consensuada de los hechos, ya aparece como sancionado.

Los procedimientos escriturales de los que se vale en esta ocasión el poeta motivan unas últimas reflexiones. Para Enrique Lihn, la literatura se define por lo que no es. En tanto lenguaje, Lihn está consciente de que la literatura comparte ciertas funciones del lenguaje (la poesía como conocimiento, por ejemplo), pero en su visión de las cosas sólo la especificidad de la obra poética es lo que merece ser estudiado en tanto argumento decisivo para saber qué es poesía, qué es literatura. En el supuesto, claro, que no siempre es compartido, de que las entendamos si no equivalentes, al menos hermanadas, intrísecamente relacionadas. Para ello, Lihn -en su colección El circo en llamas- cita una tajante definición de Roman Jakobson: “El objeto del estudio literario no es la literatura en su totalidad, sino en su literaturidad, es decir, aquello que hace de un escrito una obra literaria”. (Jakobson, en Lihn, 133). Con esto, Lihn quiere recalcar cierta independencia del lenguaje poético, aquella especificidad que para él resultara tan preciada, sobre todo en momentos en los que Lihn escribía en una particular y pública cruzada en defensa de esa literaturidad que veía, no sin justa razón, amenazada por todos lados. Después de su (mala) experiencia cubana y los contratiempos que enfrentaba en el proceso de la Unidad Popular (5), donde para ser de izquierda había que ser el más izquierdista de todos, Lihn se había enfocado en delimitar esas características que pudieran diferenciar a un texto de otro en tanto hecho literario, aquello que distinguiría a la literatura de aquello que no entrara en sus dominios.

Me interesa traer a colación estos conceptos lihneanos en la medida en que nos pueden ayudar a entender los procedimientos retóricos de Marcelo Arce, incluso a tender un puente, si cabe, entre los contextos de uno y otro creador -salvando todas las diferencias. En Exhumada vemos una mezcla de lenguajes que, si bien no es nada nuevo en sí como procedimiento literario, tiene por otra parte la virtud de lograr un paneo urbano que al mismo tiempo crea y representa un entorno, producto de esa misma mezcla. Y he ahí el punto: la técnica expresiva de Marcelo Arce hasta cierto punto pone en jaque la especificidad añorada por Lihn. Evidentemente, tanto el autor de Pena de extrañamiento como los formalistas rusos (la fuente de donde el primero bebe), contemplaron en la formulación de sus propuestas que “Los hechos artísticos testimoniaban que la differencia specifica en arte no se expresaba en los elementos que constituyen la obra sino en la utilización que se hace de ellos” (Eichenbaum, citado en Todorov, 30), i.e., Lihn reservaba la literaturidad no para la mera especificidad de uno o más lenguajes, sino a la forma lograda a a través de ese -esos- lenguaje(s) (6).

Lo que ocurre es que en este primer libro de Arce Garín la condición privativa de la poesía o del lenguaje de la poesía se logra exclusivamente por medio del intento de superación de esa misma autonomía del hecho poético. Que la haya superado o no podría ser motivo de especulación; aquí, sin embargo, nos atendremos a considerar el hecho de los lenguajes de los que se vale Arce Garín para emprender su proyecto creativo, lenguajes entre los que se cuentan -y he aquí nuestra diferencia fundamental con la presentación de Exhumada que hiciera el poeta y crítico Felipe Ruiz- textos poéticos que anteceden al de Garín Arce y que son su punto de partida y de llegada.

Me explico: no hace falta haber leído a Bloom para compartir la idea de que la poesía es un largo tejido complementario, en el que las obras precedentes se van uniendo a las nuevas al mismo tiempo que se van borrando. Un proceso agónico en el que pareciera claro que

ningún poeta, ningún artista, posee la totalidad de su propio significado. Su significado, su apreciación, es la apreciación de su relación con los poetas y artistas muertos. (…) Procedamos a una exposición más inteligible de la relación entre el pasado y el poeta: éste no puede tomar el pasado como un bulto, una masa indiscriminada; tampoco puede formarse totalmente basándose en uno o dos seres que personalmente admira, o en un período concreto de su preferencia. Lo primero resulta inadmisible; lo segundo es una experiencia importante de juventud, y lo tercero es una compensación placentera y bastante deseable. (…) (El poeta) Debe tener plena conciencia del hecho obvio de que el arte nunca mejora, pero que la materia del arte no es exactamente la misma en todos los casos. (Eliot, 21)

Lo que intenta decirnos Eliot, ahora en relación con el libro de Arce Garín, es que no se trata de entender la nueva obra sólo en comparación con el pasado, sino que, para lograr su individualidad como obra de arte, ambos polos deben compararse mutuamente, lo que implica (Borges también lo dijo en su momento) que el presente modifica el pasado, debe ser, en consecuencia, capaz de leerlo. Es el sentido de lo temporal (y de lo atemporal), el sentido de lo histórico, lo que en suma hace a un escritor, según Eliot, un escritor tradicional. No la mera reconstrucción arqueológica ni, agregaremos nosotros, la mención de unos cuantos nombres (supuestamente) ilustres. Lo tradicional es la conciencia de esa relación inextricable e inherente con la historia (7). Y Arce Garín lo hace aquí de diferentes maneras, consciente de su lugar de escritura, esto es, como decíamos en un principio, de su contexto: su entorno. Por eso las escrituras que lo preceden no se asumen de manera ni pasiva ni estática, sino que son recontextualizadas, en la búsqueda, que todavía debe continuar, de esa individualidad de la que habla Eliot y que no existe sino es en convivencia con la tradición que lo antecede y que habrá, si logra su objetivo, de modificar. Y eso definitivamente hay que agradecerlo y agradecérselo.

 

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OBRAS CITADAS

Arce Garín, Marcelo. Exhumada. Santiago: Mantra ediciones, 2009.
Eliot, T.S. Ensayos escogidos. México D.F: Universidad Nacional Autónoma de México, 2000.
Hiner, Hillary. “Voces soterradas, violencias ignoradas. Discurso, violencia política y género en los informes Rettig y Valech”, en Latin American Research Review. Vol. 44, n° 3, 2009. (pp. 50-74)
Jameson, Fredric. Postmodernism, or, The Cultural Logic of Late Capitalism. Durham, NC: Duke University Press. 1991
Lihn, Enrique. El circo en llamas. Santiago: Lom ediciones, 1997.
– – Pena de extrañamiento. Santiago: Editorial Sinfronteras, 1986.
Ruiz, Felipe. “Presentación del libro Exhumada, de Marcelo Arce Garín”, en http://letras.mysite.com/fr111109.html
Santiváñez, Róger. “Poesía y revolución: Enrique Lihn en La Habana, circa 1968”, en Anales de Literatura Chilena. N° 11, Junio 2009. (pp. 177-190)
Todorov, Tzvetan. Teoría de la literatura de los formalistas rusos. Buenos Aires: Siglo XXI editores, 2004.
Williams, Raymond. Marxismo y literatura. Barcelona: Ediciones Península, 1980.

 

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NOTAS

(1)    En la presentación de este libro, Felipe Ruiz (2009) intenta clausurar cualquier posibilidad de leer este texto de Marcelo Arce en conexión con los nombres aquí señalados. Tal actitud reduccionista y contumaz no se condice con la necesidad de contextualizar e historizar este y cualquier otro título, a no ser que podamos suponer que la poesía nace en el aire, sin relación con una tradición literaria que necesariamente lo antecede, por no decir su relación con la Historia, que no sólo le es previa, sino inherente.

(2)    Ex fue una banda punk rock (aunque hay divergencias en torno a esta etiqueta) formada por Octavio Bascuñán, Colombina Parra, Hernán Edwards y Pablo Ugarte; su primer disco se titula Caída libre (1996) y la canción que cita Arce Garín (“La corbata de mi tío”) pertenece a este disco. Después de varias separaciones, los Ex continúan tocando en el circuito más independiente.

(3)    Aunque no venga al caso aquí, es sumamente interesante la pregunta que se hace Hiner: “¿Cuáles son las relaciones de poder presentes en la relación violencia sufrida por hombres torturados y violencia que aquellos hombres, antes torturados, ejercen en su propia casa?”(67). Naturalmente, todo esto quedó fuera del Informe Valech, aun cuando subyace a la pregunta anterior la interrogante sobre cuáles son las reacciones culturales apropiadas para un hombre chileno que ha sufrido tal tipo de vejámenes.

(4)    Testimonios de algunos prisioneros que pasaron por este centro de torturas, relatan como fueron violentados sexualmente por perros especialmente amaestrados para estos efectos. Cfr. www.memoriaviva.cl

(5)    Para estos efectos, se pueden consultar, entre otros textos de suma importancia, el de Róger Santiváñez (2009) y el texto del mismo Lihn, “Política y cultura en una etapa de transición al socialismo” (1997).

(6)    Raymond Williams ya había demostrado en Marxismo y literatura la falacia que supone tal premisa. Allí señala que la distinción entre lo “denotativo” y lo “connotativo”, entre lenguaje vulgar y lengauje literario en tanto categorías en consecuencia entidades separadas, sólo contribuye a perpetuar las dicotomías sausserianas e idealistas del signo.

(7)    Tema aparte es la experiencia atrofiada de la historia que hoy en día, en plena posmodernidad, seamos capaces de experimentar. Para mayores antecedentes, conviene consultar el libro de Jameson (1991) sobre este aspecto.


 

 

 

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(Marcelo Arce Garín, Exhumada. Editorial Mantra, Santiago, 2009).
Por Cristián Gómez O.