V
EL GUANACO
BLANCO
(texto
escogido)
Durante muchos
decenios, a lo largo de todo el siglo, y sin duda desde siglos y
milenios anteriores, el gran territorio de Magallanes, con un millón
trescientos ochenta y dos mil kilómetros cuadrados de llanuras y sus
millares de islas, ha sido escenario de catástrofes telúricas y de
atroces iniquidades humanas. Desde mi primera juventud, durante el
periódo en que trabajé en la estancia Sara, en Tierra del Fuego, escuché
los relatos de los trabajadores ganaderos sobre las masacres: la de
Puerto Natales en 1919, la de la federación obrera de Magallanes en
Punta Arenas, en 1920. Luego, la gran huelga, casi una insurrección, que
terminó en 1924 con la matanza de cuatro mil hombres, tanto chilenos
como argentinos, por unidades del ejército argentino al mando del
coronel Varela.
..... En varios de
mis cuentos -"De cómo murió el chilote Otey", "Un madero entarugado" y
algún otro- registré algunos de los episodios que la historia oficial
ignora o refleja muy debílmente. También en la novela Rastros del
guanaco blanco y en el cuento "Tierra del Fuego", aunque el trasfondo de
este último es más bien la enorme tragedia histórica y social del
exterminio de los onas o selk' nam, habitantes originales de la
gran isla austral. Los aniquilaron salvaje y metódicamente para hacer de
sus tierras campos de pastoreo para la crianza de ovejas. Son asuntos
enormes y terribles, con los que estoy y estaré siempre en
deuda.
..... También hubo cataclismos, posiblemente
anteriores a la aparición del hombre sobre la Tierra. En la era
secundaria sobrevino el gran frío. El padre sol se ocultó, se ausentó y
al parecer se olvidó de incubar los huevos de los grandes reptiles
prehistóricos, como los dinosaurios, que galopaban a ochenta kilómetros
por las planicies interminables de lo que hoy llamamos Patagonia. Al no
ser incubados sus huevos por el calor del sol, la familia de los grandes
acorazados terráqueos no tuvo descendencia. Eso los condujo a
desaparecer. Pero la extinción de los onas fue obra de la ilimitada
codicia del homo sapiens.
..... Mi
primer conocimiento de los primitivos habitantes del extremo sur se
produjo durante mi infancia. Oí decir que entre los chilotes había gente
emparentada con "otros" que no eran sus iguales. Estos a los que
llamaban "otros", para marcar la diferencia, eran los huilliches. Yo los
conocí desde niño, porque varios de ellos trabajaron en las tierras de
mi madre y sus mujeres atendían las labores de la casa.
..... Se dice
que los huilliches fueron los primeros habitantes de las islas que
componen el archipiélago de Chiloé. No se sabe con certeza desde cuándo
la poblaron, pero allí estaban cuando llegaron los colonizadores
españoles. La palabra huilliche significa en mapudungun, la
lengua mapuche, "hombres del sur". Según el abate Molina, ellos habrían
llamado Chiloé a la isla Grande, nombre derivado de Chile. Mas el
presbítero Cavada dice que la palabra viene de chille
("gaviota") y hué, "lugar poblado de gaviotas". Se supone que los
hulliches llegaron a las islas empujados por otros grupos indígenas de
Osorno, Valdivia o Arauco. Es interesante hacer notar que todos los
antiguos pobladores de stas tierras tenían estrechos vínculos de amistad
y de parentesco, además del mismo idioma. No así los chonos, patagones y
fueguinos, que llegaron también a Chiloé, pero en muy escaso número.
Obligados por la necesidad, ellos tuvieron contactos con los huilliches
y por eso hay algo de mestizaje en ellos.
..... Las
expediciones de goletas chilotas se dispersaban por los canales
australes en cacerías de miles de focas para obtener su fina piel, de
preferencia la del llamado "lobo de dos pelos". Los alacalufes, nómadas
navegantes, trabajaban en la preparación de las pieles, a cambio de
alimentación: galletas, papas, cebollas. Trocaban sus capas de piel de
nutria por ponchos y frazadas de lana. Eran esquilmados, pero se sentían
contentos. En todo caso, no eran tontos y en cuanto tenían ocasión se
apoderaban de herramientas, chalupas y todo lo que podían. También
ocurrían actos de violencia, como el rapto de mujeres o muchachas
aborígenes. Así un número apreciable de alacalufes llegó a Puerto Monnt,
Chiloé y Punta Arenas. Hoy es difícil precisar dónde está la pureza de
algunas de estas etnias.
..... En casa de mi
madre y de una prima trabajaban en los quehaceres de la casa la Juana y
la Carmela, que eran de origen alacalufe. Me acuerdo siempre de la
Juana, una muchacha alta y huesuda, firme para los trabajos pesados. Era
el sostén de mi madre para el cultivo del campo. Igual pasaba con los
cuatro hombres que la ayudaban en el bote pesquero y la chalupa. Ella
los llamaba "chonos" en sentido peyorativo. No creo que doña Humiliana
supiera que esos indígenas, los chonos, eran un grupo étnico diferente
que vivió entre Chiloé y el golfo de Penas. Sin embargo, a mis años,
ésos eran asuntos que estaban lejos de mis pensamientos. A pesar de esos
contactos con las muchachas que servían en la casa, no recuerdo haber
conversado nunca con ellas. Ellas sí entendían las órdenes que se les
daban.
.....
Creo haber visto a los
alacalufes por primera vez en su medio natural, en el curso de mi primer
viaje marítimo, desde mi Chiloé natal a Punta Arenas. Yo tenía catorce
años de edad. En las cercanías de la Angostura Inglesa, surgieron dos o
tres canoas de indios alacalufes, cual si brotaran de los cantiles
costeros. Las montañas estaban cubiertas de una gruesa costra de nieve
hasta el borde de la alta marea, dejando un chaflán erosionado o parejo,
según la tranquilidad o turbulencia de las corrientes y el oleaje. Me
parecieron unos seres exóticos, tanto las mujeres como los hombres, los
niños y los perros que llevaban. Al acercarse el barco, todos gritaban
"cueri cueri", "guachacay". Agitaban sus cueros de nutria y lobo marino
ofreciendo cambiarlos por aguardiente, el "guachacay". Se les puso una
escalera de gato y por ella subieron a la cubierta los alacalufes, con
quienes los tripulantes y los pasajeros hicieron un activo intercambio,
que incluía hasta ropas viejas. Eran más bien bajos, con ese corte de
melena conocido como "a lo Beatle", pelos negros, gruesos, narices
chatas y rasgos que parecían esculpidos con hachas milenarias. Vestían
harapos, salvo uno que llevaba una chaqueta que fue alguna vez de un
comandante de la marina, y que conservaba sus galones dorados. Un
capitán de navío alacalufe. Al alejarnos, se divisaba desde lejos el
humo de sus pequeñas fogatas, acomodadas sobre champones de turba en la
cala de sus canoas. Eran signos de interrogación en medio de la soledad
de los canales.
.....
Además de las balas y el
veneno, los alacalufes o qawáshkar así como los yámanas o yaganes, han
sido exterminados, casi por completo, por medio de los venenos más
sutiles del alcohol y del mero contacto con la "civilización". Eran
seres virginales, incontaminados, no en un sentido abstracto o
epiritual, sino en el muy concreto y material de los microorganismos.
Carecían de defensas frente a los bacilos, bacterias y virus con los que
convive el hombre occidental. Fueron así diezmados por simples catarros,
que le resultaban mortales, y por enfermedades endémicas como la
tuberculosis y los males venéreos. Un solo beso podía bastar para
transmitirles la muerte. Así se fueron apagando.
..... Desgraciadamente nuestras historias se saltan, por lo
general, aspectos muy decisivos del desarrollo de nuestra sociedad,
cuando no los tergiversan. En un texto de historia, que se podría decir
moderno, y que se usa en la enseñanza, leo: "Los indios fueguinos se
extinguieron por las enfermedades y el alcoholismo". Que se enfermaran
no se puede dudar y que bebieran, tampoco. Pero la causa es muy
distinta: crueldad, despojo y exterminio. Ésa es la verdad histórica que
se debe afirmar.
en LOS
PASOS DEL HOMBRE. Memorias
Francisco Coloane
Editorial Mondadori, Barcelona.
2000.