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La conjura de las plegarias atendidas:
Carnavalización y cinismo en El Conde de San Germán,
de Leonardo Aguirre*

Por Carlos Yushimito del Valle**

 

Quisiera empezar mi intervención esta tarde citando una frase de Santa Teresa de Jesús que se ha hecho célebre gracias a la intervención divina de Truman Capote: “Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas”. Ya volveré luego a Santa Teresa, pero por ahora hablemos sobre la frase referida y sobre su empleo en el difuso, legendario y finalmente frustrado proyecto literario del genio de Nueva Orleáns. El libro que Capote nunca llegó a concluir se llamó Plegarias atendidas. Un libro que se hundió en las profundidades del mar; que fue desaparecido por manos poderosas; que sigue clausurado, bajo estrictas órdenes de su autor, en la casilla de un apartado postal a la espera de un plazo que no acaba de cumplirse.

Como tantas otras, quizá la leyenda de su no publicación –mil veces anunciada y mil veces postergada hasta el día de su muerte– no sea tan distinta a la que terminó inventándose Capote de sí mismo. Es decir, el mito de su precoz ascenso y su aparatosa caída. El mito de su ficción más rentable, finalmente: el éxito de su propia imagen comercial y escandalosa, que contó con la venia de una plegaria atendida y por la que terminó derramando tantas lágrimas, felices o dolientes; pero, al fin y al cabo, famosas.

¿A quién elevar hoy una plegaria por Leonardo Aguirre? Empecé hablando sobre el libro póstumo de Capote porque, en buena cuenta, el proyecto frustrado de su novela ‘total’ comparte el mismo ADN con aquella que hoy Leonardo Aguirre ha venido a presentarnos. Y porque esa gran ‘comedia humana’, nutrida de lo más superficial y obsceno de la vida social y cultural de nuestras sociedades posmodernas, sólo puede encomendarse a una milagrosa protección que cuide a su autor de las furias luciferinas de quienes han prestado sus imágenes para la celebración de este peculiar carnaval, de esta hilarante mascarada. Pido, pues, amigos lectores, que sus plegarias se eleven esta noche al santo patrono de Leonardo: este periférico y algo maltrecho conde llamado a celebrar la trasgresión y la parodia más pantagruélica en su castillo ficticio del populoso distrito de San Germán.

Supongo que poco aportará descifrar los códigos que, tras la representación de esta novela, trazan esa cartografía humana que inspiró a los personajes del libro. No quiero negar con esto el impacto mediático que esta comidilla termina siendo para la narrativa autoreferencial; el condimento que le da vida a la ciudad chismosa que hemos terminado construyendo, no Leonardo Aguirre (ya quisiera él) sino toda una época interesada en generar imágenes tan atractivas como las de nuestro amigo Capote, y en nuestro caso, a golpe de criollismos, las que han ido definiendo el sentido de nuestra peruanidad tan bien como los ‘mitos enmascaradores’ (Bravo Bressani, dixit) detrás de milenarias hazañas incaicas, exquisiteces culinarias y opulencias naturales. Pero en este componente referencial no he querido detenerme demasiado porque creo que el libro de Aguirre tiene otros muchos méritos que lo alejan de la mera chismografía literaria y que merecen un repaso serio y consecuente con su ejecución.

Señalemos por ejemplo que estamos frente a un libro que celebra como pocos lo carnavalesco, del modo en que se lo concedió Bajtin al mundo rabelesiano y a sus parodias, excesos, farsas y júbilos medievales. La risa y la trasgresión como una forma catártica que logra liberar pulsiones contenidas, no sólo en las ceremonias de la sociedad que se autorregula a sí misma sino también en los productos culturales que esta misma origina (1). En tal sentido, descubrimos también un libro que nos muestra, con absoluta pertinencia, un cuerpo social ‘grotesco’ en el sentido bajtiniano del término: una colectividad que está presente, atravesando sus propios límites y avergonzando a la ‘cultura burguesa’ con esas impudicias populares que dialogan mejor que nunca con la risa y la carcajada. Si en la cultura popular de la Edad Media son los genitales, los vientres desbordados y las inmensas narices los que se exhiben obscenamente, en este carnaval leonardesco el mundo ficticiamente popular, con su lenguaje lumpenesco, sus chairas lingüísticas y enunciativas, sus imágenes excesivas y a ratos oníricas, su propia crucifixión, sus poetas vampiros, sus acosadores cibernéticos y demás colección de seres deformados por su peculiar salón de espejos, yo diría que debería dejar más bocas abiertasen el ascetismo canónico por su irreverencia formal y simbólica y no tanto por sus declaraciones anecdóticas.

Pero vayamos por partes. El Leonardo Aguirre –el narrador, no el autor de carne y hueso– es un desclasado que ha llegado a las barriadas de la nueva Lima. Es curioso este viaje social que va ‘cuesta abajo’ y que parece una continuación del emprendido, décadas atrás, por los de otros miraflorinos caídos en desgracia y ficcionalizados por Ribeyro o Vargas Llosa. Este Leonardo Aguirre que termina en San Germán, el autoritario que gobierna bajo el recuerdo de su vieja seguridad patriarcal, ya no mira la Miraflores perdida del modo en que lo hace Zavalita, es decir, observando las calles del Centro con una mirada abatida y sintiendo que su Lima oficial se ha terminado de joder para siempre. La mirada de este outsider es camaleónica, adaptativa. Hay un discurso del descentramiento en este libro que dialoga con una sensibilidad común y bastante sutil en los temas tratados por esta última generación de narradores. Una que se nutre de toda esa retorcida ética heredada de los años noventa en los que el cinismo parece habernos alimentado diariamente con sus mejores vitaminas. Esto ya lo ha visto, desde luego, Juan Carlos Ubilluz en un libro fundamental para entender nuestro tiempo (2). El de un capitalismo tardío que nos sigue vendiendo la idea de un individuo libre, pero que no es más que un súbdito de lo que la sociedad lo obliga a ser y a pretender. Como ese Aguirre de la diégesis que necesita hacer brillar el filo de su navaja verbal para debilitar competencias, vender una imagen y una mercancía, o incluso, en la perversa estrategia del chantaje para asegurarse unas páginas de atención mediática. Simplificaré: una brillante lección del Doctor (del doc adicto a las videograbaciones, y del otro, el Doctor House, quien por el contrario ha saltado el charco con sus cinismos incorrectos al otro lado de la pantalla) sobre lo que, con adecuada exactitud, Ubilluz ha llamado el “modo perverso del goce”.

Particularmente, creo que todas las pequeñas historias que se las apañan para intervenir en esta novela, echan sus raíces sobre un sentimiento paranoico, una sensación de cercamiento, un delirio de persecución exógeno o interior (esbirros o culpas), lo que parece una perfecta asimilación de lo que todos estos años ha ido fermentándose en nuestro imaginario. Ahí están las lecciones de un tiempo y de unas circunstancias perfectamente representadas, pero sin el dramatismo que intenta sacar moralejas como otras reformulaciones de nuestra historia reciente parecen querer vendernos. Aguirre utiliza la parodia y su polifonía (en el sentido nuevamente bajtiniano del término) para acercarnos a la moraleja desatendida de nuestra realidad inmediata. Con la risa, el humor y la trasgresión, su apuesta termina por hacer un hoyo en la rígida y a veces acartonada formalidad con la que, hoy en día, queremos mirar nuestro pasado, sin alertarnos de la continuidad de sus peores vicios y males estructurales sobre nuestro presente.

Desde lo grotesco del lenguaje; desde la negación de las historias de la violencia política (recordemos a los escritores terroristas que traman, con su retorcida dialéctica ortodoxa, cómo violentar las estructuras oligárquicas de los letratenientes); desde la sátira de la bestsellerización; desde esa onírica y descabellada mueca a las ceremonias culturales librescas; desde la parodia a los cultos religiosos, en particular con esa escena de coronación y derrocamiento bufonesca (3); desde el sarcasmo con que imita los usos de la prensa escrita, con sus muletillas multiplicadas al exceso, y sus manías y desplantes sintácticos. En suma, desde todas esas imágenes, Aguirre hace propio el espíritu carnavalesco y termina por representar una de las caras de nuestros males hablando, a través de un espíritu lúdico no oficial, de lo que el carnaval proponía subversivamente: la renovación del mundo que critica.

Podríamos encontrar algunos otros referentes interesantes a la cultura popular o las culturas de masas (¿quién no nos dice que el Leonardo Aguirre ficticio, con su habla populachera, folletinesca, achorada y su desfachatez picaresca frente a las formas del establishment no es sino el superhombre de masas que ha reinvindicado simbólicamente la fantasía del hombre del pueblo? (4)). Pero no me quiero extender mucho en estos dos puntos. Simplemente concluyamos elogiando lo que con justicia este libro merece: una lectura que no se detenga únicamente en los más superficiales de sus elementos. El Conde de San Germán es un libro que ha arriesgado una voz singular y que desde su inconfundible apuesta estética ha salido invicto, incluso a todas esas dificultades autoimpuestas en su estructura formal, en busca de un coloquialismo mentirosamente subalterno y una verborrea funcional y excepcionalmente fluida y eficiente.

Celebremos este libro por sus bienaventurados méritos y elevemos una oración a la buena Santa Teresa, patrona de los escritores y musa desmembrada que, tras ser sepultada en olor de santidad, fuera descuartizada por sus fieles para poder adorarla en vivo en tantísimas zonas de su tierra natal. Bajo su bendición, quizá este libro reciba igual suerte que ella. Que así sea. Amén.

 

 

NOTAS

* Texto preparado para la presentación de la novela El Conde de San Germán (Hormiga Editores, 2007), de Leonardo Aguirre, en la Feria del Libro Ricardo Palma 2007, Lima, Perú.

**Carlos Yushimito es autor de los libros El Mago (Sarita Cartonera, 2004) y Las islas (Sic, 2006).

(1) Bajtin afirma que se trata de: “una suerte de liberación transitoria, más allá de la órbita de la concepción dominante, la abolición provisional de las relaciones jerárquicas, privilegios, reglas y tabúes”. La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. Bajtin, Mijail. Alianza, 1985.

(2) Nuevos súbditos. Cinismo y perversión en la sociedad contemporánea. Ubilluz, Juan Carlos. IEP, 2006.

(3) Bajtin, Op.Cit.

(4) El superhombre de masas. Eco, Umberto. Lumen, 1995.

 

 

 

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La conjura de las plegarias atendidas:
Carnavalización y cinismo en "El Conde de San Germán", de Leonardo Aguirre.
Por Carlos Yushimito del Valle.