Manchas
solares / Diego Lazarte
Lima,
Paracaídas editores 2007
Por
Luis Fernando Chueca
Con
La clavícula
de salomón, Diego Lazarte dio muestras evidentes
de un oficio consistente y asumido con seriedad. La búsqueda, en la demonología,
de un tema o motivo articulador, ayudaba a demarcar su territorio: lo misterioso,
el lado oscuro del hombre y la sociedad, las fuerzas que nos habitan y que, muchas
veces, nos sobrepasan. El conocimiento de códigos ocultos o la particularidad
del saber y poder de estos demonios permitía la analogía con la
búsqueda de la palabra fundamental de la poesía y sus capacidades
(y magias) escondidas.
Con Manchas solares, Lazarte regresa
sobre un eje semejante pero distinto al mismo tiempo. Otra vez se preocupa por
algo que, a los humanos, nos constituye íntimamente –y de manera velada-;
pero ahora, a partir
de su elección de las polivalentes manchas del test de Rorschach, indaga
también más libremente en sus propias fiebres, tensiones e imaginarios;
aquellos que –como recuerda lúcidamente José Ruiz Rosas en la presentación
del poemario- permiten la esperanza de “ver en los recuerdos un faro que nos
deslumbre con su oscuridad”.
En el poema que abre el conjunto,
el yo lírico (evidente poeta de este mundo vislumbrado y cartografiado)
se propone como receptor o pararrayos escogido por los astros para emitir sus
radioemisiones o mensajes. ¿Se dirige a sí mismo?, ¿a la
humanidad en general?, ¿a los otros poetas, como él,? Con su designación
como encargado de hacer oír estos mensajes, traza una interesante línea
de continuidad (concepción platónica de por medio) entre la palabra
poética como voz de otro que solo un ser de privilegiada sensibilidad puede
alcanzar y la escritura como emergencia de lo más íntimo y subterráneo
del hombre (“Mis oscuros pensamientos / Aliementan un sol / Que ha crecido
obscenamente / Que ha brillado por su insania / Y sus altas llamaradas”).
Esto último a través de la exploración de las figuras de
Rorschach que apuntan a develar los mecanismos internos de la imaginación
y las diversas percepciones.
Como el título anuncia, los
resultados de estas múltiples indagaciones -a partir de lo sugerido por
el detonante de la lámina ofrecida- son manchas solares; es decir,
como esas zonas de menor temperatura y alto magnetismo visibles en la superficie
del sol. En esos dibujos verbales de alucinada serenidad se repasan miedos, anuncios,
temores, esperanzas y deseos (el predominio del futuro y el condicional son claves
en esto) que corresponden a quien codifica estos mensajes, aunque también,
como vimos, lo exceden: vienen como cifrados mensajes de los astros y al mismo
tiempo son capaces de convocar en sus imágenes a otros, si no a todos.
A ello contribuye, por supuesto, la delicada sensorialidad de las imágenes,
la tersura verbal y el ritmo cautivante de los versos.
Por ello,
es posible reconocer en este libro de Lazarte la búsqueda de una nueva
analogía con el significado trabajo del poeta. Capturar las emisiones astrales,
sumergirse en los ecos del inconsciente, auscultar las múltiples reverberaciones
de esos dibujos casi informes son representaciones que nos acercan a una de las
tareas más importantes del oficio de la palabra: descubrir y, con ello,
descubrirse. Diego Lazarte, pues, nos entrega un registro al que debemos atender,
pues sin duda ahí también podremos encontrarnos.