............................................Adolfo Couve


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ADOLFO COUVE

ILUSTRE SOLITARIO

por Ignacio Valente

..... Nacido en 1940 y muerto hace diez días, Adolfo Couve era, dentro de la narrativa chilena contemporánea, el más extemporáneo de sus talentos. No constituyó generación con nadie más, y ni siquiera se parecía a sus coetáneos. Ajeno a modas, corrientes y tendencias, fue siempre un capítulo aparte, un gran solitario, que parecía extraerlo todo -caracteres, lenguaje, sucesos- de su propio aislamiento excéntrico.


... Este quijote de la nouvelle -su género más propio- se dio el lujo de escribir una prosa flaubertiana e intemporal, muy depurada, sobre asuntos "inactuales", con introducciones de tipo descriptivo ya anticuado ("La ciudad de Llay-Llay se extingue poco a poco en una interminable avenida de palmeras que..."), con argumentos que discurren en línea recta, con escasos flash-backs y ninguna "corriente de conciencia": como si no hubieran existido Proust, Kafka ni Joyce. Ni falta que le hicieron, estoy tentado de agregar, porque Couve era de esos raros escritores cuya creatividad personal les permite narrar así, de manera un tanto intemporal, utópica y ucrónica, o anacrónica, casi sin tiempo ni espacio.

... Me adelanto a un posible equívoco: Couve no intentó nunca "distinguirse" de los demás ni de su tiempo, ni prcticó jamás un culto consciente por la originalidad. El famoso ensayo de T. S. Eliot, Tradición y talento individual, se aplica con bastante propiedad a su narrativa. Más bien los buscadores deliberados de "individualidad" y de "originalidad" -dudosa pretensión literaria- fueron otros narradores de su tiempo. El no trató de innovar en manera alguna; su tradición propia radica, por una suerte de connaturalidad casi biográfica, en la novela francesa del siglo pasado, de la cual a ratos parece salir él mismo como un personaje más: origen y no originalidad.

... Pero esta raigambre es profunda y espontánea, y no puede compararse con la intención un tanto formalista de "reciclar" estilos pasados, como hizo José Donoso con ciertas formas narrativas del siglo XIX, un poco a la manera como se hace, por ejemplo, con la música country de los 40 o 50. No pretendo invalidar búsquedas de ese tipo en literatura; pero la original intemporalidad de Couve reside en raíces más profundas, que, de una manera muy sintomática, sólo se pueden expresar en un lenguaje también anticuado o intemporal: afirmando, por ejemplo, que la meta de nuestro autor era la obra bien hecha, la obra de arte, el arte, ¡la perfección y la belleza!, términos que hoy son casi malsonantes, pero que en realidad no han perdido un ápice de su vigencia griega y medieval y moderna.

... En términos de calidad comparativa, mi opinión personal sobre las obras de Couve sitúa su primer título, Alamiro (1965) en un nivel inseguro de iniciación, índole que comparte, aunque ya con mayor madurez, En los desórdenes de junio. Si los niveles menores -pero nada desdeñables- de su obra ulterior son La copia de yeso (1989) y El cumpleaños del señor Balande (1991), sus títulos superiores me parecen El picadero (1974), La lección de pintura (1979), el pasaje (1989) y La comedia del Arte (1995).

... Esperamos con impaciencia su novela póstuma, Cuando pienso en mi falta de cabeza, que aparecera pronto bajo el sello Seix Barral.

... De los personajes de Couve sugerí que eran inactuales, en el sentido superficial del término. Quiero añadir que ellos son personajes verosímiles en su tipo genéricos, pero que, a pesar de su posible "realismo", guardan siempre una enigmática excentricidad; las pasiones que los mueven son las previsibles de la condición humana, pero en ellos alcanzan una singularidad extraña, un cierto no sé qué de indescifrable ( no de "fantástico"), un carácter de auténticas creaciones del espíritu.

... A pesar de su extensa realidad, se diría que tales seres sólo existen en la mirada que los contempla y recrea: una mirada compasiva por la condición humana, tolerante, respetuosa, impersonal, tan sobria que no llega a ser tierna ni menos patética (pero para nosotros sus personajes sí lo son). Son seres matizados por una perspectiva que podríamos llamar la tristeza de vivir. En estos entes de ficción se revela intensamente la paradoja de la objetividad y la subjetividad. Ellos brotan limpiamente del corazón de Couve, como decía Ibsen de los personajes de sus dramas, pero al mismo tiempo participan de la sobria objetividad de un Flaubert, tienen algo mozartiano en su hechura, y aun más, no sería descabellado atribuirles un toque del objetivismo conductista del nouveau roman, porque Couve los aleja de toda disgresión psicológica, no se detiene nunca en su interioridad, y rehúye sistemáticamente todo subjetivismo. Pero aquella vedada intimidad termina por aflorar siempre, e incluso de manera conmovedora, a través de los gestos, los sucesos y los diálogos, o de cualquier súbito detalle iluminador y trascendente, que los relaciona oblicuamente con... la Trascendencia.

... Gracias sean dadas a Adolfo Couve por estos frutos de su creatividad, tan dolorosos para él, y tan deleitables para nosotros como literatura y como humanidad.

 

en El Mercurio 21 marzo de 1998


 

 

 

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