Desde que los trovadores de Provenza inventaron lo que para nosotros
es el amor, en realidad casi nada se ha añadido al respecto.
Probablemente podamos distinguir frente a este amor de la nobleza
-remontándonos también a la escena medieval- un amor
de la serranía (menor trámite y mayor corporeidad),
pero siempre el esquema de la admiratio es común: el
varón va hacia la dama, toma la iniciativa explícita,
canta a su musa.
En El cuarto mundo (1988) Diamela Eltit intenta romper
este esquema. Obviamente no con un propósito meramente frívolo,
sino con uno comprometido en disputar el objetivo (la objetividad)
al poder del varón; es decir, a cuestionar la concepción
del mundo que refleja el tradicional arte de amar. Discurso nuevo
el de Eltit que adopta -para luego subvertirlo- el típico
locus de enunciación asignado a la mujer en una sociedad
patriarcal:
"es al interior de la familia en la que la mujer opera como
oralidad, como murmullo para transmitir la ley institucional en
un procedimiento ritual y ritualizante de roles y donde es posible
vislumbrar el modo concreto en que la cultura administra los cuerpos
y los roles de los cuerpos, con la misma elocuencia que propicia
otras formas de circulación" (Eltit 1990: 2).
Manual sentimental, entonces, que posee una taxonomía y un
lenguaje con el cual se seduce y educa "al otro" (en este
caso el varón), pero que también carga de "perversidad"
la propia novela. Lenguaje sensorial, corporal, emotivo, que sigue
sus propios instintos y tiene en la poesía su arma mejor: "Por
primera vez debíamos hablar en forma clara y solamente emocional"
(1988: 69)
El libro de Diamela Eltit se divide en dos partes: "Será
irreversible la derrota" y "Tengo la mano terriblemente
agarrotada". Ambas empiezan con una concepción; pero,
mientras en la primera parte el nacimiento (de los hermanos mellizos)
va a tener lugar en las páginas iniciales, en la segunda parte
el nacimiento (de una niña, que también simboliza la
propia novela: "irá a la venta") se produce en el
último párrafo de la obra. Asimismo, "Será
irreversible la derrota", es pricipalmente la crónica
de los que -ya adultos- serán los padres de la novela. Más
precisamente, la primera parte consiste en el testimonio de un travesti
(el hermano: María Chipia) y el relato implícito de
la paulatina ascención al poder de una sacerdotiza (la hermana
melliza). Por su parte, "Tengo la mano terriblemente agarrotada",
es fundamentalmente la descripción velada de un bebé
en gestación y, al mismo tiempo, la de un universo narrativo
en proceso; es decir, ora ventana que nos deja mirar -tal como una
ecografía- al interior de una placenta, ora metatexto: "-Quiero
hacer una obra sudaca terrible y molesta" (1988: 88). Por consiguiente,
si consideramos el libro en su conjunto, esta novela es la historia
de una novela --para nosotros, un manual de educación sentimental--
que va desde una concepción "entre un 7 y un 8 de abril"
a un parto por las mismas fechas: ¿pura coincidencia en el
calendario? En todo caso puede tratarse de un tiempo cerrado, como
cerrados son también los espacios de este relato en claroscuro.
Por otro lado, si bien el narrador de El cuarto mundo es omnisciente,
debemos distinguir --aunque sea obvio-- que en la primera parte de
la novela pareciera ser el muchacho el que habla, desde que era cigoto;
es decir, desde que lo concibieron. El locus de enunciación
es, por tanto, en el principio, un proto espacio que está en
contrapunto con el espacio final de la novela. Esta simetría
de situaciones, aunque alejadas en el tiempo, tienen en común
--sobre todo-- la solidaridad y el amor incestuoso de los mellizos.
Además, este amor --aunque sólo sea de naturaleza táctil
dentro del vientre materno y, más bien, de cópula franca
en la segunda parte del libro-- resulta invariable en la intensidad
y en el perfil: obedece a un nítido liderazgo femenino. Citamos:
"Sin saber a qué adjudicarle su ataque, acosado, intenté
dejarla, pero me paralizó su frote obsesivo que apuntaba
en una sola dirección […] Mi hermana se quedó súbitamente
inmóvil, extrañamente apacible, y allí, teniéndome
acorralado, realizó su primer juego conmigo" (1988:
18-19, primera parte); "A horcajadas, terriblemente gorda,
estoy encima de María Chipia tratando de conseguir el placer
[…] Entro en un estado agudo y desesperado, hablando cortadamente,
exigiendo a María Chipia los movimientos y la continuidad
que necesito" (1988: 113, segunda parte).
Claro liderazgo femenino que, en realidad, desborda al narrador omnisciente
de la primera parte; que poco a poco va instalando e instaurando su
preeminencia a partir de ser al principio sólo como un eco
extraño frente a la voz dominante. Leve impresión sonora
que llegará a hacerse nítida o corporeizarse en el narrador
de la segunda parte de la novela. Aquí sí, más
bien, la omnisciencia no tendrá fisuras, todo estará
bajo control (bajo el control omnipotente de la ubicua amante-hermana).
Ahora, así como el manejo del punto de vista revela -entre
otras cosas- la evolución de los protagonistas y del protagonismo
en este melodrama, lo mismo hace el papel reservado a los demás
actores. El cuarto mundo se plantea como la historia de dos
clases de parejas que ilustran, probablemente, el desenvolvimiento
de todas las demás. El pasaje clave -justo al final de la primera
parte- es aquel de las consecuencias que tiene el adulterio en la
madre de los mellizos; allí esta mujer en soledad -lejos de
la comprensión del marido y de la presencia del amante- es
asistida por el mito y se le invita a percatarse (como Edipo) de una
profunda verdad:
"Se creyó acompañada por la voz desgarradora
y atómica de una mujer negra que le abría las piernas
para llevarla al final, en un himno marginal y solemne […] Entendió
que el placer era una combinatoria de afinidad de desperdicios y
excedentes evacuados por el desamparo del mundo; entonces, pudo
honrar a los desposeídos de la tierra, gestantes del vicio,
culpables del crimen, actuantes de la lujuria" (1988: 77-8).
La relación entre marginalidad y deseo, con el placer entendido
como un óbolo, como algo que sirve para contrarrestar el dolor
(corolario de primer orden en esta obra de Damiela Eltit) podemos
entenderla claramente desde esta cita. Como además podemos
entender --ya que este pasaje es en realidad la bisagra de la novela--
que la actitud de la madre frente al mito define a cada una de las
parejas.
En "Tengo la mano terriblemente agarrotada" somos testigos,
pues, de una pareja que desoyó esa "voz desgarradora y
atómica de una mujer negra" por cobardía de la
madre e impermeabilidad del padre; en contraposición al triunfo
del mito en la pareja de hermanos: por la sabiduría de ella,
por la permeabilidad de él (tanto que ahora exhibe el nombre
y la traza femeninos). Mas, trasvestismo del hermano que es en realidad
una alegoría del varón abierto por efecto mismo de su
condición marginal -requisito indispensable para el amor en
la lógica de esta novela--. Y marginal, sobre todo, por obra
y gracia de su maestra, su hermana que lo pervirtió a través
de sucesivos ritos ya desde el mismísimo y compartido vientre
materno: "Mi cuerpo inteligente y lúcido, escindido por
lo absurdo de su pequeñez, la encontró cálida
en su modorra, sabia en sus inicios, bestial en sus pulsiones"
(1988: 25). Al final de la novela asistimos al bautismo de María
Chipia, a su plena integración en la iglesia de los varones
fraternos con el otro género o con su propia sexualidad sumergida:
"Lo ayudé a desnudarse y alabé la armonía
de su cuerpo. Acompasé con las plumas de su débil canto,
dejé caer el agua sobre su cabeza, y cuando alejamos la fiebre
nos dormimos extenuados, cercados por mi gordura" (1988: 124).
Pero alegoría también del propio discurso ya que se
hace patente en la metamorfosis del mellizo --el cual será
finalmente el padre de la novela-- lo que asimismo este relato pretende
como tejido y como apelación al lector. Es decir, sucede un
fenómeno análogo al que --respecto a la feminización
de Acis en la Fábula de Polifemo y Galatea de Luis de
Góngora-- señala Paul J. Smith: "Suggest not so
much a simple reversal of the paradigm, as the collapse of the economy
of meaning" (67).
Nuevo arte de amar, en fin, que delata la complejidad de la infancia.
Frases que desnudan la iniciación en el deseo y su satisfacción,
que brindan la pauta de la relación futura entre estos prematuros
amantes: "Jugamos hasta caer desfallecidos […] Jugábamos,
también, al intercambio. Si yo era la esposa, mi hermana era
el esposo y, felices, nos mirábamos volar sobre nuestra condición"
(1988: 34). Vocabulario, entonces, de los sentidos y de la complicidad
-olor, tacto, animalidad, juego, intercambio, emoción- como
en los pasajes siguientes: "Habituado al olor de mi hermana,
todo lo demás me parecía detestable" (1988: 22);
"Ella tenía una marcada devoción por el tacto"
(1988: 23). Liberación de la pareja por medio del diálogo
sincero ("solamente emocional"). Habla el muchacho, pero
él cede cada vez más la iniciativa a la muchacha, es
ella finalmente como, asimismo, también ella es él.
Conjunción de voces, coro. Al final de la novela la hermana
melliza celebra a su amante: "A María Chipia. Bello. Bello
y fraterno"
* * *
Obras citadas:
Eltit, Diamela 1990 "Cultura, poder y frontera".
La Epoca, Año III, No 113, 2.
......................1988 El cuarto mundo.
Santiago de Chile: Planeta.
Smith, Paul J. 1989 The body Hispanic. Oxford: Clarendon Press.