“La escritora más maldita de la literatura
chilena actual”[1]: la recepción crítica
de la
narrativa de Diamela Eltit
“The most cursed writer in current Chilean literature”:
the critical reception
of Diamela Eltit’s narrative
Por Mario Federico David Cabrera
(Argentina) Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y (CONICET)
Universidad Nacional de San Juan federicodavidcabrera@gmail.com
Publicado en Telar N°25, julio-diciembre de 2020
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán, Argentina.
Resumen. En este artículo propongo explorar el discurso de la crítica en torno a la producción literaria de la escritora chilena Diamela Eltit. Sostengo, a modo de hipótesis, que, en paralelo con el despliegue de la trayectoria literaria de la autora, es posible identificar una serie interpretaciones y resistencias por parte de distintos agentes del campo cultural que dan cuenta no sólo del carácter excéntrico de Eltit, sino también de disputas internas referidas a la experimentación estética, las problemáticas de género y las interpelaciones políticas. Para ello, organizo la exposición como un recorrido diacrónico por distintas publicaciones académicas aparecidas entre 1990 y 2020 que focalizan en distintos nudos problemáticos (la reconfiguración del campo literario posterior al Golpe de Estado de 1973, la politización de la escritura y la centralidad del cuerpo como territorio de la disputa social) en la narrativa eltiana.
Palabras clave: Diamela Eltit, literatura chilena, crítica literaria.
Abstract. In this paper I propose to explore the discourse of the critics around the literary production of the Chilean writer Diamela Eltit. I argue that it is possible to identify interpretations and resistances on the part of different agents of the cultural field that account for the eccentric character of Eltit and internal disputes related to aesthetic experimentation, gender problems and political interpellations. I organize the exhibition as a diachronic journey through different academic publications that appeared between 1990 and 2020 that focus on different problematic nodes (the reconfiguration of the literary field, the politicization of writing and the centrality of the body as territory of social dispute).
[…] Desde otra perspectiva, la existencia de escrituras que persisten en lugares minoritarios,
demarcan, precisamente, la capacidad de subsistir en otros lugares, indica que existen miradas
que cruzan los dictámenes del centro comercial y se detienen en producciones que no están
diseñadas según las normativas oficiales del éxito y, desde ese lugar, matizan las construcciones
centrales que la hegemonía intenta imponer
(Eltit, 2009: 346).
La escritura de Diamela Eltit[2] irrumpe a comienzos de la década del ochenta en un escenario social convulsionado por la práctica de la censura, el autoritarismo de la Dictadura Militar (1973-1990) y la urgencia de redefinir los vínculos entre estética y política. En un campo cultural[3] atravesado por la vigilancia y la hegemonía del realismo como signo artístico, la propuesta de Eltit desafía las “morales del sentido único regidas por un binarismo simple de negación/ afirmación” (Richard, 2018: 90). Así, la aparición de novelas como Lumpérica (1983), Por la patria (1986) y El cuarto mundo (1988) marca un hito en la construcción de una narrativa posterior al Golpe de Estado (Richard, 1993; Cánovas, 2009) por cuanto –a través de un juego de experimentación múltiple que yuxtapone técnicas propias de lo dramático, la performance, la fotografía y la narrativa– los textos impugnan la noción naturalista de representación, hacen uso de metáforas que socavan los dispositivos de control y demandan una participación activa de los lectores en la decodificación de los sentidos (Cabrera, 2020: 63-64). Estas operaciones configuran, en palabras de la autora, una poética “okupa”, un ejercicio creativo centrado en un deseo “[…] que se aloje y desaloje en lo abandonado, en lo transitorio, y que sobreviva apelando a un flujo de baja intensidad en perpetuo movimiento” (Eltit, 2016: 380).
Teniendo en cuenta lo señalado, en este artículo me propongo explorar el discurso de la crítica literaria e interrogar específicamente los modos en que se lee la narrativa de la autora. A modo de hipótesis sostengo que, en paralelo con el despliegue de la trayectoria literaria de Eltit, se suceden una serie de interpretaciones y resistencias por parte de distintos agentes del campo cultural chileno que dan cuenta no sólo del carácter excéntrico de la autora, sino también de disputas internas referidas a la conceptualización de las prácticas literarias y, sobre todo, al rol de las mujeres en él[4]. Así, desde algunas etiquetas que (de modo ambivalente o peyorativo) la declaran como “reina de la academia” (Fuguet, 2006) o “la escritora más maldita de la literatura chilena actual” (Bolaño, 2011) hasta el reconocimiento de colegas que ponen de relieve la singularidad y el compromiso de su escritura (Brito, 1990; Lértora, 1993; Carreño Bolívar, 2007; Barrientos, 2019), la figura de Eltit gravita en el discurso de la crítica literaria como un núcleo problemático en el que convergen preocupaciones referidas a la experimentación estética, la crítica de género y las interpelaciones políticas. En consecuencia, organizo la exposición como un recorrido diacrónico que se focaliza en distintas producciones académicas aparecidas entre 1990-2020[5] y dan cuenta de las problemáticas planteadas anteriormente.
Variaciones en torno a una escritura que incomoda
A comienzos de la década del noventa, Eugenia Brito publica Campos minados (Literatura post-golpe en Chile), un ensayo que resulta indispensable para explorar y comprender la escena literaria chilena posterior al Golpe de Estado de 1973[6]. Este período es analizado desde una doble perspectiva: como un corte simbólico de las relaciones entre literatura y otras áreas de saber (sociología, ciencias políticas y psicoanálisis, entre otras) y como un pliegue estratégico que potencia y complejiza las formas comunicativas del lenguaje a través de una escritura que desborda y resiste:
Esta diferencia se plasma de varias maneras, en este nuevo mapa: a) como una interrogación a la historia de la cultura, tanto latinoamericana como chilena, en particular, b) como un arte velado que busca por todos los medios reorganizar su decir, interesándose en las operaciones del significante para evitar la linealidad de las interpretaciones del código del Opresor, bastante atento para captar esos develamientos y archivarlos en moldes carentes de eficacia, c) al evitar la caída en el logocentrismo, la “nueva escena”, activa el espacio replegado de la letra y propone, desde ella, el continente de una nueva aventura […] (Brito, 1990: 11).
Asimismo, frente a las políticas represivas de la Dictadura, el cuerpo irrumpe en la escena artístico-literaria como territorio de experimentación e intervención política en el que se disputan múltiples dimensiones que hacen a la configuración de lo individual y lo colectivo. El cuerpo, como materialidad significante y como extensión metafórica de las instituciones sociales, revela insatisfacción, dolor y, por momentos, placer ante lo insólito de sus modulaciones (Brito, 1990: 13). En este contexto, Brito afirma que la narrativa de Diamela Eltit puede ser interpretada como la inauguración de un nuevo paradigma de lectura/ escritura que, a través de una experimentación múltiple con el lenguaje, transgrede modelos discursivos dominantes replicándolos y resemantizándolos. Al analizar Lumpérica y Por la patria señala algunos lineamientos formales que permiten extender la mirada hacia la totalidad de la narrativa eltiana y advertir ciertas continuidades dentro de su proyecto:
Los hilos conductores que juntan ambas novelas sellan el estilo que aporta Eltit a la literatura chilena: citas, absorción de textos políticos, panfletarios o bien provenientes de la literatura española del Siglo de Oro, cortes por tomas - fotogramas casi- del mundo de las artes visuales, creación de palabras, redistribución de la sintaxis y fusión de géneros: poético (por ej. El Proyecto de olvido); dramático […]; todos ellos convergen sobre la superficie narrativa, dando al texto/ a los textos de Eltit un estilo particular (Brito, 1990: 114).
Algunos años después, Juan Carlos Lértora se encarga de recopilar una serie de ensayos que integran el libro Una poética de literatura menor: la narrativa de Diamela Eltit (1993)[7]. Tal como el título lo indica, los trabajos apuestan a pensar el proyecto narrativo de Eltit como una literatura de “lo menor” en el sentido que le otorgan Deleuze y Guattari (2004): un conjunto de prácticas que buscan desestabilizar formas hegemónicas con el propósito de demarcar una zona crítica y subsistir en la diferencia. Así, Lértora caracteriza la escritura eltiana a partir de la fragmentariedad y la polifonía: “[…] verdadero mestizaje de voces que se encuentran por primera vez en el espacio de la novela, que se convierte en el espacio de encuentro de una heteroglosa desenfadada […]” (1993: 11). El ensayo “Tres funciones de la escritura: deconstrucción, simulación, hibridación” de Nelly Richard continúa en esta línea y afirma que Lumpérica (1983) constituyó en su momento de aparición una forma solitaria y de emergencia fundamental en la construcción de una literatura “posgolpe” con el fin de “[…] alzar la escritura como bandera de la lucha, la textualidad como militancia y auto-goce, la contorsión idiomática como figura de subversión” (1993: 38). Julio Ramos, por su parte, en “Diamela Eltit y el imaginario de la virtualidad” propone una lectura del corpus eltiano como una forma literaria “posmoderna” que desplaza las dicotomías (literal/simbólico, verdad/ ficción, empiria/ trascendencia y objeto/ nombre) y las jerarquías que se desprenden de ellas con el fin de poner en crisis el sistema de representación y asumir la contradicción como forma de vida (1993: 54-55). Esta poética, desde la perspectiva de Ramos, responde a un mandato histórico por cuanto “[…] disputó al discurso autoritario no sólo el significado de los nombres sino la misma significación de nombrar” (53).
Por otra parte, Rubí Carreño Bolívar, en su ensayo Leche amarga: violencia y erotismo en la narrativa chilena del siglo XX (Bombal, Brunet, Donoso, Eltit) (2007) afirma que el proyecto narrativo de Eltit ocupa un lugar incómodo dentro del campo literario chileno debido a que:
[…] vulnera varias de las tradiciones hegemónicas chilenas, como por ejemplo, el imperio de la literatura realista en colusión con el fundo mental como orden social; la construcción de un sujeto popular que se escapa de las retóricas de la caridad o de la seguridad ciudadana y que en vez de halar de redimido tras las rejas, cuenta la historia, aunque sea a través de las huellas que deja en su cuerpo, el vino, la tortura o la automutilación. A esto, se suma en su narrativa reciente, la crítica a la omnipresencia del mercado que destruye colectivos que van desde la familia y el gremio hasta la nación […] (Carreño Bolívar, 2007: 145).
Algunos años después, en el ensayo Av. Independencia. Literatura, música e ideas en Chile disidente (2013) Carreño Bolívar vuelve sobre estas afirmaciones y, desde una perspectiva que anuda el acto de la reescritura con el de vulnerar tradiciones, sostiene:
Diamela Eltit reescribe la tradición chilena a partir del marco de inteligibilidad que le da el Golpe de Estado de 1973. A una narrativa que ya era poderosamente femenina y feminizante le agrega una dimensión pública, política. No se trata de sacar a parrandear y después votar a los rotos presentes en la narrativa de María Luisa Bombal, Marta Brunet y José Donoso en la chingana armada por el patrón. No es una cuestión de representación, es decir, de continuar con el criollismo mental, pero esta vez hablando el lenguaje de la vanguardia [...]. Diamela Eltit […] expone que no hay intimidad ni exposición, adentro ni afuera; ni siquiera hay vino, ni baile, más bien espasmos producto de corriente y escenarios en los que él y ella bailan la cueca nacional, pero atados a la parrilla eléctrica en la que ella termina bailando la cueca sola (Carreño Bolívar, 2013: 43).
Asimismo, Carreño Bolívar advierte la variable de género como uno de los elementos fundamentales que hacen al posicionamiento incómodo de la escritura eltiana dentro del campo literario chileno: “Salvo excepciones, la crítica periodística la acusa de (no) ser (solo) una mujer” (2013: 146). De acuerdo con la autora, esta crítica mediática evalúa de manera negativa tanto el trabajo teórico y la reflexión metaliteraria que Eltit ejecuta en sus textos por considerarlos de elite[8], como el trabajo colectivo de una serie de escritoras que son reducidas a la etiqueta de “diamelitas”[9]:
Las ideologías de género utilizadas para devaluar a Eltit y sus concomitancias no solo obedecen a la necesidad de depreciar constantemente el trabajo femenino a fin de tenerlo (casi) gratis, como ocurre la mayoría de las veces, sino a la de castigar la exitosa estrategia de inserción de Eltit en el campo cultural. Me refiero a su capacidad para cruzar fronteras textuales, sexuales, étnicas, de clase y hacer cruzar con ella, a los otros próximos (Carreño Bolívar, 2007: 149).
En lo que se refiere al carácter político que adquiere la escritura de Eltit, Carreño Bolívar, en el ensayo “¿Qué eres? Una torpe, alarmada, pasafronteras” (2009), sostiene que, frente a la crisis de los discursos sociales y de una evidente desautorización general del lenguaje, la autora responde a través de un trabajo artesanal con la escritura:
La narrativa de Eltit contesta al fundo- mercado fundamentalmente a partir de un nivel narrativo, no sólo en un nivel conceptual o ideológico del más o menos todos somos capaces. Eltit responde a la desautorización de la letra no a través del llanto o del discurso, sino a través de la fina trama de sus citas locales en las que hace vivir la escritura como artesanía, memoria y experiencia. Al discurso dictatorial y patriarcal opone múltiples versiones de la historia, incluso las “mentirosas”; al trabajo literario en serie, contesta con su poética en movimiento (Carreño Bolívar, 2009: 15).
Desde otra perspectiva, Sergio Rojas Contreras, en su ensayo Catástrofe y trascendencia en la escritura de Diamela Eltit, afirma que la autora pone en cuestión el nihilismo pasivo como estrategia de adaptación a un mundo que se revela brutal e incomprensible (2012: 15). De esta manera, sus narraciones cuestionan la posibilidad de comprender de manera unívoca la realidad y reflexionan críticamente acerca del poder instrumental del lenguaje. Se configura una poética en movimiento permanente en la que “la escritura, a diferencia de las representaciones, fluye desde la urgencia misma de hacerse representaciones, de encontrar respuestas; consiste en la búsqueda misma, entre el después de lo Real y el aún-no del mundo” (2012: 18)[10]. En diálogo con Roberto Espósito, Rojas Contreras utiliza el término “impolítica” para referirse a los modos en que los textos de Eltit trabajan con los discursos sociales. Esto alude a un proceso de intensificación y radicalización de la política no su negación- que enarbola un conjunto de mitos humanistas y propone una mirada progresiva/lineal de la historia. Lo impolítico es entendido, entonces, como una interrogación deconstructiva de los relatos que construyen una imagen de lo comunitario.
Mónica Barrientos, más recientemente, ha publicado La pulsión comunitaria en la obra de Diamela Eltit (2019). En este libro, la autora sostiene que en la obra de Eltit gravita una pulsión comunitaria entendida como un gesto que busca “[…] articular un discurso que performativiza las diferencias sociales y las relaciones de poder por medio de una “escritura comunitaria” donde los diferentes tipos, formas, géneros y escrituras se conjugan en una gran obra política, comunista[11]" (2019: 2). La escritura, así, se manifiesta como un desafío y una responsabilidad ética que se replantea la idea de “lo común”, que rechaza la identificación única y se abre a la heterogeneidad y que, al resistirse a la representación política unitaria, promueve la emergencia de la otredad y de los remanentes del consenso. Barrientos analiza la totalidad de la producción eltiana atendiendo a la configuración discursiva de los espacios (públicos y privados) y a las subjetividades y cuerpos que tienen lugar en ellos. Las novelas de Eltit son leídas, entonces, como una contrageografía[12] del mundo globalizado que porta sobre sí misma “[…] la fractura y la fuga, ya que el movimiento, aquello que impide la fijeza, se convierte en la única forma de insubordinación a las diferentes formas de poder” (2019: 6).
En diálogo con estas propuestas, Laura Scarabelli en Escenarios del nuevo milenio. La narrativa de Diamela Eltit (1998-2018) (2018) se pregunta cuáles son las imágenes que se despliegan en la narrativa de Eltit y de qué manera(s) se intersectan con los discursos sociales. La hipótesis que organiza su reflexión sostiene que el proyecto narrativo de la autora ejecuta dos macro-operaciones: cuestiona los mecanismos de la escritura como estrategia de subversión semiótica de ideas asociadas a las prácticas literarias y problematiza representaciones culturales naturalizadas a través de un proceso de reescritura y resignificación permanente. A lo largo del trabajo se destacan dos herramientas conceptuales que permiten ampliar el horizonte de comprensión de este proyecto estético-político: la noción de palabra meta-testimonial y la hermenéutica del cuerpo. El primer término alude a la función testimonial que despliegan las narradoras en los textos del corpus[13]: son heroínas de papel que, a través de un cuerpo/archivo herido por los abusos del poder, logran edificar “[…] un contra-discurso capaz de quebrar los silencios de la historia e iluminar intensas zonas de abandono” (2018: 42). En relación con esto, el segundo término señala que en estas narraciones prolifera una serie de cuerpos “[…] excedentes y rebeldes que proponen nuevas claves hermenéuticas para la interpretación y gestión del Estado, todas fundadas en un repensamiento del concepto de comunidad” (2018: 169).
La problemática del cuerpo, constituye, precisamente, uno de los nudos centrales de la crítica en torno a la narrativa eltiana. Megan Corbin (2013), por ejemplo, asegura que uno de los principales aportes de Eltit a la literatura chilena consiste en la exploración de los territorios corporales como un archivo de resistencia humana frente a las configuraciones socio-históricas del biopoder[14]. En esta misma dirección, Mónica Barrientos entiende que los cuerpos en la narrativa eltiana son materiales en exposición que, atravesados por una violencia histórica y social, exhiben sus heridas y performativizan “[…] una subjetividad descentrada, fluctuante, exuberante, que habita espacios móviles de forma improductiva y transgresiva” (2019: 103). Esta propuesta narrativa despliega una amplia galería de cuerpos geopolíticamente situados y metafóricamente vinculados con los procesos simbólicos y culturales:
Todos son cuerpos cifrados, escritos violentos sobre la piel para mostrar la impureza del lenguaje, el quiebre de la letra y la fragmentación del cuerpo, que se relaciona con el fragmento de la sintaxis de las propias obras al romper el carácter lineal y representacional de lo que se entiende como narrativa […]. En todos ellos, la sintaxis y el cuerpo quebrado provocan un cuerpo-página que inscribe su crítica en cualquier sistema de normalización, sea este político, social o académico (Barrientos, 2019: 104).
Siguiendo con estas interrogaciones, el artículo “Desbordes de lo humano: configuraciones del cuerpo en María Luisa Bombal y en Diamela Eltit” (Cabrera, 2017) advierte que, ya desde Lumpérica, la narrativa de Eltit elabora una política de los cuerpos que pone en discusión construcciones del sentido común a través de distintas estrategias de extrañamiento (la duplicación, la fragmentación y la animalización de los cuerpos, principalmente). En consecuencia, el cuerpo nómade se revela como una estrategia desestabilizadora de los lenguajes asociados a la experiencia de una modernización autoritaria y excluyente (169). En sincronía con estos planteos, los trabajos de Nelly Richard (1991), Sergio Rojas Contreras (2012) y Mónica Barrientos caracterizan a la escritura eltiana como una modulación del neobarroco. Por un lado, Richard, en una de las lecturas tempranas de El padre mío (1989), advierte la gravitación de una estética neobarroca como síntoma de una “simbolización cultural trizada” (1991: 77) en la que se refracta la práctica sistemática de la violencia y la vigilancia[15]. Por otro, Rojas Contreras (2012) y Barrientos (2019), asimismo, definen a la escritura neobarroca de Eltit como una mirada descentrada, heterogénea y desencantada que hace foco en las zonas de desborde y exceso y descree en la idea de unicidad del sujeto. Así, estas producciones literarias, en sus diversas modulaciones, materializan un posicionamiento antiautoritario, polémico, experimental y crítico que desborda no solo el espacio de las convenciones artísticas, sino también el de las representaciones socio-comunitarias escindidas.
Consideraciones finales
Josefina Ludmer (2015) entiende al “hacer” de la crítica literaria como “un modo de leer” que supone tres operaciones: (1) la interpretación, descripción y evaluación de corpus concretos; (2) la construcción de sus objetos de conocimiento; y (3) la exposición de una lectura/ escritura. El crítico o la crítica, desde esta perspectiva, se interroga sobre los modos en los que se lee, qué objetos son los que se leen, qué sentidos se construyen sobre ellos y desde dónde se lee (el lector académico, el lector privilegiado, el hermeneuta o el juez). De esta manera, es posible afirmar que el discurso de la crítica literaria, como dispositivo social e históricamente determinado, organiza constelaciones de sentido que orientan (y regulan) prácticas interpretativas.
Desde este punto de vista, en este artículo me he propuesto explorar el discurso de la crítica e interrogar específicamente los modos en que se ha leído la producción literaria de Diamela Eltit. En este recorrido, la experimentación estética, la crítica de género y las interpelaciones políticas constituyen un nudo problemático dentro del discurso crítico en torno a la autora que, con distinto grado de alcance, permite adjetivarla como una escritura de resistencia (Brito, 1990), “una poética de lo menor” (Lértora, 1993), una contramemoria de los últimos cuarenta años (Carreño Bolívar, 2007), una “pulsión comunitaria” (Barrientos, 2019) o como un pliegue neobarroco (Richard, 1991; Rojas Contreras, 2012; Barrientos, 2019). No obstante, más allá de los reconocimientos y de las etiquetas, es importante señalar que la figura de Diamela Eltit constituye un punto de quiebre de las lógicas del campo cultural que no sólo expone tensiones referidas a la dimensión política de lo literario y a la hegemonía masculina, sino que además permite trazar líneas alternativas y subterráneas dentro de la literatura chilena.
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Notas
[1] Roberto Bolaño se refiere a Diamela Eltit en estos términos en la crónica “El pasillo sin salida aparente” (2011) en un juego de referencias ambiguas que parecen incluirla dentro de la genealogía de los poetas malditos (Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud y Stephane Mallarmé, entre otros). En este texto, Bolaño relata una cena en la casa que la autora compartía junto con su pareja, Jorge Arrate, en 1998. [2] Diamela Eltit (Santiago, 1949) es Licenciada en Letras por la Universidad de Chile. Ha ejercido como docente de la Universidad Tecnológica Metropolitana y como profesora invitada en las universidades de Cambridge, Columbia, Berkeley, Stanford, Washington y Johns Hopkins, entre otras. En el campo artístico, ha sido una de las fundadoras del Colectivo de Acciones de Arte (CADA) a fines de los 70, movimiento que tendió a reformular y rearticular las relaciones público/obra y arte/política en el marco de la censura y el terror de la Dictadura. Ha publicado tres libros que recopilan ensayos y artículos de su autoría: Emergencias (2000), Signos vitales (2008) y Réplicas (2016). Su obra narrativa comprende las novelas Lumpérica (1983), Por la patria (1986), El cuarto mundo (1988), Vaca sagrada (1991), Los vigilantes (1994), Los trabajadores de la muerte (1998), Mano de obra (2002), Jamás el fuego nunca (2007), Impuesto a la carne (2010), Fuerzas especiales (2013) y Sumar (2018), además de las narraciones testimoniales El padre mío (1989) y Puño y letra (2005). [3] Utilizo el término “campo cultural” como una especificación de la noción de “Campo intelectual” de Pierre Bourdieu (2002) e incluyo como sujetos o figuras de dicho campo a los trabajadores de la cultura o productores de bienes simbólicos, es decir a los artistas, escritores y pensadores, entre otros. [4] A propósito del tema, resulta interesante revisar la reseña que Nelly Richard (2016) elabora sobreRéplicas. Escritos sobre literatura, arte y política de Eltit (2016). La autora destaca que los ensayos de Eltit desnaturalizan y exhiben la arrogancia de la generalización masculina de la figura del intelectual público. [5] Si bien las publicaciones (tesis, papers, ensayos, ponencias y entrevistas, entre otros) que analizan la producción narrativa de Eltit son innumerables, en este trabajo he priorizado fuentes bibliográficas que refieren de manera transversal su producción literaria. [6] El corpus de análisis de Brito está integrado por autores que escribieron en Chile después del Golpe y que desarrollaron sus proyectos culturales en círculos minoritarios, al margen del reconocimiento y apoyo de instituciones del Estado y/o medios de comunicación: Juan Luis Martínez, Raúl Zurita, Diego Maqueira, Diamela Eltit, Antonio Gil, Carmen Berenguer, Soledad Fariña, Carla Grandi y Gonzalo Muñoz. [7] En este volumen se incluyen ensayos de Juan Carlos Lértora, Diamela Eltit, Nelly Richard, Julio Ortega, Raquel Olea, Sara Castro-Klarén, Guillermo García Corales, María Inés Lagos, Marina Arrate, Ivette Malverde Disselkoen, Fernando Moreno y Patricia Rubio. [8] En un texto de 2002, Camilo Marks se refiere a la figura de Eltit como “la esfinge del supermercado” y, unos años más tarde, en 2006, Alberto Fuguet la llama “la reina de la academia”. En ambos casos se insiste en señalar el carácter elitista y aparentemente incomprensible de la producción eltiana. [9] La etiqueta “diamelitas” refiere de manera peyorativa a escritoras jóvenes tales como Lina Meruane, Andrea Jeftanovic y Nona Fernández. Alberto Fuguet (2006) considera a las producciones de estas autoras como ficciones fríamente calculadas y escritas exclusivamente para la academia. [10] Con cursivas en el original. [11] Respecto de la palabra “comunismo”, Barrientos aclara: “[…] me parece necesario y urgente retomar una tradición que fue interrumpida bruscamente para releer el término desde su origen radical entendiendo la raíz de la palabra comunismo en el sentido político, subrayando el deseo de estar juntos, en la voluntad de constituir la comunidad que nace desde una crisis profunda, a partir de la conciencia de una división” (2019: 2-3). [12] En este mismo sentido, Rubí Carreño Bolívar afirma que “la producción literaria de Eltit puede leerse como la contramemoria estatal de los últimos treinta años” (2007: 152). [13] Como lo señala en el título del libro, el corpus de Scarabelli se focaliza en el período 1998-2018 de la narrativa eltiana (incluye testimonio y novela): Los trabajadores de la muerte (1998), Mano de obra (2002), Puño y letra (2005), Jamás el fuego nunca (2007), Impuesto a la carne (2010), Fuerzas especiales (2013) y Sumar (2018). [14] “Los textos que Eltit ha publicado a lo largo de su carrera han demandado este reconocimiento de lo corporal. En su primera novela, Lumpérica, obliga al lector a enfrentar los cortes sangrientos en su página para entrar en la caótica existencia de un ciudadano chileno que vive bajo la dictadura. Este movimiento hacia la corporalidad abyecta del cuerpo cortado y herido es una constante a lo largo de la trayectoria de Eltit. En su novela de 1991, Vaca sagrada, explora el cuerpo torturado a través de la incorporación de expresiones de dismorfia corporal y un marcado examen de las relaciones sadomasoquistas. Luego, en El infarto del alma denuncia al sistema de salud mental chileno a través de la (re) presentación fotográfica de los cuerpos de los pacientes de una instalación psiquiátrica. Esto lo que lleva al lector a considerar la evidencia corporal que da cuenta de un estado psíquico diferente. En su última novela, Impuesto a la carne, Eltit transporta al lector a la existencia ensangrentada y enferma de una madre y una hija que sufren multiplicando enfermedades dentro de los confines de un hospital autoritario que viola repetidamente la santidad del cuerpo y la autonomía del individuo. Todos estos textos revelan una constante que se destaca como contribución de Eltit a la Nueva Ficción Chilena: el giro hacia la capacidad reveladora del cuerpo como un archivo corporal de la existencia humana” (Corbin, 2013: 2-3). La traducción me pertenece. [15] “Estas zonas laberínticas de la memoria, que exploran el arte y la literatura con su saber de la discontinuidad y la fragmentación, no apelan a una voluntad de conocimiento que las reconcilie nostálgicamente con la totalidad dañada ni que suture sus cortes para reintegrar lo cortado, lo fraccionado, a una nueva plenitud de origen. Insisten más bien en la rotura de la serie, en el quebrantamiento de los grandes conjuntos de pensamiento ahora divididos en partes que ya no son recomponibles bajo la protección de una totalidad armónica. Muchos de estos restos sólo quieren tener la oportunidad de vibrar en la discontinuidad barroca del pliegue, atravesados por un deseo de hipersignificación que busca reestilizar su materia desfigurada para sacarle nuevos brillos conceptuales y retóricos” (Richard, 1991: 79).
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com “La escritora más maldita de la literatura chilena actual”:
la recepción crítica de la narrativa de Diamela Eltit.
Por Mario Federico David Cabrera.
Publicado en Telar N°25, julio-diciembre de 2020.
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán, Argentina.