José
Ángel
Cuevas
(1944) es un buen representante de la llamada generación de 1970, "ese
modo de
producción", como dice él con cierta ironía; ese modo de
tenaz sobrevivencia poética, añadiría yo. Esta temprana antología de su obra
dispersa se autojustifica —más allá de la juventud del autor y de su
creación todavía haciéndose— por el hecho de estar sus cinco libros
editados en forma de folletos casi artesanales y de circulación muy
limitada. Desde el punto de vista crítico, lo único que interesa es
saber si esta prematura antología —más allá de lo anecdótico— tiene
razón de ser por su calidad poética intrínseca. Y debe decirse que, en
efecto, valía la pena. Cuevas es un poeta algo caótico y centrífugo,
pero pródigo en aciertos memorables y con un singular desplante
verbal.
Efectos personales y dominios públicos (1979) es
una evocación nostálgica de la década del 60, con su carga de
mesianismo y utopía, al compás de un heavy rock. Este es el
adiós entre resignado y juguetón con que el poeta se despide de esos
tiempos para él mejores: "Mi preocupación presente no es el placer/ ni
la realidad./ Ahora me estoy armando de paciencia,/ creo que de aquí
saldrá/ algún nuevo Francisco de Asís,/ entretanto/ preparo dos
hermosas alas, dos/ alas color naranja poderosas./ Con ellas haré mi
vida futura./ Adiós al pasado, señores,/ observen detenidamente el
firmamento/ uno de estos dias/ ¡me verán volar sobre/ el Centro de
Santiago!".
Contravidas fue publicado en 1983. Del
Poema 2 de esa serie hay que retener el humor sentencioso, con
algo de epigrama latino, y la óptima seriedad con que llega a una
conclusión casi solemne, como imitando con aire de parodia el
diagnóstico definitivo sobre... el nulo poder salvador de los asados
en relación a la crisis contemporánea. Sí, de los asados: "A los más
infelices asados de la época/ he asistido./ Con la mayor esperanza del
mundo./ Como si la incomprensión cayera/ sobre la parrilla:/ un asado
no soluciona nada./ Yo/ ya no creo en los asados./ El verdadero
problema es otro". Bien por el humor poético: el verdadero problema de
la edad moderna tal vez sea otro.
El poeta llora con humor —y
eso es lo difícil, llorar con humor— los años idos, el tiempo perdido
de Proust, la juventud desperdiciada sin grandeza, la sorda culpa
personal y colectiva de unas horas preciosas pero ya vanas en el
recuerdo, y todo esto sin patetismo alguno, sin siquiera denuncias
tremendas, con resignada ironía:
"Hubiera podido pasar la época/
del brazo de una amada./ Pertenecer a un grupo de amigos/ todos para
uno, uno para todos./ Pero Dios no lo ha querido así,/ sencillamente".
Todo es aquí "sencillamente". La resignación del poeta bordea los
limites del fatalismo, pero lo que vale es el tono verbal, de una
sencillez que desarma dentro de su desnudez de recursos
formales.
Introducción a Santiago (1982) es
la meditación
melancólica, desmelenada y caleidoscópica que un pobre santiaguino
hace de cara a esa ciudad infinitamente gris, en cuyos rincones más
sórdidos se complace como si fueran lugares épicos, lugares en que,
sin embargo, no ha pasado absolutamente nada digno de mención: "Todo
lo he vivido aquí/ Soy un pobre santiaguino de mierda/ hablo solo/ El
mundo ha cruzado mi/ propia casa yo no me he
movido".
Canciones rock para chilenos (1987) es una obra
más madura que las anteriores. El autor ha decantado su temple verbal.
De varias maneras describe el trauma de 1973, que es omnipresente en
su obra. La perspectiva suele ser estrictamente privada y personal: no
un cántico a los dramas colectivos ni un grito profético de venganza,
sino una silenciosa experiencia situada del poeta: "Veo amanecer/ Las
calles se retiran/ Yo me voy por el año 73, cantando/ entre la
multitud/ Me saco el sombrero y saludo a la población/ que pasa camino
de la muerte".
En algún comentario mío anterior he citado el excelente poema
Cánticos al cielo, pero lo reproduciré una vez más por la realidad de
la experiencia revelada en la palabra, un poema de situación como
todos los de Cuevas, y por el crescendo de su significado que se abre
hacia el propio infinito: "Mientras la ciudad duerme/ y el toque de
queda rige en la Región Metropolitana/ provincia de San Antonio/ y
todo está en silencio./ Hay un tipo que vela por ustedes:/ acostado
fuma y fuma/ le da vueltas a la realidad/ lo que está sucediendo/ (lo
que está sucediendo)/ una plegaria dispone o cueca total que sale/ por
los pisos/ techos diversos sube/ se extiende/ más allá de los
contrafuertes cordilleranos dobla/ camino a Farellones y más aún/
llevando ruegos llantos/ lamentos requerimientos/ Que van a perderse a
la inmensidad/ de la noche/ donde se supone deberta estar ahora mismo/
Dios mirando".
Lo que cautiva de estos poemas que recrean el período del
régimen militar es la humildad del poeta; que revela su situación
existencial tanto más radicalmente cuanto que no vocifera ni maldice;
llega al extremo de no proyectar siquiera culpas sobre los demás,
factor que en vez de quitarle poder de denuncia o energía formal, se
la multiplica por la deliberada sordina de su tono.
De
Cánticos amorosos y patrióticos (1988) destacaré un poema
estremecedor dentro de su sencillez, titulado De lo desgraciadamente
sucedido entre un exiliado interior y un retornado. Apenas es visible
su artificio verbal; la palabra parece identificarse con la fuerza
simple de los acontecimientos. Un aire sobrio como de parte policial
hace alianza con el tono sintético de un resumen biográfico, donde
otros elementos imaginativos o metafóricos estarían de más, porque le
basta al poema su propia substancia narrativa: "Se saludan, se abrazan
después de 14 y medio años / con toda la emoción del caso / toman
asiento / uno pide café barros luco y el otro cerveza y completo / yo
estoy cesante dice el uno / yo me gano 2.000 dólares en una tarde dice
el otro el de París / he llegado a lo máximo dice A/ he bajado
y bajado sin remedio dice B (el cesante) / estoy tocando fondo
/ y canta una canción deprimente / se echan un par de tallas / hablan
de almejas y corvinas /de un supuesto Chile profundo pregunta el
retornado / el europeo".
Aquí B menta la
madre de A —una mención que es todo un acierto verbal—, y el
relato continúa: "A sigue enumerando extrapola infiere ciertos
logros / habla de los contextos alude a la teoría / de Von Bertalanfly
/ le ofrece limpiar un departamento le pagará algo / Al otro día se
juntan A le regala una camisa vieja / a su ex amigo B /
Bromean en la mesa / A hace ofertas que después no cumple /
Pasan los días B lo conmina a cumplir con lo pactado / A
se va por la tangente dice que no puede / que no tiene sencillo / pero
que otros harán unos almuerzos en París y / cada 2 años más o menos /
A se enoja / B lo escupe / A golpea / B
cae / A, B se separan para no volver a verse / en el
resto de / sus vidas".
José Ángel Cuevas hará bien
cuidando más la densidad de su poesía, es decir, la autoselección.
Podría ser más esencial: es desparramado, aunque este defecto va tan
unido a una virtud, su desenvoltura. Posee lo mejor y lo peor de su
generación: por una parte, exhibe cierta frescura renovadora y
desenfadada; por otra —y como la mayoría de sus coetáneos— parece no
haber leído ni la décima parte de la gran poesía que es necesario
haber procesado para hacerse como poeta: esta carencia lleva a
inventar —en peores condiciones— lo ya bien inventado. Pero dentro de
su hechura como artesanal e improvisada se le da muy bien la
espontaneidad poética, que se le daría mejor, paradójicamente, si
trabajara con más método y conciencia artística.
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