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El día que Bolaño no leyó a Lorca
Por Bastián Desidel
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Resulta inevitable pensar en un abanico de autores que rondan como fantasmas la oscuridad, resistiéndose al lente de las multitudes o a las lecturas públicas; autores que no han sido tomados en cuenta por el “mundillo literario”; sin nombrar algunos otros infortunios. Ineludible es pensar en una gran diversidad de poetas dispersos por el mundo, país y región, al leer La carta del errante escrita por Godofredo Iommi[1]. Allí nos dice: “La poesía se contiene en sus márgenes. Está en el trasfondo de la existencia, porque antes de todo, existe la vida”. Así Iommi, indirectamente, invita a las sombras a tomar formas y nombres que ya el tiempo les ha tornado difusos. Roberto Bolaño quizás sea el símbolo más reconocible de aquel flameante gesto poético, su confianza ciega ante el “láncense a los caminos” fue el soporte desde donde abordó la escritura en todas las aristas posibles, siendo la narrativa su punto más álgido. Asomar las narices en su vida y obra hará que nos asalte, en los primeros minutos, la figura de un joven chileno imberbe perdido en México, devorando “a los clásicos” y buscando con las uñas rotas fervorosamente la poesía en su estado más salvaje, un gran cuadro de lo que pudieron ser dichas aventuras quedarían retratadas en el año 1998 cuando se publica Los detectives salvajes. No obstante, escasas son las historias que enmarcan al escritor en su infancia, previo a su primera salida del país y a los días que pasó, tristemente, en el Chile dictatorial. Cuatro años de su infancia (7 a 11 años) los vivió en la ciudad de Quilpué, específicamente en el sector de El Retiro, en donde hoy una pequeña placa señala el hogar que acogió los primeros sueños del autor de la magna novela 2666. Por aquellas posibilidades azarosas que ocurren, no pocas veces, esta morada queda a escasos metros de una acogedora casa, tras un extenso patio poblado de árboles, la cual alberga uno de los destellos poéticos más genuinos de la Quinta Región.
Carolina Lorca, poeta de una generación sumida en los cambios políticos de un Chile en dictadura, reside en aquella paz que le ofrece El Retiro; ciudad en donde se fusiona el canto de los tordos, los ecos de los autos cortando el viento del centro de Quilpué, la tierna voz de los niños en el parque y el barullo de la estación de metro. Sus títulos publicados van desde Ciegos (1999), Trilogía de los presentimientos (2001), A R.W. Fassbinder (2002), Una tarde con los padres (2007) y el inédito Haiku al modo occidental; poemarios que no gozan de reediciones, ni mucho menos de una amplia recepción crítica dentro del país (de la región menos, siendo más rigurosos), lo que también la trae sin cuidado. Libros cuidadosamente apilados en estantes, una jaula plástica con un pájarito de idéntica naturaleza colgando cerca de la ventana, cuadros de pintura y un Sogol en negativo que se asoma bajo un mueble, conforman el espacio en donde Carolina transcurre sus días. Hemos de vislumbrar en Lorca el gesto poético, el cual la hermana inevitablemente con Bolaño —de quien se declara ávida lectora—, en el cual la “derrota” (entiéndase esta como una baja recepción crítica y la nula cabida en el “establishment” literario) es aceptada por anticipado al momento de escribir, siendo este un nimbo inevitable que pagará el escritor por vivenciar hasta los últimos riesgos su poesía. Lorca, quien pareciese tener atentos lectores fuera del país (como lo denotan sus lecturas en Buenos Aires, Viena, España, Alemania, entre tantas) es consciente de aquel hilo del cual pende todo poeta, pero dicha condición jamás será obstáculo para el poetizar; en el poema Vocación del poeta contenido en Trilogía de los presentimientos se nos dice: “A quién si no a ellos/ le es arrebatada/ la palabra”. He ahí que el silencio sea a su vez uno de los actos poéticos más puros de Carolina Lorca. Más dudas nos traería a la mesa el intento de manejar un mapeo sobre el olvido; el preguntarse cuántos son los poetas que han sido arrastrados por la naturaleza abismal del tiempo, al no ser reconocidos por una “media literaria”. Teniendo en cuenta nuestra tradición poética —tan mal cuidada—, el olvido se erige como inexpugnable, pero en este ejercicio tan escurridizo a definiciones, no ha de verse como signo de ignominia. Tal vez ese destello que tarda en brillar, operación similar a la luz de las estrellas, sea el sentido que justifica toda palabra. Tenemos las de perder frente al tiempo, pero se nos ha dado la esperanza ciega; claro ejemplo resulta la propuesta que realiza Bolaño a Cristián Warnken[2] evidenciando la dificultad de mencionar 20 escritores de los años 1870 provenientes de toda América. Carolina, de manera lúcida respecto al ejercicio poético, escribe el poema Esta vía[3]:
Nunca llegaré a la poesía
porque nadie nunca llega,
porque es vía oscura
que solo un grito alumbra.
En esta vía como ninguna
apenas se ven algunas palabras
un pelícano perdido en el centro,
el poeta.
Quizás las pocas palabras que puede asir el poeta están condenadas a perderse en el tiempo; quizás el gesto poético no sea más que pisar aquellas trampas del olvido y llevarla a cuestas en los talones hasta que las rodillas no aguanten nuestro propio peso; el albatros sobrevolando el naufragio. Quizás la poesía obtiene su redención al ser rescatada por un lector consciente de las grandes sombras que se mueven entre las líneas o por un (Re)descubrimiento accidental de alguien gastando tiempo en una biblioteca rural, desempolvando un libro ubicado en un estante al cual no pertenece. Lo cierto es que la poesía está ahí, a la intemperie, fusionando vivencia y escritura, haciéndose en la “persona, en su cuerpo, en su lenguaje, en su vida y no solamente <<entre sábanas>>”[4].
Respecto a este gesto poético que une a ambos autores, más que la poética que los distancia, les comparto este difuminado cuadro incompleto. Cerca de los primeros días de Julio de 2003, Carolina Lorca consigue a través de algunos amigos la dirección de Bolaño, quien en ese tiempo residía en España. Con la mención de honor del Premio de Poesía Municipalidad de Santiago y la conformación de A R.W. Fassbinder en su historial, la poeta decide hacerle envío de su conjunto Trilogía de los Presentimientos; obra cuidadosamente elaborada en tres libros, los cuales están protegidos dentro de un estuche de finísimos detalles. Carolina toma las medidas correspondientes, y tras unos días de decisión, realiza el envío que durará dos semanas desde El Retiro a Blanes. La llegada del conjunto tiene la desdicha de completarse el día 15 del mismo mes, fecha en que Roberto Bolaño, a causa de una insuficiencia hepática, viaja en la madrugada por una carretera junto a Carmen Perez hacia un hospital en Barcelona. El agravamiento de los síntomas de su enfermedad llega a su punto cúlmine y aquella noche que se ciñó en la ciudad española, se despide prematuramente del mundo uno de los autores más influyentes en la literatura internacional en habla hispana. La muerte que floreció aquella noche nos negó futuras obras de este autor, pero pensando en la potencialidad que implica proyectar la vida más allá de una muerte prematura y la propia obra ¿Qué habría pasado si Bolaño hubiera recepcionado Trilogía de los Presentimientos?
Me gusta pensar que pudo existir una foto de Carolina Lorca sonriendo junto a Roberto Bolaño gozando una salud estable, ambos con un cigarro entre los dedos; los imagino a ambos comentando animadamente la poesía de Nicanor Parra o debatiendo una antología ficticia de lo que consideraban poesía en esta recóndita tierra; escena que enmarco en un café español, país que fue mediodía para Lorca y ocaso para Bolaño, o en las periferias de la ciudad de Quilpué, que fue alba para el segundo y es residencia para la primera. Como también puede que bajo las lecturas acuciosas de poesía a las cuales siempre retornaba Bolaño, más las reflexiones posteriores que realizaba a través de diversos medios, hayamos podido dar con un comentario positivo a la poética que exuda las obras construidas con maestría por la autora de Ciegos; este caso es el que nos atañe como lectores y/o escritores, ya que, probablemente nos encontrásemos disfrutando a viva voz, en todos los círculos literarios, la consagración de una poeta como lo es Carolina, más no esclavos de la propagación de un mito que condena a la figura de la poeta a la lectura de sus poemas bajo la proyección de la sombra propia.
Hoy sabemos que uno de los 150 ejemplares existentes de Trilogía de los Presentimientos se encuentra en alguna parte de España. Nos quedan 149 oportunidades para leer una de las obras más potentes que se han escrito en los años 2000 en la poesía chilena. “El resto es silencio” nos dice amablemente Carolina Lorca desde su sillón de mimbre y se levanta para enseñarnos la salida.
Mayo del Veinte.
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Notas
[1] La Carta del Errante, contenido en Hay que ser absolutamente moderno (2016),abre el conjunto de la Colección poética dispuestas para la obra de Godofredo Iommi, la cual está siendo publicado por Ediciones Universitarias de Valparaíso.
[2] Entrevista realizada en el programa La belleza del pensar, 1999.
[3] Poema perteneciente a Presentimiento del poeta, que a su vez se encuentra en Trilogía del presentimiento (2001) autoeditado en Ediciones El Retiro.
[4] Iommi, Hay que ser absolutamente moderno, 23.