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José
Donoso
La misteriosa desaparición de la marquesita de
Loria
(texto
escogido)
¿Lo
furtivo.. o más bien lo espontáneo, lo fresco...? .......... Eran consideraciones bien distintas,
casi contradictorias, que ella, en su inexperiencia, había confundido.
Así meditaba Blanca paseando por el Retiro, cargada de crespones y las
manos protegidas por un manguito de piel de mono durante aquella
primera primavera de su viudez. Si, lo que le había faltado a Paquito
para eso que la gente llama "realizarse" fue sobre todo la
espontaneidad en el acto del amor, que el matrimonio iba matando con
su permisividad codificada y esterilizada por horarios y facilidades.
Ella había cometido la estupidez de confundir esta añoranza, natural
en un alma pura, con cierta inclinación infantilmente perversa de su
fantasía por el juego de lo furtivo y lo prohibido. Como nada estaba
verdaderamente prohibido en el matrimonio, se había engañado. No
pensaba engañarse otra vez. ¿Cómo hubiera quedado ella de haberse
cumplido los ideales de Paquito? En el fondo, muy en el fondo, tan en
el fondo que el golpe de esta certeza fue ligerísimo, apenas el roce
de un ala muy oscura, pensó que sería casi como estar acabada, vieja,
lo contrario de este enloquecedor anhelo por lo desconocido que la
impulsaba a circundar con sus menudos pasos cimbreantes el Palacio de
Cristal para ir a detenerse en las gradas del estanque y quedarse
contemplando en el agua -como a un maravilloso cisne negro entre
tantos blancos- su propia imagen enlutada, y disfrutar tan
intensamente con lo que reflejado veía. Pese al amor que aún le
profesaba a su inolvidable marido, aceptaba el hecho inevitable de que
su propio destino sería conocerlo todo. ¿Cuál de las rollizas
sirvientas mestizas de pañuelos multicolores amarrados a la cabeza,
ésas que le contaban historias de hechicerías a la luz de la luna
junto a aguas cuajadas de peligros más considerables que el de estos
mansos cisnes, podía haber adivinado, en las cartas que eran tan
aficionadas a echar, que su destino se iba a cumplir deliciosamente en
este civilizado mundo donde, para la elegantísima dama en que la
habían transformado los azares de la vida, todo era claro y
previsible, incluso la desilusión, y por lo tanto manejable? Todavía,
después de tantos meses, sentía el dulce escozor del anillo que
Paquito había calzado para siempre en su carne al son de La boda
de la muñeca pintada aquella única vez en que fugazmente tocó
fondo. Era como si ahora esa semilla de sensación, con esa endemoniada
primavera que en todo fructificaba y florecía y se llenaba de jugos,
estuviera echando raíces por toda su anatomía, animándola entera,
haciéndola más tierna y fragante y ofrecida. .......... ¿Pero ofrecida, en buenas cuentas, a
qué, a quién...? Al contemplar su reflejo en el estanque sintió un
ligero vértigo, como si las raíces cosquilleantes que crecían a partir
de aquel frugal recuerdo fueran tan pujantes de sensaciones táctiles,
que su cuerpo fantasioso, en este estado de sinestesia, podía sufrir
un vahído: tuvo que darse la espalda a sí misma para prevenirlo. Sin
embargo, exasperante, la pregunta persistía: ¿a quién, para qué? Jamás
volvería a sentir la ternura de amor que sintió por su Paquito; pero
no dejaba de ser perturbador verse colmada por la certeza de que su
futuro era conocer todas las cosas escritas en las cartas de las
sirvientas negras, las que decían destinadas a ella y también las
otras. Por el momento, la única creatura que podía cosechar los
divinos frutos de su ardor era ella sola, encerrada en su alcoba con
la forzada reiteración de su parva memoria: ésta, al ser revolcada y
abusada e invocada con quejidos y suspiros entre sus olorosas sábanas,
buscando el misterioso botoncito del placer una y otra vez con sus
dedos diestros en esa materia, se iba erosionando por la repetición
ad nauseam, tanto que ya, en las noches de mayor inquietud,
le resultaba difícil asirse de ese único recuerdo. Entonces no le
quedaba otra alternativa que dar aterradora rienda suelta a sus
fantasías, que la dejaban mojada de agotameinto y frustración, como si
la hubiera violado un batallón de torpes enemigos. No osaba franquear
estas fantasías, pese a saber que tenía la puerta abierta de par en
par para hacerlo: por ahora lo temía todo y a todo el mundo, a su
suegra, a sus amistades, a Almanza, a don Mamerto Sosa, a sus lacayos,
a todos los hombres y las mujeres, en fin, que veía venir en sentido
contrario por la acera, y cuyo escrutinio de su persona atravesaba el
enigmático chic de su luto, despojándola del broche que
sostenía el escote en la hendidura de sus pechos acezantes, de la
faldita de crêpe marocain que la brisa de la primavera ceñía
a sus caderas, cuyas formas no velaban ni enagua ni bragas, de la
pestaña de paraísos que dotaba de un sutil perpadeo al ala amplísima y
bajísima de su sombrero: sí, todos la querían desnudar, tocar,
acariciar su piel, morder su maravillosa carne..., en cualquier gesto
suyo la podían sorprender, adivinando que pasaba por un estado en el
que sería incapaz de negarle nada a nadie que lo solicitara. La mano
de Almanza, por ejemplo, permanecía medio segundo más de lo debido en
posesión de su mano al despedirse y, saludándola, sus bigotazos
engomados llevaban inconfundibles intenciones al rozarle los nudillos.
¿O se trataba sólo de fantasías suyas? ¡Era tan difícil decir qué lo
era y qué no...!
La
misteriosa desaparición de la marquesita de Loria José Donoso 1980.
la imagen
corresponde a la edición de noviembre de 1997, Alfaguara
Fatalidad, seducción, misterio. Tres claves del
erotismo.
Bellísima,
ingenua, perversa más allá de sí misma y liberada de la noche
a la mañana por una viudez providencial, la joven marquesita
de Loria deambula como un afrodisiaco fantasma de carne y
hueso por las calles más aristocráticas del Madrid de los años
veinte. Siempre con un pie en la otra cara de la luna, la
marquesita se somete a un aprendizaje más sensual que
sentimental, reconociendo en sí misma el poder maléfico de la
seducción, ese encantamiento que roza la disolución o la
muerte. Animada por ese erotismo semifantástico propio de
la pluma de José Donoso, La misteriosa desaparición de
la marquesita de Loria expone la perturbadora,
inmanejable vibración de nuestra sensibilidad más secreta: el
eros como instrumento de búsqueda, tan poderoso como inútil,
de una identidad que se esfuma en la mirada de los
otros.
de la
contratapa.
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