El mundo de El obsceno pájaro de la
noche, de José Donoso, aparece condicionado por una verdad que
tiene su asiento en la conciencia del personaje-narrador. El Mudito
representa la narración misma desde la cual todo emerge y todo se
refracta. Nada existe fuera de las imágenes interiores modeladas por
esta voluntad creadora. La novela es la concreción de una gran idea
obsesiva que se sumerge en lo sórdido, allí donde grazna el obsceno
pájaro de la noche y donde se encuentran las raíces que alimentan la
mugre, lo inútil, lo caduco. Es un esfuerzo titánico por sacar a la
superficie lo que transforma la realidad establecida en una pesadilla de
secretos y repugnantes signos.
La novela es un permanente juego
dialéctico entre el orden convencional y el oscuro reverso del mundo.
Este último niega la unicidad de las cosas con el propósito de demostrar
que lo uno y lo otro es lo mismo. El bien y el mal, la belleza y la
fealdad, el patrón y el sirviente no son distintos sino más bien
realidades vistas a diferente nivel: uno, superficial; otro,
inconsciente.
Esta inmersión en el reverso de las cosas tiene su
punto de expresión en la mente del hombre que, en lo profundo de su
siquis, conoce de su vida, pero lo rehuye, aislándose en un orden
acomodaticio. El obsceno pájaro de la noche explicita
esta verdad oculta a través de su personaje-narrador. El Mudito aprendió
a moverse en ese punto de las tinieblas.
La novela es el símbolo de
la destrucción del "mito horrible" de la unidad del ser humano; con
ello, se destruye un modo de vida, un esquema de conductas y
comportamientos que obliga al sujeto a empezar de nuevo, internándose en
ese espeso y neblinoso bosque donde se anida el obsceno pájaro de la
noche de que habla Henry James en el epígrafe del libro.
El Mudito se
sitúa, entonces, en el centro del universo narrativo, universo
disgregado, segmentado, desarticulado, reflejo fiel de la disgregación,
segmentación y desarticulación de su propia conciencia.
Este hecho
nos parece de particular relevancia por cuanto el mundo representado
obedece sólo a una voluntad instauradora con su sello inconfundible que
transforma a los seres ficticios en personajes tributarios.
La
conciencia de su no unidad como individuo teñirá de imágenes obsesivas
su universo mental, temiendo siempre ser destituido, sintiendo terror
por la abyección, por la no existencia, por la destrucción física y
espiritual. Su relato traducirá esos terrores, distorsionando los
acontecimientos, adulterando los datos, adecuando las leyendas y los
mitos, enajenándose una y otra vez, comouna manera de resistir los
apremios externos. El Mudito será -parafraseando lo dicho por Donoso-
"una persona y será treinta y no será ni una persona ni
treinta".(1)
EL PUNTO
DE HABLADA DEL NARRADOR PROTAGONISTA
El control de la narración descansa
exclusivamente en una voz que corresponde a la del Mudito, creador y
propulsor de toda la historia. Las frecuentes alusiones a
circunstancias, momentos o personajes ajenos a él corresponden a
fabulaciones y recreaciones que tienen su asiento en esta voz. El
discurso del narrador se desplaza por zonas que, al final, resultan
convergentes, puesto que hay en su relato una serie de elementos que son
verdaderos hitos de una historia que no se despliega ni en el espacio ni
en el tiempo, sino que permanece fija en una de las circunvoluciones de
su mente. La presencia de la nana bruja o del mito del imbunche
adquirirá forma y sentido en situaciones distintas y lejanas de aquellos
momentos evocados, aunque filialmente no serán otra cosa que el trasunto
de aquéllos. Es el caso de la Peta Ponce, la perra amarilla, la Casa de
la Chimba o La Rinconada.
Esta es una historia cíclica que gira en
torno de su propio eje narrativo. La imagen entregada es la suma de
vivencias acumuladas por el narrador a lo largo de su vida y que se
plasman en el contexto de la historia.
La novela toda es la expresión
de este afán instaurador del Mudito que levanta y destruye a la vez
realidades escastilladas en narraciones que se superponen o se
intereliminan, en virtud de un permanente juego de yuxtaposiciones o
disyunciones. El narrador aparece como un creador de mundo, potenciado
por la intención constructiva e imaginativa de su discurso.
Un punto
de incursión que, a nuestro juicio, resulta clave para fiscalizar el
sector desde el cual el narrador construye su historia es aquél que se
relaciona con la configuración de un interlocutor. Ese momento ocurre
cuando el Mudito incorpora como receptor de su confesión a la Madre
Benita, personaje presente y mediatizado por las palabras del narrador.
Si bien la imagen de la Madre Benita aparece superpuesta en varios
fragmentos narrativos de la obra, ello no pertenece a momentos distintos
del relato sino que son indicios lingüisticos que nos remiten
apostróficamente a un interlocutor que participa en forma ficticia en
los diversos niveles de la confesión.
Este momento específico y todos
los demás tienen su origen en esta confesión que no es tal en el sentido
estricto, ya que el hablante carece de voz. Sin embargo, la confesión
existe dentro de un ámbito que no excede las fronteras de la mente del
narrador.
A partir del capítulo noveno, los personajes, los relatos y
los momentos contados, anticipados o entrevistas en el contexto
narrativo, son retomados en esta confesión, ya para perfeccionarlos,
relacionarlos u organizarlos narrativamente. El caso más interesante se
refiere a la existencia de Jerónimo de Azcoitía. Su nombre y su figura
ha gravitado en el universo novelesco sin que todavía asumiera la
calidad de personaje representado. Bastará que el poder fabulador de la
mente enferma del Mudito lo vincule con determinadas circunstancias de
su vida anterior para que confiera a Jerónimo el derecho a existir como
personaje tributario.
La confesión del Mudito pertenece a un momento
de aguda crisis, lo que convierte su relato en un discurso alucinado en
el que realidad y ficción conforman una nueva dimensión del mundo y cuya
impronta más característica será la de una existencia mutante y mudable.
La propia voz del narrador se desdoblará en tantas identidades como sean
las compulsiones síquicas que lo presionen. El Mudito será también la
séptima vieja, Boy, Jerónimo, la cabeza de cartón piedra. La imagen
laberíntica de la Rinconada se conectará a través de sus espacios
tortuosos con los de la Casa de la Chimba. Inés será Iris; Iris, Inés.
Es un juego que parece no tener fin, a lo menos, hasta que la mente
enferma del Mudito, generadora de realidad, no determine otra
cosa.
Es esta conciencia afiebrada la base de donde arranca la
historia de El obsceno pájaro de la noche. Su punto de hablada está
situado en el interior de este mundo caótico que es la realidad síquica
del narrador. Toda su visión está estructurada en función de estos
hechos particulares, aunque de honda y decisiva influencia en la manera
de captar el mundo. La historia se va entretejiendo por medio de estos
hechos que toman formas e identidades distintas, según sea la
información que el hablante pretende entregar; unas veces será a través
de su propia voz durante las conversaciones captadas de las sirvientas
de la Casa de la Chimba o de los habitantes de la Rinconada; otras,
transportándose él mismo a espacios materiales a los cuales sólo accede
por medio de alucinaciones. En medio de este marasmo, aparentemente
desarticulado, subsiste, sin embargo, esta voz interior a quien se debe
la configuración arbitraria de la realidad, y que responde a la
intervención de una serie de motivaciones que alimentan la retorcida
imaginería del Mudito.
Dentro de estas motivaciones, destacan e forma
esencial la infancia de Humberto Peñaloza, con todo el espectro de
esperanzas frustradas, y la presencia subyacente de la conseja maulina y
del mito chilote del imbunche.
Estos tres factores son los que, a
nuestro entender, configuran la visión de mundo del narrador,
apareciendo el primero como el soporte vivencial de la historia, en
tanto que los dos restantes son meros activadores de un complejo aparato
de imaginería. Se vale de estos elementos míticos por ser mecanismos que
se prestan para la venganza, la destrucción y el autoaniquilamiento.
LA
INFANCIA DE HUMBERTO Y EL TRASFONDO MITICO DE SU
EVOCACION
El relato del Mudito emerge de la
circunstancia frustrante que rodeó su infancia. Consciente de su
inferioridad y de una existencia sin horizontes, su alma fue incubando
resentimiento que se intensificó en la misma medida en que sus esfuerzos
y anhelos del padre se fueron estrellando con la dura realidad práctica.
Nada puede impulsarlo a superar la insignificancia de su origen que se
remonta, inclusive, a la propia tradición familiar. Buscaba con
desesperación ser alguien, sustituir la ridiculez de su apellido
Peñaloza por un rostro definido, luminoso, sonriente, que nadie pudiera
dejar de admirar. Era la meta que su padre, sin exigírselo, le había
puesto ante sus ojos, porque la ordinariez de su apellido lo obligaría
siempre a vivir como encerrado en la "prisión del apellido plebeyo". Era
ésa la única posibilidad que lo pondría a cubierto de la anonimia.
Humberto seguía atentamente lo que su padre, en su entusiasmo liberador,
le informaba de lo que decían los diarios de esas personas
importantes.
En la fantasiosa conciencia paterna había una gran dosis
de optimismo idealizante que lo inducía a atribuirles virtudes que
Peñaloza, ya adulto, descubrió que no eran más que fabulaciones. El, por
su parte, aprendió a contemplar desde lejos la grandeza olímpica que
irradiaba el hombre importante, ya sea a través del paso de los coches
rumbo al parque o a través de los paseos matinales por las principales
arterias de la ciudad.
Sentía nostalgia por el porte, la dignidad y
la elegancia de ellos, atributos que jamás él pudo tener. Por esa razón,
el aprendizaje a que fue sometido en su infancia no tuvo más herencia
que la de despertar en su interior un doloroso sentimiento de nostalgia
frente a lo inasible. Y esa posibilidad de vencer lo inalcanzable se
ofrece a Humberto al seguir la mirada del padre hacia "un hombre, alto,
fornido, pero gracioso, de cabello muy rubio, de mirada airosa por algo
que yo interpreté como un elegante desdén, vestido como jamás soñé que
ningún hombre osara vestir...". De esa visión y de ese contacto -al
pasar Jerónimo por su lado uno de sus guantes roza suavemente su brazo-
se abre en su espíritu un boquerón de hambre que no cicatrizará
jamás.
La modalidad narrativa usada en este fragmento refleja ciertas
características que permiten aquilatar la importancia que se adjudica a
este trozo de su vida anterior con el contexto de la novela . El
episodio está contado desde la perspectiva del recuerdo y aparece
despojado de la ambigüedad y el retorcimiento con que están trabajados
otros momentos del libro.
La manipulación del contraste, como
mecanismo narrativo primordial, es la señal más clara de la dislocación
que, como imagen, entrega el mundo representado. Es importante subrayar,
en primer término, que la revivificación del pasado en su
correspondencia con el presente puntual, desde donde presuntivamente se
genera la confesión del Mudito, está marcado por la presencia
significativa de la primavera y del invierno. La experiencia infantil de
Humberto está evocada en primavera, con toda la carga de anhelos y
esperanzas que esto supone. "Pero era primavera", dice el narrador,
contrastándola con la pobreza de su padre; en cambio, la confesión misma
está enmarcada por la visión de una "noche lluviosa".
Donde el
contraste alcanza su auténtica y cabal manifestación narrativa es en el
empleo reiterativo de la antítesis que, bajo la forma de paralelismo,
desnuda la realidad del incidente, restituyendo los términos al nivel
vano y esperpéntico que la imaginación efusiva del padre elevaba al
plano de la idea fantástica. Leemos en varios fragmentos del discurso
realidades contrastadas que ponen de manifiesto la raíz del conflicto de
Humberto, cuyas connotaciones y ramificaciones veremos cristalizadas en
el mundo alucinado que creará su mente enajenada.
LA CONSEJA
MAULINA
El segundo elemento conformador de mundo lo
constituye la conseja maulina de la niña bruja y su nana. Su función
radica en la potencialidad de destrucción que envuelve y el ámbito de
ambigüedad en que la historia se desarrolla. Esto permite al narrador
armar un sistema de sustituciones que encajará perfectamente en ese
laberinto de ficciones mutantes que es su imaginación y con la
"esperanza de influir mágicamente sobre la realidad y reducirla a un
modelo en que al final pueda ser alguien, jugar la máscara de la
omnipotencia, crear y destruir a voluntad". (2)
La acción que ejerce
el contenido de la conseja es decisiva en la configuración de las
imágenes incubadas en la mente del narrador. Paralelísticamente, la
confesión va dando forma a las principales circunstancias de la historia
de la conseja, pero con otras identidades y en otras dimensiones.
El
nudo central de la conseja es el hechizo que se ejerce sobre la niña por
su nana bruja. La imagen y momentos anotados tendrán diversas
representaciones a lo largo de la novela, más que nada por el complejo
juego de correspondencias que el narrador establece en su
discurso.
Del mismo modo, las especulaciones que se tejan en torno de
las presuntas correrías de la nana y su protegida por los campos
maulinos bajo la forma de una perra amarilla y de un chonchón con cara
de niña, irán encontrando su expresión una y mil veces en la
narración.
El descubrimiento del hechizo sólo lo hará el padre de la
niña, quien escamoteará los detalles más íntimos de la revelación al
resto de los moradores de la casa. El hecho de que sólo el padre tuviera
acceso al cuarto de su hija y oscureciera la verdad mediante su poncho
desplegado, está mostrando la capacidad del hombre para violentar los
términos habituales de las cosas, adecuándolos a su propia realidad. Es
un poder que el narrador no desperdiciará, puesto que en él está
implicito el sentido de la distorsión y el aniquilamiento.
Este afán
de escamotear la realidad no buscaba otro efecto que el de desviar la
atención de los testigos hacia el ser más indefenso de los dos, es
decir, hacia la nana bruja. Esta circunstancia conmoverá profundamente
al narrador, acentuando su resentimiento por los seres luminosos.
El
factor de la venganza condicionada surgirá de la historia del Mudito
como una arma de destrucción, dirigida ahora, como contrapartida, hacia
quienes han constituido por siempre el símbolo del poder. Gracias a ese
poder, el castigo se dirige a un personaje sin importancia: la
nana.
El fragmento enmarcado de la conseja reúne el material básico
de las fabulaciones del Mudito. Su proclividad a retorcer las cosas lo
llevará a repetir y sustituir los términos esenciales de la historia,
recogiendo para sí todos aquellos detalles que le permitan urdir
fantasiosamente el efecto y resonancias de su venganza.
EL MITO
CHILOTE
El mito del imbunche aparece entretejido con
la leyenda maulina. Surge como parte de la conversación de los
campesinos que vigilan el cuerpo de la nana bruja que es llevada por el
río hacia el mar. El imbunche es caracterizado por el alcance de rito de
hechicería que tiene. Se dice en el relato que se rapta a una niña de
corta edad "para coserle los nueve orificios del cuerpo y transformarla
en imbunche, porque para eso, para transformarlos en imbunches, se roban
las brujas a las pobres inocentes y las guardan en sus
salamancas debajo de la tierra, con los ojos cosidos,
el sexo cosido, el culo cosido, la boca, las narices, los oídos, todo
cosido...". (pág. 41)
La imagen del imbunche es otro de los
artificios de que se valdrá el Mudito para edificar sus ficciones. La
intencionalidad destructiva del narrador queda de manifiesto desde el
momento que narrativamente tiende los hilos para conectar dos leyendas,
geográfica y semánticamente distintas, que le servirán de marco de
referencia para orientar el curso de sus confesiones.
El imbunche
envuelve, por un lado, la idea del encierro, de la minimización
progresiva y de la sustitución, transformando el mundo en un espacio
cerrado que cada vez se va reduciendo más. Por el otro, es la
materialización del poder oculto que transfiere a los desposeídos lo que
atávicamente jamás han tenido, convirtiéndolos en dominadores.
La
interdependencia que se advierte de estos momentos narrativos que aluden
a una subyacencia mítica clarifica su función dentro del contexto total
de la novela desde el moemnto que es la fuente de donde la infancia de
Humberto proyectará su imagen revestida de un nuevo poder que se
objetivará en sus evocaciones.
notas:
1). Emir Rodríguez Monegal: La
novela como happening, pág. 16
2). Hernán Vidal : José Donoso:
surrealismo y rebelión de los instintos, pág.
182.
en
revista Occidente, Noviembre-Diciembre 1979.