Al
rescate de Adolfo Couve
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Tras
una injusta exclusión, Adolfo Couve tendrá un lugar en el capítulo final
de la muestra acerca de los cien años de la plástica chilena en el Museo
de Bellas Artes. Muerto en 1998, crece el mito en torno a un artista que
recién contará con una gran retrospectiva el 2002.
Sonia Lira /
Rodrigo Miranda
A Adolfo Couve le
dolía escribir. Meses antes de suicidarse -en Cartagena, el 11 de marzo
de 1998- corregía su novela póstuma, Cuando pienso en mi falta de
cabeza, sumido en una profunda depresión. Cada palabra que escogía
para el epílogo de la historia entre el pintor Camondo y su modelo
Marieta, era arrancada con turbación de sus recuerdos. Era un hombre
solo, enfrentado a su pasado y a una hoja en blanco.
Pintar era distinto,
aunque no exento de complicaciones. Para sus retratos, naturalezas
muertas o paisajes, Couve necesitaba usar modelos reales. Requería
entrar en contacto con ese mundo físico que tanto esquivó. El propio
artista decía que la literatura era búsqueda y queja, mientras que la
persona enamorada canta, baila... y pinta. Es este último Couve, el
pintor, el que un grupo de personas ligadas a las artes intenta rescatar
de las más diversas formas.
La actividad más
importante dirigida a su revalorización plástica es la recuperación de
sus óleos, dibujos y acuarelas para la primera gran retrospectiva de su
obra, que se realizará en el Museo Nacional de Bellas Artes. La
exposición es preparada por la profesora de la Universidad Católica
Claudia Campaña, quien ya publicó en los Cuadernos de la Escuela de Arte
de la UC un avance de lo que será el primer catálogo razonado de la obra
pictórica de Couve.
Esta rigurosa
investigación dará origen al catálogo definitivo de la retrospectiva del
autor en el Bellas Artes, originalmente planeada para el 2001, pero que
debió ser postergada para los meses de junio y julio del 2002 debido a
lo inencontrable de sus pinturas. Además, Couve destruyó gran parte de
su trabajo y relegó la plástica a un segundo lugar a partir de
1973.
El concertista
Alfredo Saavedra recuerda que debió rescatar de la basura el óleo
"Palmeras de Cartagena" (1987), luego que a su autor le disgustó la
definición del color en un extremo del cuadro. "Adolfo rompía o quemaba
muchas obras. Es cierto que no tenía una relación particularmente
complicada con la pintura: creaba sobre la tela de manera muy fluida, lo
que no le ocurría con la literatura. Sin embargo, si un detalle le
molestaba botaba el cuadro", recuerda Saavedra.
La exposición que se
prepara para el 2002 será algo más que la presentación "en sociedad" de
un pincel desconocido para la mayoría de los chilenos, aunque convertido
en mito por un grupo de artistas e intelectuales, en su mayoría jóvenes.
También será una forma de no olvidar su doble militancia artística
-primero, a través de la pintura y, a partir de 1965, con la literatura
gracias a la publicación de Alamiro- y que se ha visto eclipsada por su
faceta como novelista. Especialmente luego de la edición del éxito de
crítica que fue La comedia del arte, que marcó el inicio de las
peripecias del pintor realista Camondo -una especie de alter ego de
Couve- y del rapto de su modelo Marieta por un fotógrafo de
instantáneas.
Corrió una suerte
diferente su actividad pictórica, más abundante de lo que se piensa y
que se encuentra dispersa entre diversos coleccionistas o amigos, como
Raimundo Ernst, Isabel Donoso y Alfredo Saavedra, entre otros. Existe
una sola obra suya en el Bellas Artes, "La Playa", un óleo sobre tela
pintado el mismo año de la publicación de Alamiro.
La retrospectiva,
que incluirá trabajos ejecutados entre 1958 y 1995, no es el único
reconocimiento que se hará al pintor. Su exclusión de la segunda etapa
de Chile 100 años Artes Visuales (1950-1973), actualmente en el Bellas
Artes, provocó indignación entre sus cercanos y algunos críticos. "Es
increíble, salas y salas dedicadas a José Balmes y ni una sola
referencia a Couve", sentenció un coleccionista.
Los ecos de este
malestar no tardaron en llegar a la Escuela de Arte de la Universidad
Católica, cuyo director, Justo Pastor Mellado, decidió incluirlo en la
tercera etapa de la muestra. Este tercer capítulo, que será inaugurado
el 19 de octubre, abarca el período comprendido entre los años 1973 y
2000. Allí estará Couve con dos o tres obras en la sección que Mellado
bautizó como Historias de Manchas. "Será una señal, una marca indicativa
de la diversidad y complejidad de los campos pictóricos de los ochenta",
explica.
Por un asunto
generacional, a Couve le correspondía aparecer en la segunda etapa de la
muestra. La gran paradoja es que un curador acusado de antipictórico
(Mellado) sea quien finalmente incluya a un artista que se autodefinió
como realista. "Adolfo aparece como regresivo, pero su regresión
pictórica lo convierte hoy en día en un caso anómalo, cuya enseñanza es
altamente significativa", explica el profesor de la UC. Es precisamente
esta anomalía lo que impulsa al académico a incorporarlo en la misma ala
del museo junto a artistas como Samy Benmayor y Natalia Babarovic:
"Porque constituye un fantasma contra el que la 'vanguardiá debe
luchar".
Discípulo de Pablo
Burchard, Couve asumió la corriente postimpresionista. Su consigna de
regresar a Manet fue su forma de reaccionar frente a una pintura
conceptual chilena que jamás logró asimilar. Para él, la belleza estaba
en la luz sobre una espalda desnuda o en la humildad de un perro vagando
por las calles de Cartagena. Esta opción por el intimismo, esta añoranza
del realismo francés del siglo XIX fue también su modelo de vida. Solía
decir que un artista realista le tiene mucho miedo a la muerte y se
apoya en la perfección y en la síntesis para hacer frente a la
inevitable decrepitud y a la vejez.
Pocas cosas lo
emocionaban más que atrapar de una pincelada la fugacidad de un momento:
la forma en que la luz y la penumbra daban y arrebataban,
respectivamente, realidad a un par de botellas o la peculiaridad de un
gesto. "Se dice que el sol se representa, Burchard lo pinta. Tanto
insiste, con tal vehemencia, que el sol-óleo se enciende", escribe en un
catálogo dedicado a la obra de su maestro.
Durante más de 30
años fue profesor en la Facultad de Artes de la Universidad de Chile,
donde se detenía en "El Florero Azul", de Cézanne; "La Ronda Nocturna",
de Rembrandt, y "Las Meninas", de Velázquez. Una vez que finalizaba las
clases no daba pausa para que sus alumnos se le acercaran y literalmente
huía del lugar. Era de ese tipo de personas que se hacía notar por sus
ausencias.
Algo similar ocurre
con sus obras. Sus piezas literarias son breves y la mayor parte de su
producción pictórica -unas 160 obras, entre acuarelas, óleos y dibujos-
está dispersa y mal documentada, según señala el texto de Claudia
Campaña.
Existen dos períodos
bien definidos de su pintura, luego que en 1973 él mismo relegara la
plástica a un segundo plano. Aunque nunca dejó de pintar, retoma los
pinceles con nuevas fuerzas a mediados de los ochenta, para exponer por
última vez en 1985 y 1986.
Su obra tampoco está
en el circuito comercial, aunque Mellado piensa que pronto comenzará a
transarse, porque el mercado del arte también funciona sobre la base de
expectativas. Y la recuperación rigurosa y académica de sus creaciones,
unida al mito, probablemente elevará su obra a la categoría de
culto.
"A Couve no le
interesaba el circuito comercial, su obra no se sabe exactamente dónde
está: hay cuadros en poder de algunos coleccionistas, pero la mayoría
está fuera de circuito. No hay suficiente oferta", reflexiona el crítico
José Zalaquett.
Si sus cuadros
encontraran un lugar en el mercado -opinan los expertos- tendrían un muy
buen precio por cuatro razones: primero, la paulatina revalorización de
la pintura; segundo, la afición de los chilenos por el arte que no
"perturba" los ambientes; tercero, su calidad como pintor, y en cuarto
lugar, la leyenda que se creó en torno a su vida y a su trágica muerte
en Cartagena.
Hace unas semanas,
un par de jóvenes artistas pintó la caja de pinceles de Couve. Fue en el
crepúsculo, mientras Alfredo Saavedra tocaba en su piano "Los Nocturnos"
de Chopin, la música favorita de Couve, en una habitación donde colgaban
varios de sus cuadros. Algunos coleccionistas miraban la escena, pero
nadie puso precio a su arte.
en revista QuePasa, 20 agosto
2000