El siguiente ensayo analiza el texto El Padre Mío (1989)
de Diamela Eltit como
escritura posmoderna que subraya la agudización de la fragmentación
social y del sentido de comunidad en el Chile dictatorial. El referente
utilizado por Eltit es la figura histórica de un esquizofrénico
que habita un descampado a las afueras de Santiago. Su habla se convierte
en lenguaje (des)ocultado de la mirada pública, que arroja
trozos y desechos lingüísticos "sin principio ni
fin", encerrando al sujeto que lo enuncia en su propio delirio.
Para Eltit este lenguaje revela la memoria trizada de todo un país;
su crisis se ejemplifica en este personaje vagabundo y excluido de
todos los circuitos del poder, señalando el reverso de la imagen
oficial del país. En la capacidad de desborde total, radica
la cualidad barroca de un delirio informado y transgresor, que se
sitúa más allá de un mero caso clínico
y se vincula a la estética de Eltit. La escenificación
de los márgenes y de la precariedad de los sujetos y las verdades,
propias de la escritura de Eltit, aparecen también en El Padre
Mío en un monólogo "trágico y burlesco"
que nombra el poder hasta la sin razón.
El padre aparece despojado de toda su autoridad y masculinidad y
su discurso reducido a "encadenamientos silábicos"
traspasados por la ilegalidad, la corrupción, los avisos comerciales,
el discurso económico y el dictatorial.
La
producción literaria de la escritora chilena Diamela Eltit
(1949), inaugurada en la década de los ochenta, se ha definido
como una escritura neovanguardista de resistencia que cuestiona tanto
el poder como los sistemas oficiales de representación. (1)
Dentro del clima de represión y censura instaurado por la dictadura
en Chile tiene lugar el desarrollo de una contracultura, cuyas manifestaciones
artísticas y escriturales se inscriben fuera de las instancias
institucionales. Se genera un espacio y discurso democrático
alternativo, cuya propuesta es romper con el ámbito cultural
imperante y la tradición heredada. La escritura de Eltit es
de una ruptura radical en tanto que lleva a los límites la
posibilidad de crear nuevas significaciones sobre el otro y la alteridad
que radica en lo marginal, construyendo un espacio literario que confronta
los valores canónicos, como ha señalado Susana Santos
(Santos, 1992: 7).
El discurso de Eltit se construye a través de
un universo de la periferia, donde voces subalternas se erigen en
agencias vitales de contextos sociales y políticos marginales.
La preocupación que ocupa gran parte de este proyecto, se vincula
a la transgresión y resistencia de las "escenas del poder"
y sus instancias autoritarias (Ortega, 1990: 229-241 y 1993: 53).
La gran mayoría de sus textos han sido producidos dentro de
la dictadura, donde la censura y la represión fueron las formas
del poder bajo un progresivo proceso de desnacionalización.
(2)
La resistencia de la escritura de Eltit se produce en los espacios
de los márgenes, ámbito social donde posiciona su estética
y su palabra. De aquí nace un sujeto fragmentado y descentrado,
en el cual el poder ha dejado cicatrices, desechos y fragmentos de
un mundo donde sólo subsiste la palabra rota, vacía
de sentido trascendente. La ambigüedad y la duda marcan este
lenguaje que explora las fronteras de lo excluido, de aquellas voces
que han sido expulsadas fuera de lo socialmente aceptado. Este universo
literario se constituye a partir de las voces de los indigentes y
de quienes habitan la marginalidad en sus diversas modalidades de
exclusión: pobres, locos, presos y vagabundos recorren los
mundos de Eltit, siendo el vagabundaje la condición que los
define. La crítica Nelly Richard ha definido este imaginario
como un "imaginario nómade" y fluctuante, marcado
por la itinerancia provocada por el exilio, el descentramiento del
sujeto, la periferia y lo femenino (Richard, 1996: 141-151; 260-269).
El vagabundaje es estado y atributo lingüístico del habla
de los sujetos indigentes y del lumpen del universo de Eltit. Los
significantes de las hablas deambulan y cambian de posiciones; recogen
registros, diversos géneros sexuales y narrativos tanto populares
como cultos. Sus significados chocan, colapsan y se multiplican traspasados
por la diversidad cultural y social que forma el mundo de la exclusión.
El discurso de Eltit recoge y asume la identidad de los elementos
populares y marginales latinoamericanos, usando los chilenos como
un conjunto y acumulación de elementos esencialmente heterogéneos
y desiguales, que se combinan y recombinan en un movimiento constante.
Eltit explora un discurso de la fragmentación que amplía
a través de la marginalidad, la duda, la ambigüedad, la
negación y los sentidos reprimidos (García-Corales,
1990: 72 y 1992). En el panorama actual de transculturación
y transexualización que vive la cultura latinoamericana, la
estética de Eltit evidencia el cambio y la crisis que marca
las identidades sociales e individuales (Valdés, 1996: 244).
La fluidez que caracteriza este juego y choque origina una multiplicidad
de significados que se desencadenan e irrumpen en un mundo dinámico
y metafórico. De aquí su estética neobarroca
y la visión de la cultura como una acumulación de sustratos
de distinta procedencia histórica y cultural que amalgama elementos
pre-hispánicos y españoles en formas lingüísticas
orales y escriturales marcadas por su estatus colonial, y por lo tanto,
de copia y simulacro de la metrópolis. En el carácter
esencialmente híbrido y mestizo de la escritura de Eltit tiene
su origen precisamente la mixtura de elementos dispares y contradictorios
que se desbordan y descentran en un permanente encadenamiento de formas.
Lo constitutivo de este lenguaje y sensibilidad sería su extremo
travestismo verbal, el cual llega a una especie de "apoteosis"
de la artificialización como ha señalado Severo Sarduy.
Eltit da un paso más al convertir este disfrazamiento lingüístico
en un proceso desintegrador del sujeto, cuya siquis ha sido ocupada
por un torrente de voces que se contradicen, mienten y desdicen hasta
el sinsentido.
La identidad del sujeto esquizofrénico en el texto que analiza
el presente ensayo ha quedado reducida a la trasposición de
fonemas cuyo único signo vital es la voluntad de convencer,
"de mostrar de modo indubitable" la deformación reiterativa
de su verdad. En este sentido, el discurso esquizoide y la escritura
de Eltit comparten el universo neobarroco delineado por Sarduy, en
tanto que surgen de "las márgenes críticas o violentas
de una gran superficie", de un espacio excéntrico de América,
marcado por la ambigüedad y la multiplicidad. La opacidad y lo
indescifrable de este discurso apuntan hacia el disfrazamiento de
la palabra bajo distintos discursos y a la pérdida de sentido.
(3) En esta reapropiación de los
márgenes, Eltit desarrolla una nueva política discursiva
que articula un espacio participativo y no excluyente, donde la marginalidad
se vuelve sitio de transgresión del orden y supone un nuevo
imaginario.
La crítica contemporánea ha prestado especial atención
a esta cualidad transgresora de los textos de Eltit, donde la representación
se deconstruye a través de modos de simbolización y
significación de ruptura. Como Eltit misma ha afirmado en entrevistas,
la dictadura y el libre mercado han creado un sector social chileno
precario y abandonado dentro de una geografía cultural y política
que privilegia el consumo del lugar común y lo light. El ensayo
de Eltit titulado "On Literary Creation", (1992) el único
hasta la fecha en inglés, reitera esta visión en la
producción literaria y la estrecha relación con lo marginal
dentro de un discurso de la precariedad y la crisis del sujeto latinoamericano.
Dentro de este espacio cultural descentrado, Eltit ha optado por
una escritura cuya política escritural se sitúa en los
bordes de lo social, espacio que explosiona los significados de aquellos
cuerpos desplazados de los centros del poder. Eltit se instala precisamente
en la omisión realizada por el discurso dominante, en el lugar
de la carencia y la precariedad de un cuerpo social condenado al ocultamiento
de la mirada pública. Su interés por lo marginal se
relaciona con un proyecto estético-cultural que busca "el
negativo, el reverso de lo propio, lo que permite ser lo que somos"
(16). La política de su escritura coincide con una mirada casi
naturalista que afirma la vida de la marginalidad como fuerza social
y estética, cuya potencialidad radica en trastocar el orden
imperante (Piña, 1983:40).
Su escritura asume la descentralización del yo y señala
la tensión y desequilibrio de una subjetividad en proceso y
movimiento. En su apropiación del discurso sicoanalítico
y posfeminista, el discurso de Eltit desencaja los registros ideológico-culturales
hasta explosionar la unidad lingüística que une el sentido.
Este gesto de "desocultamiento posmoderno", como lo denomina
Richard, define la periferia latinoamericana como espacio de trasplantes
e injertos de signos disparejos y disímiles que conforman una
estética de la "impureza del collage" de una cultura
barrroca y femeninizada, marcada por la alteridad y la heterogeneidad.
En diversos artículos y estudios Richard (1989, 1993 y 1994)
discute los múltiples aspectos representacionales y la opacidad
que caracteriza a las producciones culturales de la posmodernidad
chilena durante y después de la dictadura.
Los textos de Eltit se construyen a partir de los trozos, vocablos
y hablas de un cuerpo social reprimido y relegado. De este modo, recoge
una sensibilidad que de otra manera permanecería silenciada
y alejada de la producción cultural y condenada a la desaparición.
A partir de los márgenes sociales, Eltit ha definido su proyecto
como una restitución de la "estética que pertenece
y moviliza esos espacios y da[r] estatuto narrativo a esas voces tradicionalmente
oprimidas por la cultura oficial y estropeadas por una narrativa redentora".
(Ortega, 1990:232). Su propósito se aleja de la misión
realista y salvadora de los sectores sociales más explotados
y señala una zona social oscurecida mediante una crítica
de la representación.
De acuerdo a Richard, la escritura posmoderna que critica la representación
mimética y realista, entiende la realidad como artificio y
construcción social, como un efecto de significación.
A partir de este supuesto la atención se centra en las técnicas
discursivas y en los mecanismos institucionales que fabrican y circulan
sentidos (Richard, 1989: 64-65). Esta actividad cultural oposicional
desafía el carácter ideológico de los procesos
de significación y los modos en que éstos constituyen
la subjetividad, como apunta Richard (1993:38). La escritura de Eltit
se inscribe dentro de este paradigma crítico y disidente que
erosiona los convencionalismos culturales y retóricos dominantes.
El texto El Padre Mío (1989) puede leerse dentro de
esta línea posmoderna de la escritura de Eltit, la cual subraya
la agudización del proceso de pauperización social y
la dislocación del sentido de comunidad tradicional en el Chile
dictatorial, como ha apuntado García-Corales (1992: 209). A
diferencia de sus novelas, este texto tiene un referente real en la
figura de un esquizofrénico que vive en un descampado en los
alrededores de Santiago y con quien Eltit tiene tres encuentros entre
1983 y 1985. La búsqueda de un punto de apoyo cultural al proyecto
de rescatar la figura ocultada del esquizofrénico, la encuentra
Eltit en "La Séquestreé de Poitiers"
(1930) del escritor francés André Gide. El texto
de Gide recoge los testimonios que documentan los veinticuatro años
de reclusión en condiciones inhumanas de Mélanie Bastion,
castigo impuesto por su familia al haber quedado embarazada siendo
soltera. El confinamiento de por vida en la casa materna en una pequeña
habitación en estado de total abandono, salen a la luz en un
juicio que escandaliza a la opinión pública de la época
y que Gide sigue de cerca. La secuestrada de Poitiers y el esquizofrénico
de El Padre Mío comparten la condición de exclusión
social, indigencia y locura. Ambos permanecen ocultos a la mirada
pública, la secuestrada mediante el encierro y el Padre Mío
por su exilio social.(4)
Eltit aparece en este texto como vehiculadora de múltiples
y fluidos sentidos culturales del vagabundaje urbano, al atravesar
la línea que divide la frontera entre la ciudad y la marginalidad
lumpérica. El sujeto de El Padre Mío se individualiza
dentro del mundo del vagabundaje que recorre Eltit, a través
de su lenguaje. A diferencia de las otras figuras marginales que deambulan
por calles y rincones de este espacio cercano al arrabal, cuyos cuerpos
son textos de apropiación ornamental esculpidos plásticamente,
el sujeto de El Padre Mío se articula discursivamente.
Su voluntad se manifiesta a través de un neobarroco lingüístico
con un relato carente de "principio y fin" que estalla en
cada locución, explosionando al yo que lo enuncia. Su habla
delirante y sicótica se transforma en discurso de lo que Kristeva
llama lo abyecto, de la desposesión que devuelve a lo social
su imagen inversa: el espectáculo de una sociedad en crisis,
acechada por el miedo y en ruinas. El hermetismo esquizofrénico
contiene lo que Silla Consoli denomina los vestigios momificados
de un habla que estuvo dentro del circuito de intercambio lingüístico
(Consoli, 1979: 38). En este discurso Eltit descubre una estética
común a la suya, donde el lenguaje no es vehículo para
hablar de algo, puesto que casi no hay historia ni anécdota,
sino que se convierte en protagonista (Piña, 1983: 41). Eltit
inscribe un significado metafórico en la Presentación
del texto:
"Es Chile, pensé.
Chile entero y a pedazos en la enfermedad de este
hombre; jirones de diarios, fragmentos de exterminio, sílabas
de muerte, pausas de mentira, frases comerciales, nombres de difuntos.
Es una honda crisis del lenguaje, una infección de la memoria,
[...]" (17).
El Padre Mío nos devuelve la imagen de un sujeto estallado
por la locura, en estado delirante y autorreferente. Es el mensaje
de un iluminado, un orador que se sabe escuchado y que, por lo tanto,
procede a revelar la verdad de su palabra. Esta se construye, como
apunta Consoli, a través de la desviación delirante
o de la incoherencia lógica para efectuar el desprendimiento
simbólico de la madre, cuyo precio es la exclusión de
la comunidad. La tentativa de configuración del imaginario
sicótico se presenta, según Consoli, como un conjunto
de paradojas y hermetismos de la verdad a la que el sujeto aspira.
Su búsqueda es casi mística en cuanto al deseo de acceder
a un saber total de sí mismo y del universo (Consoli, 1979:
42, 51-52).
El aspecto más político de este proyecto radica en
su intento de realizar una geografía del discurso esquizoide,
actualizando la verdad de un sujeto anónimo que vive a la intemperie
del sistema social, habitando desde un largo tiempo un eriazo. Su
físico subraya las condiciones en las que ha sobrevivido: "enjuto,
rigurosamente limpio y estragado por las condiciones climáticas
a las que se ha sometido" (15). Lejos de toda comunidad, sobrevive
y se individualiza por un relato que revela "la detención
de su mente en un punto fijo": el terror al Padre/Ley, que es
"el señor Colvin que es el señor Luengo, el señor
Pinochet, el Padre Mío [..] " (30). Se ha desprendido
incluso de su nombre por el terror. Como ha apuntado Ivette Malverde,
desde el título la denominación "Padre Mío"
adquiere múltiples sentidos, al aludir por una parte al nombre
que Eltit le otorga en la Presentación al esquizofrénico;
por designar a la figura donde confluyen todos los poderes, y por
establecer una relación filial-literaria entre la hija —Eltit—
y el padre —el ezquizofrénico— (Malverde, 1993:155-158).
La voz del Padre Mío nombra circularmente palabras y grafemas
inconexos que se encadenan en una sintaxis fracturada y poliforme.
El lenguaje escenifica la "existencia rigurosamente real de los
márgenes en la ciudad", a través de palabras vaciadas
de sentido y lógica, entregadas a la "persecución
silábica", al "eco encadenatorio de las rimas",
a "la situación vital del sujeto que habla " (16).
El habla está al borde del vacío y su verdad proviene
precisamente de esta posición. De esta manera, la relación
entre espacio social y universo simbólico se estrecha, ya que
el excluido se apropia de la palabra y se vacía en cada enunciación,
haciendo un paralelo lingüístico con el lugar que habita
(Malverde, 1993: 161). Así lo reconoce la hija hablante de
la Presentación al decir que "el mérito de su habla
radica, precisamente, en su estrecha relación con el lugar,
proyectándolo más lejos que un simple caso clínico"
(18). Es esta capacidad de desborde lo que signa la cualidad barroca
de un delirio informado y transgresor, vinculada estrechamente a la
práctica literaria de Eltit y su posmodernidad. La escenificación
lingüística del delirio de un esquizofrénico en
los márgenes de la sociedad chilena, revela una realidad que
en palabras de Frederic Jameson no puede desconocerse: los bordes
de lo real, de la necesidad, o lo que Eltit denomina la precariedad,
apuntando a la incertidumbre, la inestabilidad y provisionalidad de
las verdades y los sujetos (Williams, 1995: 74).
La fragmentación absoluta del sujeto que toma del pasado y
del presente pedazos heterogéneos de saber e información,
se combina con lo oral, los medios de comunicación y la producción
escrita en una especie de collage. El Padre Mío pone de manifiesto
la crisis cultural y social que atraviesa la sociedad posmoderna y
las especificidades que esta condición adquiere en la periferia.
(5) Eltit concibe al sujeto latinoamericano
en alto riesgo, un sujeto amenazado por un crónico estado de
pobreza, marcado por las colonizaciones y dependencias (Ortega, 1990:
233).
El desnudamiento y las gesticulaciones marcan un monólogo
"trágico y burlesco" que nombra el poder hasta la
sinrazón, a través de la angustia y "dolorosa prisa
de comunicar" su propia y verdadera historia, reiterada continua
y fugazmente en la circularidad. Foucault define el lenguaje de la
locura como el de la razón, pero envuelta en la imagen, limitada
al espacio de la apariencia que la imagen define, formando, fuera
de la totalidad de la imagen y de la universalidad del discurso, una
organización abusiva, singular e insistente. El lenguaje es
la primera y última estructura de la locura, su forma constitutiva.
En él se basan todos los ciclos en los cuales la locura articula
su naturaleza. Como consecuencia, el discurso delirante revela una
pasión desprovista de todos sus límites para afirmarse
y adherirse a la imagen que lo libera (Foucault, 1965: 95 y 100).
El discurso de la locura puede entenderse como otra zona de la negatividad
posmoderna que muestra el decaimiento de los ideales de la razón
absoluta y la crisis por la que atraviesa la cultura latinoamericana,
como lo ha demostrado Richard (1993: 79).
El discurso delirante es irrefutable y, por lo tanto, no acepta ni
concibe la duda frente a una verdad incuestionable. Las tres hablas
de El Padre Mío convierten la autorreferencialidad en
realidad exclusiva y única, cuyos contenidos se reciclan a
través de residuos culturales provenientes de titulares de
periódicos, nombres de jugadores de fútbol, cantantes
de tango, figuras políticas, fragmentos informativos y noticiosos
que la memoria esquizoide devuelve como jirones en desorden. Conforman
un collage a base de retazos y sobras de un orden trastocado, cuyos
sentidos se pluralizan fragmentaria y espectacularmente. A modo de
espejo cóncavo este sujeto, como otros rostros marginales del
mundo de Eltit, pone en duda las evidencias, las diferenciaciones
y los roles supuestos, como los modos aceptados de la representación
(Ortega, 1993: 80). La sicosis, el delirio de persecución y
las identidades fluctuantes bosquejan un sujeto atrapado en la circularidad
de formas lingüísticas que lo sitúan como centro
y margen simultáneamente de un mundo móvil. La deslegitimización
de un saber y verdad absoluta se realiza mediante la desestabilización
permanente del sentido y la imposibilidad de fijar significaciones
(Richard, 1989: 43). Es precisamente en el discurso delirante donde
Foucault sitúa la verdad última de la locura, al ser
ésta el principio organizador de la forma y de todas sus manifestaciones
corporales y espirituales (1965: 97). Los quiebres lingüísticos
sucesivos y reiterativos constituyen una especie de nueva elegía
del padre desposeído, quien delirante se asume en diversas
máscaras públicas y prestigiosas, simulándose
en otros hasta el vaciamiento:
"Si yo hubiera ejercido mi trabajo desde el
tiempo que estoy planeado con los entrenamientos, yo habría
desarrollado mi físico, sería un hombre perfeccionado:
un facultativo, un hombre de ciencia. Mi ayudante fue elegido el
señor Eduardo Frei." (39).
Atraída, entrampada por la fuerza de su voz, Eltit la recoge
y transcribe fidedignamente. Como acertadamenta ha observado Malverde,
Eltit pacta con el habla y se convierte en la hija cómplice
del padre desprovisto y abandonado, y por lo tanto, igualado a ella
en la territorialización del poder (Malverde, 1993: 160). En
este sentido, el texto continúa la preocupación de Eltit
con lo femenino y su posibilidad como nuevo punto de origen simbólico
y liberador. El sujeto masculino (el padre) se verbaliza y textualiza
mediante el re-conocimiento de la hija, portadora del habla residual,
por su propia diferencia señalada en su no-lugar en los códigos
normativos. Lo femenino en Eltit es un contradiscurso como ha afirmado
Ortega, que se materializa en la transgresión de códigos
estéticos y morales al textualizar imaginarios bien reprimidos
o desplazados culturalmente (Ortega, 1993: 76 y 91). La hija libera
el delirio del padre de sus referentes clínicos a través
del "juego literario" entre delirio, realidad e imaginación,
contribuyendo a que el discurso se constituya en signo de una experiencia
marcada por la exclusión (Malverde, 1993:160). El discurso
delirante afirma la verdad del inconsciente, verdad que rompe las
reglas del buen sentido, de la buena conciencia, de la lógica
y de la moral (Consoli, 1979: 65).
El padre ha sido despojado de su autoridad patriarcal por el poder
autoritario que lo ha reducido al torrente silábico como único
signo de autoafirmación vital. Su discurso muestra "la
erosión de la masculinidad como arquetipo de la representación",
la cual aparece sustituida por una cultura femeninizada (Richard,
1989: 67 y 1993: 41). La hija se compromete en un pacto discursivo
con el relato paternal al percibir la urgencia de que su voz se escuche
y no se diluya.
Las identidades, lugares y acontecimientos que el discurso del padre
va nombrando aparecen estallados, intercambiables y consumibles, traspasados
por el discurso económico y dictatorial, por la ilegalidad
y la corrupción:
"[...] porque el Padre Mío subsiste
de ingresos ilegales bancarios de concesiones y de solicitud personal
de la Administración. [...] El da las órdenes generales
de las Fuerzas Armadas aquí en el país. [...] El Pisa-Huevo
que había en la Quinta Bella me conoce desde hace muchos
años, me llevó a la propiedad de don Omar, que tiene
una industria cerca de Pedro Donoso, me estuve ganando ocho, quince,
dieciséis millones de pesos cuando salí de ahí."
(49 y 50).
La ruptura sintáctica coincide con la ausencia de un sentido
único y totalizante que abarque todos los discursos y todos
los planos de lo real. En el corte/vacío que ha quedado en
el habla esquizofrénica, se inscriben las jerarquías,
desigualdades sociales y culturales de la violencia y terror que recorre
todo un sistema social (Brito, 1990: 172). Entre los rasgos posmodernos
aparece el valor incierto de los sujetos como mercancías o
como "productos comerciales" dentro de una sociedad de consumo
de relaciones alienadas (Williams, 1995: 74). En esta cultura la marginalidad
representa un espacio y fuerza de resistencia a partir del cual se
originan formas de significación que transgreden los discursos
establecidos y tienen el potencial de "reventar el sistema"
(Piña, 1983: 40).
Este texto, al igual que otros de Eltit, señala el desvarío
y las relaciones de poder como parte integral de la cotidianidad.
La ruptura se manifiesta como subversión del discurso del poder,
llevando la experiencia del margen al centro de la indagación
estructural y semántica. Son estas expresiones de resistencia
las que poseen un carácter transformador y transgresor del
orden social y de la linealidad causal del relato tradicional. El
lenguaje desorganizado e irracional del esquizofrénico encuentra
paralelos en la modalidad estética de Eltit, en su reiteración
de la fragmentación, las proyecciones concéntricas y
la mutiplicidad sin dirección de una memoria trizada por la
mixtura y revoltura de signos (García-Corales, 1992: 202 y
218). Sobre este aspecto, Richard ha teorizado haciendo hincapié
en la exacerbación translineal de la posmodernidad latinoamericana
contenida en su "multitemporalidad abigarrada de referencias
disconexas y memorias segmentadas", por su condición periférica,
subordinada e imitativa (Richard, 1994: 217). Estos rasgos son parte
del repertorio marginal de Eltit y convierten su escritura en un radical
cuestionamiento de los sistemas de poder y sus formas de representación
del sujeto y el sentido. El Padre Mío reitera la fragmentación
de la memoria y la pérdida de sentidos comunitarios y colectivos
de cohesión. Sólo quedan significantes dispares y momificados
tras la territorialización de un poder que ha fracturado tanto
la identidad como los arquetipos representacionales de la nación.
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NOTAS
(1) Una primera versión de este trabajo fue presentada en
la Conferencia Anual de la Midwest Language Association en Minneapolis,
Minnesota el 7 de noviembre de 1996.
(2) Este proceso de desnacionalización al que se refiere Santos
se desarrolla mediante la implementación de una economía
de mercado basada en la rápida privatización de los
recursos y las empresas nacionales. Dicho proceso continuará
acelerándose a través de un sistema económico
que privilegia la libre inversión y la atracción de
capitales extranjeros en detrimento de los derechos laborales y sociales.
(3) De especial interés es la coincidencia que se observa
en la noción de Barroco utilizada por Eltit en la Presentación
al Padre Mío y la teorización que del estilo y género
realiza Severo Sarduy en sus Ensayos Generales del Barroco y Neobarroco,
en su ensayo "El Barroco y el NeoBarroco". Sus categorías
sobre la artificialización, la simulación y la impostura
como características de la teatralización barroca y
su travestismo son análogas a las que maneja Eltit. Consultar
particularmente las págs. 60, 68, 69 y 102 del libro y las
págs. 168-169 del artículo.
(4) Estos antecedentes los obtuve en una entrevista con Diamela Eltit
en Santiago en enero de 1996. El texto de Gide es significativo y
está estrechamente vinculado al de Eltit, pues en ambos la
función del escritor es posibilitar otro sentido a la existencia
y situación del recluso/desposeído. Su discurso se plantea
de forma oposicional al discurso legal y al médico.
(5) El libro de Cornel West Prophetic Reflections: Notes on Race
and Power in America (1993) analiza la dimensión social y política
que adquiere la posmodernidad en las sociedades periféricas
y los puntos en común que tiene con la situación de
las minorías de los Estados Unidos
* * * ***** * * *
*Bernardita
Llanos Mardones, es profesora
Asociada de Literatura Latinoamericana y Estudios de la Mujer en Denison
University en el estado de Ohio. Ha publicado una serie de artículos
en el área de literatura latinoamericana colonial y contemporánea
con énfasis en la diferencia de género y la constitución
de identidades marginales. Entre sus recientes ensayos se encuentran
"El ensayo y la mujer pública: Rosario Castellanos como
intelectual,", "Franciscan Utopia and Mestizo Discourse
in New Spain", "Tradición e historia en la narrativa
femenina en Chile: Petit y Valdivieso frente a la Quintrala"
y "Autobiografía y escritura conventual femenina en la
colonia."
También ha publicado
un libro titulado (Re)descubrimiento y (Re)conquista de América
en la ilustración española (1994), donde discute la
mitificación de América dentro del discurso imperial
español.
Actualmente trabaja en su próximo libro dedicado a la novela
chilena femenina titulado Gendering Nature and Nation: The Narratives
of Marta Brunet and María Luisa Bombal.