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Lugares
de uso de Víctor Hugo Díaz Para Morder el Vacío
Por
Carmen
Foxley en Revista de Libros 23 de Diciembre de
2000
Lugares de uso es la
reciente publicación de Víctor Hugo Díaz que incluye una
hermosa presentación del poeta Gonzalo Millán, y ensaya una nueva
posibilidad del lenguaje que permite atrapar la experiencia social y urbana, en un presente efímero y en transición.
Si evaluamos esta escritura considerando la producción anterior del
autor, en la que ya se habían explorado los signos de los tiempos y
buscado el lenguaje adecuado para engendrarlos e inscribirlos, nos
damos cuenta que esta vez no aparece el antiguo relato secuencial sino
imágenes fragmentarias, ya no resonancias del cine de ciencia ficción
o de la novela policial, tampoco un espacio donde se despliegan los
efectos de una catástrofe apocalíptica o los vestigios de vida en unos
cuerpos desmembrados que se debaten por la sobrevivencia, tironeados
por la apatía y la furia, una miseria regresiva o la muerte que ronda,
imágenes que caracterizaron La comarca de los senos caídos
(1987). No hay un sobrevuelo de la mirada sobre personajes
empequeñecidos por la distancia. Tampoco personajes disociados y
perplejos en una ciudad que fractura y expulsa, como ocurría en
Doble vida (1989).
Se expande en cambio en este libro la
presencia incitante de imágenes que desafian al lector desde su
literalidad, el goce de los cambios de perspectiva y los movimientos
del foco y con ello el disfrute del deambular de la mirada y las
sorpresas inesperadas que trae la deriva del pensamiento. Son ademanes
textuales que van descubriendo en el recorrido, aspectos de la ciudad
disimulados tras una apariencia engañosa y artificial. Y para ello
nada de referirse a las contingencias. Basta con desactivar la
neutralidad de la imagen literal al intervenirla con llamativas y
sutilmente escépticas especulaciones que brotan desde el sentido común
ciudadano. Ellas ponen de relieve, de modo irónico, las claves que
permitirían acceder al sentido de la experiencia aquí y ahora. El
hecho de intercalar lúcidas y cotidianas paradojas que aluden a la
situación social de la ciudad, también contribuye. Porque en ella se
vive rodeado de "extraños que conocemos" o "reuniendo lo que no se
puede juntar". En esa ciudad "nos quedamos encerrados aquí afuera"
emprendiendo "una carrera de ida" para "terminar en lo mismo",
sabiendo además que "antes de llegar/ el paisaje se hace tarde". En
realidad este es un libro muy agudamente estructurado, y nos entrega
la imagen de unos personajes que viven a destiempo, atrapados en un
pasado cuyas huellas persisten, e inmovilizados hacia un futuro que se
les niega. Son personajes que se sacuden de la "resaca" que ha dejado
una noche de desaliento, insomnio y soledad. El asunto seria dejar el
letargo, la indecisión de ese "perro perdido en la línea blanca de la
avenida/" sin saber si avanzar o retroceder", dar un paso hacia el
vacio hasta encontrar el punto en el cual "el nombre y el rostro
coincidan".
¿Cómo hacerlo en un espacio engañoso en el que
quedan huellas de un juego sucio, en una atmósfera urbana de cambio
fútil? ¿Cómo hacer para "arrancar, salir de vuelo", obedecer a nuestra
impaciencia aunque sigamos impedidos, excluidos o desfasados? ¿Cómo
persistir a pesar del desencanto, cómo dar curso a una apertura y a la
vitalidad que lleva consigo el presente en "esta tierra de nadie" y
evitar así el golpe de llaves en el suelo? Estas preguntas se las hace
el lector, pero han sido provocadas por el texto, el cual en su
trayecto ha diseñado una suerte de "diagrama del flujo" de la
negatividad latente en la ciudad. Un diagrama como el que había
intentado John Ashbery, poeta norteamericano a quien se hace un guiño
cómplice al mismo tiempo que a Enrique Lihn, cuando alude a la
posibilidad de escuchar el "esfínter dentado" de la ciudad y al
sugerir que ya es tiempo de "afinar su instrumento peligroso", para
que los ciudadanos o la escritura activen la indagación y con ella la
lucidez.
Quisiera destacar que en la obra de Víctor Hugo Díaz
(1965) se habla desde el ajenamiento vital que se hace presente en la
poesía desde la década del cincuenta, y agregar que este poeta ya
tiene una identidad delineada y consistente que adquiere mayor relieve
al interactuar con la obra de otros poetas golpeados o sacudidos por
los vaivenes históricos, e inclinados a atrapar el "latido" de una
situación social y cultural.
LUGARES DE
USO Víctor Hugo Díaz. Editorial Cuarto Propio,
Santiago, 2000, 53 páginas.
SOBRE LOS LUGARES DE USO
Gonzalo Millán
Lugares de uso, de Víctor
Hugo Díaz (1965), tiene como protagonista a una urbe irreal
que recién despierta de una pesadilla autoritaria para
enfrentarse a otro sueño, desolado, desquiciante y marginador.
Santiago aparece como una ciudad contaminada que en vez de la
cordillera ofrece un interminable partido de fútbol como telón
de fondo. La ciudad es una Babel presumida, contradictoria y
vacua, que no para de hablar en lenguas foráneas y en los
cientos de dialectos de la evasión y el simulacro, la
estupefacción y el absurdo. La ciudad "velluda" de nuestro fin
de siglo, inhóspito y hostil, se maquilla y tiñe, pero no
consigue ocultar sus oscuras y violentas raíces.
La
fragmentación del discurso homologa el flujo discontinuo de un
espacio descentrado que se afana por conseguir un calce con el
nuevo sentido histórico. El escenario textual se configura
mediante el ensamble desorientador de observaciones atentas,
frases triviales y deslumbrantes sentencias paradójicas:
"Somos puntuales cuando se trata de llegar tarde", "Las flores
artificiales/también florecen, pero en invierno:/ su polen es
el musgo".
La visión del
acontecer cultural e histórico es discrepante y crítica. Sin
embargo este énfasis se atenúa por medio de una neutralidad
aparentemente distanciada, pero provocadora. El excluido de la
historia oficial, el voyeur outsider que recorre la
ciudad sin descanso, parece tener por hogar sólo los
compartidos lugares de uso. El habitante de "la privacidad de
las plazas y calles", siempre alerta por necesidad, se
caracteriza por la agilidad de sus desplazamientos
lingüísticos, soltura de cuerpo y palabra, vivacidad del ojo,
destreza verbal para pasar de una situación a otra, de un
personaje al siguiente de manera rítmica y percutiente desde
el principio hasta el final del libro. Registro cinético de un
acontecer imprevisible. "Escribo caminando y me siento a
corregir". "Me releo a menudo de ahí que escribo poco".
Decepción y disconformidad con las condiciones actuales de
convivencia civil y urbana. Pero también una esperanza puesta
en la creación compartida y en la posible ocurrencia del
prometido cambio: "Nos unimos como virus que se han hecho
resistentes". La negación explícita encubre la afirmación
oculta. Mientras tanto la espera se hace insoportable, y
brotan la impaciencia, la exasperación y la
incertidumbre.
El libro se abre con un epígrafe de John
Ashbery que insta a explorar el aquí y ahora inagotables y se
cierra con el golpe de un pesado manojo de llaves que cae al
mismo tiempo que el Metro troncha las piernas de una joven
suicida.
Con Lugares de uso, Víctor Hugo Díaz remata
una obra caracterizada por su coherencia, sutileza y
constancia. El presente libro lo ubica como un poeta
sobresaliente de la última promoción Post-87.
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