Maquieira, telonero de los dioses
Cristián
Warnken
El Mercurio, jueves 4
de mayo de 2006
En su último libro, “Los países muertos” (que
será presentado en estos días), Raúl Zurita dispara
agraviantes versos a quemarropa, sumándose a una larga y riesgosa
tradición de la diatriba y el rencor en la historia de la literatura,
género que ha producido disímiles resultados
(¿tienen el mismo valor las rabias de algunos “Cantos”
de Pound que los panfletarios y pésimos versos de la “Incitación
al nixonicidio…” de Neruda?). No me detendré en este tema,
por lo demás, apasionante. Sí quiero referirme a uno
de los versos de Zurita, en los que se alude a quien él llama
“el telonero Maquieira”.
Telonero Maquieira: esa afirmación me quedó “zumbando”
en el oído. Pensé: estoy seguro de que el poeta Diego
Maquieira aceptaría dichoso ser “telonero”, pero no de cualquiera.
En primer lugar, de Mick Jaegger, el líder de los “Rolling
Stones”. Sí, porque creo que hay pocos poetas en Chile que
podrían subirse a un escenario con esos monstruos del rock,
sin deslucir. Hay una formidable energía en los poemas de Maquieira,
que nos producen la impresión de estar asistiendo a sucesivos
“big-bang” del lenguaje. ¿Hay algún poeta que tenga
la velocidad supersónica del habla de Maquieira?
Probablemente, sólo Parra.
También pensé: si Huidobro estuviera vivo, aceptaría
encantado a Maquieira como su telonero en un recital de poesía:
nadie encarna como el autor de “Los Sea Harrier” la levedad,
la hiperlucidez, la “revolución del ánimo” que trajo
el “antipoeta y mago”, como bocanadas de aire fresco, al Chile melancólico,
de poetas sombríos y de vino litreado. Maquieira es el Altazor
que se ha atrevido a caer lo más alto posible, “quemando al
pasar los astros con su voz”.
Pero seamos honestos: ¿puede alguien —dada la cercanía
con los poetas vivos— afirmar quién va a ser el telonero de
quién en la poesía chilena? Sólo el tiempo colocará
a los poetas en el lugar exacto que les corresponda en el gran recital
universal de todos los tiempos.
Maquieira nunca ha hecho carrera literaria, ni ha dicho lo políticamente
correcto, ni le ha parecido el “poder una cosa deseable”. La gratuidad
y el júbilo han sido los motores de este Sea-Harrier desbandado
y celeste. Cuesta en Chile que un creador flote con esta dosis de
libertad, irreverencia, pero sin resentimiento. Tan libre es Maquieira,
que ha sido capaz de reinventarse sin rayar su propio disco (el mal
de muchos creadores que terminan administrando su retórica
y sonsonete).
Huidobro dijo alguna vez que “el poeta es un pequeño dios”.
Afirmación soberbia, en el doble sentido de la palabra. En
el Olimpo chileno, del que Parra bajó a empujones a tantas
“vacas sagradas”, creo que Maquieira es de los pocos que sobrevivirá
al gigantesco descalabro del “yo”, verdadero terremoto con epicentro
en Chillán. Soy más radical todavía: si Dios
es, tal como lo pinta el hinduismo, un dios musical o, como lo soñó
Nietzsche, un Dios que baila y ríe, estoy seguro de que ese
Dios escogería a Maquieira como su telonero.
Es curioso: en este, su último libro, Zurita parece acercarse
al registro poético del mismo Maquieira, dejando atrás
la voz que lo hizo tan característico en esos libros notables
que fueron “Purgatorio” o “Anteparaíso”. Un poeta
está en el legítimo derecho de dejar atrás sus
“áreas verdes” para incursionar en “pagos ajenos”. También
lo hicieron Neruda y Huidobro al final, con mayor o menor éxito.
Corre, sí, el riesgo de convertirse él mismo en el telonero
de Maquieira. ¿O lo hace intencionalmente, como homenaje al
“miglior fabro”? Es que Maquieira nos atrae a todos (lectores y poetas)
como polillas a su luz. Tal vez terminemos todos cantando, parafraseando
a León Gieco: “Somos los Salieri de Maquieira, le escribimos
los poemas a él...”.