La
poesía chilena y sus nichos
Por
Carlos Labbé
La Tercera Cultura, sábado
24 de marzo de 2007
A
17 años de publicarse el libro en que Juan Andrés Piña conversa
con vates locales, se lanza una edición que agrega entrevistados y parece
concluir que poesía será cualquier forma literaria que se ocupe
de la muerte
Si es cierto que no existen dos
personas idénticas, quizás sería fructífero preguntarse
sobre la generalización en el título de Conversaciones con la
poesía chilena, libro de Juan Andrés Piña que
la Editorial Universidad Diego Portales publica diecisiete años después
de su primera versión,
que reunía exhaustivas entrevistas a Nicanor Parra, Eduardo Anguita, Gonzalo
Rojas, Enrique Lihn, Óscar Hahn y Raúl Zurita.
La experiencia
de la literatura -el encuentro de un lector con un autor en la página de
un libro- es tan singular que Stefan Zweig, por ejemplo, escribió sus Momentos
estelares de la humanidad aun sabiendo que tal encabezado suponía la
imposibilidad de abarcar a cada uno de los seres humanos. Piña trabaja
inicialmente en base a una idea que dejaría fuera a Malú Urriola,
Juan Luis Martínez, Selva Saavedra o David Rosenmann-Taub: la poesía
chilena es una generalización que -de puro siútica, diría
Armando Uribe, uno de los autores entrevistados especialmente para esta nueva
edición junto a Claudio Bertoni y Gonzalo Millán- fue inventada
en el Santiago de los años 30, tan vetusto y socialmente integrador (por
eso la nostalgia) como los juegos florales y la bohemia. Cabe aquí cierta
descripción que Rojas hace de una mandrágora medieval como imagen
de aquella poesía chilena: un hallazgo que te hace "conseguir de golpe
el honor, el amor, el poder y las riquezas".
Frente a personas de tamañas
ambiciones no hay conversación posible, sino ocasionales preguntas para
que no se olviden de seguir hablando de sí mismas. Con ese sutil manejo
de la escucha el entrevistador insinúa que, si cada experiencia es única
y cada persona habla de manera particular, poeta será quien tome conciencia
de esa doble singularidad. Coincidentemente, sus cuestionarios siguen un modelo
basado en la poética de Lihn -el entrevistado más caro a Piña-:
la primera interrogante es sobre la infancia, luego sobre las condiciones económicas
de los poemarios, sobre la recepción crítica y finalmente sobre
el proyecto poético. Por supuesto, hay un especial interés por los
viajes y las relaciones de pareja, de manera que la poesía situada -qué
sorpresa- viene a parecerse al periodismo biográfico.
No seré
el primero en observar que el psicoanálisis, aplicado a la cultura, tiende
a la mistificación. En cada una de estas entrevistas el padre será
Pablo Neruda y el entrevistador un analista que intervendrá cuando el disparate
del ego y la insensatez del poeta se haga flagrante, como en el caso de Anguita
declarando que la escritura es sagrada después de enorgullecerse de fundar
la publicidad en Chile, de Parra criticando al consumismo y lamentándose
de no haber vendido El Quebrantahuesos a un empresario -ya tendría nuevas
oportunidades de negocios-, o de Zurita afirmando que la escritura de sus versos
en el cielo de Nueva York estaba dirigida a los latinos de esa ciudad.
Sin
embargo, la unidad de las sesiones terapéuticas de la poesía chilena
no está dada por los poetas chilenos -que nunca dijeron encontrarse con
sus colegas, que siempre se quisieron únicos- sino por remotos personajes
que apenas se asoman en todos y cada uno de los relatos: Jorge Millas, Teófilo
Cid, Jorge Elliot, Jorge Edwards, José Miguel Ibáñez; los
que de verdad inventaron la poesía chilena no fueron los autores, sino
aquellos que les insistieron para que hablaran sobre asuntos universales: de qué
escribir si no se conversa sobre lo que se escribe, quién debo ser y qué
dirán al leer mi libro, qué es eso de la hipocresía -enmascarada
en un debate: la oralidad contra el registro culto-, para qué hablar y
hablar si cada uno terminará balbuceando a su modo que escribió
escapándose del silencio.
Poesía, concluye inesperadamente
este libro de conversaciones con poetas chilenos, será cualquier forma
literaria que se ocupe de la muerte.
Dijeron...
Nicanor
Parra:
"Yo no iba a trabajar fundamentalmente sobre la base del lenguaje
escrito... Yo tuve poca preparación literaria: yo estaba ocupado en mis
estudios de física teórica"
Oscar Hahn:
"La función del poeta es escribir buenos poemas. El papel que el poema
cumple en la sociedad es otra cosa. Puede ser como sembrar un despertador en un
campo de píldoras para dormir"
Gonzalo Millán:
"Creo
que el lenguaje enfermo, contagiado, busca maneras de sanarse. Y creo que en cierto
momento, el poema breve, sintético, es un antídoto frente al lenguaje
torrencial."
Claudio Bertoni:
"Aunque yo estuviera
rodeado de mis poetas favoritos, nunca se me ocurriría mirarme en relación
a ellos y ver qué lugar puedo ocupar en un panorama determinado."
Gonzalo
Rojas:
"Neruda arrebataba todo en su tono, porque tenía genio
para eso... Contribuyó a alimentar el mito, porque tenía una altura
poética portentosa. Pero no es el único, ¡Dios mío!,
hasta cuando con eso."
Raúl Zurita:
"Las
obras de arte que realmente nos pueden importar exigen una respuesta que tiene
que ir con el comportamiento y la actitud, y no solamente con el intelecto."