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El Padre Mío


Diamela Eltit

 

Conocí al Padre Mío en 1983. Habitaba en un eriazo en la Comuna de Conchalí. Su modo de apropiación del espacio hablaba de una ya larga instalación en el lugar; ropas colgadas en los arbustos, diarios antiguos, piedras de una fogata, y un gran tarro lleno de agua demarcaban un centro que era recorrido una y otra vez por el hombre que llamo el Padre Mío.

Enjuto, rigurosamente limpio, su físico estragado acusaba el efecto de someterse a variadas e intensas condiciones climáticas. Vivía permanentemente a la intemperie.

Debo enfatizar su extraordinaria capacidad de sobrevivencia, dado que su mente estaba detenida en un punto único. Esa mente vaciada de realidad, dedicada a urdir la manera de descifrar su dolorosa y definitiva verdad. Aterrado en medio de un complot, el poder lo acechaba mortífero, convirtiéndolo en un sujeto que ya se había desprendido de todo, incluso de su nombre propio. El Padre Mío, en cada uno de los encuentros que sostuvimos, estaba en completo estado de delirio y, a pesar de eso, era capaz de autoabastecer sus necesidades vitales.

Este libro recoge tres encuentros; en 1983, 1984 y 1985, respectivamente y en cada uno de ellos mi intervención se ha limitado a transcribir en forma fidedigna sus tres hablas grabadas en el eriazo de Conchalí.

Una interrogante me ha atravesado dilatando esta publicación por casi cuatro años: ¿Cómo situar este libro? Interrogante continua, fundamental, percibiendo, por otra parte, que la respuesta ya estaba contenida en el instante mismo de la grabación y, por ello, recuperación de esta habla, siguiendo la lógica de su salvataje en el deseo de su publicación, de esta publicación.

Desde dónde recoger esta habla era la pregunta que principalmente me problematizaba, especialmente porque su decir toca múltiples límites abordables desde disciplinas formalizadas y ajenas para mí, como la siquiatría, por ejemplo.

Hube de ubicarme, otra vez, en un lugar diverso, un espacio de suplantación que no apela a revertir nada, a curar nada, como no sea instalar el efecto conmovedor de esta habla y la relación estética con sus palabras vaciadas de sentido, de cualquier lógica, salvo la angustia de la persecución silábica, el eco encadenatorio de las rimas, la situación vital del sujeto que habla, la existencia rigurosamente real de los márgenes en la ciudad y de esta escena marginal.

En suma, actuar desde la narrativa. Desde la literatura.

Visto desde la literatura, este relato del relato toma gesticulantes las palabras hasta paralizarlas, mostrando su evidencia monologante, al llevar hasta el límite –trágico o burlesco– el nombre, los nombres del poder.

Evoqué la angustia del monólogo interior literario, esa prisa y profundidad por hablar la verdad "verdadera" del personaje escudado tras el simulacro formal de reproducir el pensamiento. Cuando escuché al Padre Mío, pensé, evoqué a Beckett, viajando iracundo por las palabras detrás de una madre recluida y sepultada en la página.

Después de Beckett, me surgió otra imagen:

Es Chile, pensé.

Chile entero y a pedazos en la enfermedad de este hombre; jirones de diarios, fragmentos de exterminio, sílabas de muerte, pausas de mentira, frases comerciales, nombres de difuntos. Es una honda crisis del lenguaje, una infección en la memoria, una desarticulación de todas las ideologías. Es una pena, pensé.

Es Chile, pensé.

Reconociendo que las palabras me hablan cuando me hablan, que en general me entrampa el lenguaje oral, que estoy seducida y comprometida por esa habla que recibí o encontré en la ciudad inesperadamente precisa, hoy recuerdo que pensé: es literatura, es como literatura.

Habiendo reconocido en ella una cierta equidad con la situación chilena bajo dictadura: su eclosión, el habla del Padre Mío me parece que ejerce una provocación y una demanda a habitar como testimonio, aunque en rigor su testimonio está desprovisto de toda información biográfica explícita. Él mismo lo dice en una de sus partes: "Pero debería de servir de testimonio yo. Hospitalario no puedo servir, porque ahí tienen empleada la táctica de la complicidad". (De su "Tercera Habla".)

Encontrado en el eriazo de la ciudad, el mérito de su habla radica, precisamente, en su estrecha relación con el lugar, proyectándola más lejos que un simple caso médico. En el margen de todos los casos, su presencia sobreviviente y parlante lo transforma en un orador acosado, víctima marginal de una confabulación que, curiosamente, lo hace parecer ausente y presente a la vez de todos los tópicos institucionales.

El Padre Mío ya no habita más en ese sector.

Retorné a esa zona en varias oportunidades. Pregunté por él en los alrededores: "Se fue", me contestaron.

La publicación de este libro me permite compartir su peso, dejar abiertas otras identificaciones. Me permite, especialmente, diluir su ausencia.

 

* * *

 

DIAMELA ELTIT: Chilena, ha publicado las novelas Lumpérica (1983), Por la Patria (1986), El Cuarto Mundo (1988), Vaca Sagrada (1991), El Infarto del Alma, en colaboración con Paz Errázuriz (1994), Los Trabajadores de la Muerte (1998), Mano de Obra (2002). Obtuvo la Beca Guggenheim en 1985 y es considerada una de las figuras más destacadas en la narrativa actual latinoamericana.

 

 


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