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Los perplejos
Cynthia Rimsky. Santiago: Sangría, 2009

Por Rubí Carreño Bolívar
Facultad de Letras, Pontificia Universidad Católica de Chile
Aisthesis  N° 47.  Santiago,  Julio  2010

 

 

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Primer día de clases, el profesor nos dice impasible y seco que los que queramos dedicarnos a escribir nos equivocamos de escuela, que la universidad es otra cosa. Aunque le presto la atención que solo una novata pondría, nunca avanza en el camino de esa otra cosa y el Cid empieza a perder todas las pruebas y la Trotaconventos todos los controles hasta que aprende, por fin, los trucos reglados del profesor: abandona presurosa los líos de faldas y de pantalones para ser la cauta meretriz del punto seguido. Cada experiencia de lectura vinculada a un lugar, un placer y una emoción se convierte en un lápiz rojo que borra lo que no corresponde, lo que no se dice, lo que resulta extraño o inadecuado. Si seguimos correctamente sus leyes permaneceremos bajo su techo hasta que seamos dignos de ser profesores. Su método, que es toda respuesta, me hace volver en pregunta.

A la hora siguiente, uno que viene de afuera deja con el mismo impulso sobre el escritorio su maletín y las horas de viaje que le tomó llegar, y comienza a hablar, apasionado, sobre leer y escribir. Nos invita a rayar los libros, porque marcando y anotando quedará nuestra escritura superpuesta a la gran tradición del texto. Tutea un rato a Derrida y otro a Paúl de Man, con propiedad y sin cansancio, y concluye que literatura, crítica y teoría son igualmente Acciónales, escrituras a las que hay que dar sentido. Ante nuestra mirada perpleja nos manda a escribir alegorías: la vida como sueño, el sueño como teatro, el teatro como vida, porque en nuestro oficio decimos una cosa en términos de otra. Nuestra escritura tenderá puentes entre espacios, tiempos, lenguajes y lugares diferentes a través de las palabras, y si todo resulta bien hecho tendrán en el mundo el efecto de las cosas. Emilfork es toda pregunta y sin embargo, me permite volver en respuestas.

A través de los recuerdos mis maestros se asoman al presente y lo cuestionan. Quizás pensarían que con dificultad alguna universidad del dos mil los incluiría en su planta ordinaria. Extraordinarios en su diferencia, el profesor-autoridad y el profesor-escritor estarían siendo desplazados por el especialista-técnico, ojalá experto en gestión. Es decir, alguien que pueda entender y someterse a la idea de que no se trata de corregir o de escribir, ni siquiera de enseñar, o de pensar, sino que de sumar puntos, de establecer redes de intercambio, de publicar aquí y así y ni por acaso allá y asá [1].

La crisis de la literatura y las humanidades no solo afectaría a las instituciones educativas, sino también al papel del escritor que habría sido relevado de su capacidad para congregar, iluminar y hablar por su pueblo siendo reemplazado por el artista-político mediático que transita con igual soltura por el set y el senado. La escritura literaria se encontraría en un estatuto que le impediría escapar a los límites del mercado y sería, en los mejores casos, mera cripta de las derrotas políticas y literarias (Avelar, 2000). Desde la crítica, ha habido una huida masiva desde los estudios literarios hacia los estudios culturales, pues se habría perdido la confianza en lo que Rimsky llama "los supuestos saberes utópicos del libro" (165, 2009) y en la literatura como posibilidad cierta de influir en lo que pretenciosamente llamamos realidad.

Los perplejos aborda la crisis antes expuesta a través de la elaboración de una poética sobre la escritura, la lectura y su relación con la vida. Para ello, teje una poderosa hebra que une la vida imaginada del filósofo judío medieval, Moshe Maimonides, con la de una escritora en el Chile del siglo XXI. Ambos personajes dedican su vida a la escritura de un libro, viven entre la errancia y la precariedad cuestionándose, permanentemente, la relación entre el tipo de trabajo que realizan y el dinero. Habitan mundos signados por la intolerancia religiosa y étnica, al punto de que la posibilidad de convivir pacíficamente en medio de una gran heterogeneidad es un tema relevante tanto para Maimonides sefaradí como para la escritora chilena de viaje en la ex Yugoslavia. La diferencia entre ambos se expresa en el cambio en el título: mientras Maimonides escribe una Guía para los perplejos que uniformará todas las creencias y rituales en un único libro, con el pesar de su creador por borrar las palabras de los otros y simplificar las ideas, Los perplejos, que adivinamos es el libro que se está escribiendo en la novela, corresponde a un tiempo en que la duda y el asombro pueden ser una respuesta ante la intolerancia y la guerra, telón de fondo omnipresente en ambas vidas. Maimonides se sabe parte de un pueblo y de una tradición, y su trabajo está lleno de sentido. Por el contrario, la escritora del siglo XXI se siente llamada para escribir un libro que tal vez carezca de este toda vez que afirma que ya no hay pueblo.

Siguiendo desde este nuevo siglo la tradición narrativa judeo-cristiana en la que la transmisión del conocimiento no se realiza explícitamente, sino que a través de géneros Acciónales, Los perplejos retoma alegorías de la tradición como la del viaje, por ejemplo, para inscribir en él su poética; el viaje como la vida, la vida como búsqueda, la búsqueda como conocimiento, el conocimiento como pasión, la pasión como la vida. Así la novela de viajes formada por las peripecias de ambos personajes a través de África, Europa del Sur y del Este y Chile —que contrastan con el espacio un tanto encerrado de las novelas chilenas en general— son un nivel de lectura que democratiza el texto y lo hace llegar a una multiplicidad de lectores. En otro nivel, el viaje visibiliza el proyecto estético inscrito en la novela: "imaginar el reflejo de una vida personal en las callejuelas, los pasillos y las letras" (56). En un tercer nivel el lector letrado que ha leído tanto con el corazón como con el entendimiento, que es como aconseja leer uno de los sabios, recupera las emociones, los lugares, los placeres que han atado su destino al de los libros. Rescatar la lectura y la escritura de su profesionalización o mercantilización y vincularla a la precaria experiencia vital de los lectores, es a mi juicio, el mejor logro de la novela. La lectura, la escritura y la vida son instancias en las que a veces estamos perdidos, debemos leer los signos de los tiempos y dotarlos de sentido. En la poética de Rimsky el sentido es posterior a la ética. Es esta la que ordena, en los dos sentidos del término, la lectura-escritura del libro.

Tanto para Maimonides como para la escritora del presente, ser judío tiene que ver con la eticidad. Es eso lo que puede unir a un rabí y médico religioso del siglo XII con una escritora en Chile en el siglo XXI: "Lo fundamental del judaismo no son las tradiciones, los rituales, las costumbres, sino sus bases éticas y filosóficas" (96), dice el Maimonides imaginado de Rimsky a su pueblo perseguido y disperso. Esas bases filosóficas se expresarían sobre todo, en la relación del pueblo judío con las escrituras: "Ya te lo he dicho antes, venimos al mundo con un sentido. En el caso de nuestro pueblo, ese sentido es la realización del libro" (164). Y es esa vasta herencia de judíos religiosos y seglares —los lectores de la Tora, pero también los de Freud, Kafka, Derrida y Marx— que recoge la narradora para pensar en el otro pueblo al que también pertenece: los que construyen su sentido vital leyendo, escribiendo y ven en el libro que canta a lo humano también una sacralidad. Grupos percibidos como radicalmente diversos: judíos practicantes y lectores seglares de cualquier etnia tendrían en "el amor por su arte y por todas criaturas vivientes", como expresa la conocida oración de Maimonides, un punto en común. Por otro lado, ambos grupos también compartirían el ser percibidos como disidentes/diferentes dentro de una comunidad más amplia. Así como Maimonides aboga por un acercamiento a los conversos o a los que siguen los ritos sin comprender su significado, los cultores del libro del siglo XXI también debieran al menos, se sugiere en el libro de Rimsky, continuar preguntándose sobre cómo abordar el mundo de los que no leen, porque como la narradora hace decir a Maimonides: "Si no aceptáis el libro no os iréis de ese lugar de desolación y de muerte. El libro con su aparente saber utópico, es el único que asegura al hombre un lugar" (165).

La idea del "patriota ilustrado" del siglo XIX, cuyo ejemplo es Andrés Bello y del "escritor comprometido" del siglo XX, al modo de Pablo Neruda y Gabriel García Márquez, han caído en el descrédito dando paso al concepto de "escritor profesional y globalizado" del siglo XXI (Carreño, 2009). La caída del socialismo y la sospecha de que las micropolíticas identitarias sean sostenidas más bien por el capitalismo que por las luchas civiles de sus protagonistas ha influido radicalmente en las esperanzas puestas en los intelectuales y su poder para guiar a lo que antiguamente se llamaba el pueblo. La apuesta ideológica de Los perplejos no radica en sus declaraciones micro o macro políticas sino que en practicar-relevar la estructura de su narrativa (Monder, 2007), es decir la reescritura del pasado, la heterogeneidad de sus fuentes, una autoreflexión sobre el proceso de la escritura, que señalan la heterogeneidad y diversidad implicada en la escritura de un libro.

La exploración en el pasado no es un mero ejercicio retórico que solo presta agilidad al relato. El médico y filósofo medieval es convocado al presente para cuestionarlo. Muchas de las preguntas de Maimonides traídas a nuestra actualidad siguen siendo abrumadora-mente pertinentes: "¿Y qué hace un pensador si el pueblo se niega a saber? ¿renuncia al conocimiento?" (95). Siguiendo una idea benjaminiana, la función del narrador es, entonces, semejante de un arqueólogo, que debe ir desenterrando diversas capas geológicas para llegar a los hallazgos, que en este caso tienen que ver con una iluminación del presente.

Davor en hebreo significa palabra y cosa, lo sabemos por las enseñanzas de Maimonides a su discípulo, y por ello, la respuesta al enigma del hombre que se ahoga en el pozo, como el ratón en la piscina al principio del relato es que él que se ate a las palabras podría salvarse. Asimismo, Maimonides como médico receta amor familiar y la lectura de la Tora como suprema medicina a un joven enfermo. La escritura es en el texto un pharmakon (Derrida): para la bibliotecaria de la Biblioteca de Providencia es un veneno que podría destruir a ciertas jovencitas que no saben distinguir entre la realidad y la ficción, para la protagonista sin embargo, es la posibilidad de restituir, de sanar, dar un significado a eventos azarosos, dolorosos o inconexos. Escribir sería dotar de sentido a eventos pasados, declara casi al final del texto.

Como si fuera un libro mágico, un clásico, la lectura de Los perplejos, de Cynthia Rimsky surte diversos efectos: alerta contra los peligros, restituye los daños y permite intentar otorgar un sentido a las crisis y pérdida de esperanza de los que estamos inmersos en campo cultural no siempre amplio o amable. Pensemos en que para José Donoso los escritores son las empleadas de la burguesía, y que los más jóvenes se autorepresentan en unreality de supervivencia, en los que la mutua exclusión, el encarnar un estereotipo que los posicione en el mercado de las subjetividades resulta mucho más relevante que lo que escriben (Sánchez, 2006). En ese sentido, el libro de Rimsky entra en concordancia con otras novelas del dos mil en las que la escritura como gesto artesanal, la limpieza del libro y su circulación, es un espacio más importante que el mundo globalizado, en cuanto permiten recuperar un cuerpo sobreexpuesto al trabajo y al mercado a través de esa intimidad colectiva que ofrece la escritura.

El juego entre realidad y ficción que propicia el libro en general y este libro en particular, no solo favorece la restitución del pasado, su reparación por vía de los poderes de la imaginación. Sino que también, la falta total de consejo como episteme y situación vital elegida. Los seres humanos de un único libro, una única verdad, conectados por vía directa con lo real, parecen ser peligrosos. Un tiempo homogéneo y liso con la sola escritura del poder allanando y explicando cualquier dificultad, es un tiempo de crisis. Quien quiere decir la última palabra, probablemente pronuncie la palabra horror, como mostró Conrad hace un siglo en otro viaje literario.

El pacto de lectura que nos hace ponernos siempre en la posibilidad, en el lugar del como si hace de la literatura un discurso utópico que prescinde del mesianismo. "Ahora quien nos libertara de nuestros liberadores", escribía Nicanor Parra hace un tiempo atrás. La utopía del libro nos hace ver Rimsky se relaciona con su tradición de escritura y reescritura que permite el diálogo entre culturas, épocas, lenguajes y etnias que pueden convivir en la belleza que ofrece la heterogeneidad.

 

 

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NOTAS

[1]      La idea del intelectual reemplazado por el técnico ha sido abordada por William Thayer (1996, 9-15) e Idelber Avelar (2000,120-121), entre otros.

 

REFERENCIAS

- Avelar, Idelber (2000). Alegorías de la Derrota: la ficción post-dictatorial y el trabajo del Duelo. Santiago: Cuarto Propio.

- Carreño, Rubí. (2009). Memorias del nuevo siglo: jóvenes, trabajadores y artistas en la narrativa chilena reciente. Santiago: Cuarto Propio.

- Derrida, Jacques. (1975). "La farmacia de Platón". En La diseminación. Madrid: Fundamentos.

- Franco, Jean. (2003). Decadencia y Caída De La Ciudad Letrada: La Literatura Latinoamericana Durante La Guerra Tría. Barcelona: Debate 

- Monder, Samuel. (2007). Ficciones Filosóficas: narrativa y discurso teórico en la obra de Jorge Luis Borges y Macedonio Fernández. Buenos Aires: Corregidor.

- Rimsky, Cynthia. (2009). Los perplejos. Santiago: Sangría.

- Sánchez, Marcelo. (2006). Rafael Denegrí: años de formación y aprendizaje. Santiago: ediciones del contrabando del bando en contra.



 

 

 

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