Escribir es buscar en el tumulto de los quemados el hueso del brazo
que
corresponda al hueso de la pierna. Miserable mixtura.
Alejandra Pizarnik
Con esta "miserable mixtura" de la que hablara Alejandra
Pizarnik escribo en un continente mixto, mestizo, que parte de una
nominación equívoca, tierras donde se depositaron todos
los imaginarios posibles de una Europa androcéntrica.
Escribo siendo mujer y latina, es decir, herida a socavón.
Como un árbol sacudidos mis frutos (no de las Hespéridos,
de la locura).
Escribo para reconstruirme, no para mirarme en pedazos de cuarzo,
en cuentecitas de cristal.
Ser latinoamericana es estar llena de intersecciones, como un camino;
devolver lo recibido, como decía José Lezama Lima (y
lo saqueado), acrecentado. Es el gesto de Sor Juana Inés de
la Cruz escribiendo su "Primero sueño", su "hombres
necios que acusáis/ a la mujer sin razón... ".
Es el gesto de tantas mujeres escritoras fundando una tradición,
subvirtiendo un corpus escritural del que hemos sido excluidas
y creando no ya únicamente una literatura de mujeres sino un
cuerpo textual femenino. Cuerpo textual que se inscribe en la página,
en la historia, con estilo, instrumento (escritura) cortopunzante.
Disparo que se clava certero en el Árbol de Diana.
Alejandra Pizarnik, Olga Orozco, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni,
Delmira Agustini, Blanca Várela, Dulce María Loynaz,
Fina García Marruz, escribiendo el poema, que no comenzó,
naturalmente, con Homero, y cuyas sílabas no se dividen únicamente
según los hombres.
Ser latinoamericana, además de "un entrecruzamiento colonial
de género, sexo y etnia", es también un proceso
de fagocitación. Por ello la comunión estrecha con autoras
como Anne Sexton, Sylvia Plath, Emily Dickinson, Djuna Barnes, Anna
Aimatóva, Marina Tsvietaieva, Anais Nin, entre tantas otras.
De todas ellas he fagocitado, de todas ellas he recibido "recados".
Y en el principio fue Safo, de quien en una lectura desde una revisión
feminista pueden leerse las marcas genéricas escritúrales
en más de un texto, nada menos que en el siglo V a.C., en su
famoso y comentado "Himno a Afrodita", por ejemplo, donde
a partir de la monódica tradicional resemantiza los contenidos
y los hablantes líricos al colocarse como sujeto lírico
en primera persona y situar el pronombre ella para la amada
por quien se implora a la diosa en una franca escritura homosexual.
Lícita incorporación asumirla desde la literatura universal
donde las raíces del árbol son americanas.
Escribir desde "una suma de poquedades", arañando
en la piedra, transmutando, esgrimiendo palabras en metales sin sosiego.
Hay rostros en mi rostro divididos.
Como centroamericana, y como cubana, específicamente, pertenezco
a la cultura del "ajiaco", plato típico que incorpora
las viandas más diversas. Tengo, en mi sustrato cultural, de
chino, congo, mandinga, carabalí. Ancestros españoles,
africanos, asiáticos.
Me desplacé a Sudamérica y sorprendí (y fui sorprendida)
por los grises, la parquedad pudorosa, el espeso silencio indígena.
Como una herida, estoy abierta.
Sin que me tiemble la mano me apropio e intervengo textos de otras
culturas, no en un proceso de mimesis sino de integración,
en perpetuo diálogo en espiral. Sin turbarme leo a los clásicos
grecolatinos, pienso en el Popol Vuh y en una larga tradición
oral que me precede, siento el asombro de Sor Juana Inés de
la Cruz ante un caracol, escucho el augurio de un pajaro sudamericano:
EL QUELTEHUE
El pájaro que entró no saldrá
ni por el hueco de la sien.
Perdió las alas.
No saldrá.
No metamorfosis.
No Ovidio.
El pensamiento de lo que América sería
si los clásicos tuvieran una vasta circulación
no turba mi sueño.
El queltehue
cuyos huevos empollan en la cabeza del hombre.
La cabeza se inclina con frondosidad.
Toda la podredumbre alcanza su cocción.
El frailecillo susurró:
"No os dejéis tentar por la letra".
Un insecto devorando un clásico
no turba mi sueño, oh no,
ni el pensamiento de lo que América sería.
(Damaris Calderón)