Pequeña crítica a la organización de la Feria del Libro
(no a los autores y sus papeles)
Luxumei
Vengo de la cordillera al mar y he pasado por primera vez a la Feria del Libro dícese internacional de Santiago. N° 27, año 2007. Quiero escribir de ella como si habláramos en una reunión de apoderados, donde a falta de igualdad para niños y niñas queremos que al menos nuestro hijo o nuestras hija o nuestros hijos estén en una posición de ventaja, nunca en la otra. La Feria del Libro que se hace en la Estación Mapocho, gobernado este centro por un afrancesado militante de la cultura nacional, entiendo aún el Sr. Navarro, es una célula madre por supuesto quizá para cuantos eventos provinciales en el país. Sobre eso quisiera también pedir que cuando hablemos de regiones hablemos también en específico, cuál, qué ciudad, qué provincia, qué pueblo, qué población, de qué hablas amor cuando hablas de regiones.
La Estación Mapocho, como un palacete gobernado por las tarjetas de crédito de la corte y las caras tijereteadas del pueblo atendiendo el mercado, parecía desde sus extremos que era como entrar a un templo, se sentía un olor, pero no se veía espectacular en grado alguno, no tenía belleza ni estética. Sólo señalización, recorridos, mapas y programas, souvenir de una entrada más que cara, absurda, de reclamo al Sernac. ¿No importa eso? Ya. Supongamos que creemos que la entrada de los fines de semana que sube a $2000 público general no fuera para la feria en cuanto a las ventas, -como ir a la farmacia y que te cobren por entrar a comprar- sino que fuera por algún evento que llamó nuestra atención en medio de un supuesto estimulante recorrido lógico de una super feria -pero no va así la mente- el evento éste tendría que estar a la altura de eventos de producción mayor. Estoy pagando una entrada de costo similar a una obra de Teatro en el Bellavista los jueves, o en cualquier parte; una entrada al cine idem, etc. No quiero ir a escuchar leer dos planas a Zambra por más Zambra que sea presentando a otro novelista, o escuchar hablar de política y poesía a cuatro poetas y luego no tener sala ni tiempo para discutir, o escuchar como responde Camilo Marks, simpático igual, las preguntas tan obvias de gente correcta; por este tipo de cosas no he dejado de pensar que la literatura no es escénica desde su naturaleza, pero estando en el tiempo pokemon y robot cualquier cosa muta y también la literatura, que ahora sí es más visual, sí es más escénica en un par de tendencias de hoy llevadas adelante por mujeres casi siempre, claro. ¿Por qué no veo eso entonces pagando mi entrada? ¿no sería mejor, más inteligente proponerle al público producciones en número importante y no puramente o mayoritariamente ese anquilosado mesa, micrófono, agua, voz, hoja o libro? que además se convierte en muchos casos en una charla convencional, casi doméstica y obvia sin mayor aporte; todo lo sabemos, ¿es que me subestimas? háblame de tus TEORÍAS (por último) no moralices comigo, digo yo público en un globo de pensamiento. Y esto que estoy segura está sonando pedante, -yo lo encontraría pedante si lo leyera de repente- viene de una profunda confianza en que las cosas están todas jodidas pero siempre se puede hacer lo que hay que hacer mejor, con estilo y arte. A mí me gustaría pagar una entrada y ver a la escena más artística de la literatura nacional (regional, provincial, comunal) del in(di)visible CHILE ahí, en el centro para que lo justifique todo.
A mis amigos poetas que viven en Coyhaique también les imaginé en un momento recitando tristes sus versos en la mesa, pero no... en esta conversión de lo clásico a la avanzada hay una poeta en el altiplano de esa ciudad sureña y una productora que harían chillar a Navarro con la picazón de los signos pesos en sus ojos. Esto en los segundos pisos de la nave.
Abajo, en los stand es como en Chile. Al centro el poder editorial y en los extremos, un poco antes de lo marginal: lo menos poderoso; los más sencillo. Más allá el límite con la Antártica y el Perú. Entre medio, adosado al esquema -como las nuevas regiones- una invitada cuarta región de Coquimbo que pese a Mistral o debido a ella y su foto, poco lucía, pocazo. Y Brasil invitado país, escoltado en su espacio próximo por algunos de los selectos huevos duros de ferias: Rivera Letelier, Simonetti Pablo, Rosasco y la siempre fresca habitué Costamagna.
Mientras que las Universidades del sur por ejemplo, y también parece que las del norte, claro, que no nacen para cumplir una labor editorial, pero que no sé si por falta de recursos o de atractivo, agarraron un apretado recodo de la feria en su nave derecha entrando por Mapocho, y ahí se instalaron atrapando como malla para mariposas la enigmática presencia de escritores chilenos fuera del círculo de poder de las editoriales y la prensa. Esos escritores medios o enteros desconocidos, esas poetas que de pronto te dicen en sus canas y sus ojos que llevan como 40 años escribiendo y que tú no sabías ni el nombre, y que peor aún, algún periodista la casi única vez que los reseña lo escribe mal de descuidado no más, porque nadie lo va a amonestar por ello y se enoja si se lo dice una nn como yo; bueno, esa gente estaba ahí en esos espacios universitarios.
Y ahí dos libros de los que he escrito meses atrás en una reseña llamada HUNTER, -a propósito de Bjork, obvio- (http:letrasverdesynaranjas.blogspot.com en archivo: julio 2007) CALAFATE y Aysén: La Estación del Olvido. Enrique Valdés y Carlos Aránguiz Zúñiga, respectivamente, con su nuevo libro uno y su cuarta edición otro, en un año jabalí que para Aisén está siendo de duras ondas prensadas. Léalos si los encuentra, veremos donde pueden ubicarse estas voces en una ciudad como Santiago donde lo que más importa a veces es la superficialidad de las cabezas de unos cuantos aburridos, que todo el largo CHILE.
Si quiere leer escriba a: luxumei@gmail.com $7000 y $4000. Novelas, Lar y Jabalí Editoras, 2007. O encuéntrelos en Universidad de Los Lagos, Osorno y a partir del 15 de noviembre Librería Crisis de Valparaíso.