Soliloquio
del halcón cazador
Por Iván Quezada E.
Revista Rocinante, N°82, Agosto 2005.
Tiempo clínico
El tiempo que pasé en la clínica de desintoxicación
fue muy importante, porque estaba en un proceso crítico. Estaba
viviendo en forma intensa y finalmente decidí vivir en vez
de morir. Fue un cambio de conciencia, de pasar de la destrucción
al nacimiento, al ave Fénix. Me revisé a mí mismo,
mi pasado, mi posición frente al mundo, a las personas que
amo y que no amo. Fue como nacer de nuevo a los 54 años.
Mi familia estaba vigilándome, pero respetaron el tiempo de
madurez que me demoré en tomar la decisión. Yo no salía,
estaba encerrado; cuanto más, hablaba
por teléfono y veía gente que venía a visitarme;
eso era todo. El consumo de alcohol era altísimo. Además,
me había quedado casi ciego y de repente me iluminé
y dije: "Quiero vivir". Incluso programé mi hora
de ingreso y me despedí. En la mañana me tomé
la última botella de vodka y entré caminando a la clínica,
con los amigos que me llevaron.
Llegué en estado de desnutrición aguda, pero hice un
tratamiento muy eficaz. Ahora hago vida social y no tengo el más
mínimo deseo de tomar alcohol. No tengo la lucha, ya que fue
un cambio absoluto. La fe ha resultado esencial. El tratamiento primero
se centra en una desintoxicación radical, incluso no te hacen
un diagnóstico, sino hasta después de mucho tiempo de
abstinencia. Luego vienen los cambios espirituales. También
te realizan un estudio profundo, para ver si padeces un trastorno
a la personalidad, si eres bipolar o maniaco depresivo. Me encantaba
pensar que era "biecuatorial", o sea, que iba de un lado
a otro tapando penales. Era como estar en una especie de "mini
Harvard": me hicieron clases de biología, neurofisiología,
talleres psicológicos, de pintura. Para mí, que nunca
he asistido a una universidad, fue una experiencia sorprendente cursar
por primera vez estudios superiores después de los 50 años.
Memoria en verso
Pretendía escribir un libro que se llamara El arca de No,
un título provisorio, y por supuesto van a quedar algunas cosas
de esa labor y se incorporan otras nuevas. Su nombre ahora es El
arco del triunfo, también provisorio; le puse así
porque me estaba costando un triunfo hacer esto. Sin embargo, hay
un título en inglés que me gusta mucho, es como un resumen:
That will do, que significa Con esto es suficiente,
y me suena al cierre magistral de una obra musical. Creo que publicaré
un anticipo el próximo año, tomaré entonces el
calce respecto de mi trabajo y veré qué queda. Desde
luego, estoy haciendo una vida muy distinta, pero sigo trabajando
en forma intermitente, como es mi costumbre. Siempre a mano, con letras
grandes, y después traspaso lo corregido al computador para
compaginarlo. Anoto los versos cuando me llegan. Es mi principio de
la no acción, la política de replegarse, de no actuar.
Trabajo mucho con la memoria, ya que tengo mala la vista. Así
voy madurando este proceso, cuya culminación está por
verse.
Los lentes no me sirven, porque lo mío es un daño cerebral
al nervio óptico. En seis meses tengo que ir al oculista y
entonces probaré si con unos anteojos 'poto de botella' logro
leer. Pero mis amigos me leen, aunque no tolero más de quince
a veinte minutos de lectura al día. Les pido que me descifren
textos breves sobre personajes. Últimamente me he interesado
por Felipe el Hermoso, Juana la Loca, Enrique VIII... De pronto algunos
poemas de Kavafis o de Carnevali, o artículos de los diarios,
entrevistas, crónicas... Después escribo a retazos que
pueden alargarse. Me interesa la duración del poema, el zumbido
que permanece cuando la persona se interna en el escrito.
Recuperando las piezas
El primer día que dejé la clínica fue como salir
de la incubadora a la sala cuna y luego de ésta al jardín.
Todo muy raro, sales con la piel delgadísima, sensible a todo.
Ves a la gente pagando con billetes, tomé algunos y los sentí
horribles. ¡Qué sucia es la plata! Con las primeras impresiones
se renueva la capacidad de asombro. Me parecía que los autos
andaban a velocidades vertiginosas, demasiados árboles, mucho
verde. Fueron impactos en primera instancia muy agudos, penetrantes.
Mi vista fue mejorando lentamente. Siempre he sido contestatario,
manteniendo cierta marginalidad y rebeldía que me vienen de
niño. Un crítico dijo una vez, con toda razón,
que yo era un adolescente tardío en crisis de rebeldía.
Sigo siéndolo, ni el tratamiento ni el alcohol me van a cambiar
esa actitud.
Partí por encontrarme con mi familia y después fui
ampliando el círculo. Lo vi todo con un gran sentido de pertenencia;
estoy feliz de haber nacido en Chile. No me interesa viajar al extranjero,
lo que me queda por hacer quiero realizarlo en Chile. En el fondo
soy bastante patriota, pese o porque viví toda mi infancia
en el exterior; pero necesitaba echar raíces. Me gusta mucho
el hogar, el ambiente familiar, los amigos, los bares, los restoranes,
la cosa a pequeña escala, a escala de huerto, a pesar de que
no soy ecologista. No me atraen los proselitismos, los dogmas ni las
doctrinas.
En casa me esperaba mi gato Lou Reed. Me cuida todo el tiempo. Es
un príncipe, no deja entrar un ratón desde que está
aquí, ni a otros gatos, y caza pájaros. Tuvo la paciencia
de aguardarme cinco meses. Sintió que no me marchaba para siempre,
posee unas antenas formidables y además es inmutable.
Para mi familia este proceso también ha sido un gran alivio.
Fue difícil el diálogo, la reparación. Durante
la borrachera hay muchos borrones y entonces me contaron lo que hablaba,
las veces que me caí en la alfombra... Mis hijos fueron muy
sabios, porque bueno, yo no tenía una mujer. Una mujer te saca
las botellas, son bastante brujas, quieren serlo sin haber sido 'brújulas',
por eso es mejor no haber tenido una aquí. Mis hijos me decían
frases que me llegaban. Nunca me dijeron "deja de tomar",
sino "papá, te está entrando agua al bote",
o "papá, no eres Dios". Con eso me bajaban los índices
de consumo, porque siempre bebí abiertamente, nunca a escondidas.
Mujeres y poesía
Tengo ignorados al misógino y al mujeriego. Era una manera
de provocar y en realidad me era indiferente. Claro, no me pescaron
ni a favor ni en contra, jamás una reacción y si la
había la ocultaban, típico de Chile. Pero mientras más
mujeriego y misógino aparecía públicamente, más
mujeres me llegaban, hasta por programas de televisión me llamaban
mujeres que no llegué a conocer y conversábamos horas;
incluso una vez, un amigo rico me mandó una puta...
Pero encuentro importante el romanticismo, me interesa mucho volver
a enamorarme. Creo que la mezcla de amor y sexo es insuperable, de
ningún modo el sexo solo da lo mismo que con amor. Ahora todo
el mundo está desvinculado. Ya no sé distinguir a un
economista de un ingeniero, ni a un arquitecto de un poeta. No parece
haber una identidad distintiva. El amor ha caído, eso es lo
más grave; yo con una mujer que amo y deseo me dan ganas de
tener un hijo, es el anhelo natural que surge, pero...
En cuanto a la poesía, veo a los poetas muy refugiados en la
academia, tal vez por la seguridad económica. No se atreven
a tirarse al descampado. Por mi parte, no elegí ser poeta.
Tuve que darle forma, es lo que he estado haciendo toda mi vida, porque
no es una profesión. Mi crisis no la atribuyo al arte. Partí
de la base de que eso venía de todas maneras. Huidobro se demoró
12 años en componer Altazor, y Parra 17 en sus Poemas
y antipoemas. La adversidad está en casa, no hay que buscarla.
Nunca me he considerado un poeta maldito, los demás sí
lo creen, por el alcohol, las mujeres, la obra condensada y contestataria.
Pero los poetas malditos en Chile se acabaron con la Mandragora. Para
mí Teillier es un ángel alcohólico, no un maldito.
No conozco un chileno maldito de calibre, como Rimbaud. Ahora recuerdo
una frase: "Tal vez los seres recelosos y ansiosos buscan límites
en la tierra y permanencia en el tiempo". Me pregunto si así
seré yo. Pero, ¡para qué me voy a calentar la
cabeza!