Un 
pez o algo así
Jaime 
Pinos 
 
Empiezo por constatar la gran diversidad 
de sentidos y registros imbricados en la factura de este libro. Asimismo, su discurso 
se despliega recogiendo referencias múltiples. El tejido polifónico 
de estas líneas/cae y decae/ sostenido en la hebra/que anudo en la extremidad/ 
que se agita.  Asumiendo 
el tejido polifónico que es Peces de Colores, ensayo en estas breves 
líneas una interpretación, entre otras muchas posibles, a partir 
de la definición que el mismo autor ha hecho de él: un Libro 
Pecera.
Asumiendo 
el tejido polifónico que es Peces de Colores, ensayo en estas breves 
líneas una interpretación, entre otras muchas posibles, a partir 
de la definición que el mismo autor ha hecho de él: un Libro 
Pecera. 
Qué hacemos al ver peces/ de colores ondulando. 
Pregunta sostenida a lo largo de todo el texto, en mi opinión, el agua 
de este Libro Pecera se agita en el flujo y reflujo de al menos tres tipos 
de oscilación.
El primer tipo de oscilación tiene que ver 
con la experiencia. Peces de Colores hace foco, con una lograda mezcla 
de objetividad y sentimiento, en los pasajes, muchas veces anodinos, de nuestro 
cotidiano. Es en la invisible espuma de los días, donde transcurren las 
escenas que este libro nos relata. Instantes, anécdotas, detalles domésticos. 
Pequeños fragmentos recogidos como para salvarlos de la nada. Metáforas 
frágiles, como el derrumbe del cigarro en la ceniza. Sin embargo, 
o quizás por esa misma fragilidad, sus metáforas revelan, con fuerza 
y claridad, como se juega o se pierde nuestra vida en eso que Bolaño llamó 
los tubos de supervivencia. 
El segundo tipo de oscilación 
tiene que ver con la realidad. O mejor, con la sensación de desacomodo 
o escepticismo con que el sujeto de este texto se le enfrenta. Rodrigo Lira, a 
quien está dedicado el último poema del libro, en Acuarela con 
peces y palomas, escribió: En la pileta hay pecesitos rojos/ que, 
como todos los animales/necesitan oxígeno // El oxígeno - u O2- 
lo debieran obtener /del que debieran emitir/una plantas que debieran haber/en 
la pileta // Pero estos pobres peces sacan su ración de O2/del sucio aire 
que se mezcla con el agua/cuando la cambian dos veces por semana/lo cual no se 
debiera hacer. Debierase/tener la pileta llenándose y vaciándose/ 
lentamente todo el tiempo. El sujeto de este libro comparte la misma sensación 
de asfixia de los peces de Lira, en la pileta del Museo Benjamín Vicuña 
Mackena, no muy lejano de este lugar. En Peces de colores lo real es un 
mecanismo que no funciona, un reloj cuyas manecillas sólo giran en el sentido 
del absurdo. En esta realidad, en la realidad que vivimos, nada ni nadie es como 
debiera ser. 
Sin embargo, la escritura verdadera es una forma de valentía 
y el sujeto de este texto no desvía la mirada. Por el contrario, acerca 
el rostro al vidrio para ver mejor: ¿has visto un pez de color untando 
el cristal con su nariz? / ¿has puesto tu mano sobre el vidrio mojado? 
/ ¿has llegado a vislumbrar el reflejo de tus ojos en sus ojos? Tal 
vez no sea del todo gratuito trazar un paralelo con el personaje de Axolotl, 
el relato de Julio Cortázar, que entre el terror y la obsesión persiste 
frente a ese acuario de París. Mirar la realidad, enfrentarla, aún 
sabiendo que los peces jamás cierran los ojos. No desviar la vista, 
no dejar de preguntarse, como lo hizo hasta el final el personaje de Cortázar: 
tras los ojos siempre abiertos de los axolotl ¿qué imagen esperaba 
su hora?
 Finalmente, las aguas de este Libro Pecera se agitan 
también por oscilaciones provenientes de la poesía misma. Peces 
de Colores, la cuidadosa artesanía de su escritura, el poder de sus 
imágenes, reafirman lo mejor de la tradición poética chilena. 
Incluso, más allá del texto, la honestidad del trabajo literario 
de Bustos, que me consta por labores compartidas, refuerza su gesto en un plano 
tanto o más importante que el del estilo. Refuerza la convicción 
de que, aún en medio de las aguas turbias de esta pileta, de este país 
dominado por el espectáculo, la competencia y el dinero, la poesía 
es posible. Aún sabiendo, perfectamente, que los peces de colores ya 
no existen.
 La poesía como esa súbita desesperación 
/de querer ver bajo el agua. De insistir en hablar de cosas inútiles 
o absurdas. De reírse de los peces de colores. De gastar las horas tirando 
la caña en el río sucio y revuelto en el que todos chapoteamos. 
Porque, como ya dijo Enrique Lihn: Es un pez o algo así lo que esperamos 
pescar, / algo de vida, rápido, que se confunde con la sombra/y no la sombra 
misma ni el Leviatán entero. / Es algo que merezca recordarse/ por alguna 
razón parecida a la nada/pero que no es la nada ni el Leviatán entero,/ 
ni exactamente un zapato ni una dentadura postiza. 
 
Bar 
Rapa Nui/Santiago/14 de Julio de 2006 ..............