Por Patricia
Espinosa
Lugares de uso
Víctor Hugo Díaz
Santiago, Cuarto
Propio
53 pp. 2000
En el imperio
del valor de uso, ha señalado Gilles Lipovetsky, ya no estamos atados
a las cosas. Ya no las queremos en sí mismas o por el mero estatus que
atraen, sino por los servicios que prestan, por el placer que nos
procuran y por una funcionalidad perfectamente intercambiable. Negarse
a lo perfectamente intercambiable de las cosas, los espacios, los
recorridos, es lo que le sucede a Víctor Hugo Díaz en
Lugares de uso. Poesía que rechaza cualquier obsolescencia y
sedentarismo, desformateando una avasalladora modernidad donde ya casi
no es posible el merodeo o la vagancia extraviada.
En Díaz hay
un seguir rutas instauradas por el derecho propio de la memoria, que
logra romper con el fatal encuadramiento temporal sin por ello dejar
de asumir: " [...] que sí se quedó pegado en esos años/ reuniendo lo
que no se puede juntar/ antes que una puerta cerrada lo sorprenda".
Intuiciones de término, de cierre, mientras tanto se aguanta y estira
el hilo. La palabra de Díaz se autoescarnecerse, no duda en manifestar
su propia decadencia a la vez que muestra sus particulares accesos de
revelación: "se va a dormir y piensa- fue un día perdido,/ lo vi y lo
sigo viendo en mis ojos./ Hasta que empieza a hablar de amigos/ de un
mundo que ya envejeció". Reevaluar la decadencia es insertarla en
medio de lo cotidiano, en aquellos personales y míticos "Lugares de
uso" donde: "la noche promete no pasar". El espacio, sin duda, asume
un carácter trascendente. Y si hoy el tiempo tiende a proliferar en
función de la velocidad, la escritura permitirá la detención.
Houellebecq en El mundo como supermercado alude a la
especial detención que requiere la literatura, generando un efecto de
proximidad y sospecha continua. Abordar lugares residuales es desviar
el transcurso de los hechos. En esta línea, Díaz recoge el habitar
urbano y lo re-utopiza a partir de la soledad y un mirar estoico:
"construyeron un complejo deportivo/ sobre nuestro territorio apache/
Nadie ha venido esta temporada/ (los corrieron a todos)". Reacción
estratégica frente al cambio, al deterioro, a "la derrota de
aficionados". Porque la poesía se le atraviesa una y otra vez a esta
ciudad malamente adornada, a sus disciplinados habitantes de shopping,
transeúntes de metro, todos –incluido también el que habla-:
"Moviéndonos rápido: cine mudo, golpes/ en un combate de animación
japonesa" sin dejar de establecer siempre el contraste con aquel otro
tiempo: "Ahora que las escenas de pobreza/ pasaron de moda en la
poesía/ que hable el que la lleva./ El cuento se reduce a saber robar/
sino te quedas solo".
Los ámbitos más destacables del volumen
quizás estén en los anteriores versos. Díaz denuncia la falta de
diálogo, de habla frontal, la velocidad tardomoderna que todo
aliviana, adelgaza y –fundamentalmente- la violencia. La realidad se
impone como escena de animación. Sujetos, individuos ¿animados o
controlados o manipulados? La moda lleva a deshacerse de lo que suene
a político y a pegarse a la famosa, adorada y recurrente citación, que
hoy tanto fascina a los poetas y los expone en un tedio
“enciclopedioso” con miras a la escenificación que logre “vincularte”
y ganar premios, becas, sostenedores y algunas otras cosillas. So pena
de aislamiento, "sino te quedas solo", Díaz impugna lo que habita
desde una conciencia post-apocalíptica: un mundo colonizado,
devastado, remaquillado: "nos bombardearon/ cortaron la única ruta de
aprovisionamiento/ y con ello la retirada". La tensiones globalizantes
han casi conseguido cambiar los lugar donde establecerse, donde
detenerse, por callejones de tránsito hiperseñalizados; aun así, esta
poesía hurga en lo descascarado, lo derruido, e intenta adherirse a
las huellas de un pasado siempre actualizable. Vivir en la rememoranza
se vuelve un ritual urgentemente decible en los lugares urbanos como
única posibilidad de escape. Díaz, de tal manera, logra rescatar
sitios del cataclismo modernizador mediante una memoria que recompone
y articula la experiencia de un ser esencialmente situado. El
protagonista de su poesía, experimenta la soledad y la apunta en sus
particulares recorridos: "...esta tierra de nadie/ entre la línea
amarilla y el borde del andén". Ante el abismo urbano, el foso
electrificado por el que se desplaza el tren subterráneo, se ubica
alguien a contemplar, exhibiendo su ser desplazado y en continua
prueba frente al vivir y la muerte tan próxima: "piensa en la mujer
sobre las vías/ piensa en sus miembros que se desploman/ primero unos
y otros después/ pero casi al mismo tiempo/ un sólo golpe que no
termina de caer". La poesía adopta el curso del golpe que no termina
de caer, superando así la noción de descenso, caída, muerte o término
que un cuerpo como el de la suicida no tiene la virtud de eliminar.
La poesía de Víctor Hugo Díaz logra instalarse como una
propuesta valiosa en tanto denuncia de la crisis que impone la
modernización y la posibilidad de instalar la recuperación de lo
urbano, un lugar desmitificado, sucio, incluso violento, aunque no por
ello mismo necesariamente apropiable. Lugares de uso es un
libro que nos lleva a reflexionar exponiendo la trágica y enrarecida
sencillez del habitar como última posibilidad de sentido.