Ramón Díaz, destacado novelista, frecuentó en su juventud el bar de los poetas. Pese a que la nostalgia le impide poner pie en el lugar, en Los Siete Hijos de Simenon regresa al lugar de los hechos a través de Heredia, su alter ego literio, buscando a los escritores que ya no están. Fundamental para su formación, recuerda aquel tiempo.
"El grupo debe haberse empezado a juntar en la Unión por allá por el año 79' y puede haber durado hasta el 88', 90', así con más frecuencia. Todo giraba mucho en torno a Jorge Teillier. Cuando estaba más enfermo se fue a La Ligua, y ya venía menos; entonces los encuentros eran más esporádicos. Después empezaron a morir: murió Rolando Cárdenas, murió el hermano de Jorge que era Iván Teillier, Carlos Olivárez.
Empecé a ir el año 80, tenía 23, 24 años. Era de los más lolos. Estaba Alvaro Ruiz, Aristóteles España y yo; el resto era toda gente más mayor. Llegué ahí buscando a Rolando Cárdenas y Jorge Teillier, y me encontré con que había un grupo informal, que tú llegabas como a las doce del día y comenzaban a aparecer, y cada uno que llegaba ponía una botella. A veces eran reuniones que duraban dos horas y otras la cosa se prolongaba. No siempre estaban todos. Pero había días que se juntaba una mesa enorme de 16, de 18. Pasaba, por ejemplo, que había muchos escritores que venían de afuera a buscar a Jorge ahí.
EL MITO DEL APAGON CULTURAL
Vivíamos en plena dictadura, no había muchos lugares donde reunirse. De alguna manera el bar era como entrar a una atmósfera distinta; todo lo que estaba pasando en el país, en la calle, quedaba como fuera, entre comillas. Ahí encontrábamos espacio para conversar, nos tomábamos unas copas, que sé yo. Hablábamos de poesía, de fútbol, de cualquier cosa. Para todos era muy importante saber que existía ese espacio y que uno podía llegar y encontrar algún amigo y conversar. De alguna manera era meterse en un paréntesis de tiempo.
Lo recuerdo como una época de mucha amistad, de mucha fraternidad. Eramos un grupo bien unido, bien solidario. Si alguien sacaba un libro se celebraba ahí mismo. Todos se repartían los libros, nos ayudábamos a venderlos, porque en ese tiempo publicábamos autoeditándonos; o nos leíamos. Por ejemplo, me acuerdo de un original de Jorge que me pasó para que lo leyera y le diera una opinión.
Yo por lo menos nunca pensé en un apagón cultural en términos de lo creativo. Lo que pasa es que no había donde publicar, revistas, diarios; prácticamente no había editoriales. Entonces eso hacía aparecer que no estaba pasando nada, que nadie estaba escribiendo, y eso era falso. En general estaba lleno de grupos literarios, de talleres; había una suerte de circuito clandestino de la poesía que se estaba haciendo.
En la Unión Chica siempre estaba la idea de hacer una revista, pero como éramos medio desordenados como que no cuajaba. Pero al final yo tomé la idea con Aristóteles España. Hicimos una revista de poesía que se llamaba La Gota Pura, que si bien era de nosotros dos, era del bar. En los primeros números hay cosas escritas por Jorge y por todo el grupo. Se publicaron diez del 82' al 85', y después cinco más el año 97'. Era un forma de ampliar la mesa hacia otros lados.
LOS FANTASMAS AMADOS
Para mí gente como Jorge Teillier o Rolando Cárdenas fueron maestros. Ninguno de los dos era muy dado a dictar cátedra, pero había una enseñanza que fluía en la conversación, casi en forma espontánea. Por ejemplo, de repente Jorge decía "ustedes deberían leer a Kerouac, en la librería de la vuelta lo están rematando". De alguna manera nuestro enganche con la tradición poética anterior del país se daba a través de los poetas mayores que estaban ahí. Y además de los que venían siempre, entraban Gonzalo Rojas, Coloane, Nicanor Parra. No iban todos los días, pero dos, tres veces al año aparecían.
Ahora cuando voy me da pena. Para mí era gente muy querida. Entonces de alguna manera entro y están como los fantasmas. Y además que lo han cambiado...En seis o siete años tú no sólo conocías a los escritores, sino además a una serie de parroquianos que sabías cómo se llamaban, qué hacían. Entonces ahora voy, y los tipos están definitivamente muy viejos o no están. Han cambiado los mozos. Pero sobre todo, es como sentir la nostalgia, la ausencia, a mí me cuesta de repente, porque es como un pedazo bien importante de mi vida que lo pasé ahí. Una escuela de vida, una escuela literaria; el mejor taller por el que pude haber pasado".