José Angel Cuevas

 
 

 

 


Cuevas: la espontaneidad Poética

por Ignacio Valente
en Revista de Libros de El Mercurio, 10 de septiembre de 1989



José
Ángel Cuevas (1944) es un buen representante de la llamada generación de 1970, "ese modo de
producción", como dice él con cierta ironía; ese modo de tenaz sobrevivencia poética, añadiría yo. Esta temprana antología de su obra dispersa se autojustifica —más allá de la juventud del autor y de su creación todavía haciéndose— por el hecho de estar sus cinco libros editados en forma de folletos casi artesanales y de circulación muy limitada. Desde el punto de vista crítico, lo único que interesa es saber si esta prematura antología —más allá de lo anecdótico— tiene razón de ser por su calidad poética intrínseca. Y debe decirse que, en efecto, valía la pena. Cuevas es un poeta algo caótico y centrífugo, pero pródigo en aciertos memorables y con un singular desplante verbal.

Efectos personales y dominios públicos (1979) es una evocación nostálgica de la década del 60, con su carga de mesianismo y utopía, al compás de un heavy rock. Este es el adiós entre resignado y juguetón con que el poeta se despide de esos tiempos para él mejores: "Mi preocupación presente no es el placer/ ni la realidad./ Ahora me estoy armando de paciencia,/ creo que de aquí saldrá/ algún nuevo Francisco de Asís,/ entretanto/ preparo dos hermosas alas, dos/ alas color naranja poderosas./ Con ellas haré mi vida futura./ Adiós al pasado, señores,/ observen detenidamente el firmamento/ uno de estos dias/ ¡me verán volar sobre/ el Centro de Santiago!".

Contravidas fue publicado en 1983. Del Poema 2 de esa serie hay que retener el humor sentencioso, con algo de epigrama latino, y la óptima seriedad con que llega a una conclusión casi solemne, como imitando con aire de parodia el diagnóstico definitivo sobre... el nulo poder salvador de los asados en relación a la crisis contemporánea. Sí, de los asados: "A los más infelices asados de la época/ he asistido./ Con la mayor esperanza del mundo./ Como si la incomprensión cayera/ sobre la parrilla:/ un asado no soluciona nada./ Yo/ ya no creo en los asados./ El verdadero problema es otro". Bien por el humor poético: el verdadero problema de la edad moderna tal vez sea otro.

El poeta llora con humor —y eso es lo difícil, llorar con humor— los años idos, el tiempo perdido de Proust, la juventud desperdiciada sin grandeza, la sorda culpa personal y colectiva de unas horas preciosas pero ya vanas en el recuerdo, y todo esto sin patetismo alguno, sin siquiera denuncias tremendas, con resignada ironía:
"Hubiera podido pasar la época/ del brazo de una amada./ Pertenecer a un grupo de amigos/ todos para uno, uno para todos./ Pero Dios no lo ha querido así,/ sencillamente". Todo es aquí "sencillamente". La resignación del poeta bordea los limites del fatalismo, pero lo que vale es el tono verbal, de una sencillez que desarma dentro de su desnudez de recursos formales.

Introducción a Santiago (1982) es la
meditación melancólica, desmelenada y caleidoscópica que un pobre santiaguino hace de cara a esa ciudad infinitamente gris, en cuyos rincones más sórdidos se complace como si fueran lugares épicos, lugares en que, sin embargo, no ha pasado absolutamente nada digno de mención: "Todo lo he vivido aquí/ Soy un pobre santiaguino de mierda/ hablo solo/ El mundo ha cruzado mi/ propia casa yo no me he movido".

Canciones rock para chilenos (1987) es una obra más madura que las anteriores. El autor ha decantado su temple verbal. De varias maneras describe el trauma de 1973, que es omnipresente en su obra. La perspectiva suele ser estrictamente privada y personal: no un cántico a los dramas colectivos ni un grito profético de venganza, sino una silenciosa experiencia situada del poeta: "Veo amanecer/ Las calles se retiran/ Yo me voy por el año 73, cantando/ entre la multitud/ Me saco el sombrero y saludo a la población/ que pasa camino de la muerte".


En algún comentario mío anterior he citado el excelente poema Cánticos al cielo, pero lo reproduciré una vez más por la realidad de la experiencia revelada en la palabra, un poema de situación como todos los de Cuevas, y por el crescendo de su significado que se abre hacia el propio infinito: "Mientras la ciudad duerme/ y el toque de queda rige en la Región Metropolitana/ provincia de San Antonio/ y todo está en silencio./ Hay un tipo que vela por ustedes:/ acostado fuma y fuma/ le da vueltas a la realidad/ lo que está sucediendo/ (lo que está sucediendo)/ una plegaria dispone o cueca total que sale/ por los pisos/ techos diversos sube/ se extiende/ más allá de los contrafuertes cordilleranos dobla/ camino a Farellones y más aún/ llevando ruegos llantos/ lamentos requerimientos/ Que van a perderse a la inmensidad/ de la noche/ donde se supone deberta estar ahora mismo/ Dios mirando".

Lo que cautiva de estos poemas que recrean el período del régimen militar es la humildad del poeta; que revela su situación existencial tanto más radicalmente cuanto que no vocifera ni maldice; llega al extremo de no proyectar siquiera culpas sobre los demás, factor que en vez de quitarle poder de denuncia o energía formal, se la multiplica por la deliberada sordina de su tono.

De Cánticos amorosos y patrióticos (1988) destacaré un poema estremecedor dentro de su sencillez, titulado De lo desgraciadamente sucedido entre un exiliado interior y un retornado. Apenas es visible su artificio verbal; la palabra parece identificarse con la fuerza simple de los acontecimientos. Un aire sobrio como de parte policial hace alianza con el tono sintético de un resumen biográfico, donde otros elementos imaginativos o metafóricos estarían de más, porque le basta al poema su propia substancia narrativa: "Se saludan, se abrazan después de 14 y medio años / con toda la emoción del caso / toman asiento / uno pide café barros luco y el otro cerveza y completo / yo estoy cesante dice el uno / yo me gano 2.000 dólares en una tarde dice el otro el de París / he llegado a lo máximo dice A/ he bajado y bajado sin remedio dice B (el cesante) / estoy tocando fondo / y canta una canción deprimente / se echan un par de tallas / hablan de almejas y corvinas /de un supuesto Chile profundo pregunta el retornado / el europeo".


Aquí B menta la madre de A —una mención que es todo un acierto verbal—, y el relato continúa: "A sigue enumerando extrapola infiere ciertos logros / habla de los contextos alude a la teoría / de Von Bertalanfly / le ofrece limpiar un departamento le pagará algo / Al otro día se juntan A le regala una camisa vieja / a su ex amigo B / Bromean en la mesa / A hace ofertas que después no cumple / Pasan los días B lo conmina a cumplir con lo pactado / A se va por la tangente dice que no puede / que no tiene sencillo / pero que otros harán unos almuerzos en París y / cada 2 años más o menos / A se enoja / B lo escupe / A golpea / B cae / A, B se separan para no volver a verse / en el resto de / sus vidas".

José Ángel Cuevas hará bien cuidando más la densidad de su poesía, es decir, la autoselección. Podría ser más esencial: es desparramado, aunque este defecto va tan unido a una virtud, su desenvoltura. Posee lo mejor y lo peor de su generación: por una parte, exhibe cierta frescura renovadora y desenfadada; por otra —y como la mayoría de sus coetáneos— parece no haber leído ni la décima parte de la gran poesía que es necesario haber procesado para hacerse como poeta: esta carencia lleva a inventar —en peores condiciones— lo ya bien inventado. Pero dentro de su hechura como artesanal e improvisada se le da muy bien la espontaneidad poética, que se le daría mejor, paradójicamente, si trabajara con más método y conciencia artística. •


imagen: Jimmy Scott

 

 

 

 
 




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