CUANDO
DESPERTÓ, EL MAESTRO SEGUÍA AHÍ
Presentación
de Cuentos brevísimos de Carlos Eduardo Zavaleta.
Homenaje por
sus 60 años de carrera literaria.
Por
Carlos Yushimito del Valle
Desde que fui invitado
a presentar los Cuentos brevísimos del maestro Carlos Eduardo
Zavaleta, cierta extrañeza ha acompañado la enorme gratitud
con la que recibí este encargo. Vine con esta inquietud hoy, releyendo
sus cuentos como quien busca una respuesta. Y aunque confieso que he llegado a
esta noche con más preguntas que respuestas, lo cierto es que quizá
esto signifique que lo he leído mucho mejor de lo que creía.
Si me lo permiten, quisiera arriesgar con ustedes una hipótesis; una hipótesis
muy breve, antes de continuar, porque tal vez esta respuesta peregrina (la única
que pude entrever al finalizar mi lectura)
también me ha explicado en parte la fascinación que la literatura
de Carlos Eduardo Zavaleta siempre ha ejercido sobre mi sensibilidad y seguramente
sobre la de muchos de ustedes. Mientras leía algunos de sus cuentos brevísimos
y los relacionaba con sus demás relatos (los más extensos quiero
decir), pensaba mucho en la peculiar coherencia que la idea del carnaval le da
a su obra y a su labor literaria; pensaba en ese espíritu joven y celebratorio
que habita en él y en los muchos cuentos y novelas que ha escrito; en las
fiestas de un corazón de provincia, tumultuoso y esencial; en esa fibra
humana que contagia libertad, jolgorio y trasgresiones; y en la renovación,
en la conservación de una verdad antigua, lúdica y casi instintiva.
Reconociendo esto acaso sea más fácil comprender por qué
esta esencia carnavalesca, como no podía ser de otra manera, sólo
podía encontrar su realización en la literatura. Creo que eso explica,
si además tenemos en cuenta la enorme disciplina del autor que festejamos
hoy, por qué esta realización acaba de cumplir 60 años; y
por qué la celebración de este espíritu popular sigue siendo
la del hombre simple que se ha mantenido invicto, conservando su optimismo -pese
a todo- en la humanidad.
Esta ceremonia empieza, por lo tanto, trastocando
la lógica de toda presentación no sin un sentido. No sólo
porque este espíritu carnavalesco es el único que podría
haber permitido que el alumno presentara al maestro; sino también por los
significados que encierra esta idea bajo la ostentación de su fiesta. Por
ello me ha parecido pertinente recordar los significados de aquel ritual antiguo,
irreverente y de un secreto equilibrio, que le corresponde a la literatura mantener
activo, preparándonos para una lógica que sólo pertenece
a las artes de la ficción y al enorme poder que ésta tiene para
crear una realidad paralela, a veces discordante, pero siempre autónoma.
Sólo un autor excepcional puede mantener viva, por tanto tiempo, esta fiesta,
este rito, esta celebración. Porque la abolición temporal de normas
y jerarquías que es también la literatura; esa sustitución
autosuficiente que nos refugia para darnos la posibilidad de denunciar, imitar,
divertir, conmover y quizá transformar, es una de las últimas defensas
con las que, a través de la subversión de la fantasía,
los seres humanos todavía podemos reemplazar el día gris de nuestro
mundo ordinario, viendo los pliegues y las costuras que no siempre vemos o no
siempre queremos ver.
¿Qué celebración más
propicia y justa, entonces, para quien, durante estos últimos 60 años
nos ha venido invitando a poner de revés el mundo? ¿Qué homenaje
más a tiempo para quien ha dedicado una vida a compartir con nosotros las
máscaras de su ficción? ¿Qué reconocimiento a quien
nos ha ayudado a hacernos un poco, sino plenamente, libres?
No lo sé
a ciencia cierta, pero sospecho que los Cuentos brevísimos que hoy
tengo el honor de presentarles se han escrito a lo largo de estos sesenta años
en los descansos, en los entretiempos, sólo para darle forma a mis preguntas
al final de ellos. A las preguntas que todos nos hacemos y que nos han acercado,
más tarde que temprano o más temprano que tarde, al goce de la literatura.
Son, por lo tanto, testigos de una carrera persistente, prolífica, honesta
e insospechadamente influyente. Testifican algo inapelable también: una
evolución, y, en el caso de un escritor como Carlos Eduardo Zavaleta, algo
que quienes tenemos el placer de conocerlo en el ámbito privado, sabemos
bien: que un inacabable asombro y una exigencia trasgresora le permiten seguir
apostando por la renovación, la experimentación y el riesgo. Dar
el paso de la novela al cuento y del cuento al cuento brevísimo (o microrrelato
o cuento mínimo), significa avanzar hacia la inseguridad e incluso hacia
la indefinición. Pero el vacío de este género resulta poco
disuasorio para quien dio, en nuestra literatura, los primeros pasos en el monólogo
interior y las épicas faulknerianas en el riesgo, felizmente vencido, de
renovar la narrativa peruana.
En una tradición del cuento brevísimo,
magra en el Perú si la comparamos con la mejicana o la argentina, Zavaleta
también nos orienta brevemente, sienta precedentes y exige relecturas atentas.
La
parodia, la mirada irónica, el humor y la sugerencia rigurosa. Detrás
de todas sus historias, si embargo, está siempre el ser humano haciendo
más compleja su percepción del mundo; está el hombre conociendo
mejor al hombre, sus reacciones y desconciertos. Y en la forma de representar
esta revelación, Zavaleta es absolutamente moderno: minimaliza, elimina
la parafernalia inútil, simplifica los desarrollos y, como afirma el crítico
argentino David Lagmanovich, privilegia (como en las obras maestras del género)
"las líneas puras". La dificultad de esta artesanía discursiva
se asienta sobre un suelo inestable en que otros han hundido sus pasos con apremio
e ineficiencia. Mejor que nunca, Zavaleta nos enseña que es éste
un género al que se llega sólo con la más absoluta madurez,
cuando las ideas pesan pero no se hunden; cuando sobre esa delicada superficie,
hecha de palabras suficientes, las ideas sostienen a sus lectores para que avancen
lentamente pero con pasos seguros.
Así como los silencios de Westphalen
o los textos apátridas de Ribeyro en otros géneros, el oficio y
la excelente vitalidad de Carlos Eduardo Zavaleta han encontrado en el riesgo
victorioso de la concisión la mejor manifestación de su madurez.
Es decir, el tiempo propicio para trasmitir la sabiduría de su experiencia
vital con pocas palabras. Parafraseando a Michael de Montaigne podríamos
decir también en esta ocasión sobre sus cuentos brevísimos:
"la palabra es mitad de quien la escribe, mitad de quien la lee".
Hoy felizmente reunidos en un solo libro, estos microrrelatos antes dispersos
en revistas, suplementos y dos libros recopilatorios (los volúmenes dos
y tres de sus Cuentos completos), nos hablan con una sencilla profundidad
y nos generan largas preguntas con muy contadas líneas. Sesenta años
después, han llegado a tiempo para cifrar con brevedad el compendio de
una extensa obra y una fecunda carrera.
Texto
leído durante la celebración por los 60 años de carrera literaria
del maestro Carlos Eduardo Zavaleta. El homenaje fue realizado en el Instituto
Raúl Porras Barrenechea de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos,
el 3 de julio de 2007.
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