EL CREDO
--Tú crees que a tu padre lo defraudabas, pero lo que a lo
mejor tenía era mucho miedo por ti.
--Yo creo, y tenía razón de
tener medo por mí, porque yo tuve que armar una academia personal, un
rigor personal, un orden personal, una moral personal, ¿te fijas? Porque
no tuve la otra. Como no tuve la real, la convencional...
--No te pudiste guarecer ahí...
--Claro, no tuve norte
yo. Soy la persona más poco convencional que existe. Hasta el día de
hoy, en que me siento enrocado en una situación que no sé cómo desarmar,
porque resulta que armé una cierta seguridad que me amarra
mucho.
--Que es la que has podido sustentar..
--Entonces, ¿qué
pasa con la literatura? La comedia del arte me abrió una libertad que me
merecí, con un trabajo que son los otros libros anteriores. Una libertad
ganada, aunque me hayan ayudado a corregir, pero no importa porque en un
99 por ciento es mía.
--Pero si a todo el mundo lo ayudan los editores y los
correctores de estilo.
--Eso yo no lo puedo entender porque a mí
me pasa que si tú me ayudas, me pasas en limpio y me corriges, me viene
la paranoia de que tú me escribiste la novela. Porque yo tengo todas
esas cosas también. Bueno. Pero la libertad que me dio La comedia del
arte tengo que aprovecharla. ¿Para qué? Para llegar a un credo que
ya no sea debido al de un rigor convencional de la tarea bien hecha. Eso
es lo que yo necesito: a través de este puente que es La
comedia... llegar a eso que llegó Pound, no sé si Eliot. A lo único
que aspiro en la vida es llegar a hacer este rigor en forma más suelta y
metiendo ingredientes míos, de mi experiencia, de mi historia, que no
tengan que pasar el examen del mundo. Que yo imponga al mundo una cosa
mía. Porque hasta ahora he tenido que ser obediente, de todas maneras, a
los géneros de la literatura. No he sido tan genial como para hacer el
Ulises, pero de eso tengo hambre.
--Tú dices entonces encontrar formas
nuevas...
--Encontrarse con que la fuerza superior obra en mi
trabajo. Ser no profeta, sino un canal lo más impersonal -porque yo para
mí no quiero nada-, un canal receptor, receptor de una tarea, de una
misión. No de una misión extraordinaria para cambiar a nadie, sino para
que el día de mañana una persona que no crea en los valores
convencionales encuentre en lo que yo hice y en otros- porque lo que uno
hace lo está haciendo otro altiro: aquí en Chile deben de haber 4, en
Argentina 2, en Colombia 8- estas señalizaciones de felicidad. Bonito lo
que te dije, ¿o no?
--Bonito. ¿Qué estás tratando de escribir
ahora?
--Estoy tratando de hacer ese libro que se llama Historia
y geografía. Lo que quisiera es llegar a esta síntesis ya sin tema. Pero
yo no sé si voy a poder hacerlo. De lo que estoy absolutamente seguro es
que tengo que quitar todo lo que tenga que ver con lo que yo he quitado
siempre y que es lo que no me interesa.
EL TORNIQUETE
--¿Cuándo te dan ganas de pintar?
--Cuando hay un sol
que me está motivando. ¿Por qué pinto en verano dos o tres cuadritos y
no pinto más en todo el año? Porque siento ese llamado de la luz. Pero
el problema es que la pintura no refleja la historia, que es una
cuestión que a mí me ha interesado desde chico, ni tampoco deja entrar
las historias del corazón. Por ejemplo, en medio de todo ese parloteo
del EL señor Ballande, hay una frase que dice: tal vez el amor no
sea más que un encargo del recuerdo. Esa frase, te fijas, es de otro
calibre que lo otro, esa frase no está en ningún cuadro del
mundo.
--¿Y cómo es esa diferencia tan tajante que haces entre el
escritor profesional y el artista?
--Los artistas son personas
que no hacen nunca nada bien y que todo lo que hacen es genial. Esos son
los grandes artistas. ¿Has visto algún diccionario aquí en mi casa?: los
hombres de letras tienen el diccionario siempre abierto sobre el
escritorio y están todo el tiempo hablando de los otros escritores y
leen para estar al día, cosa que a mí me quita tiempo. Los hombres de
letras tienen facilidades, en cambio para el artista es terrible cuando
tiene que escribir, porque es lo más porro que hay y no le resulta la
sintaxis. Pero -y esto es lo bonito- cuando de a pedazos le resulta eso
que le resulta, no le resulta nunca a un hombre de letras. ¿Me
entiendes?
--Tú hablas mucho de la vejez. ¿Qué te pasa con
eso?
--Sí, porque mira: un niño no puede no cumplirle a la vida.
Un niño no puede meterse a su pieza y no salir más, pero un jubilado se
puede morir en su pieza tranquilamente. Un jubilado puede no tener
amigos -qué terrible ¿ah?-, un jubilado puede no salir de su pieza,
puede vivir solo, puede morirse de hambre, puede morirse solo, y yo
conozco gente que se ha muerto sola y que la han encontrado varios días
después. Lo que es una prueba de que con los años a la gente no le
importan los demás. Y cuande les importan les importan mal. Porque es el
abuelito que anda dando botes adentro de una casa o una vieja que se
hace la simpática, porque las viejas se hacen las simpáticas.
--Para pedir perdón.
--Para pedir perdón por ser
viejas. Yo no quiero eso. A no ser que me dé Alzheimer, porque ahí uno
ya no sabe qué bola huacha anda acarreando muebles adentro de la cabeza.
Yo encuentro que la vejez es peor que la muerte. Claro. Entonces o tú
transformas la vejez o la vejez es lo peor. Porque hay viejos que se la
pudieron y que no son viejos, sino seres humanos cargados de algo, ¿me
entendís? Bueno, eso es lo que hay que lograr y eso se logra con caminos
difíciles. No se logra repitiendo cosas. se logra como Pound.
--Te sientes atrapado acá, en tu situación.
--No. Yo
siento que tengo que darle gracias a Dios que no me morí anoche, porque
no me vino el dolor profundo al pecho que a veces me viene, y porque no
me caí muerto en la alfombra. Porque yo siento que un día me va a venir
un gran ataque, y yo no sé qué voy a hacer un lunes a las 3 de la
mañana, llamando a la asistencia pública. Tengo confianza en que Dios no
me va a dar espectáculos espantosos como el que una vez me dió con otro
persona. Aquí era un domingo en la noche y vino la mujer de un cuidador
que yo tenía, el Daniel, que vivía ahí en la casa del frente,gritando
"Don Adolfo, el Daniel se está muriendo". Entonces yo no atiné a nada.
Llamé a la asistencia pública de San Antonio y le dije: "Hay un hombre
que se está muriendo en la vereda". "¿En qué vereda?", me dijeron ( se
ríe ). Les expliqué. Salí para afuera y vi que Daniel saltaba como
monito; de dolor, como monito. Ahí estaba Daniel saltando solo en una
vereda en Cartagena donde no había nadie, en invierno a las tres de la
mañana, y ahí estábamos los dos: él saltando y yo mirándolo y pensando:
"qué bueno que no soy yo, a ver, ¿qué hago?". Entonces le dije a la
mujer: "Anda al baño, moja una toalla y traémela". Me trajo una toalla,
yo la estrujé y con ella le hice un torniquete en la cabeza a Daniel (
se ríe ). Y tan fuerte le apreté la cabeza que el tipo dejó de tener
dolor. Mira lo que hice: no atiné sino que a llevarle todo a la cabeza.
Hasta que llegó la asistencia y me dijeron "¿Qué está haciendo ahí?" y
se lo llevaron al hospital con la señora.j
en Revista Paula, marzo 2000
Fotografías :
Paz Errázuriz