La
Familia XXI
Por Diamela Eltit
La Nación, Domingo 5 de Febrero
de 2006
La familia heterosexual, en
tanto eje sustentador de la cultura, experimenta virtualmente una
de las revoluciones más contundentes de la historia: la llegada
de un inédito modelo de familia homosexual que se convertirá
en un preciado material literario.
Uno de los temas más intensos que se vislumbran
en los albores del siglo XXI tiene relación con la organización
de la familia. Más aún, la legalización del matrimonio
homosexual augura un horizonte
radicalmente diverso que va a desarmar los roles conocidos y va a
requerir de nuevos términos y nomenclaturas para renombrar
lazos parentales. Así, la familia heterosexual en tanto eje
sustentador de la cultura, como campo de fuerza de las experiencias
sociales, experimenta virtualmente una de las revoluciones más
contundentes de la historia: la llegada de un inédito modelo
de familia homosexual que se convertirá, con seguridad, en
un preciado material literario.
El divorcio que tanto escandalizó los imaginarios del siglo
XIX y parte del XX, hoy ya no conmueve. Ana Karenina, la heroína
trágica del amor ilegal, la suicida que no pudo resistir la
culpa ni la hostilidad social ante su transgresión familiar
(el abandono del hijo), ahora forma parte de la estricta normativa
de un pasado. Pero, claro, la novela “Ana Karenina”, de León
Tolstoi, continúa resonando íntegra en el presente,
por su maestría estética, por sus campos de sentidos,
por la solidez interna en que hubo de construirse el personaje.
En Chile, Jorge Edwards, en su cuento “El orden de las familias”
(1967), abordó la familia burguesa: sus estrategias, sus glorias
y miserias y, especialmente, sus vicisitudes. Mostró cómo
el matrimonio era, especialmente, un contrato. Un tipo de asociación
en la que era de vital importancia el dinero. Lo que este cuento aporta
al escenario literario nacional es que el intento de rebelión
proviene del hijo. Es el hombre quien intenta cambiar las estructuras
vigentes. Es él quien pretende liberar a la mujer a su hermana
de un destino monótono y mediocre, signado por la obligación
de un matrimonio conveniente que va a rehabilitar el deterioro económico
que experimenta la familia.
Sin embargo, el orden termina por imponerse. El hijo-hermano pierde
la batalla familiar ante el poder rígido de la madre y, en
esa lucha, se debilita a sí mismo. Uno de los méritos
de este relato radica en mostrar, con prolijidad literaria, cómo
y en cuánto la mujer internaliza los mandatos del sistema y,
de esa manera, lo perpetúa. Señala a la mujer como una
reproductora de lo que Jacques Lacan llamó “la ley del padre”.
Una ley ya férreamente inoculada en la siquis, que impide cualquier
movimiento autónomo.
Pero, más allá de las particularidades, el cuento de
Edwards escenifica la desdicha familiar. Señala que debajo
de la mera superficie existe un caos, un campo agudo de dominaciones
y de violencia soterrada. En ese contexto, más allá
del fracaso, lo que este texto parece proponer es la necesidad imperiosa
de descomprimir una cultura, de aliviarla de sí misma, de remecer
las estructuras para curar así su prolongado sufrimiento.
Quizás “El orden de las familias” sea, por el espesor de su
tramado, uno de los relatos chilenos que con mayor lucidez enfrenta
el modelo familiar dominante (el de la burguesía, por supuesto).
Pero el siglo XX ha terminado. Y los dilemas se agudizan.