El Témpano de Kanasaka
(cuento)
.....
Las primeras noticias las supimos de un cúter lobero
que encontramos fondeado detrás de unas rocas en Bahía Desolada, esa
abertura de la ruta más austral del mundo, el Canal Beagle, a donde van
a reventar las gruesas olas que vienen rodando desde el Cabo de
Hornos.
..... -Es el caso más extraño de
los que he oído hablar en mi larga vida de cazador -dijo el viejo lobero
Pascualini, desde la borda de su embarcación, y continuó-: Yo no lo he
visto; pero los tripulantes de una goleta que encontramos ayer, de
amanecida, en el Canal Ocasión, estaban aterrados por la aparición de un
témpano muy raro en medio del temporal que los sorprendió al atravesar
el Paso Brecknock; más que la tempestad, fue la persecución de aquella
enorme masa de hielo, dirigida por un fantasma, un aparecido o qué sé
yo, pues no creo en patrañas, lo que obligó a esa goleta a refugiarse en
el canal.
..... El Paso Brecknock, tan
formidable como la dura trabazón de sus consonantes, es muy corto; pero
sus olas son tan grandes, se empinan como cráteres que van a estallar
junto a los peñones sombríos que se elvantan a gran altura y caen
revolcándose de tal manera, que todos los navegantes sufren una
pesadilla al atravesarlo.
..... -Y esto no
es nada- continuó el viejo Pascualini, mientras cambiaba unos cueros por
aguardiente con el patrón de nuestro cúter-; el austríaco Mateo, que me
anda haciendo la competencia con su desmantelado Bratza, me
contó haber visto al témpano fantasma detrás de la Isla del Diablo, esa
maldita roca negra que marca la entrada de los brazos noroeste y
suroeste del Canal Beagle. Iniciaban una bordada sobre este último,
cuando detrás de la roca apareció la visión terrorífica que pasó rozando
la obra muerta del Bratza.
....
Nos despedimos del viejo Pascualini y nuestro "Orión" tomó rumbo hacia
el Paso de Brecknock.
.... Todos los
nombres de esas regiones recuerdan algo trágico y duro: La Piedra del
Finado Juan, Isla del Diablo, Bahía Desolada, El Muerto, etc., y sólo se
atenúan con la sobriedad de los nombres que pusieron Fitz-Roy y los
marinos del velero francés Romanche, que fueron los primeros en
levantar las cartas de esas regiones estremecidas por los vendavales de
la conjunción de los océanos Pacífico y Atlántico.
.... Nuestro Orión era un cúter de cuatro
toneladas, capitaneado por su dueño, Manuel Fernández, un marinero
español como tantos que se han quedado enredados entre los peñascos,
indios y lobos de las costas magallánicas y de la Tierra del Fuego; él y
un muchacho aprendiz de marinero, de padres italianos, formaban toda la
tripulación; y no necesitaban más: con vueltas de cabo manila amarraba
al grumete al palo para que no se lo llevaran las olas y maniobrara
libremente con la trinquetilla en las viradas por avante, y él manejaba
el timón, la mayor, el pique y tomaba faja de rizo, todo de una vez,
cuando era necesario.
.... Una noche de
temporal, al pasar del Cabo Froward al canal Magdalena, lo vi fiero; sus
ojos lanzaban destellos de odio hacia el mar; bajo, grueso, con su cara
de cascote terroso, donde parecía que las gotas de agua habían arrancado
trozos de carne, lo vi avanzar hacia proa y desatar al grumete desmayado
por una mar gruesa que le golpeó la cabeza contra el palo.
.... Yo me ofrecí para reemplazarlo: "¡Vamos!", me
dijo dudando y me amarro al palo con una soga.
.... Las olas venían como elefantes ágiles y
blandos, y se dejaban caer con grandes manos de agua que abofeteaban mi
rostro, y a veces unas pesadas lenguas líquidas me envolvían
empapándome.
.... En el momento del
viraje, cuando el viento nos pegaba en la proa, desataba la trinquetilla
y cazaba el viento, que nos tendía rápidamente hacia un costado. Ése era
un instante culminante. Si mis fuerzas no resistían los embates de la
lona, que me azotaba despiadadamente, el viraje se perdía, corríamos el
peligro de "aconcharnos" y, paralizado el andar, naufragar de un golpe
de viento.
.... Después de dos horas de
sufrimientos, el patrón Fernández fue a desatarme, sin decirme si lo
había hecho bien o mal. Desde esa noche relevé muchas veces al grumete
durante la navegación.
.... Hacía el viaje
con destino a Yendegaia, para ocupar un puesto de capataz en una
estancia de lanares. El cúter llevaba un cargamento oficial de
mercadería; pero disimulado en el fondo de su pequeña bodega iba otro
cargamento extraoficial: un contrabando de aguardiente y leche
condensada para el presidio argentino de Ushuaia, donde el primer
artículo está prohibido y el segundo tiene un impuesto subido.
.... Iban dos pasajeros más: una mujer que se
dirigía a hacer el comercio del amor a la población penal y un individuo
oscuro, de apellido Jiménez, que disimulaba su baja profesión de
explotador de la mujer con unos cuantos tambores de película y una vieja
máquina de proyección cinematográfica, con lo que decía iba a entretener
a los pobres presidiarios y a ganarse unos pesos.
.... Este tipo era un histérico: cuando soltamos
las amarras del muelle de Punta Arenas, vociferaba alardeando de ser muy
marino y de haber corrido grandes temporales. Al enfrentarse con las
primeras borrascas, a la altura del Cabo San Isidro, ya gritaba como un
energúmeno, clamando al cielo que se apiadara de su destino; en el
primer temporal serio que tuvimos, fue presa del pánico y, mareado como
estaba en la cala del cúter, tuvo fuerzas para salir a cubierta gritando
enloquecido. Una herejía y un puntapié que el patrón Fernández le dio en
el trasero lo arrojaron de nuevo a la camarita, terminando con su odiosa
gritería. La prostituta, más valerosa, lloraba resignadamente, apretando
su cara morena contra una almohada sebosa.
....
Pero salía el sol y Jiménez era otro; con su cara repugnante, de
nariz chata, emergía del fondo de la bodega como una rata, se olvidaba
de las patadas del capitán y hablaba de nuevo, feliz y
estúpido.
.... A los tres días de viaje,
los seres que íbamos en esas cuatro tablas sobre el mar ya habíamos
deslindando nuestras categorías. El recio temple y la valentía del
patrón Fernández, el gesto anhelante de ese adolescente que se tragaba
el llanto y quería aprender a ser hombre de mar, mi inexperiencia que
estorbaba a veces cuando trataba de ayudar, y la prostituta arrastrada
por ese crápula gritón. Toda una escala humana, como son la mayoría de
los pasajeros de esos barquichuelos que cruzan los mares del extremo
sur.
.... Suaves y lentos cabeceos nos
anunciaron la vecindad del Paso Brecknock, y luego entramos en plena mar
gruesa. Nuestro cúter empezó a montar con pericia las crestas de las
olas y a descender crujiendo hasta el fondo de esos barrancos de agua.
El viento del suroeste nos empujaba velozmente de un largo; el Brecknock
no estaba tan malo como otras veces y en menos de una hora ya tuvimos a
la cuadra el peñón impresionante que forma un pequeño, pero temible
cabo; después empezaron a disminuir las grandes olas y penetramos por la
boca noroeste del Canal Beagle. En la lejanía, lindando la soledad del
mar afuera, de vez en cuando divisábamos los blancos penachos de las
olas del cabo que se rompían entre algunas rocas aisladas.
.... No tuvo mayores contratiempos nuestra
navegación; el pequeño motor auxiliar del Orión y el viento que nos daba
por la aleta de estribor nos hacían correr a seis millas por
hora.
.... Estábamos a mediados de
diciembre y en estas latitudes las noches casi no existen en esa época;
los días se muerden la cola, pues el crepúsculo vespertino sólo empieza
a tender su pintado de sombras cuando ya la lechosa claridad de la
aurora empieza a barrerlas.
.... Avistamos
la Isla del Diablo a eso de las tres de la madrugada. Ya el día entraba
plenamente, pero los elevados paredones rocosos ribeteaban de negro la
clara ruta del Canal, a excepción de algunos trechos en que los
ventisqueros veteaban esas sombras con sus blancas escalinatas
descendiendo de las montañas.
.... El
cataclismo que en el comienzo del mundo bifurcó el Canal Beagle en sus
dos brazos, el noroeste y el suroeste, dejó como extraño punto de ese
ángulo a la Isla del Diablo, donde los remolinos de las corrientes de
los tres canales hacen muy peligrosa su travesía, de tal manera que los
navegantes han llegado a llamarla con ese nombre espantable.
.... Y ahora tenía una sorpresa más: allí rondaba
la siniestra mole blanca del témpano que llevaba a su bordo un fantasma
que aterrorizaba a los navegantes de la ruta.
.... Pero pasamos sorteando la enrevesada
corriente, sin avistar el extraño témpano.
.... -¡Son patrañas! -exclamó el patrón Fernández,
mientras evitábamos los choques de los pequeños témpanos que como una
curiosa caravana de cisnes, pequeños elefantes echados, góndolas
venecianas, seguían a nuestro lado.
....
Nada extraño nos sucedió, y seguimos tranquilamente rumbo a Kanasaka y a
Yendegaia, donde debía asumir mis labores campesinas.
.... Antes de atravesar hacia Yendegaia debíamos
pasar por la tranquila y hermosa bahía de Kanasaka.
.... Todas las costas del Beagle son agrestes,
cortadas a pique hasta el fondo del mar; dijérase que éste ha subido
hasta las más altas cumbres de la Cordillera de los Andes o que la
cordillera andina se ha hundido allí en el mar.
.... Después de millas y millas entre la hostilidad
de la costa de paredes rocosas, Kanasaka, con sus playas de arena
blanca, es un oasis de suavidad en esa naturaleza agreste; siguen a la
playa verdes juncales que cubren un dilatado valle y luego los bosques
de robles ascienden hasta aparragarse en la aridez de las cumbres. Una
flora poco común en esa zona se ha refugiado allí, el mar entra
zigzagueando tierra adentro y forma pequeñas y misteriosas lagunas donde
los peces saltan a besar la luz, y detrás, en los lindes del robledal,
está la casa de Martínez, único blanco que, solitario y desterrado, por
su voluntad o quizás por qué razones, vive rodeado de los indios
yaganes. En medio de esa tierra salvaje, mi buen amigo Martínez
descubrió ese refugio de paz y belleza y, ¡ah romántico irreductible!,
muchas noches lo encontré paseando al tranco de su corcel junto al mar,
acompañado sólo de la luna, tan cercana, que parecía llevarla al anca de
su caballo.
.... -¡Vamos a tener viento en
contra y el Canal va florecer con el Este! -habló Fernández,
interrumpiendo mis buenos recuerdos-. Y, efectivamente, el lomo del
Canal Beagle empezaba a florecer de jardines blancos; las rachas del
Este jaspeaban de negro y blanco al mar, y de pronto el cúter tuvo que
izar su velamen y voltear de costa a costa.
.... El viejo marinero español miró el cielo y
frució el ceño. Empezaba el lento anochecer y el mar seguía aumentando
en braveza. El grumete fue amarrado al palo para maniobrar en los
virajes con la trinquetilla. El patrón disminuyó la mayor tomando faja
de rizo y todo se atrincó para afrontar la tempestad que se
avecinaba.
.... Lo más peligroso en las
tempestades del Canal Beagle son sus rachas arremolinadas; los
caprichosos ancones y montañas las forman y las lanzan al centro del
Canal, levantando verdaderas columnas de agua. En el día es muy fácil
capearlas. Se anuncian por una sombra renegrida que viene sobre las olas
y permite emproarlas con la embarcación; pero cae la noche y sus sombras
más intensas se tragan a esas otras sombras y entonces no se sabe cuándo
llegan los traidores "chimpolazos" que pueden volcar de un golpe al
barquichuelo.
.... Todo el instinto del
patrón Fernández para olfatear las rachas en la oscuridad no era
suficiente, y, de rato en rato, se deslizaba alguna que nos sorprendía
como una venganza del mar contra ese viejo marino.
.... El patrón encerró en la camarita al histérico
gritón y a la prostituta, ajustó los cubichetes y me preguntó si quería
guardarme también.
.... Varias veces he
estado mecido por los brazos de la muerte sobre el mar y no acepté la
tal invitación, pues es muy angustiosa la situación de una ratonera
batida por las olas y que no se sabe cuándo se va a hundir. He aprendido
a conocer el mar y sé que la cercanía del naufragio es menos penosa
cuando uno está sobre la cubierta a la intemperie. Además, la espera de
la muerte no es tan molesta en un barco pequeño como en un barco de gran
tonelaje. En el pequeño, uno está a unos cuantos centímetros del mar;
las olas mismas, empapándonos, nos dan ya el sabor salobre de los pocos
minutos que durará nuestra agonía; estámos en la frontera misma,
oscilando; un breve paso y nos encontramos al otro lado.
.... Ésta era nuestra situación en medio del Canal
Beagle a eso de la medianoche. A pesar de haber tomado faja de rizo, el
viento nos hacía correr velozmente sobre las olas, de costa a costa, y
el patrón Fernández gritaba al muchacho el momento del viraje sólo
cuando la negrura de los paredones hostiles ponía una nota más
sobrecogedora sobre nuestra proa.
....
-¡Puede relevar al muchacho mientras baja a reponerse con un trago de
aguardiente!- me gritó el patrón Fernández, cuyas palabras eran
arrancadas de cuajo por el viento.
....
Fui amarrado fuertemente de espaldas al palo. El grito del patrón me
anunciaba el instante del viraje, y asido a la trinquetilla trataba de
realizar en la mejor forma posible la maniobra de cazar el
viento.
.... El huracán arreciaba; por
momentos sentía una especie de inanición, se aflojaba mi reciedumbre, y
sólo la satisfacción de servir en momentos tan graves me obligaba a
mantenerme erguido ante los embates del mar.
....
A cada momento me parecía ver llegar la muerte entre las
características tres olas grandes que siempre vienen precedidas de otras
tres más pequeñas; las rachas escoraban al cúter en forma peligrosa
haciéndole sumergir toda la obra muerta; el palo se inclinaba como un
bambú y el velamen crujía con el viento que se rasgaba entre als
jarcias. Podía decirse que formábamos parte de la tempestad misma,
íbamos del brazo con las olas, hundidos en el elemento, y la muerte
hubiera sido poca cosa más, para la cual ya estábamos
preparados.
.... Navegábamos con la escota
cazada, ladeados extraordinariamente sobre el mar, cuando de pronto vi
que el cúter derivaba rápidamente, crujió la botavara, el estirón de la
escota fue formidable y, allá en la negrura, de súbito, surgió una gran
mole blanquecina.
.... El patrón Fernández
me gritó algo que no entendí, e instintivamente puse mi mano en la
frente a manera de amparo; esperaba que la muerte emergiera de pronto
del mar, pero no de tan extraña forma.
.... La mole blanquecina se acercó: tenía la forma
cuadrada de un pedestal de estatua y en la cumbre, ¡oh visión terrible!,
un cadavér, un fantasma, un hombre vivo, no podría precisarlo, pues era
algo inconcebible, levantaba un brazo señalando la lejanía tragada por
la noche.
.... Cuando estuvo más cercano,
una figura humana se destacó claramente, de pie, hundida hasta las
rodillas en el hielo y vestida con harapos flameantes. Su mano derecha,
levantada y tiesa, parecía decir: ¡Fuera de aquí! e indicar el camino de
las lejanías.
.... Al vislumbrarle la
cara, esa actitud desaparecía para dar lugar a otra impresión más
extraña aún: la dentadura horriblemente descarnada, detenida en la más
grande carcajada, en una risa estática, siniestra, a la que el ulular
del viento, a veces, daba vida, con un aullido estremecido de dolor y de
muerte, como arrancado a la cuerda de un gigantesco violón.
.... El témpano, con su extraño navegante, pasó, y
cerca de la popa hizo un giro impulsado por el viento y mostró por
última vez la visión aterradora de su macabro tripulante, que se perdió
en las sombras con su risotada sarcástica, ululante y gutural.
.... En la noche, la sinfonía del viento y el mar
tiene todos los tonos humanos, desde la risa hasta el llanto; toda la
música de las orquestas, y además, unos murmullos sordos, unos lamentos
lejanos y lacerantes, unas voces que lengüetean las olas: esos dos
elementos grandiosos, el mar y el viento, parecen empequeñecerse para
imitar ladridos de perrillos, maullidos de gatos, palabras destempladas
de niños, de mujeres y hombres, que hacen recordar las almas de los
náufragos. Voces y ruidos que sólo conocen y saben escuchar los hombres
que han pasado muchas noches despiertos sobre el mar; pero esa noche,
esta sinfonía nos hizo sentir algo más, algo así como esa angustia
inenarrable que embarga el espíritu cuando el misterio se acerca... ¡Era
la extraña aparición del témpano!
.... Al
amanecer , lanzamos el ancla en las tranquilas aguas de la resguardada
bahía de Kanasaka.
.... -¡No lo hubiera
creído si no hubiera visto esa sonrisa horrible de los que mueren
helados y esa mano estirada que pasó rozando la vela mayor; si no derivo
a tiempo, nos hubiera hecho pedazos!- exclamó el patrón
Fernández.
.... Cuando junto a la fogata
del rancho contábamos lo sucedido a Martínez, el poblador blanco, uno de
los indios que ayudaba a secar nuestras ropas abrió de pronto
desorbitadamente los ojos y, dirigiéndose a los de su raza, profirió
frases entrecortadas en yagán, entre las que repetía con tono asustado:
"¡Félix!", "¡Anan!", "¡Félix!".
.... El
indio más viejo tomó parsimoniosamente la palabra y nos contó: El otoño
anterior, Félix, un indio mozo, siguiendo las huellas de un animal de
piel fina, atravesó el ventisquero "Italia"; no se supo más de él y
nadie se atrevió a buscarlo en la inmensidad helada.
.... Y aquello quedó explicado sencillamente: el
joven indio, en su ambición de cazar la bestia, se internó por el
ventisquero y la baja temperatura detuvo su carrera, escarchándolo;
llegaron las nieves del invierno y cubrieron su cuerpo, hasta que el
verano hizo retumbar los hielos despedazándolos, y el yagán, adosado a
un témpano, salió a vagar como un extraño fantasma de esos
mares.
.... Todo se explicaba fácilmente
así; pero en mi recuerdo perduraba como un símbolo la figura hierática y
siniestra del cadavér del yagán de Kanasaka, persiguiendo en el mar a
los profanadores de eas soledades, a los blancos "civilizados" que han
ido a turbar la paz de su raza y a degenerarla con el alcohol y sus
calamidades. Y como diciéndoles con la mano estirada: "¡Fuera de
aquí!".
en El Témpano de Kanasaka y Otros Cuentos. Editorial
Universitaria . mayo 1998.