Sobre florilegios y antologías:
Presentación del libro Disidentes. Muestra de la nueva narrativa peruana.*
Por Carlos Yushimito del Valle
Días atrás, el doctor Abelardo Oquendo prefería denominar a este libro ‘compilación’ y no ‘antología’. Debo confesar que esta distinción despertó en mí cierta curiosidad. Esa misma tarde recogí mi viejo diccionario de la RAE y encontré la siguiente definición: “Antología. Colección de piezas escogidas de literatura, música, etc.” Evidentemente, defraudado por la brevedad, recurrí al EspasaCalpe, y estos fueron mis hallazgos: “Antología: Libro que contiene la selección de textos literarios de uno o varios autores y, por extensión, cualquier medio (libro, disco o colección de discos, exposición, etc.) que incluya una selección de obras artísticas”. Hasta aquí mi búsqueda.
Creo que resulta obvio que la diferencia en el empleo de la palabra antología tiene, en este caso, más una justificación en el uso que en la exactitud lingüística. En lo de facto antes que en lo de jure, si me permiten la expresión. Ahora bien, creo comprender también el planteamiento que, entre líneas, el doctor Oquendo está sosteniendo tan categóricamente. En realidad, para alguien que ha pasado cinco años en la universidad estudiando Literatura (como es mi caso), no es difícil reconocer un espíritu académico que establece jerarquías dentro de una tradición que tiende a la selectividad sistémica más allá de lo meramente estético. ¿Qué otra cosa es, después de todo, lo que terminamos leyendo con cierto método sino un canon? En tal sentido es difícil no conceder a su juicio una verdad aparente, lo que al final debería llevarme a aceptar que una antología de relatos breves, al menos una de corte ‘cronológico’ (y digo antología y no compilación) no existe desde hace mucho en nuestro país, o no al menos, quizá, desde que Luis Fernando Vidal y Antonio CornejoPolar publicaran por última vez su Nuevo cuento peruano en 1984. Esto es, una selección de relatos escritos por autores enraizados en cierta conciencia colectiva; y autorizados todos ellos a estar ahí por los criterios de académicos legitimados por la exigente ciudad letrada.
Pero como les decía, la palabra antología, convertida en una prerrogativa académica por el uso, no encuentra una justificación estricta en el lenguaje. A decir verdad, compilar y antologar en este caso quieren decir lo mismo. El anexo no escrito a la definición de mis diccionarios (viejos pero no por ello desautorizados) nada quiere decir fuera de cierta contextualización: excepto que no se ha logrado inventar otra palabra, sino adaptar una que ya existía.
Si la palabra antología ha terminado por sonar demasiado académica a estas alturas, quizá prefieran emplear una alternativa más adecuada para su celebración hoy. Me refiero a la palabra florilegio, sinónimo de la ya mentada. Este vocablo conserva aún el significado inofensivo que antología ha ido perdiendo entre las vaguedades del lenguaje, los filtros del tiempo y las exigencias de la academia. Si uno se da el trabajo de hurgar en su etimología descubrirá que proviene de dos vocablos griegos: Anthos (que significa flor) y Légein (que significa reunir). En otras palabras: “Reunir flores”; lo que me hace pensar de inmediato, y no sé si a ustedes también, en un ramo rebosante de colores, texturas, olores y simetrías disímiles, pero capaces de generar una armonía estética sólidamente conmovedora.
Volveré sobre esta reflexión luego, pero quería divagar antes un poco más sobre mis aventuras etimológicas, porque fue algo que me impidió escribir, estrictamente, sobre el libro que me pidieron presentar esta tarde. Pues bien, sucede que yo pensaba encontrar el vocablo Logos en la cepa de nuestra polémica palabra. Por una simple identificación sonora (Antologíalogos), tal vez; o por la costumbre de encontrar en esta palabra el principio de todo, como arriesgara el evangelista Juan: “En el principio era el logos, y el logos estaba con Dios y Dios era el logos”. Lo recordarán. Pero encontré, en su lugar, la palabra Légein.
Les adelantaré sus significados: decir, expresar, contar; pero también reunir (para Heidegger de hecho, este último era su principal sentido). Si lo piensan bien, estamos frente a una palabra fundamental. De ella proviene el latino Lego: que se traduce como nuestro maravilloso Leer. Y lectura. Y ley. Y legado. Y diálogo. Y, desde luego, Logos. Cuando llegué a este punto me resultó, cuanto menos significativo, que esta palabra, tan esencial y problemática para el pensamiento occidental, tuviera su origen en la palabra a la que yo involuntariamente llegué a través de tan escuetas definiciones.
Pero a mí lo que me sugiere, sobre todo esta Légein, es una idea: Reunir. Cuando pensamos en lo esencial de su significado podemos entender mejor nuestra posición en el mundo y la dirección que tan sabiamente toman las palabras durante su formación. Por ejemplo, lo importante que eran las asambleas para los griegos, y en lo fundacional que fue el simple hecho de reunirse para lo que hoy conocemos como civilización o simple convivencia. La polis, la democracia. E incluso antes de ellos, incluso antes de que estas palabras fueran abstracción o pudieran ser dichas, lo importante que fue, en algún momento de la historia del hombre, que un cavernícola se reuniera alrededor del fuego con otro; que se reunieran para escoger gruñidos que florecían con un basto significado oculto. Por eso mismo creo que no es raro que este verbo haya dado a luz a la palabra, al pensamiento, a la razón, al mito o a la ley. Todos esos sentidos que Logos puede adquirir. Y por ello no sorprende que el logos, con su significado hermético, autoritario y legitimizador, provenga de tan dinámica fuerza enunciativa.
Todo esto me lo sugirió, de alguna manera, la palabra antología. Y yo creo que hay algo de fortuito y justificado en esto último, lo que no quiere ser solamente una excusa para tener algo de qué hablarles hoy, y no entrar en el siempre peliagudo riesgo de hablar de los contemporáneos. Desde luego, no podría hablarles de los excelentes narradores que se reúnen en esta antología y a quienes me honra muchísimo acompañar en ella. No, yo de verdad, he terminado por creer necesario y pertinente todo este discurso enrevesado acerca del florilegio por una sencilla razón. Sobre todo porque últimamente tengo la impresión de que las personas dicen mucho, pero no necesariamente escuchan con igual atención. Que hay una terrible necesidad de decir y no de guardar silencio, razón por la cual, las palabras terminan por volverse vacías a menudo en una lengua vivísima como la nuestra. Lo cual es una lástima. Que permitamos que los significados y los sentidos que deberían comunicarnos, acercarnos, reunirnos, terminen por perderse. O dicho de un modo más apropiado esta tarde, que terminen por marchitarse.
Supongo que resultará sumamente difícil fijar en qué momento el inocente oficio de recoger flores adquiere entre nosotros un significado distinto que muchos malinterpretan en estos soliloquios cada vez más frecuentes. En qué momento se convierte en una silenciosa lucha por ver quién ocupa el lugar privilegiado en el jarrón; por qué la mano poderosa decide qué tallos rompe o qué colores predominan en desmedro de otros. Es decir, en qué momento la cualidad conclusiva del Logos desplaza definitivamente a esa otra raíz de la cual él mismo deriva. En el simple hecho de reunir lo que se creía armonioso. Este, desde luego, es un tema mucho más difícil de rastrear, sobre todo para mí, que sigo creyendo ingenuamente que, aunque el tiempo marchita, también es capaz de regenerar lo que arruina. Y que en una antología, los textos honestamente reunidos, están por encima de quienes otorgan más importancia al poder de elegir que al simple hecho de disfrutar lo reunido. Que el tiempo todo lo pone en orden no lo dudo. Y por ello, la inclusión de unos y la exclusión de otros no tendría por qué preocuparle a nadie.
De por qué un antólogo recoge flores de tal color o tal forma no me corresponde explicarlo ahora. Lo único que creo es que nadie debería justificar sus elecciones, salvo por el simple hecho de disfrutar lo que ha reunido. Pero ese ya es otro tema. De cualquier modo, no dejo de sentirme optimista, en el fondo, porque este libro exista. A decir verdad, este 2007 es un año especial. Sólo en estos pocos meses han brotado tantos florilegios o antologías o compilaciones como en casi toda la década pasada. Me atreveré a decir que más. Y supongo que habrá una razón para esto, quizá en los orígenes de otra palabra, pero este ya no es el lugar para esto.
Por lo que a mí respecta, no importa si es esta antología u otra, si son estos criterios u otros los que guían una selección. Para mí el simple hecho de que se hagan esfuerzos por reunir, por seguir reuniendo a través de la palabra y por el solo gusto de usarla, ya hace que valga la pena celebrar la continuidad de literatura. Después de todo, a lo largo de nuestras vidas, vamos haciendo nuestras propias antologías o florilegios o compilaciones (o como decidamos llamar a este ejercicio), y son finalmente esos gustos y afinidades los que construyen una tradición. Pero aún es temprano para hablar de esto. Es probable que en menos de los quince años caprichosos fijados por Ortega y Gasset muchos de los que estamos en este libro ya no escribamos o simplemente nadie nos lea. Pero esto tampoco debería preocuparnos. Antes de que este ramillete se marchite, sólo queda ver los colores y las texturas que los componen. Y disfrutar de su efímera vida.
Disidentes. Muestra de la nueva narrativa peruana.
Antólogo Gabriel Ruiz-Ortega
Revuelta Editores, 2007
326 páginas.
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*Leído durante la presentación del libro, en julio de 2007 en la Feria Internacional del Libro de Lima. Estuvieron en la mesa, además del autor de este texto, los narradores Ezio Neyra Magagna, Susanne Noltenius, Augusto Effio y Gabriel Ruiz-Ortega.