Entrevista
a Diamela Eltit
Escritora de avanzada
Por Álvaro Matus
Revista de Libros de El Mercurio, Viernes
4 de Noviembre de 2005
Tomando como punto de partida el juicio contra Enrique Arancibia
Clavel por su participación en el asesinato del general Prats,
la autora de "Lumpérica" y "Vaca sagrada"
realiza un nuevo ejercicio experimental: "Puño y letra",
texto en el que combina la reflexión sobre la violencia política
con elementos documentales.
Al igual que Eugenio Dittborn, Raúl Zurita y Lotty Rosenfeld,
Diamela Eltit irrumpió en el medio artístico local como
miembro de la Escena de Avanzada, un colectivo que a fines de los
setenta se las ingenió para criticar a la dictadura por medio
de una refinada mezcla de lenguajes: video, poesía, pintura
y performance eran la materia prima de unas acciones de arte que podían
realizarse tanto dentro de una galería como en una población.
La idea era ampliar los límites del arte tradicional. Romper
los moldes. Experimentar. En 1981, por ejemplo, lanzaron
en Santiago 400 mil panfletos que decían "el trabajo de
ampliación de los niveles habituales de vida es el único
montaje de arte válido/ la única exhibición/
la única obra de arte que vale: cada hombre que trabaja para
la ampliación aunque sea mental de sus espacios de vida es
un artista".
Contrastando el recuerdo con el presente, Diamela Eltit aprueba con
honores: su apuesta por vincular arte, vida y política permanece
inalterable. Y su vocación por el riesgo también. Allí
están Por la patria (1986), Los trabajadores de la
muerte (1998), Mano de obra (2002) y otras novelas que
incorporan elementos cinematográficos, que recurren al collage
y que a ratos rozan la escritura automática.
Estas cualidades de su obra, sin embargo, le han granjeado tantos
adeptos como detractores. Estos últimos dicen que Eltit no
es capaz de contar una historia y que se esfuerza en escribir difícil,
interviniendo sus relatos con términos como "subjetividad",
"apropiación", "analíticas" y "devenir".
Pero estas opiniones contrastan con el juicio de críticos tan
agudos como el peruano Julio Ortega, quien asegura que su escritura
es comparable a una rebelión que empieza en el margen pero
que termina encendiendo toda la página: "En esa combustión
leemos las palabras salvadas y las más ciertas", escribió
en Caja de herramientas. Para la argentina María Moreno,
en tanto, los libros de Eltit "han conquistado al público
fuera de los clichés dictados por el mercado para la literatura
de género". Elogios aparte, la escritora ha sido invitada
como profesora visitante en las universidades norteamericanas de Columbia,
Berkeley y Stanford.
Ahora publica Puño y letra (Seix Barral), mezcla de
documental y ensayo que arranca de su propia experiencia: la autora
asistió el año 2000 al juicio oral que se desarrolló
en Argentina contra Enrique Arancibia Clavel, miembro de la DINA acusado
de participar en el asesinato del general Carlos Prats y su esposa,
Sofía Cuthbert, en septiembre de 1974. En la primera parte,
la autora realiza, con trazo sutil, un perfil de Arancibia Clavel.
Su paso por la Armada, los vínculos con grupos de extrema derecha
que lo obligaron a escapar después del asesinato de Schneider,
los nombres que utilizaba en Argentina (Enrique, Juan, Juan Felipe,
Luis Felipe, Miguel), el puesto "pantalla" de representantes
del Banco del Estado en Buenos Aires y otros antecedentes ayudan a
formarse una imagen de un hombre que actualmente cumple condena de
prisión perpetua.
Después vienen los alegatos de los abogados de la familia Prats,
una reflexión de Eltit sobre la violencia instaurada el año
del atentado y, lo más extenso, la transcripción de
un interrogatorio a Hugo Alberto Zambelli, actor y bailarín
de revistas que trabajó con Susana Jiménez, el gordo
Porcel, y que conoció a Arancibia Clavel cuando éste
se hizo pasar por periodista de "París Match". A
través de las declaraciones de quien fuera pareja de Arancibia,
el lector se introduce en un mundo de farándula y conspiración,
de maquillajes y heridas, de neón y muerte. "Yo hice esta
carrera para salir en el diario como artista, no como testigo de esto",
alega Zambelli, un personaje que parece sacado de una obra de Puig
o de Copi. Pero Zambelli, como Arancibia Clavel,
son reales. Igual que el juicio, Townley, Contreras, los allanamientos
y la bomba, esa que estalló debajo del auto en el que Prat
y su esposa se encontraban la medianoche del 24 de septiembre de 1974.
De esta forma, Eltit confirma que memorizar y escribir siguen siendo
una forma de avanzar: Puño y letra no indaga sobre el
pasado, sino sobre los orígenes del presente.
—¿Cuándo se dio cuenta de que debía contar
esta historia?
—En realidad asistí al juicio oral en Buenos Aires antes que
esta modalidad se instalara en Chile y fue una experiencia sorprendente,
precisamente porque la forma en que operaban los tribunales chilenos
era a puertas cerradas. Un modelo chileno, por decirlo de alguna manera,
kafkiano, impenetrable, monolítico. Presenciar el juicio en
Argentina implicó para mí una situación inédita,
en la medida en que se alojaba allí la posibilidad de democratización
de un sistema judicial que se sostenía en Chile en innumerables
privilegios gios. Decidí hacer el libro, después de
pensar y repensar el tema. Pero yo no "cuento una historia",
lo que hago es poner en escena un fragmento documental de orden político
que ya formaba parte de la memoria chilena.
—¿Dónde está, entonces, la ficción?
Después de todo, el libro sale en una colección de novelas.
—Usted me pregunta aspectos que no puedo contestar, en parte porque
yo no me puedo transformar en crítica o explicadora de mi propio
libro. No corresponde. Lo que sí le puedo decir taxativamente
es que no es una novela, no lo es, más allá de que la
editorial la incluya bajo ese prisma. Ahora si porta o no porta ficción,
si existen mecanismos autorales allí, le corresponde al lector
formar su propio criterio.
—¿Considera que este libro es una ruptura o una continuidad
con su obra anterior?
—Junto con mi hacer novelístico, he transitado por otros espacios
de escritura, un libro-crónica sobre el sufragio femenino en
Chile, hecho en conjunto con Lotty Rosenfeld, o un habla marginal
recogida en El padre mío y, en conjunto con Paz Errázuriz,
El infarto del alma. Este libro se suma a esas escrituras,
tiene que ver con materiales sociales álgidos o revueltos o
irregulares. Quizás estos libros representan para mí
lo más "experimental" que he realizado porque existe
un riesgo, un espacio impreciso, un hueco en su posible catalogación.
Y, claro, eso es estimulante.
—¿Por qué elaborar un libro a partir del crimen
de Prats y no de uno de los tantos desaparecidos anónimos?
—Efectivamente, no dudo que el "caso Prats" ha podido avanzar
en su esclarecimiento por tratarse de un general, ex comandante en
jefe del ejército de Chile y por las gestiones intransables
de sus hijas y, entonces, la situación es muy distinta, por
ejemplo, a militantes o simpatizantes detenidos desaparecidos o fusilados
a mansalva o por reprobables consejos de guerra cuyos casos se han
naturalizado por no estar inscritos en las consistentes redes de los
poderes centrales. Es muy evidente que aún en estos dolorosos
terrenos funciona lo que Pierre Bourdieu denomina "capitales
simbólicos". Dicho de otra manera, el clasismo en un país
clasista y, peor aun, racista. En este sentido, yo no creo ni por
un segundo que todos los chilenos sean iguales ante la ley, como lo
señala la Constitución. El punto central de su pregunta,
yo misma lo planteo en el libro como un problema agudo para mí.
Esto es, que existen víctimas políticas de primera y
de segunda. Este hecho se puede observar con claridad en las condiciones
investigativas que rodearon la espantosa matanza de mujeres en Alto
Hospicio y que se pudieron evitar si no hubieran funcionado estereotipos
que unían linealmente mujer, pobreza y prostitución.
Más aun, estos crímenes no fueron aclarados por las
instituciones policiales, sino a través de una de las propias
víctimas que logró sobrevivir. Pero, volviendo a este
juicio oral, más allá de mis dudas y hasta contradicciones,
el punto es que estuve ahí y por lo tanto adquirí un
saber al cual no quise o no pude renunciar. Yo estaba en Buenos Aires,
los crímenes ocurrieron en Buenos Aires, sin embargo, el tejido,
su enclave, era chileno.
—Cuenta que leyó las memorias de Prats. ¿Qué
opina de la falsificación de ellas que realizó el Partido
Comunista y que acaba de conocerse por el libro de Eduardo Labarca?
—Mire, el hecho de que haya formalizado un libro en torno al juicio
en Argentina no me hace guardiana de lo que se escriba sobre el general
Prats como tampoco de lo que se escriba bajo su firma supuesta. No
tengo opinión al respecto. En fin, piense que en el ámbito
literario existe esa práctica, incluso se escribió una
versión apócrifa de la segunda parte del Quijote, entonces
las implicancias políticas de ese volumen que señala,
habría que dirimirlas con el PC y con Labarca.
—Al comienzo menciona que Arancibia Clavel parece un personaje
de película. ¿Es más producto de la ficción
que de la realidad?
—No afirmo que Enrique Arancibia Clavel sea un personaje de película;
no lo es, es concreto y es real. El punto más bien es cómo
comparece, desde qué imaginario se presenta al juicio, cuál
es la ficción en la que se recubre, en el entendido que todos
generamos ficciones acerca de nosotros mismos. En esa lectura me pareció
que comparecía desde la imagen del soldado que había
sido capturado en territorio enemigo y era sometido a una especie
de consejo de guerra. Se me vienen a la cabeza imágenes de
películas, fragmentos de filmes, pero para ser franca, a mí
no me gustan las películas de guerra.
—Da la idea de que la dupla Zambelli-Arancibia representa esa combinación
que hoy se da entre poder y farándula. ¿Fue deliberado?
—Sí, eso fue fundamental. Por una parte, la evidencia de que
en una situación tan oscura e ilegítima como la DINA
existía una conexión oblicua con lo más representativo
de la farándula argentina. Pero, por otra parte, creo que los
ecos del habla de Zambelli resuenan en el nuevo escenario social chileno,
lo digo pensando en términos actuales, en los inicios del siglo
XXI. Los medios de comunicación masivos se sostienen en la
farándula, que no es más que el ejercicio ilimitado
de la violencia como tecnología de alienación: la venta
de vidas y de muertes, los más cruentos ataques personales,
la pulverización del sujeto, la indignidad como valor de cambio,
invaden la atención y la atracción de la ciudadanía
para evitar así que esa misma ciudadanía elabore una
mirada crítica sobre la verdadera violencia que experimentan,
como es un modelo económico que los castiga de manera incesante
a través de la exclusión, la desigualdad, el consumismo,
la deuda y la usura.
DONOSO Y LA ACADEMIA
—¿Qué escritores le han interesado o tuvo en mente
para escribir "Puño y letra"?
—Yo sostengo que éste es un libro documental, no una novela.
No obstante, precisamente este carácter documental permite
una discursividad más alterada, más móvil y el
ingreso de diversos registros de escritura. En este preciso momento
recuerdo a Truman Capote y su libro Música para camaleones,
donde coexisten relatos de ficción de muy alto nivel creativo,
entrevistas y memoria personal, como por ejemplo, una conversación
con una aseadora de departamentos o una conversación, en el
curso de un funeral, con Marilyn Monroe. Es un libro desafiante, importante,
claro, hay que recordar que Capote es uno de los fundadores de la
novela-testimonio, entonces estas fugas forman parte de su obra.
—Desde sus primeros trabajos se aprecia el intento de ampliar los
espacios del arte. Pero ahora su obra se estudia en la academia, que
viene a ser como el museo para los artistas plásticos. ¿Se
siente satisfecha ocupando ese espacio oficial?
—Usted me hace una pregunta provocativa ante la cual no puedo sino
manifestar una cierta sorpresa, en parte porque lo que señala
ya ha sido enunciado por personas ligadas al mundo mediático-literario.
El hecho de que mis libros se lean o incluso se estudien, junto a
otras obras, en los ámbitos académicos, parece generar
en un pequeño sector del microespacio cultural nacional una
cierta molestia. Frente a esa molestia no puedo dejar de preguntarme
si acaso el deseo o el empeño no radica en que mis libros no
se lean en ninguna parte, que no existan como textos, que desaparezcan.
Me pregunto también si en ese deseo no se incrusta una forma
no demasiado sutil de machismo.
—¿En qué sentido?
—Lo digo porque en la esfera literaria existe lo que llamaría
un brote neomachista alucinante y antidemocrático. Se lo digo
también porque José Donoso y muchos autores nacionales
y latinoamericanos se leen, cómo no, en las academias y no
he oído reproches al respecto, ni a la academia ni al autor.
Las escuelas literarias tienen una función y diría una
doble función —cuando se ha desencadenado el frenesí
comercial— como es sostener redes analíticas, dotar a sus estudiantes
de saberes específicos que les permitan articular la literatura
como un sitio complejo, cruzado de signos históricos. Jamás
escribí para no ser leída, pero tampoco escribí
para ser leída en tal o cual parte, eso yo no lo puedo controlar,
no tengo ese poder ni esa intención, pero eso no me "oficializa",
al menos de manera estruendosa ni menos invasora. Creo, tal vez puedo
estar equivocada, que podría estar oficializada como una autora
minoritaria latinoamericana y eso no me molesta, al revés,
me parece una posición y una situación muy interesantes.
Pero eso no es importante, lo crucial para mí es escribir.
—A propósito de Donoso, ¿qué recuerdos tiene
de él?
—José Donoso es un escritor extraordinario. Sigo, de manera
permanente, releyendo El obsceno pájaro de la noche
y siempre encuentro nuevos sentidos estéticos en su libro.
Me parece fascinante esa novela. Tuve el privilegio de conocerlo y
mantener una relación de amistad, muy entrañable e importante
para mí, que se prolongó hasta su muerte.
—En la contratapa de "Puño y letra" aparece un
comentario que la coloca junto a Lemebel y Bolaño. ¿Los
considera buena compañía?
—No leí antes de la publicación del libro su contratapa,
esa fue una decisión editorial. Quizás si lo hubiera
hecho, si la hubiese leído —parece que sí debería
haberlo hecho—, hubiese obviado, de la selección de fragmentos,
la catalogación de autores. Me siento incómoda ante
la elaboración, en un libro de mi autoría, de mapas
de importancia donde yo misma figuro, es bochornoso. No tengo problemas
con los autores citados, el punto delicado para mí es que yo
también integro la lista. Porque la literatura es muy plural,
móvil, una zona de permanentes ingresos, modificaciones, tensiones
textuales. Entonces, todo intento por inmovilizarla atenta contra
su energía. Pero tengo que decir que la editorial realizó
una extraordinaria labor con el texto propiamente tal.
—"Escribir no es una profesión sino una vocación
para la desdicha", dijo Simenon. ¿Cree que un artista
pueda ser feliz?
—No me parece la literatura como una vocación a la desdicha,
más bien la entiendo como un trabajo desafiante, a ratos difícil
o fluido, pero siempre traspasado por el goce. En ese sentido yo soy
materialista. Creo en la letra, en el goce que provoca la escritura.
No sé si un artista pueda ser más o menos feliz que
cualquier persona que desempeñe otro oficio. Pero, en realidad
y para ser sincera, de la misma manera que el sufrimiento agota, también
puede resultar insoportable la felicidad permanente. Si ese fuera
mi destino —imposible—, renuncio de antemano a ser feliz.