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Tres acercamientos a Lapis aurea, de Claudia Posadas:
Javier Sicilia, Josu Landa y Antonio Tenorio



Por la particularidad de la voz poética mostrada en Lapis aurea (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (México)/ Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (Chile), LunArena Editorial, Puebla, 2008, 16 pp.), de Claudia Posadas, la crítica mexicana ha llamado la atención sobre este trabajo ya que implica una visión moderna de determinados universos simbólicos, una meditación sobre la posibilidad del espíritu en la época contemporánea, así como una lectura atenta y reflexiva de la tradición de la poesía mexicana y de otros ámbitos a la que esta escritura pertenece. A continuación se presentan los textos que sobre esta edición realizaron Javier Sicilia, quien hace poco recibiera el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2009, y que fue publicado en el suplemento de cultura La Jornada Semanal,  del periódico La Jornada (5 de abril de 2009); del poeta  y filósofo vasco-mexicano-venezolano Josu Landa, que apareció en Luvina, Revista Literaria de la Universidad de Guadalajara (Primavera 2009, núm. 54), y del narrador y ensayista Antonio Tenorio, que fue publicado en el suplemento cultural Laberinto, del periódico Milenio (3 de enero de 2009),  y que también fue el texto que Tenorio, en su calidad de Agregado Cultural de México en Chile, leyó durante la presentación de esta plaquete en la Biblioteca Nacional de Chile en 2008.

Asimismo, Lapis aurea forma parte del proyecto “Tríptico de los Caminos”, conformado por la mencionada edición, y las plaquetes de poesía Consolament (edición bilingüe (español-inglés, traducciones de Kurt Hackbarth, John Oliver Simon y C.M. Mayo), de reciente aparición (LunArena Editorial, 2009) y Scriptorium, de próxima publicación, las cuales serán parte de un libro que se titulará Liber Scivias.

 



Claudia Posadas, la más triste de las alquimistas
Javier Sicilia

Publicado en La Jornada Semanal, suplemento cultural del periódico La Jornada, columna “La casa sosegada”, de Javier Sicilia, Domingo 5 de abril de 2009, núm. 735
http://www.jornada.unam.mx/2009/04/05/sem-javier.html

Claudia Posadas pertenece a una extraña estirpe en nuestro mundo moderno: la de los alquimistas. Al igual que Jorge Cuesta —otro extraño entre los modernos— ella podía nombrarse a sí misma “la más triste de los alquimistas”. Pero si Cuesta comprendió mal la alquimia —a través de sus investigaciones y experimentaciones con las enzimas buscó la fuente de la eterna juventud en un sentido moderno y pedestre—, Posadas no sólo la comprende plenamente, sino que la ha recuperado en su más reciente plaquete, Lapis aurea (CNCA México/Chile, LunArena Editorial, Puebla, 2008). Desde su título, que podría traducirse como piedra dorada o, para mantener la fidelidad al latín que quedó entre nosotros, piedra áurea, Posadas nos introduce en el misterio fundamental de las transformaciones que buscaban los alquimistas: no las de la materia —analogía de un proceso que es del orden de lo inefable o encubrimiento para hablar de cosas que sólo los iniciados podían entender—, sino las del espíritu.

Lapis aurea es así, por un lado, la búsqueda de la piedra filosofal, de la sabiduría eterna que está en la invisibilidad de Dios y, por otro, el grito, la tristeza desgarrada de no hallarla a causa de la materia. Para Posadas, la materia es atroz. No es el lugar del encuentro con el Inefable, sino, en su sentido platónico y dualista —del que cierta alquimia estaba imbuida—, una cárcel, un límite, un peso del que el alma intenta duramente escapara para encontrarse con Él. De ahí la tristeza y la desesperación de muchos de sus más bellos versos: “Dónde hallar la transparencia en esta acumulación de carne y huesos,/ en los órdenes infinitesimales que obedecen a leyes ajenas a lo eterno/ como pequeñas y mortíferas máquinas de precipicio.”

Aunque la materia le parece detestable: “Renacer es existir fuera de esta carne atravesando la niebla el velo y la materia     la materia su dolor su podredumbre”, aunque quisiera la invisibilidad de los espíritus puros, Posadas sabe, a su pesar, que el alma del hombre, espíritu encarnado, no puede subsistir sin ella. Por ello, como los alquimistas antiguos, quiere y pide trasmutar la materia, en la que el alma está encerrada para que, libre de su opaca materialidad, pueda animar otra corporalidad. Si el hombre —parece ser la sustancia de Lapis aurea— no puede subsistir sin su carne, puede al menos hacerlo en una dimensión en la que el cuerpo, trasmutada por el deseo del alma de fundirse con su Creador, se cambie por un cuerpo de diamante, una pura materia lumínica como la de “los astros uncidos en su propia aura”.

La tristeza de Posadas es haberlo entrevisto y saber, sin embargo, que ese proceso no termina. Atrapada en un mundo cada vez más opaco, los procesos alquímicos, que nos narra de una manera tan poética como moderna, parecen más que nunca ajenos al hombre.

“La historia de la poesía moderna desde el romanticismo —escribió alguna vez Octavio Paz—, es la historia de las respuestas que los poetas han dado a la ausencia de un código universal eterno” que se perdió con la modernidad. Al igual que otros poetas, Posadas no busca la imposible reconstrucción de ese código, sino los vestigios que hay en lenguajes que hablaron de él analógicamente. Ella los mira en la alquimia y en ciertas partes de la mística cristiana impregnadas de neoplatonismo.

Aunque no comparto su dualismo —porque no creo que haya en el hombre un cuerpo y un alma, sino una carnalidad en su sentido de experiencia sensible que resucitará con su historia transfigurada—, aunque creo que esa nostalgia de pureza, que viene del dualismo con el que cierta parte del Occidente impregno al cristianismo, generó la sociedad desencarnada en donde la carne y la materia se han vuelto opacas, en el bosque de signos alquímicos de Lapis aurea, escucho la transparencia de la luz oscurecida en nuestro tiempo, esa luz —metáfora de Dios tremendamente carnal y somática— que, como dice el hermoso poema con el que cierra Lapis aurea, permite “la mansedumbre” donde vivimos, vibramos, respiramos, “en el pulso de tu pecho denudo,/ crisol donde todo se templa/       y todo es olvido”.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la Appo, y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.


Claudia Posadas: Poemas de la Piedra de Oro
Josu Landa

Publicado en Luvina, Revista Literaria de la Universidad de Guadalajara, Primavera 2009, núm. 54, pp. 136-138.
http://luvina.com.mx/foros/index.php?option=com_content&task=view&id=273&Itemid=42

Más de diez años después de la aparición de su primer poemario, La memoria blanca de los muros (Colección La Hoja Murmurante núm. 262, Ediciones La Tinta del Alcatraz, Estado de México/UAM, 1997), Claudia Posadas saca a la luz este manojo de poemas, de entre los que ha venido forjando, con paciencia y casi en silencio total, en medio del mundanal ruido de la cultura: mientras prepara alguna antología o compilación de textos ajenos, conversa con algunos de los principales poetas del continente para registrar lo hablado en la prensa cultural u organiza la presentación de algún libro.

Lapis aurea (CNCA México/Chile, LunArena Editorial, Puebla, 2008) no recoge toda la labor poética realizada por Claudia Posadas desde aquella otra entrega primeriza, pero sí la representa. Los escasos cinco poemas que aquí se ofrecen —de extensión, en general, más que mediana— dan cuenta de un universo simbólico en claro proceso de afirmación, así como de un tono, un léxico y un sentido de la composición acordes con él.

Ese universo que recrea Posadas con su escritura es el del espíritu imperecedero de los místicos, los magos y los alumbrados. Es el mundo de Plotino y Dionisio Areopagita, de Hildegarda de Bingen y Teresa de Jesús, también de Juan Eduardo Cirlot, Armando Rojas Guardia y Javier Sicilia. Son los dominios, en suma, de quienes se consumen en la visión de la Luz y en el eco de la Palabra, y se esfuerzan en pergeñar esa experiencia con los caracteres propios de la poesía.

Es de esperar que un mundo como el presente —en el que a la retirada o pretendida expulsión del Espíritu le siguen el desenfreno criminal, el egoísmo ilimitado de los poderes fácticos, el sinsentido en casi todos los órdenes de la vida, la desazón constante y sin contrapeso en ninguna esperanza razonable, la desmesura en todo lo peor, en medio de la devastación de la Tierra y el empozoñamiento del aire, las aguas y aun las bebidas espirituosas— suscite un ímpetu de sentido contrario en las almas más sensibles. Tarde o temprano, toda la buena poesía de los días por venir habrá de encarar ese terror que, de seguro, es la madre de todos los terrores larvados y en trance de estallar. Y una de las formas de encauzar ese impulso es la poesía que abraza, en toda su radicalidad o en algunos de sus aspectos más llevaderos, una antigua y extendida tradición que apenas caracteriza bien el adjetivo “mística”. No hay, pues, incongruencia en el hecho de sobrevivir en la megalópolis enloquecida y envenenada y procurar que el fuego lábil del corazón agitado por la vorágine hipermoderna aspire a fundirse con el inveterado corazón ígneo y divino de las estrellas.

Claudia Posadas ha optado, a su manera, por transitar ese camino. Por eso, en último término, su programa poético —que, en el fondo, es también su proyecto de vida— queda trazado en los tropos de este verso: “Dormimos en la barca sin saber la voluntad de su abandono”: frente a la soberbia destructiva del mundo, la humildad —a un tiempo gratificante y abismal, aterida de miedo— del dejarse llevar por el tiempo. Por eso, también, esta nueva visitación a la Lapis Aurea, la Piedra de Oro. El término remite, cuando menos, a la tradición alquímica, al afán por acceder a lo ultramundano desde lo terrenal, de trasuntar la materia impura en sustancia pura, simbolizada desde siempre, en este mundo, por el oro. No se trata de evasión, sino de lucha contra la mundanal deriva hacia la nada, hacia lo que sólo en apariencia es valioso y digno de esfuerzo, desde las cifras mismas de la Tierra imperfecta y, así,  interfecta, por aquello que decía Cirlot, en una carta a un amigo: “Si algo muere, es que no vive absolutamente.” En menos palabras: se trata del viejo anhelo de absoluto: una buena pasión demasiado humana.

Según lo que registra el curioso Lapidario de Alfonso X el Sabio, las limaduras de la piedra de oro —el metal más noble, “porque la nobleza de la virtud del Sol aparece más manifiestamente en él”—, con el debido acompañamiento de comida o bebida, ayuda “al que tiene miedo por razón de melancolía”. Me parece un buen punto de afinidad con estos poemas de Claudia Posadas: limaduras del verbo como “el ave del significado es una ráfaga sin forma”, entonan con el sentimiento de que “me  abandona la tibieza de lo que había creído una pertinencia”, con la impresión de que “todo signo se convierte en vértigo” y de que se está “en esta orfandad”, en la que justamente “sólo existe el miedo”; pero el hecho de sorberlas con el pan y el vino de la poesía, permite superar el regusto aniquilador de esas tristezas que, al ser proferidas en el poema, imantan algún brote de la esperanza y la alegría.

Esta clase de poesía es fuertemente ideológica: tiende a privilegiar ciertas visiones y aun doctrinas sobre las exigencias formales de la composición poética. De ahí la presencia de frases como “...la materia   su dolor su podredumbre su razón que no subsiste más allá...”, que muestro a título de ejemplo. Con todo, Claudia Posadas demuestra tener conciencia de estos peligros y, en consecuencia, se esfuerza por no abusar de recursos retóricos vanos y cimentar el fraseo en una sintaxis fluida, en general, reacia a molestos encabalgamientos y no pocas veces vocada al versículo.

Otra característica arriesgada de este tipo de escritura es el léxico, la sobreabundancia de vocablos con los que sólo unos cuantos iniciados pueden estar familiarizados. De por si, la metafórica del Espíritu parece resistirse siempre a la comprensión de los legos: recordemos los afanes de San Juan de la Cruz  —en realidad, toda una reescritura en prosa— por hacer que una monja de su propio tiempo entendiera sus poemas. Estos de Claudia Posadas adolecen, en parte, de esa sombra: palabras como “paroxitum”, “nigredo”, “Azoth” o “albedo”, junto con términos como “Resurrección de la Torre del Homenaje”, “opus magnum” y otros, pueden cortar, en un principio, la comunicación con el lector. Sin embargo, algunos de ellos, por lo menos, en medio de expresiones de sugerente ambigüedad, pueden suscitar curiosidad, empatía y disfrute, en virtud de que, con mucha frecuencia, el potencial más fecundo de la palabra poética está en la polisemia y la anfibología, no tanto en la literalidad.

Con todo y sus momentos de caída y superables imperfecciones —como sucede, por lo demás, hasta con los mejores poemarios— esta plaqueta de Claudia Posadas pone en evidencia una pertinente exploración en una de las posibilidades menos cultivadas de la poesía y tal vez más prometedoras de cara a los tiempos que se avizoran. El sentido verdadero de la alquimia estriba en la pericia y la maestría destinadas a hacer que las cosas humanas, las de esta tierra, mejoren; no se le puede negar a Claudia Posadas una plena concordancia con ese espíritu, con ese afán de que la palabra poética mejore y resane el discurso enfermo de este mundo.

 

 


Lapis aurea, de Claudia Posadas: Una poética en el corazón del fuego
Antonio Tenorio
(1)

Publicado en Laberinto, suplemento cultural del periódico Milenio, núm. 290, sábado 3 de enero de 2009.

Este texto fue leído por el autor, entonces agregado cultural de México en Chile, durante la presentación de Lapis aurea en la Sala Ercilla de la Biblioteca Nacional de Chile, en abril de 2008. En el acto participaron generosamente los poetas Thomás Harris y José María Memet y Antonio Tenorio. El video de la presentación es cortesía del poeta chileno Ignacio Muñoz Christi, realizado para su canal de TV Internet “La belleza de no pensar”.
http://www.youtube.com/watch?v=7b9W8Phiyaw

Alguna vez, Carlos Chávez, aquel señero compositor mexicano, al impartir la Cátedra de Poética de la Universidad de Harvard, dijo al hablar del lo que él llamaba el pensamiento musical, que el hombre se transforma en todas las cosas al entenderlas; cuando el hombre entiende su mente se amplía y caben en ella todas las cosas; cuando el artista entiende, se amplía él mismo hasta llegar a regiones nuevas e inexploradas; ve más; se concentra en sí mismo y la belleza resulta una revelación.

Ante un trabajo como el que Claudia Posadas nos comparte con su plaqueta Lapis aurea (CNCA México/Chile, LunArena Editorial, Puebla, 2008), habría que decir en correspondencia que el pensamiento poético de la autora tiene la virtud de hacer de la palabra el instrumento con el cual y sobre el cual traza un itinerario en el que el fin y principio se van revelando, y nos van revelando, como partículas de una luz aprisionada ambigua, germinal, onírica. ¿Cómo liberarla?, se pregunta Posadas, si no acaso a través del permanecer heraclitiano que todo lo transforma y todo lo resguarda del tiempo. Permanecer, dice Posadas, “permanecer, entonces, / tomados por un misterio que nos vulnera/ como una vela traspasada por un fuego devorando su corazón.”

Así, en el envés de la trama del mundo, Claudia Posadas teje la propia urdimbre de su devenir que es el devenir de esa voz poética que se torna, a un tiempo, en materia e instrumento, principio y fin, desplazamiento que rehúye una aprehensión cómoda y fácil de una supuesta coherencia y completud del texto. La poeta, en cambio, se adentra en las profundidades de lo que, en sus propias palabras, “debe ser dicho”, para desde ahí remecer y llamar a la colusión de los significantes y la sobreposición telúrica de los significados.

Hay honestidad, desde luego, y despojamiento, también. Mas se trata, este caso, de un despojamiento que, juego de paradojas, quita para devolver, escatima para colmar, ensombrece para alumbrar. Juego, pues la escritura no debiera dejar de serlo nunca, dice sin decir Claudia Posadas , lectora docta de los rastros que cuentan sin ambages que el mismo inventor de las gramatta, las letras, lo fue de los juegos de azar; sí, el mismo Hermes que expande el mundo de la comprensión a través de lo in-comprensible de lo simbólico. Esa escritura que, en palabras de Borges al hablar sobre la Cábala, aspira a mostrarse como el rostro cifrado de una lengua anterior a la lengua misma.

“En el momento en que la imagen referencial, el concepto, la idea, las estructuras lingüísticas, el significante no basten o no puedan expresar estas fuerzas, me interesa buscar otras soluciones —dice Posadas al hablar de su Poértica—. No hablo de una llamada ‘experimentación per sé, o de meros e improvisados juegos verbales, sino de una bifurcación que surge cuando lo pide el poema y el lenguaje, de una necesidad absoluta como consecuencia de una crisis. Es un extremo al que se llega, después de un trayecto, y por consecuencia tiene un sentido, es coherente con su camino. Se trata de la desembocadura de un proyecto verbal nutrido de la tensión”, afirma la autora de Lapis aurea.

De tal suerte que el lector, ese Otro que es el Uno cuando lee, es decir, que se torna en el decir de la voz que se interioriza y se apropia de lo propio, ese lector verá cómo la poeta lo despoja para adentrarse, o mejor dicho, para dejarse adentrar por ese universo de referencias múltiples y desembocaduras verbales que Posadas va trabando armada de visiones y re-visiones vertidas en un lenguaje capaz de no temer sus propios límites.

En esa medida, si es que se puede decir así, para llamar medida a la evocación de lo inconmensurable, es que afirmo que Lapis aurea despoja pero colma, al tiempo que, implacable todo lo des-afirma, incluso lo que yo afirmo, ansioso por no perder lo cauto, tímido y tradicional que de lector tengo, ingenuo en poder encontrar así los asideros de la razón que con rigurosa impiedad y destreza la poeta transustancia la ilusoria totalidad en significativos atisbos de lúcida luminosidad, en grietas a través de las cuales emerge la fuerza reveladora de sus palabras y su voz.

Ha establecido de modo correcto a mi entender el poeta Víctor Manuel Mendiola, que en los poetas mexicanos que nacen entre 1962 y 1970, y Claudia Posadas es una de las más destacadas representantes de esta generación, “continúa la elaboración de una poesía inteligente que no desdeña el significado ni la música ni el mundo con todas sus atracciones, banalidades y riquezas... Son poetas para los cuales el fondo no sólo no está en contradicción con la forma, sino que en ambos términos se funden en una unidad indisoluble”.

Para Claudia Posadas esa poesía viene más que de la mirada, de un adentro que la traspasa a ella misma y se dirige hacia el centro mismo, cetro elusivo y móvil, de toda existencia como misterio, como luz agazapada y renuente. El lápiz que escribe la Lapis aurea, es por ello también lengua, buril, pincel. Origen que es continuación del hablar del otro, el que lee, punto en el viaje del que escribe, porque ha leído. Lapis que es, a su vez, la lapide, losa blanca, piedra para ir al origen y al final (sólo aparente), piedra del verbo y la sustancia que inscribe y sobre las que se inscribe aquello que resiste el destino, que es el inicio del tiempo: la sustancia del polvo.

Por qué debemos aceptar nuestra derrota/y vivir ahogados por el mundo, llama a preguntarnos la voz en tensión de Claudia Posadas, por qué, es justo decir luego de que su Lapis aurea se ha adentrado en quien leyendo se torna parte de una visión reveladora y transformadora de la existencia. Por qué, si la palabra sigue ahí como una luz, como un fuego a cuyo corazón no carcome el tiempo.

(1) AT es narrador y ensayista. Se ha desempeñado como académico de distintas universidades, y fungió desde 2005 a 2008 como Agregado Cultural de México en Chile. Su libro más reciente es la novela El permanente estado de las cosas, publicado por la editorial Mondadori.

 

 

 

 

 

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Tres acercamientos a Lapis aurea, de Claudia Posadas:
Javier Sicilia, Josu Landa y Antonio Tenorio