de EL TREN DE CUERDA.
(texto escogido)
CAPÍTULO
TERCERO
.......... Sólo Pavel acompañó al
niño a la estación. Ambos se paseaban tomados de la mano a lo largo
del andén, cuyo último tramo, a diferencia del que cubría la inmensa
bóveda metálica, se extendía varios metros bajo el sol. A los
portaequipajes, que arrastraban pesados carros repletos de bultos, al
dejar la sombra se les encendían repentinamente sus casacas y gorras
de paño rojo. Los botones de bronce y el reborde de metal que remataba
las viseras repartían inusitados destellos. El parlante destinado al
anuncio de los horarios reproducía canciones. Un incesante ir y venir
de palomas comunicaba la plataforma de cemento con la
lejanía.
.......... Anselmo recordó su
tren de cuerda, y Pavel le explicó que, a distancia, aquel que
aguardaban y el suyo se verían del mismo porte. De pronto, el parlante
cesó de transmitir música y anunció para los próximos minutos el
arribo. El pequeño apretó nerviosamente la mano del chofer, y no pudo
dejar de interrogar a un maletero que pasó junto a ellos:
.......... -¿Falta mucho todavía?
.......... El empleado respondió como de
memoria:
.......... -Ya viene, ya
viene...
.......... La música, que se
había reanudado, fue silenciada cuando los sones de la acompasada
campana y el rechinar de émbolos y ruedas de la locomotora irrumpieron
en la estación. Los resoplidos de esa especie de ballena de fierro,
sus goterones de sudor de aceite y la vibración agitada de su pulso
impresionaron al niño que atribuía sólo a ella, y no al diminuto
maquinista que asomaba arriba, el mérito del viaje.
.......... La atención de Pavel se dirigió a los
coches de primera clase. Anselmo lo seguía con dificultad entre la
gente. Su madre no aparecía. Cuando desalentados revisaban los últimos
vagones, sólo se toparon con un viejo camarero que barría los
pasillos.
.......... Al llegar a casa,
un llanto violento y entrecortado le impidió hablar. Algo inútil,
referente a un telegrama, intentaba explicarle Pavel mientras le
ofrecía su pañuelo.
.......... Las horas
restantes las pasó el niño en su pieza, de bruces sobre la cama
apretando en su mano el pañuelo. Desde allí, alternaba sus
ensoñaciones y penas con la visión un tanto desdibujada de su tren de
cuerda, que, descarrilado a lo largo de la alfombra, recibía
salpicaduras de sol en sus carritos pintados y en los tramos de riel.
.......... Al día siguiente, aún se
percibía en la pieza el perfume que impregnaba el pañuelo de Pavel.
Ese aroma dulzón le recordó aquel otro que despedían las flores al
óleo que éste solía pintar en el jardín. Junto con rememorar esos
cuadros opacos que distraían la belleza del lugar, tuvo presente las
muestras de ternura que el artista le dispensaba cada vez que espiaba
su labor. A diferencia de otros creadores, que no toleran las
interrupciones, Pavel demostraba con su actitud benévola que las
personas estaban primero, y cuando lo veía llegar apartaba lejos el
caballete y la caja de colores.
.......... Hubo noches en que Anselmo soñó con su
sonrisa, que como una tajada de melón recorría la oscuridad del cuarto
para instalarse junto a su lecho.
.......... -¿Te falta mucho todavía? -indagaba el
niño, observando esas manchas que intentaban transformarse en pétalos
de flor.
.......... -Basta por hoy
-respondía Pavel haciendo un gesto de asco, mientras se alejaba del
boceto para examinarlo a distancia. Luego su rostro se iluminaba al
volverse hacia el pequeño curioso, y emocionado como ante la visión de
un ángel, lo tomaba en brazos oprimiéndole con tanta ansiedad que a
Anselmo le faltaba el aire.
..........
Esta angustia demostrada por el niño lo tentaba de risa,
redoblando abrazos y caricias, mezcladas con piruetas y carreras. A
veces caían al suelo, confundiéndose en un solo griterío los llantos
de Anselmo y las carcajadas del pintor.
.......... Las lágrimas del desconcertado niño
volvían a Pavel a la realidad. Parecía despertar de un sádico sueño. A
pesar de todo, Anselmo, que no cesaba de reír mientras sollozaba,
presentía que bajo esos tratos bruscos se escondía un amor a toda
prueba. A medida que recordaba aquella tarde su relación con Pavel,
una leve sonrisa se dibujó en sus labios. Comparado con el
insustituible amor materno, este otro casi no lo consideraba. Pese a
todo, una fuerza poderosa lo hizo incorporarse y descender hasta el
patio trasero. Al enfrentar el corredor, advirtió que no había nadie.
La falta de viento dejaba inmóvil la ropa tendida, y el sol era tan
intenso en el lugar de las flores que éstas perdían el color
volviéndose monocromas como todo lo que las rodeaba. Bajo la galería
de vidrios se sintió mejor. Había reservas de humedad de otros
meses.La lora, lejos de su percha, caminaba torpemente por el borde de
una jardinera. La puerta de Pavel estaba abierta. En un principio el
niño no vio nada, pero a medida que se habituaba a la oscuridad, fue
distinguiéndolo todo. El chofer, al observar su silueta a contraluz,
se ocultó rápidamente tras un biombo de género que él mismo había
confeccionado con un par de bastidores. El mobiliario era escaso: dos
sillas metálicas, una mesa y un cajón forrado en hule que hacía las
veces de velador. Los muros estaban atestados de cuadros y un olor a
óleo rancio y a barniz emanaba de ese cuarto sin ventanas.
.......... El niño, al sentir la presencia de
Pavel, avanzó hasta el biombo. Sólo el ruido de los mordiscos que la
lora daba a las macetas interfería en algo la respiración acelerada
del chofer. Sin decir una palabra, Anselmo se asomó tras los
bastidores. Pavel era irreconocible. Se había colocado en la cabeza
una especie de postizo de crin del que pendía gran cantidad de bucles
empolvados, cintas, flores y gasas. Sus mejillas sin afeitar estaban
saturadas de colorete y en una de sus manos sostenía un fieltro de
anchas alas adornado con plumas de avestruz. Anselmo, al tratar de
salir tropezó con el biombo, el que se vino al suelo con gran
estrépito. Una vez fuera, huyó despavorido a través de la galería de
cristales y el campo de amapolas