Proyecto Patrimonio - 2004 | index | Diego Maquieira | Autores |


Maquieira, perfil de un misógino

Por Iván Quezada E.
Diario La Nación, Domingo 28 de marzo de 2004




El poeta de La Tirana y Los Sea Harrier está de vuelta, irreverente y desfachatado como es su costumbre. “Siempre estoy a favor de lo que me perjudica y en contra de mi conveniencia”, dice sin dejar de atacar a las chilenas y dispuesto a acabar de una vez con su don poético. La champaña, como ayer, sigue siendo su bebida preferida. Y anuncia un nuevo libro en que niega todo: El arca de No

Tarde de calor en casa de Diego Maquieira. El día de la visita estaba recuperándose de una insolación repentina contraída en la costa. La pregunta era inevitable: ¿cuál de todos los Maquieira abriría la puerta? ¿El poeta innovador que hace diez años no publica un libro, o el entrevistado regalón de la prensa farandulera? “Estoy colmado de minas antipersonales -dice de entrada-; las chilenas gozan de esa facultad”. Se sabe provocador y le gusta. No parece preocuparle que lo usen los diarios sensacionalistas, aunque esto tiene sus riesgos.

Puede hablar contra las mujeres con total libertad, como el más ácido de los misóginos, pero tratándose de política el asunto se complica. De hecho la revista Qué Pasa no publicaría una entrevista a Maquieira en la cual él se habría referido a la “ultraderecha”, y todo por si alguien se sentía aludido.

Asegura que lo tiene sin cuidado no publicar poesía en mucho tiempo. “No soy un poeta de carrera literaria, puedo demorarme una década en un texto y no importa; mi escritura responde a visiones”, puntualiza. Con todo, no hace mucho fueron reimpresos sus dos libros principales, La Tirana y Los Sea Harrier, por Tajamar Editores.

El primero apareció en 1983 y el segundo cumplió un decenio. Ambas creaciones se conservan vigentes de una época a la siguiente, y por eso mantienen su prestigio en el medio poético nacional. Esta afirmación suena algo solemne para Maquieira, quien prefiere definirse como “incisivo, agudo, siempre estoy a favor de lo que me perjudica y en contra de mi conveniencia”. Junto a él, en el living presidido por un poster de Arthur Rimbaud y por sus propias pinturas, lo acompaña el novelista Gonzalo Contreras. Vino temprano por una copa.

Reconoce a su amigo como a un vitalista y le confiere el don de la poesía, más que el talento. Algo parecido sostiene Arturo Fontaine en el prólogo de la reciente reedición.

Maquieira está de acuerdo. Incluso proclama que “tengo una capacidad salvaje para escribir versos, pero quiero liquidar esa aptitud. Estoy en contra del don. Es un castigo, la gente tonta es mucha y me deja muy solo. Cada vez me dan un margen mayor de creatividad, porque yo de un inicio quería escribir poemas desde una soledad extrema. Pero el don no se relaciona con Dios ni con Cristo, no lo veo como una crucifixión, sino como una estupidez. El don no ha aumentado mis temores, lo voy a llevar hasta las últimas consecuencias. Me cansé de ser inteligente, lo he sido por demasiado tiempo”. Así, naturalmente, repite de pronto aquel verso de Neruda: “Sucede que me canso de ser hombre”. Ríe, se molesta y luego se sumerge en el sopor de la tarde.

Su enorme gato negro, llamado Lou por el rockero Lou Reed (“es como un hijo mío”), se pasea entre los muebles y acaba dormido a sus pies.

Arte de Autodestrucción

El poeta Jorge Teillier decía que beber alcohol en las primeras horas de la mañana lo ayudaba a lograr cierta lucidez poética, aunque, advertía, sólo duraba un momento antes de la absoluta embriaguez.

Maquieira se levanta todos los días a las seis de la madrugada y escribe a mano, en un pequeño cuaderno Mistral, hasta las diez. Ya tiene el nombre del poemario que prepara, El arca de No, donde, a juzgar por el título, lleva hasta el extremo su negación del mundo y de sí mismo a través de una fantasía: alude a los hipotéticos animales que quedaron fuera de la barca de Noé. Mientras compone los versos toma vino o champaña, para luego pasar al pisco o al vodka. No parece ver una salida para su alcoholismo y, como la mayoría de las personas aquejadas por esta enfermedad, no concibe con claridad las razones.

“Bebo para autodestruirme”, dice directamente, y añade: “Tengo temores y los enfrento, aunque me afecta la posibilidad de crearle dolor a la gente que quiero. Soy triste, pero expansivo. Me perjudica darme cuenta de muchas cosas. Y soy muy flojo”.

Maquieira vive apartado del mundo. Ya casi no sale de su casa en Providencia, si bien todo el tiempo lo visitan amigos y “mujeres que me traen trago”, dice entre risas, celebrando la travesura. Atrás quedó su época luminosa, los ‘80, cuando era el protagonista de la tertulia literaria de la Plaza Mulato de Gil donde se reunían los nuevos narradores de la época.

El poeta Francisco Véjar recuerda haberlo visto llegar en un Mercedes Benz, con chofer, y descender del vehículo con una copa de champaña en la mano, chispeante y arrasador. Su dandismo entonces era más pronunciado. Maquieira pertenece a una familia de la burguesía intelectual; remontándonos por la línea paterna, casi todos sus antepasados han sido diplomáticos.

Sin ir más lejos, su abuelo Tulio representaba a Chile en España cuando Neruda fue cónsul en Madrid (se cuenta que le dijo al vate de Parral: “Su trabajo aquí es dedicarse a la poesía”), y ahora su hermano Cristián es embajador adjunto ante la ONU. Pero Diego es el primer poeta reconocido del clan.

Su infancia no fue dorada, afirma, sino “adorable”. “Gocé de un amor intenso de mis padres, aunque de lejos. No estaban nunca. Me eduqué en colegios privilegiados, incluso cuando muy niño tuve una institutriz que me dejaba chuparle los senos para dormir. Era algo inocente, inofensivo, con un profundo sentido de la placidez. Desde luego, no era chilena, una mujer de acá jamás se dejaría hacer”.

Tal vez todo es un embuste, pero no importa. Maquieira sigue: “Crucé el Atlántico y el Pacífico en varias ocasiones, y creo que me perturbó ir de un lado a otro, por la pérdida de afectos”.

¿Víctima de Circe?

Todo indica que la cruzada de Maquieira contra las mujeres chilenas se origina en una ruptura sentimental. Los amigos especulan que fue víctima de Circe, aquel personaje femenino de la mitología griega que destruía a los hombres, y que también está presente en un cuento de Julio Cortázar.

El mismo prefiere no ahondar en el tema, pese a que se contradice: dice que no quiere enamorarse y al mismo tiempo afirma que anhela una relación más pura, por miedo a ser herido. En el fondo, un personaje romántico, con algo de excéntrico y otro poco de extranjero, con un aire desolado tipo Camus.

El escritor argelino-francés viene al caso, además, porque su novela más conocida, El Extranjero, fue determinante en la vocación literaria de Maquieira, que lo leyó a los 15 años por recomendación de su amigo Jorge Errázuriz. “En ese instante descubrí el interés en el lenguaje. Encontré allí una obra luminosa, que me estimuló a leer a Hesse, Tolstoi, Dostoievski, Stendhal... Pero hace diez años que no leo. Me estoy quedando ciego”, dice.

La escritura surgió en paralelo, como una fascinación por la sintaxis o la construcción de un texto autónomo. Algo de narrativa poseen sus mejores poemas, en los cuales diversos personajes extraídos de la cultura popular, actores de cine, pintores y damiselas salen de su registro habitual. Son ficciones que no obedecen a lógica alguna, o a una enteramente indescifrable. Maquieira rechaza el calificativo de delirante, y tampoco ve a sus criaturas siguiendo una trama. “Son señales de alta velocidad, sin vínculo con la temática; tratan de dar una luz sobre sombras invisibles”.

Su diálogo caprichoso, pletórico de ideas arbitrarias, se refleja en su poesía, o viceversa. “No me importa mi imagen, sino mi imaginación. En este país no hay una libertad real de expresión, da lo mismo lo que uno diga”.

El carnaval de las contradicciones es su mayor gozo, como cuando afirma que la poesía no tiene interés en Chile y, acto seguido, declara que desea preservar su superioridad sobre la narrativa. Se rebela ante quienes lo pretenden encasillar de poeta católico por las imágenes pías que recorren sus poemas.

“Heredé una familia con esa religión, pero de ahí a que lo asimilara, es otra cosa. Ya hice un ataque a la Iglesia”, dice muy convencido. Sus versos y su vida, en cualquier caso, hablan de un anhelo insatisfecho e impronunciable; el mismo que probablemente recorre a su generación, la del ‘80, sumida en el terrible recuerdo de la dictadura.

La describimos como “arrasada”, pero -era que no- él replica con otro término: la califica de “suprimida”.

El tiempo va y viene. Pronto llega la hora de partir de su casa rodeada de grandes edificios, como en el fondo de un pozo. “Soy un solitario, pero para vivir en Chile hay que mantener una sólida mediocridad, así la estupidez tendrá un éxito permanente”, dice Maquieira. Y, sin embargo, le tiene cariño a este país, no podría vivir en otra parte. Si se lo propusiera, hoy podría ser la voz que ordena a la poesía joven; posee los contactos mediáticos, la irreverencia social y el encanto personal necesarios para lograrlo; pero la tarea no le atrae. La poetisa Teresa Calderón recuerda que hace tres décadas la mayoría de los autores lo admiraban por su inteligencia, humor desopilante e incluso hasta por su estabilidad matrimonial. Ahora está separado y a quien quiera oírlo Maquieira le dice que morirá solo. Es una fiesta larga de melancolía y de aquello que él llama “la alegría de vivir”.



Imagen: Dig. sobre una fotografía de Anahi Leclerc de Surmont

 

 


Proyecto Patrimonio— Año 2004 
A Página Principal
| A Archivo Diego Maquieira | A Archivo de Autores |

www.letras.s5.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez S.
e-mail: osol301@yahoo.es
Diego Maquieira, perfil de un misógino,
por Iván Quezada E.
Fuente: Diario La Nación,
Domingo 28 de marzo de 2004.