Entre
Tongoy y Los Vilos
Por
Javier Edwards
Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 9 de septiembre
de 2007
Después de leer la primera novela
de Carlos Labbé, Libro de plumas (2004), resultó fácil
decir que estábamos frente a un escritor que presentaba un texto auspicioso,
con energía, con la evidencia de un potencial narrativo interesante. Y
algo de esto vuelve a aparecer en Navidad y Matanza, un libro complejo,
original, si se compara con la media de lo que se está escribiendo en Chile.
Navidad
y Matanza es una novela con ganas de ser y parecer inteligente. Está
llena de referencias literarias, de dobles o triples lecturas, de juegos que se
presentan como un desafío al lector, como una provocación: "A
ver, veamos qué tan hábil es usted, descubra la pista". Varias
historias que corren paralelas y pretenden vincularse entre sí. Chile y
Estados Unidos como escenario, los pueblos de Navidad y Matanza (¿nacimiento
y muerte?), unos adolescentes que desaparecen en un ambiente cargado, surrealista
(Alicia y Bruno), otro joven que junto a su chofer deambula por las playas del
litoral central, y un grupo de siete científicos -cada uno con el nombre
de un día de la semana- buscando en un laboratorio norteamericano la fórmula
de una droga con nombre sugerente: "El éxtasis del odio". Todo
junto, revuelto y también -por algún motivo- distante y distinto,
extraño, en una historia repleta de sugerencias que no alcanzan a llegar
a puerto.
Es evidente que Labbé pertenece a la raza de los lecto-escritores,
cuyos textos surgen de universos y percepciones provenientes de sus lecturas.
Bolaño, Borges, Volpi, Piglia, Roa -y tantos más-, en los que es
inevitable toparse con ambientes cargados de referencias a otros autores y textos
que cumplen el papel de Caballos de Troya, con sus propios significados. La genial
novela de G.K. Chesterton, El hombre que fue jueves, un guiño a Lewis Carroll,
a Sabato, o la fantasmal presencia de Bolaño, todos son elementos que aparecen
y desaparecen en una novela que seduce, inquieta y no logra o se resiste a develar
sus propósitos. Las señas están, pero hablan confusamente.
Hay
aquí afirmaciones que dan ganas de contestar: "La literatura es una
mentira. Abrazar el viento", la idea de que es posible reemplazar la novela
por las reglas de un buen juego de computador, de esos que se van abriendo por
etapas. Porque en el fondo, es posible sentir que ellos encuentran su antecedente
en la fertilidad formal de la novela. Hay un conjunto de cosas que van ocurriendo,
que entran y salen, que aluden a las reglas de un juego que, sin embargo, no logra
explicitar su regla. Y en esto hay un truco que peca de inteligente o un guiño
inteligente que peca de truco, porque la sensación que deja Navidad
y Matanza es que no llega a ninguna parte, que se queda a mitad de camino,
que está llena de buenas ideas cuyo uso no queda claro y que se presentan
bajo una fórmula misteriosa, críptica. Hay en esto una pillería
que no está mal, pero que es eso, una pillería literaria, un exceso
de juego anunciado y de regla escondida.
En su Navidad y Matanza,
Carlos Labbé confirma lo que anunció en su primera novela: inteligencia,
potencia narrativa, pero queda todavía pendiente la entrega de un texto
que no se enrede en esa tentación de inteligencia que es el ingenio, un
texto que amarre de verdad sus propósitos y que no presente como resultado
intencional los silencios, los vacíos del proyecto narrativo. Una novela
que no se quede a medio camino, entre Navidad y Matanza.