Una voz que visibiliza permanentemente la violencia, en un medio en donde ella es pura naturalización. En este eje es donde se mueve la narradora y protagonista de Fuerzas Especiales, la décima novela de la escritora Diamela Eltit. A través de la primera persona combinada con la narración retórica, esta mujer retrata su vida junto a su hermana, su madre y su padre, en un bloque sitiado por "tiras" y "pacos", en donde el miedo se ha instalado como prótesis de un miembro fantasma, o que nunca existió.
Esta protagonista sin nombre, recibe dinero a cambio de sexo en el ciber del Lucho, en donde también trabaja el Omar. Con ambos personajes coincide en fechas de nacimiento, angustias e inercias, pero sobre todo, en la vivencia de ese espacio que, sin abandonar la familiaridad, arroja constantemente a lo irreal.
Comer un pan frica donde el cojo Pancho, hablar con la Guatona Pepa, o revisar páginas web de moda, son algunas de las actividades que atraviesan la rutina que esta mujer ha logrado establecer en medio del estado de exaltación generalizado que delimita su cuerpo, su barrio, su bloque, y el departamento de treinta metros donde vive con una familia amedrentada, en donde siempre falta algo: dinero, unos niños o algunos hermanos.
En el mundo de Fuerzas Especiales, todas las casas son iguales, y cada hogar no es más que una gran caja con compartimentos en donde el pavor es un elemento tan homogeneizado como el tono de la pintura descascarada que los cubre. "Sólo la diversidad anárquica de las rejas marca la diferencia" (112), dice la protagonista, haciendo eco de esa imagen ampliamente extendida que se puede encontrar en cualquier comuna periférica de una ciudad chilena. Como en esos sectores, en la novela de Eltit, los personajes no tienen derecho a habitar sus propias diferencias, y lo que alcanza a expresarse de esa diversidad es una consecuencia no calculada de algo más imperioso: la necesidad de sentirse protegidos.
Que ocurran o no actos ilegales dentro de estos espacios, ya no es lo que importa, pues es precisamente el operar fuera de la norma lo que constituye la única forma de vida posible de sus habitantes. En este contexto, el paradigma de la aspiración a una moral tradicional pierde todo asidero, transformando el género de la obra en una especie de realismo fantástico en el que la cotidianidad misma se vuelve extraordinaria.
En toda esta dinámica, sin embargo, son las fuerzas policiales las más corrompidas, pues operan completamente atravesadas por el instinto más básico e inconsciente. Si los habitantes de los bloques encuentran respaldo para sus actos en el trauma de la marginación, la tortura, la desaparición y la muerte, los "pacos" y los "ratis" lo hacen en la falta de gratificaciones económicas o de cuerpos a los cuales asesinar. Se posicionan, entonces, como un engranaje más dentro de los aparatos de vigilancia y castigo del sistema socioeconómico imperante, a los que los habitantes del bloque están acostumbrados, pero que no por ello dejan de sufrir.
Esta bestialidad con la que se caracteriza a la policía contrasta con la rectitud racional del discurso armamentista con el que la narradora va trenzando el relato sobre los acontecimientos de su vida: "Había tres mil Murata 8mm" (42), "doscientos rifles Norinko US 12-1» (82), "mil cazas supersónicos MIG-31" (113), y un sinfín de otros elementos de ataque que constituyen la industria más próspera de nuestra época. En Fuerzas Especiales las referencias a este mundo aparecen así, como breves y ásperas menciones en medio de la narración general, que nunca se integran por completo, pero que la dotan de un ritmo que exacerba la atmósfera enajenante que lo caracteriza. Sólo al final del texto podemos constatar que, en verdad, se trata de constantes anticipaciones narrativas.
La presencia de los aparatos tecnológicos en todo este panorama se puede leer desde una triple significación: permite también el acecho y el control policial, a la vez que opera como escape y enajenación de los habitantes de los bloques. De esta forma, el ciber pasa a convertirse en parte de la cotidianidad de los personajes, no solo porque es su lugar de canje de sexo por dinero, sino porque ahí acceden a un estado que les permite dejar de pensarse en la constante fatalidad que los rodea. "Yo venero la neutralidad de la computadora que me protege hasta de los crujidos de mí misma" (13-14), dice la protagonista, que completa su dependencia digital con una cámara de celular que no deja de enmarcar escenas macabras o desoladas.
Al mismo tiempo, esta forma de vivenciar la tecnología remite a una sociedad en donde el acceso a ella es cada vez más homogéneo gracias al abaratamiento de costos que provoca la frenética actualización de las compañías y el sistema crediticio. En este sentido, se trata de mecanismos que pierden rápidamente su carácter de identificación elitista, pero que al mismo tiempo, son alcanzados con cierta dificultad y excitación por las clases marginales, constituyendo dinámicas distintas a las de los sectores acomodados.
Se trata de construcciones esquivas e inestables que no pueden ser capturadas por completo, y que, sin embargo, establecen, en ese terreno intermedio y abstracto de lo digital, categorizaciones nuevas respecto a la forma de vivir y pensar los cuerpos. El sexo que ofrece la protagonista en el ciber del Lucho, es una muestra de este intersticio que encuentra su símil en el vacío legislativo en donde este tipo de actos no pueden considerarse derechamente como prostitución.
Pero la indefinición del acto en Fuerzas Especiales no importa tanto como los significados que posibilita en torno al sujeto femenino y su relación con el poder. La mujer del libro de Eltit es producto de una auto explotación sexual que ha sido el resultado, más que de la necesidad económica, de una resignación existencial y una indiferencia que roza la denigración respecto al propio cuerpo. De esta forma, una de las pocas relaciones que la protagonista parece haber tenido sin fines lucrativos es descrita como "un goce que transcurría en mí, pero sin mí" (135) y en el mismo inicio del texto nos advierte sobre esta auto percepción, diciendo: "soy una criatura parásita de mi misma" (11).
Es en esa inauguración del texto, donde la protagonista comienza además a delinear su propia culpa respecto al padre que ya no cuenta con sus hijos, pues sabe que al patriarca no le bastan las figuras femeninas de la familia. La carencia de los varones lo disminuye, y por ende, toda la familia ha sido disminuida. En este sentido, el padre aparece como un poder mudo que logra ejercerse mediante la autodisciplina y la autocensura, que nace desde el interior de los cuerpos que componen el resto de la familia. Se trata de un discurso que, por lo mismo, desmitifica a esta estructura social como esa construcción idílica e incondicional en la que frecuentemente se le sitúa. En la familia de Fuerzas Especiales, por el contrario, hay agotamiento, culpa y resentimiento y si existe algo que la mantiene unida es más la dependencia enfermiza que el afecto fraternal.
Eltit nos transporta por esta trama a través de una escritura de párrafos largos, cortados solo por los títulos de cada uno de los veintiséis capítulos que componen el libro. Sin embargo, la estructura del texto no se vuelve extenuante. La escritura tiene un ritmo que no duda y es ello los que nos recuerda constantemente que estamos frente a una ficción, pues la narradora que construye Fuerzas Especiales es una mujer que ha sido engullida por el abismo, pero a la vez, parece hablar desde afuera. Utiliza términos coloquiales como lulo, pilila, pacos o tiras, pero siempre volviendo a un discurso preciso, controlado, casi analítico.
El nivel de convicción y conciencia que esta voz tiene sobre sí misma y las condiciones que la atraviesan, desafía completamente su propio carácter de marginalidad. Opera en el límite de la inercia, y posee un conocimiento que roza constantemente la omnisciencia, balanceándose entre el monólogo interior y la narración indirecta. Sabe por qué el resto hace las cosas, dice con certeza lo que piensan o podrían pensar, y la explicación, explícita o no, siempre es la agudeza de su propia mirada, la extensión de una empatía brutal.
En medio del adiestramiento que caracteriza a nuestra sociedad, ese ejercicio de auto conciencia desafía la realidad, a través de una construcción narrativa que transgrede la representación estereotípica de los habitantes de la periferia. El título del libro, como bien lo ha dicho la misma autora[1], se presenta entonces, no sólo como una referencia al aparato de control policial que rige los cuerpos y las mentes de los estados modernos y sobre todo, nuestro estado, sino también al poder sobrehumano que esos mismos sujetos deben ejercer para sobrevivir. Y en ese sentido, la voz de la narradora, esa primera persona y protagonista que compone la columna vertebral de Fuerzas Especiales, es un sujeto que transita de vuelta de la degradación, en tanto su ejercicio de resistencia va más allá de lo verosímil.
1 Cárdenas, María Teresa. "Malabarista del lenguaje". Entrevista a Diamela Eltit para la Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 16 de junio de 2013. Recuperado de <http://letras.mysite.com/delt200613.html>. Fecha de ingreso: 3 de octubre de 2013. Sitio Web.
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«Fuerzas especiales» de Diamela Eltit
Por Loreto Montero
Universidad de Chile
Publicado en AISTHESIS Nº56 (2014)