.......... .......... FRANCISCO COLOANE
 
 
   

El corazón del témpano

 

Francisco Coloane
Novela, Editorial Ollero&Ramos
1999, 200 páginas


.......... Como ese indio congelado (alcalufe o yagán, que la memoria desdeña precisiones para llevarse sólo por ese bienestar entre nubes de algodón que textos como éste dispensan) que con un brazo extendido copa ese témpano a la deriva por los mares antárticos, el chileno Francisco Coloane (Quemchi, Chiloé, 1910) pareciera como si vagara por nuestra memoria aguardando a que nosotros, lectores de tierra adentro, pobres mortales de fin de milenio, nos apercibiéramos, por fin, de ese náufrago que desde la alta mar de la literatura de horizontes abiertos llamara nuestra atención.

.......... Nuestra atención de lectores españoles, pues otros lectores europeos (italianos, franceses) llevan un tiempo leyéndole traducido (con lo cual nuestra pena hasta ahora era doble: por no conocerle y por no compartir ese hermoso, limpio y puro, nada contaminado, español chileno y marinero con el que escribe sus libros Coloane). En la primavera pasada, Julio Ollero, un editor de olfato y de oficio, publicaba un "texto mínimo", Tierra del fuego y, sobre todo, la que posiblemente sea su obra maestra, El camino de la ballena (y en Babelia, este verano, José María Guelbenzu tal tratamiento le dio). Ahora, ese mismo editor reúne con el título de En El corazón del témpano (sí, sí, llega el olor del salitre de los mares de Conrad, London, Stevenson y Melville y, por qué no, de Verne y Salgari) dos novelas de los años cuarenta: El último grumete de la Baquedano, su primera historia publicada, y Los conquistadores de la Antártida; dos espléndidas novelas cortas de iniciación a la vida.

.......... El editor ha juntado acertadamente los dos relatos (mucho más narrativo, y mejor, el segundo; más informativo y más relato de viajes, de memoria marinera que de ficción, el primero), pues ambos comparten personajes, esos dos hermanos que por fin se encuentran: el grumete Alejandro que de ser pavo (polizón), en el último viaje del buque insignia de la Armada chilena (es la Armada de los años cuarenta, nada que ver con otros horrores recientes), acaba siendo radioperador en esa aventura romántica de poner la bandera chilena en la Antártida que emprende su hermano, el Jefe Blanco de los indios yaganes. Ambos relatos, ciertamente, comparten personajes, pero, sobre todo, comparten un mismo paisaje, hermosísimo en su virginidad salvaje y ecológica de último confín de la tierra (esa Patagonia, esa tierra austral, donde el Pacífico y el Atlántico, broncos, se echan un pulso desde siglos y desde las páginas de los libros de siempre que hemos leído).

.......... Leer a Coloane, que ha vivido él mismo todo lo que cuenta, es como una bomba de oxígeno que estalla en el corazón de lector, causándole una gratísima sensación embriagadora y narcotizante.

.......... No hay, en estos textos, profundas inmersiones en la psicología de los humanos (nada que ver, desde luego, este corazón de témpano con el corazón en las tinieblas de Conrad, ni en el sueño de poner la bandera chilena en un pedazo austral la complejidad del capitán Ahab en pos de la gran ballena blanca).

.......... A mí Coloane, que escribe en un estupendo español chileno y marinero, limpísimo (hay que insistir en esto siempre), me recuerda como narrador a gente que no se torturó la mente con bajadas a los infiernos y se dejó llevar por la inmensidad del horizonte; a mí me recuerda Coloane a Julio Verne y, también, curiosamente, a Pío Baroja. Es, en fin, un placer leer a Coloane; oxigena, purifica, emociona.



por
Javier Goñi
en El Pais, de España, 1999



 


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