DAMARIS CALDERON
La
busqueda de lo imposible
Rompiendo la
- breve- tradición del concurso de poesía "Premio Revista de Libros",
el jurado de
esta cuarta versión distinguió a una mujer y, lo que
es más sorprendente, cubana.
Así, a los nombres de Adán Méndez,
Marcelo Rioseco y Juan Cameron se suma ahora el de
Damaris
Calderón, reconocida por su obra "Sílabas. Ecce
Homo".
por María Teresa Cárdenas
en Revista de Libros de El
Mercurio, 25 de septiembre de 1999.
Cinco años
en Chile pueden haber templado el carácter de esta joven poeta nacida
en La Habana en plenos años sesenta. O quizás la realidad una vez más
echa por tierra nuestras ideas
preconcebidas. Lo cierto es que su hablar pausado, la mesura que
revela en cada opinión y un dejo de tristeza que la envuelve, hacen de
Damaris Calderón la antítesis de la caribeña alegre y
extrovertida que habita en la imaginación de quienes no nacimos en la
isla.
Sí se reconoce en ella, en cambio, la tradición literaria
de Cuba, con nombres tan importantes como el de Eliseo Diego, Alejo
Carpentier, Cabrera Infante, Lezama Lima, Fina García Marruz, Severo
Sarduy, Reinaldo Arenas ... narradores y poetas mayores que la
acompañaron desde la infancia, entre los cuales destaca a Virgilio
Piñera como renovador de la literatura cubana de este siglo y pieza
fundamental en su propia historia. Una historia donde vida y
literatura empezaron tempranamente a fundirse, primero de manera
intuitiva y caótica y luego con el orden que imponen los estudios.
Licenciada en Letras en la Universidad de Cuba, cursa actualmente el
magister en Lengua y Cultura Clásicas en la Universidad Metropolitana.
Y también tiene libros que avalan esta simbiosis: autora de Con el
terror del equilibrista (1987), Duras aguas del trópico
(1992) y Guijarros (1994) -reeditado en Santiago en 1997 por
RIL-, hace un par de meses presentó Duro de roer, uno de los
primeros títulos publicados por el sello editorial Las Dos
Fridas, que acaba de formar con una amiga.
Toda una red construida en
país ajeno, donde después de seis meses de haber llegado recién
decidió deshacer las maletas. Amigos chilenos y cubanos residentes le
habían hablado de este lugar, pero su conocimiento, una vez más, se
debía a los libros:
-Para mí -señala-, Chile era la poesía que
había leído.
Y fue precisamente el nombre de uno de sus más
altos cultores lo que la indujo a participar en el concurso de
"Revista de Libros":
-Aunque en general soy bastante escéptica
respecto de los premios, me estimulaba el jurado. Dentro de esos
nombres que había leído, yo admiraba mucho a Gonzalo Rojas. Cuando
llegué aquí, pensaba: “me gustaría que alguna vez él leyera mis
poemas; ¿me atreveré a mostrárselos?”
Saber que había sido elegida
fue una de las cosas más gratificantes.
-¿Cómo fueron sus primeros
acercamientos a la poesía?
-De niña, era una
lectora omnívara; leía todo lo que caía en mis manos y también
escribía mucho, quizás por una necesidad de crearme un mundo autónomo.
A los 12 años fue mi encuentro con Gabriela Mistral: yo había
participado en un concurso y el premio era una antología excelente
hecha por Eliseo Diego. Abrí el libro y entré a ella por dos versos,
algo así como “mi madre era pequeñita como la menta y la hierba /y las
cosas la tocaban pero las cosas apenas”. Quedé impresionada. Luego
vinieron los nombres de Neruda, De Rokha. También Lihn, que vivió
allá; Nicanor Parra ...
- ¿Por qué quiso
construirse ese mundo?
-No sé. Desde que cayó un libro en mis
manos sentí el gusto por aquello que me proponía la lectura. Me
parecía seductor. Y al final ya no era otro mundo, era tan real lo que
vivía como lo que leía. Como poeta no puedes hablar de las cosas que
lees si no te dejan algo, si no pasan a formar parte vital tuya, de tu
flujo sanguíneo. Las cosas que he leído las he incorporado de esa
manera, como también las que he vivido se han ido vertiendo a la
página. No puedo escindir entre uno y otro.
Uno está hecho de
intersecciones
-¿Y
de dónde proviene este fervor literario?
-Creo que siempre
estuvo en mí el deseo de escribir y de leer. Quizás es una pasión que
viene de mi familia. Mi abuela paterna era una gran lectora; imagínate
que vivía en el campo y cuando no había luz, era capaz de llenar un
pomo de luciérnagas y con eso se alumbraba y leía en la noche. Además
era una mujer de un talento privilegiado. Murió cuando yo era bastante
chica pero alcancé a darme cuenta de todo lo que sabía sin haber
pasado nunca estudios. Yo hurgaba los libros en su biblioteca,
comentábamos cosas, era admiradora de Carpentier, de García Márquez.
Mi abuelo materno, por otra parte, hacía décimas y además tenía una
sabiduría espontánea, campesina, que viene del contacto con la
naturaleza. Ese ambiente fue muy importante para
mí.
-¿De qué manera se ha relacionado con la poesía chilena más
reciente?
-En Cuba había leído a Elvira Hemández, a Verónica
Zondeck y a otras poetas chilenas que no conocía; también la Antología
de poesía contemporánea de Erwin Díaz. Ya estando acá, traté de
aprehender lo más posible el país, pero lo que más me interesaba era
la poesía: los nuevos nombres que se me fueron develando, qué tipo de
trabajo se estaba haciendo, los periodos que desconocía de ciertos
poetas que había leído. Siempre he estado con una actitud muy atenta a
todo lo que está pasando. Pero mi llegada significó un encontronazo
con el Chile que yo conocía. No es lo mismo un país armado
literariamente, con la grandeza de una Gabriela Mistral, un Neruda,
una Violeta Parra. Piensas que eso casi fluye en las calles, pero en
cambio te encuentras con que en realidad es muy arduo para el poeta,
para el artista, poder hacer su trabajo.
-¿Cómo ve en ese sentido
a Cuba, desde la distancia?
-La salida fue muy importante para
mí, tanto existencial como literariamente, porque creo que se cayeron
todos los fundamentalismos. Uno se mira a sí mismo para atrás, al
país, y ya no ves lo mismo. Ves los localismos, lo constreñidas que
estaban determinadas cosas; cambia tu perspectiva de vida, de lectura.
Uno revaloriza absolutamente todo.
-Y después de esta
revalorización, ¿En qué pie queda la tradición cubana respecto de su
literatura?
-Yo creo que uno está hecho de intersecciones, como
un camino. Confluyes con autores y en determinados períodos lees a
algunos, luego a otros, vuelves sobre los primeros. Naturalmente yo
empecé leyendo a los que estaban más cerca, que eran los cubanos,
primero por vocación, por fervor; luego hice la especialidad en
literatura cubana y ahí leí a los pequeños y a los grandes autores.
Pero todo te va dejando algo. Y no sólo las lecturas, sino las
conversaciones, la gente ...
-¿Y los clásicos,
realmente no turban sus sueños, como lo dice en el primer poema de su
libro?
-En este momento estudio a los clásicos, y lo hago con
bastante disciplina y aplicación para leerlos en su lengua original.
Pero yo trataba de parodiar un poco a Pound. Creo que uno debe conocer
a los clásicos, que la literatura es universal, y en ese sentido hay
un sentimiento de apropiación, pero también es cierto que en este
momento la fuente nutricia de la literatura está en América Latina y
los mayores especialistas lo saben. Creo que sin perder de vista esas
lecturas, uno debe remitirse también a cómo se ha ido conformando lo
que es Latinoamérica, los inmigrantes, la lengua que hablamos, el
latín vulgar que heredamos ...
El poema es un campo de
batalla
- Su
libro está lleno de referencias explícitas y también sutiles a autores
muy diversos, desde Virginia Woolf a Eduardo Anguita. ¿Cómo se unen
esos nombres en su poesía?
-Más que referencias yo los asumo
como un fluido vital. En ese sentido siempre me remito a la idea de
Severo Sarduy cuando dice que hay que volver al texto pero con el
sentido original de la palabra tejido: como un estroma. Desde que
nacemos estamos haciendo ese texto infinito. Es decir, propone la
literatura sin fronteras genéricas ni históricas. Incluso dice algo
muy hermoso: ver la influencia de El Castillo en El
Quijote y de La muerte de Narciso, de Lezama Lima, en
Las Soledades de Borges. La misma idea de Borges de que uno se
crea a sus precursores.
- ¿Y
existió también el propósito de rendirles un
homenaje?
-Si, por supuesto. Es difícil definir o hablar de la propia
poesía y mucho más en términos anecdoticos, pero creo que
específicamente este libro es un poco la constatación de la
precariedad de la condición humana a través del lenguaje, y en ese
sentido hay homenajes a muchos autores. En principio a Nietzche y a
todo lo que su filosofía para mí representa. Hay un homenaje a la
locura como lo que se escapa a la norma, a lo que el hombre no conoce
y teme nombrar. A los grandes locos geniales de distintas épocas, Van
Gogh, Hölderlin, y en general a todos esos personajes que han
modificado con un pensamiento distinto el comportameinto aplastante y
masificador de las épocas.
-¿De
ahí surge aquel verso en el que opone “el sueño de la razón” al
“insomnio de la locura”?
-Sí. En el libro no sólo está la
relación con los poetas sino con la filosofía. Lo considero un
homenaje a esas posturas que se salen de lo que uno ha visto como la
razón de la Ilustración que nos ha hecho creer que somos diferentes,
superiores cronológicamente. En el fondo todos esos mitos de la
modernidad los encuentro endebles y escarnecedores para la grandeza
del hombre. Por eso, claro, “el sueño de la razón engendra monstruos y
el insomnio de la locura, titanes ...”
-¿Y de qué manera se
engendran sus poemas?
-En el proceso de la escritura puedo
pasarme un tiempo largo sin escribir, durante el cual se van gestando
los poemas. Eliseo Diego decía que un poema no es más que algo que
convive largamente con uno. Y por lo menos a mí se me da de ese modo,
o sea, no es la disciplina de sentarme todos los días a escribir ni me
entra angustia porque me pasé un año o dos sin crear una línea. No, en
ese tiempo estoy haciendo otras cosas, estoy leyendo, dibujando. Y
espero, estoy al acecho; sé que soy el receptáculo de algo que va a
pasar. Costoso, por supuesto, porque tienes que acumular toda una
experiencia. Y cuando me siento a escribir en realidad es bastante
rápido, fluido.
-¿Cómo trabaja con el lenguaje que en sí
mismo es límite y posibilidad?
- Arduamente, sabiendo que hay
una zona de hiato entre las palabras y las cosas. En el momento de la
escritura, el poema es una especie de campo de batalla: trato de
atravesar la frontera, de dinamitar la zona. Sé la diferencia y la
distancia que hay entre el poema y la poesía. Finalmente uno escribe
el poema pero la poesía lo desborda, lo excede, y estás luchando por
fijar aunque sea un fragmento de esa poesía mayúscula.
-En
uno de sus poemas alude al haiku. ¿Cree que en la brevedad hay más
posibilidades de acortar esa distancia?
-Pienso que hay
opciones. Uno trata de conjurar esa barrera de algún modo. Hay poetas
o escritores que lo intentan a través del exceso verbal, entonces se
van al barroco o al neobarroco. Y otros lo buscan con el retraimiento,
el silencio de las formas sintéticas. En este poema del haiku vuelvo a
la misma imposibilidad de las palabras de retener la poesía. Todo
poema es inconcluso porque se está escribiendo perpetuamente, y uno
sabe que hay que “darle a la caza alcance”, que estás en esa búsqueda
de un imposible y que ese imposible es el que le da sentido a la
poesía.
-De alguna manera eso es lo que recorre estos
poemas, ¿como vivió este proceso de creación?
-Este libro en
particular no sólo fue el resultado de un ciclo normal o vital que se
da entre un libro y otro, sino que me pasaron experiencias
existenciales fuertes, desde el cambio aquí hasta cuestiones muy
bruscas ... Es un libro salido del más profundo dolor. Tuvieron que
sacudirme como a un árbol, que se me cayeran todos los frutos.
-Usted dedica un poema a Marina Tsvietaieva, una poeta
bastante trágica, incomprendida y finalmente suicida. ¿Fue un
acercamiento más allá de lo literario?
-Ese es un punto
importante para mi, que tiene que ver otra vez con las palabras y las
cosas, y es la condición de exilio perpetuo, considerar la condición
humana como un destierro de la palabra y como un destierro
existencial. En ese sentido me atraen las figuras trágicas, suicidas,
pero que han llegado a eso por una búsqueda tenaz de ese imposible y
en ese caso, por supuesto, Marina Tsvietaieva reúne esta condición de
exiliada de su poesía. Había muchos motivos que me hacían sentirla muy
empática, no sólo literariamente, sino de modo existencial. Me atraen
mucho los poetas que llegan hasta la pared de enfrente de la vida,
como diría Vallejo.
POESÍA