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la  franqueza de un guijarro ante la ruina del mundo
        Por Carlos Henrickson
          
          
        
         
        Ante la tranquilizadora o  impotente aceptación de lo que existe –característica en general de la ficción  narrativa-, la viva certeza de que convivimos permanentemente con la ausencia  de algo es uno de los fundamentos de lo que se da en llamar una emoción  poética. De manera paradojal, incluso la absoluta indeterminación de eso que  falta envuelve al poema de una dimensión característica que hasta el más  lego reconoce dentro de la siempre vaga e inexplicable definición de poesía.
          
            Crack up (Santiago:  Libros La Calabaza  del Diablo, 2010), quinto libro de Jaime Retamales (Santiago, 1958), le  confirma como el decidido cultivador de una poética en que más acá del  deslumbre formal o de pretensiones de verdad, toma privilegio la imposible  empresa de retratar un estado de ánimo en que el sentimiento de ausencia es  central. Más que algo que falte en lo que le rodea, acá esa carencia termina  constituyendo al mismo hablante -éste padece de esa inquietante nostalgia que,  sea en la constatación del paso del tiempo o en la anécdota romántica, termina  llevándole a un conocimiento esencial, a una verdad poética. Así, el  poema ROMPIMIENTO:
        
          
            devuélveme mis inútiles  objetos
              mis ojos
              y la calle donde Massino  hizo un poema memorable
              y Los cuatrocientos golpes  de Truffaut
              todos mis inútiles objetos
            ¡uno es el asunto que se  escapa de las manos
              y uno que se despide!
          
        
        Cada una de estas ausencias y nostalgias enmascaran una  dimensión de la cual sólo la poesía parece ser capaz de dar cuenta. Así, en la CANCIÓN ROMÁNTICA  CON VARIACIONES, desde el principio se revela la absoluta conciencia de lo  insuficiente de los medios a mano del hablante, ante una emoción que trasciende  con mucho la anécdota de un quiebre amoroso:
        
          
            y  es que uno    no debería pronunciar
                                  palabras que desconoce
              hacer  la representación de un mundo ido
            tus  heridos ojos                       mejillas  cansadas
                               ............                   inician el desborde
            y  ruedas por la ciudad de las noches rojas
              bajo  ese influjo poderoso del vudú
              día  y noche                 día y noche
              sobre  las crujientes hojas muertas
            una  mujer no es todo un hombre no es todo
              no  se puede rodar     a los pies de los  demás
            (...)
          
        
        Esta ciudad de las noches rojas sugiere un locus  permanente dentro de la poética de Retamales –el espacio de una bohemia  destructiva, en que el tiempo nocturno impone su privilegio. Este tiempo, en  que no existe una productividad real y el deseo personal destierra toda otra  posible ética, va mucho más allá de la figura de un eterno presente: también se  da como un espacio más de habitación de la nostalgia, así el poema RESONANCIA  NOCTURNA.
        
          
            entonces  pendíamos de la vanidad
              sin  mayor esfuerzo
              se  alzaron sucesivos ensayos diarios
              esquirlas  de una resonancia nocturna
            vacíos  y funestos trampolines donde vibramos
              en  un tenue velo de humo ilícito
              plagiando  en un arco puro
              la  caricatura de una descripción amable
            creyendo  la vida a nuestros pies
              supuesta  a perderse como si nada
              insensatos  ante la catástrofe
          
        
        Ese entonces, si bien indeterminado, marcado por un  desfondado coraje y el descuido de sí, resulta una de las marcas más firmes  dentro de la poética de la que Retamales es un decidido continuador: me refiero  a aquella conciencia escritural nacida en medio del pujante escenario del  capitalismo de entreguerras dentro de la literatura en inglés, la Lost Generation,  cuyos rasgos fundamentales son después legibles en el cine y la novela  denominados negros, el Beat y autores como Raymond Carver y J.D.  Salinger. Esta conciencia escritural, partiendo desde el supuesto de la defensa  de un cierto realismo de elaboración intelectual simple, es capaz de plantearse  la misión de presentar el sentido de vacío radical de un sistema social en que  todo ha caído presa de un flujo cuantificador y espectacular, concentrando en  el individuo que generalmente toma el rol central -y representa plenamente y  sin tapujos la perspectiva del narrador- aquella carga marginal y conciente de  aquel que se despoja, o es despojado con cierta violencia, del velo  mistificador para contemplar la ruina absoluta de la posibilidad humana, y por  ende de sí mismo. La huella de este momento de la historia de la cultura de  masas –pues se trata decididamente de este ámbito- atraviesa buena parte de la  producción literaria chilena de fines de los 80, como una reacción ante la  defensa de cierta idealidad comunitaria o social dentro de lo que quedaba de  los intelectuales y artistas comprometidos –mucho más ingenua y simple  de elaborar intelectualmente de la que implicaría una militancia efectiva, o de  lo que significaba plantear derechamente el descalabro de las utopías  colectivas. Retamales es capaz de ubicarse dentro de este locus planteado desde este nuevo romanticismo de un individuo consciente en el  corazón de la sociedad de la enajenación y el espectáculo, y desde esa  perspectiva dar un índice sobre la situación del creador y el alcance y sentido  de su acción que otros autores, tanto contemporáneos como actuales, sólo han  logrado resolver en un solipsismo que llega hasta la autocomplacencia (1).  
         El quiebre posible de ese solipsismo se presenta en Crack  up con absoluta evidencia: el poema no puede dejar de situarse y resituarse  con respecto a la vida que le rodea y lo alimenta. El poema como tal  aparece en varios de estos textos, señalando su poder de interactuar y  delimitar el lugar y la pretensión del hablante:
        
          
            nos  apunta el poema
              que  ligeramente nos construye
              sin  saberlo
            algunas  cosas mueven su atención
              ocultos  detalles pasan a sus ojos
            (de  NOS APUNTA UN POEMA)
            
            las  personas dueñas de sí mismas son todas poetas
              aunque  no escriban un puto verso
            se  desarman y se arman cuando es necesario
              arrojando  sus vidas a la vida:
              imperfectas  amables e innecesarias.
            (de  LAS PERSONAS DUEÑAS DE SÍ MISMAS)
            
            de  algún modo llegamos hasta aquí
              no  sabes cuándo     pero sucede
              de  hundir                  las narices
              no  en un poema         o          libro
              sino  en la vida que está en todas partes
            (frag.  de DE ALGÚN MODO LLEGAMOS HASTA AQUÍ)
          
        
        Desde esta conciencia, el planteamiento del gesto decidido  –e incluso violento- como necesario para superar una autosuficiencia del ser  que pueda implicar su autoeliminación se encuentra desde el epígrafe mismo, de  Eugenio Montale, y se reitera a lo largo de toda la poética presente en el  libro. La evidente crisis que se produce entre la necesidad de esta fuerte  voluntad y la obvia impotencia y soledad del hablante (la inminencia del  doloroso crack up aludido desde el título y el poema homónimo) resulta,  en este sentido, la fundamentación de una poética mucho más densa que la simple  representación de una gestualidad desesperada o una afirmación absoluta y  enfermiza de sí. Son importantes, en este sentido, los poemas referidos a Cuba,  que ponen al hablante de Crack up frente al idealismo colectivo y la  persistencia del pasado, definiéndole por negación como un habitante cazado en  su situación en esa ruina del mundo que toca sus tambores de invierno.
          
          Con Crack up, Retamales no sólo se confirma como  una de las voces sobresalientes en ese vago ámbito que para los habitantes de  la zona central de Chile se extiende al norte de Santiago, sino que se confirma  en uno de los caminos más difíciles dentro de un país grandilocuente: el  presentar una poética de fuerte carácter personal, que se propone nada menos y  nada más que dar cuenta, a través de sí mismo, de un descalabro universal y  permanente en nuestras formas de ver el mundo. Un pequeño paso que implica una  de las mayores apuestas en la literatura.
          
          Por otra parte, corresponde reconocer la solidez con que  se ha ido construyendo el catálogo de poesía de Libros La Calabaza del Diablo,  que los pasados años continuó creciendo con nuevas obras de Gladys González y  Raúl Hernández, así como con la opera prima de Priscilla Cajales, Termitas.  Siempre abiertos a lecturas políticas de alto riesgo –desde la vindicación  nostálgica de la memoria hasta extremos francamente psiquiátricos-, Libros La Calabaza del Diablo no deja de representar una de las necesarias voces disonantes –y malsonantes-  dentro de la falaz armonía heredada por veinte años de política de cartón.    
         
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        (1) Como ejemplos de esto sobresalen en narrativa tanto la vacía y  simplista pretensión de verdad de Marcelo Lillo o Marcelo Mellado, como la  aplicación política mecánica de Roberto Ampuero, que tan sólo acaban generando  máquinas de autopublicidad que piden para sí cierto vago y torcido privilegio  ético. En el caso de la poesía, la crítica interna a la que se obligan las  poéticas generadas desde los 80 hasta ahora hace que obras que acceden  a este romanticismo de nuevo tipo no  puedan dejar de mostrar la fisura que las constituye, con lo que hacen entrar  en el texto la necesaria presencia de los otros: su ética (p. ej., Diego Maquieira).