..........Adolfo Couve
(1940) había escrito dos libros de cuentos: "Alamiro" y "En los
desórdenes de junio". No, no eran cuentos: eran estampas herméticas,
instantáneas donde el pretérito -la infancia o el pasado hist´rico
colonial- se recreaba mediante una escritura prolija e impersonal, y
los pequeños gestos de antaño eran rescatados del olvido por una
suerte de "poesía de la memoria", tan exacta como triste.
..........He aquí su primera
novela, breve y melancólica, genial e imperfecta. Su obsesión sigue
siendo el pasado, la memoria, la irremisible nada de todo lo
que fue, y por tanto, de todo lo que será. Los avatares de una familia
de la aristocracia criolla, un puñado de vidas crepusculares, cargadas
de pasado, que se disipan en un tiempo sin horizontes, son la materia
de este ejercicio retrospectivo. Los capítulos, casi independientes
levan nombres de personas -Blanca Diana, Zapiola, Condarco...- y
forman una espléndida galería de retratos, entre exactos y vaporosos
-estilizados- de la acaudalada familia porteña. El asunto -la grandeza
y miseria de nuestra clase alta y su declinación- estáya trillado en
nuestra narrativa; pero el lenguaje y el estilo -y por tanto la
visión- son completamente distintos, personalísimos y quizá únicos en
la literatura nacional. Estamos aquí muy lejos de todo ensayo de
realismo social o psicológico; las coordenadas de espacio y tiempo de
esta novela son extrañamente vaporosas, indeterminadas. El medio
social, aunque fácilmente reconocible, es lo de menos; el lenguaje,
sutilmente trabajado y preciso, es de por sí un mundo y un modo de
mirar la vida; y los personajes, en su conmovedora fugacidad,
transitan llenos de misterio por las páginas de este obituario. A la
postre no sabemos nada de ellos, sino que cumplieron ciertos actos,
casi rituales, desde luego insignificantes, en el gran teatro del
mundo. Couve se aplica a su reconstitución con un arte eximio, con una
serenidad desesperada. Su manera es la de Flaubert, impersonal y
objetiva, elaboradísima, precisa y distante; la visión que ese estilo
trasunta podría decirse con las palabras del Eclesiastés, aquel
maestro bíblico: "He observado cuanto sucede bajo el sol y he visto
que todo es vanidad y atrapar vientos".
..........Hay que precisar
bien la índole de este radical pesimismo. Nada especialmente trágico
sucede en la novela ; no hay ni sombra de un hado o destino que,
después de todo, proyectaría cierta sublime grandeza sobre los gestos
aquí recreados. Más bien hablaríamos de lo tragicómico, si no fuera
que eso hace pensar en intenciones críticas del autor, cosa del todo
ausente en esta novela. Los personajes viven, aman fugazmente, se
sujetan a las convenciones sociales o las rompen, recibe de la vida su
módica cuota de placer y dolor, de ilusión y tedio: Blanca Diana
misteriosa y distante, hermosa y enfermiza; su hermana Raquel,
melodramática y vital, dichosa y desgraciada; el señor Sousa, trivial
en su rol doméstico y en sus amoríos; Angelino, adolescente y débil,
indeterminado. La enorme tristeza de estos destinos consiste en que
sus protagonistas están hechos de pequeños gestos, de pasiones
inútiles, de ritos impotentes, cuya inanidad se hace sentir ya
difusamente en su propio inicio: el autor, a la distancia, no espera
nada de ellos. Y la novela misma es una colección de fragmentos, de
esmeradas miniaturas o medallones, tan prolijos que parecen eximirse
del tiempo; un intento de salvar estos residuos del naufragio de la
nada, una melancólica reminiscencia de esos gestos vacíos, un esfuerzo
solidario por recrearlos a pesar de todo, como diciendo: estos
ademanes naúfragos, que el tiempo no perdonará, son, a fin de cuentas,
todo lo que tenemos: esto es la vida; todo es vanidad y atrapar
vientos.
..........Tras el lenguaje
sereno de este relato se oculta un apasionado apego del autor
-autentico amor- por esos pequeños seres gesticulantes, por sus
mínimos ademanes, por su carencia de destino. Es una solidaridad
conmovedora, tan grande, que el autor no vacila en dar a su propia
novela la forma de estas vidas: su estructura fragmentaria, y sobre
todo su terminación evanescente, ese progresivo deshilacharse de los
personajes y de los capítulos, de la novela misma, que en realidad no
termina, no se cierra, sino que simplemente se evapora en el vacío. La
primera impresión del lector es que faltaron arte, unidad y cohesión
narativa; pero una lectura reflexiva revela esa dispersión formal como
el único lenguaje posible para expresar esta clase de
destinos.
..........El autor ha sido
fiel a sus sombras, a sus obsesiones, a su melancolía de la vida; ha
creado el montaje exacto -imperfecto y disperso como sus propias
criaturas- para revelar esa dispersión existencial. "El picadero" es
unanovela intrépida, sin impostación de voz, sin trucos formales,
artística en el mejor sentido, llena de una secreta sabiduría, de una
serena tristeza, con páginas de una penetración magistral en el
misterio de las relaciones humanas, en la inanidad de los destinos
humanos. Su desencanto es su verdad, es su calidad literaria, es su
belleza.
..........Creo percibir el
origen de esta visión melancólica del mundo. Es un sentimiento pagano,
pero sólo posible en un medio bíblico y cristiano. Pues sólo en este
medio alcanza tales proporciones la "tristeza de este mundo", la
fugacidad del tiempo, la inanidad del ser finito. Cuando el contrapeso
de este sentimiento -la fe en la eternidad, la alegría teologal- se
pierde, los hombres buscan sustitutos, mitos, ideologías, causas
terrenas, que de algún modo remeden la fuerza de la religión, su
entusiasmo creador, su esperanza. Couve mira desde fuera, desde las
tinieblas exteriores, la luz de la fe, intensamente sentida como el
único sentido posible de la existencia. Pero, desde esa distancia,
escéptica, ha optado heroícamente por no sustituirla con mito alguno,
ni siquiera con la blasfemia o la rebeldía. Entonces asume esta vida
imperfecta, este mundo vano, con serena lucidez: con amor. Ama a esos
despojos que se llaman Blanca Diana o Sousa, recrea sus pequeños
gestos con un arte exquisito, como formas valiosas qe brillan un
segundo antes de hundirse en la nada. Reconstituye esos pobres
destinos en un ejercicio ascético y humilde, enormemente conmovedor en
su deseperanza y en su lealtad.
..........Nada semejante a
Couve se encuentra en la narrativa de su generación. Entre los
novelistas de su edad los hay ciertamente más hábiles; pero ninguno
tan serio en la elaboración de su arte, ninguno tan honesto, tan
lúcido, tan fiel a sí mismo, tan exacto en la expresión de su propio
mundo como lo es Couve en la revelación de su melancólico sentido de
la existencia. Y, dentro de ese rango, pocos personajes recuerda uno
tan perdurables en su humanidad y tan nítidos en su expresión
narrativa como los seres misteriosos, precisos en su vaguedad, reales
en su insignificancia, que pueblan esta extraña novela.
en El
Mercurio, Santiago 27 octubre 1974