..... En los meses
de julio y agosto de 1990, en el marco del programa "Las Letras en el
Municipal" organizado por la Corporación Cultural de Santiago, se
llevó a efecto en el Teatro Municipal de Santiago un ciclo de
contrapuntos literarios que reunían, en cada ocasión, a una figura
relevante de las letras chilenas y a una personalidad nacional de la
cultura o la política. El contrapunto que se reproduce a continuación
(en versión editada), titulado "Límites y horizontes de la novela
contemporánea", contó con la participación de José Donoso,
Premio Nacional de Literatura (1990), y de David Gallagher,
ensayista y crítico literario. El encuentro, siguiendo un formato de
preguntas y respuestas, fue moderado por el poeta y profesor de
literatura Federico Schopf.
* * *
Federico
Schopf: Quisiera comenzar preguntándoles sobre la supuesta
decadencia de la novela contemporánea. Se ha dicho que la narrativa
estaría en crisis, que no tendría un desarrollo futuro; cuando surgió
el boom de la novela hispanoamericana se dijo que estaba
salvando al género en el mundo. Qué opinan ustedes sobre el tema,
¿está la novela en crisis?
José
Donoso: Es un tema que se viene discutiendo desde hace mucho
tiempo. Me parece que una de las primeras veces que se planteó fue en
un ensayo de H. G. Wells, en 1902, en el que se habla de la decadencia
total de la novela. Pero esto se anuncia casi todos los años y cada
vez llegan a las editoriales más y más novelas; algunas de ellas muy
aburridas, por cierto, y, sin embargo, se editan y vuelven a editarse.
Es evidente que existe un público bastante ávido de este género,
aunque en Chile, país que se sabe de poetas y ensayistas, tal vez sea
menor.
David Gallagher: Por cierto. Donde siempre se ha
escrito muy bien, como en Inglaterra, Francia, Rusia, al igual que en
América Latina, la novela está más pujante que nunca.
... Ahora, la novela ha tenido múltiples crisis a
lo largo de la historia. Había una cuando surgió el boom de la
narrativa latinoamericana.
... Los
novelistas habían comenzado a hacer reportajes, como Truman Capote en
A sangre fría. Luego en ese momento, presuntamente, hubo esa
fuerza salvadora de la novela latinoamericana. En general el intento
de novelistas como Capote de inmiscuirse en otros campos como el
reportaje, el periodismo, la documentación y, en algunos casos, el
psicoanálisis, ha sido siempre un camino con muy poco sentido. Mejor
lo opuesto, es decir, que otras disciplinas vayan hacia la novela en
busca de ejemplos y símbolos. Y el ensayo que cita Pepe, de H. G.
Wells, me hace pensar en uno de Virginia Woolf en el que ella decía
que era necesario justamente salir del tipo de novela que H. G. Wells
escribía, cuyo propósito era que el lector, al terminar de leerla,
hiciera un cheque para alguna caridad o institución que el mismo H. G.
Wells estaba promoviendo en su novela. Probablemente la novela con un
fin utilitario siempre ha estado en crisis, porque la novela no
tendría por qué tener un fin fuera del que le es propio, y aquí hay
todo un tema que podemos abordar con mayor profundidad más adelante.
José Donoso: Toda la novela vive de su crisis y
decadencias. Al fin y al cabo El Quijote es una novela que
traspone una crisis, aquella de la novela de caballería, y de esa
primera crisis surge El Quijote. Luego pienso en Laurence
Sterne, realmente muy contemporáneo (parece haber escrito ayer), quien
de pronto dice: “en este capítulo no pondré nada porque no tengo nada
que decir”, y pasan dos páginas en blanco. Esto ocurre en el siglo
XVIII.
Federico
Schopf: A qué crisis correspondería Taratuta, novela que
evidentemente se hace cargo de un género que no tiene canales
fácilmente determinables en este momento.
José
Donoso: Tú quieres que yo diga que en el posmodernismo... bueno,
las crisis terminan cuando se ven claramente sus significados y yo
todavía no puedo decir cuál es el significado absoluto de una nouvelle
como Taratuta. Apenas me estoy acostumbrando a ella; la escribí
hace muy poco. Pero supongo que corresponde a otra de esas crisis en
que se deshace y reordena la forma de la novela.
... Virginia Woolf, por ejemplo, en Mr.
Bennett and Mrs. Brown habla de que ya no se puede escribir
novelas como Arnold Bennett, que era el Dios de la novela en su
tiempo. Luego, allí está la señora Brown y pienso, esta señora es
capaz de leer a Bennett pero nunca será capaz de leerme a mí. Ella se
plantea la novela como una cosa de elite, como algo terriblemente
consciente de su estructura, donde la conciencia de la estructura es
casi tan importante como el material que se usa. Virginia Woolf renovó
mucho la novela inglesa. Por ejemplo, una cosa muy curiosa, introdujo
el punto y coma. Se hacen innovaciones en la novela por medio de cosas
tan simples como usar el punto y coma, como lo hace ella.
Federico
Schopf: Perdonen que vuelva sobre el tema. Pero si la novela vive
de crisis, entonces qué sería lo idéntico, aquello que va quedando de
continuidad en esta sucesión de crisis desde El Quijote, Tristam
Shandy, Viaje sentimental, Madame Bovary y Taratuta –para
insistir un poco en esta novela, que a mí por lo menos, y supongo que
a otros también, me planteó una serie de problemas en torno a su
estructura–.
David
Gallagher: Me gustaría decir algo muy breve sobre Taratuta
y sobre el sentido de tu pregunta. Pepe, probablemente por modestia,
no la va a contestar directamente. A mí me parece que Taratuta
demuestra la gran fuerza de la novela en relación a otros tipos de
escritura. Por ejemplo, tiene unos enfoques sobre los bolcheviques
exiliados en París, y unos ángulos respecto del mismo Lenin, que para
mí son mucho más interesantes que cualquier biografía que haya leído
de Lenin. Taratuta como se inserta, consciente o
inconscientemente, en un tipo de narración (otra de las cuales podría
ser El loro de Flaubert) que consiste en tomar minucias de
historias o en reclasificar un poco la vida de un personaje real,
histórico, verla desde otro ángulo. Ahora, creo que una buena novela
de este tipo termina siendo mucho más interesante que sus fuentes,
porque mientras el historiador siente el deber de acumular todos los
datos posibles, y sobre todo aquellos que otro historiador no ha
visto, el novelista tiene la capacidad de seleccionar en forma
arbitraria, con el simple objetivo de ser siempre interesante. Por eso
pienso que este nuevo tipo de novela, “posmodernista”, o como queramos
llamarla, es una reivindicación más de la fuerza de la novela.
Federico
Schopf: Pero, ¿qué es lo que permite seguir llamando novelas a
estos productos tan disímiles, a primera vista por lo menos, como lo
son las novelas de Balzac y de James Joyce, por ejemplo, o las del
propio José Donoso? Recuerdo en estos momentos una frase de Borges que
quizás pueda servir de señal para cierto camino. En una ocasión que le
preguntaron por qué no escribía novelas, dijo que él era muy haragán
para hacerlo. Prefería imaginar que ya las había escrito y hacer un
resumen en cinco minutos en algunos de sus cuentos. ¿Está todavía la
novela en ese resumen? ¿Qué hace que una novela sea novela: el
argumento que estaría en el resumen, la atmósfera?
José
Donoso: Recuerdo que cuando estaba en la universidad en Estados
Unidos, decidimos con un amigo pasar el verano en México. Nos
compramos un auto en cincuenta dólares (cuando se podían hacer esas
cosas), y nos fuimos de viaje. Yo iba leyendo La guerra y la
paz, dos volúmenes enor-mes; él en cambio iba leyendo un volumen
(muy grueso también) que se llamaba Resumen de las cien mejores
novelas del mundo. Mientras yo leía los detalles de La guerra y
la paz, este señor, que leía el resumen de La guerra y la
paz, me iba contando lo que iba a pasar... y lo echaba todo a
perder.
Federico
Schopf: ¿Qué estaba leyendo él entonces? Algo distinto a una
novela. Pero, ¿qué es lo que separa a estas obras? Para mí es un
problema.
David Gallagher: Estás pidiendo una definición de
la novela.
Federico
Schopf: No. Más bien la insinuación de algunos rasgos que permitan
decir: aquí estamos frente a una novela; una descripción, el
presentimiento que se tiene de estar o no escribiendo una novela. Para
mí Taratuta es una novela, pero para un lector de Alexandre
Dumas tal vez no es una novela, sino los prolegómenos de un escritor
que se está haciendo cargo de algunos personajes y que, en fin, no
sabe un poco qué hacer con ellos... pero de allí va saliendo la
narración.
José Donoso: En siglos anteriores el narrador no
tenía vergüenza y salía al escenario a decir: “ahora esto me toca a
mí” y “ahora voy a dejar el paso a tal persona”. Todas las direcciones
de escena, por así decirlo, estaban a cargo del autor. En cambio ahora
hay un gran flujo, a pesar de que el novelista no debería hacerlo
todo. El novelista debe dar la mitad del camino y la otra mitad la
debe completar el lector con la imaginación.
... Taratuta es una novela corta, que se
lee de una sentada (bastante entretenida, me imagino, sobre todo para
los que no la escribieron). Pero, ¿por qué Taratuta es una
novela? Yo sé cuándo el material que tengo y en el que estoy
trabajando tiene que ser nouvelle y cuándo tiene que ser novela. Hay
materiales que yo jamás diría que son una novela, y hay otros que
jamás diría que son de una nouvelle. Entonces, es en la “fabricación”
donde uno elige el tamaño.
... En
realidad, no encuentro muy fructífero definir qué es una novela. Uno
tiene que contar la experiencia que se tiene de ella. Para mí la
novela es una ficción en prosa de una determinada extensión, de la que
se dice esto es novela o esto es nouvelle. Es como un saco de Santa
Claus, de Viejo Pascuero, al que se le van echando más y más cosas
adentro, y el saco va teniendo más y más formas, va cambiando de
formas. La novela tiene la facultad de asimilar distintas formas. En
el cuento, en cambio, es necesaria una síntesis; lo contrario de lo
que ocurre en la novela.
... Recién le
decía a David que acabo de leer un libro de Jane Austin en el que hay
una conversación de dos señores ingleses sobre el tiempo que se
extiende a lo largo de seis páginas, y es lo más entretenido que pueda
haber... la maravilla de esos personajes que no están hablando de
cosas importantes, sino de trivialidades. Pero esas trivialidades
están tan bien urdidas, tan bien enfocadas sobre los personajes, que
nos dicen mucho más sobre ellos y sobre el ambiente que están
describiendo que un tratado o algo que no sea una novela. Solamente a
través de la novela puedo yo penetrar en ese mundo.
Federico
Schopf: Da la impresión que puede haber novelas que se
interrumpan, pero no cuentos que se interrumpan. De alguna manera, la
novela de Proust no tiene fin. Tampoco la tiene Hombre sin
atributos, de Musil: novela interrumpida por la vida del propio
autor, quien al morir presumiblemente no la termina. Pero cuentos
inconclusos, que yo sepa, no existe. La forma exige, al parecer,
cierta redondez, cierta cerrazón.
José Donoso: A veces las
viudas de los escritores publican los cuentos inconclusos que
encontraron en un cajón.
David Gallagher: También hay
cuentos que son únicamente descripciones de situaciones, y son algo
inconclusos; así como hay cuentos que apuntan a minucias, a detalles.
Muchos de los cuentos de Chéjov son inconclusos. Las viñetas y los
retratos son géneros que existen también en el cuento. En realidad,
este tipo de definiciones es siempre muy difícil. Hay muchos tipos de
novelas: novelas intelectuales, de grandes diálogos y debates de
ideas, como las de Dostoievsky y Thomas Mann; novelas de cámara lenta,
sin argumento, como las de Virginia Woolf; novelas donde hay una
búsqueda de lenguaje, un intento de llegar más allá de la palabra
normal o del orden normal de palabras, como puede ser Ulises de
James Joyce o, aún más obviamente, Finnegans Wake. Luego, lo
opuesto: novelas que tratan de ser un mapa de la vida y del mundo,
donde el lenguaje prácticamente desaparece, como ocurre en las novelas
de Tolstoi.
... George Steiner dijo en
cierta ocasión que tal vez en Tolstoi es donde más desaparece la
brecha entre el objeto y la palabra. Uno realmente “ve” el baile de
Natasha, “ve” la encina que está viendo el príncipe Andrés. No
interfiere el estilo, no hay alarde de estilo o búsqueda de novedades
en el lenguaje.
... En fin, hay muchos
tipos de novela. Lo que quizás termina haciendo crisis, por el
cansancio que provoca, es el énfasis excesivo en una de estas
búsquedas: entonces se produce una reacción.
Federico
Schopf: Tal vez una crisis parcial del género, en atención al
lenguaje.
David Gallagher: Una crisis de un aspecto del
género que se ha tomado como “el género” en un momento
dado.
Federico
Schopf: Tú dirías, en ese sentido, que la novela continúa
existiendo, pese a su mezcla con el reportaje, con el testimonio y
otras formas genéricas de variadas especie. Taratuta es una
novela importante desde este punto de vista,que se construye
íntegramente en contrapunto con lo que podríamos llamar “realidad”.
Por cierto, hay un narrador ficticio, pero que se muestra a sus
lectores como el autor real y se relaciona con la realidad –procura
ubicar la figura de este personaje que ha financiado a Lenin y que
termina reencontrado alguna vez en un suburbio de Buenos Aires–, pero
sin ningún interés en ser identificado como narrador ficticio,
separado del autor real. Aunque es un tema muy amplio, quisiera
preguntarle a Pepe sobre la relación entre ficción y realidad, entorno
social y novela. ¿Qué hace la novela con la realidad?
José
Donoso: Si se piensa en la prosa latinoamericana, en el último
tiempo se dijo que era una novela totalizadora. De alguna manera creo
que eso ha sido lo que ha hecho crisis, la novela que quiere decirlo
todo, la idea de un libro realmente fundacional. Sin embargo, me
parece que esa pretensión ya no existe, se terminó. Hay críticos que
dicen que la novela latinoamericana es grande en cuanto se parece a la
novela rusa, es decir, en cuanto hay en ella una búsqueda de
identidad... Puede ser que haya esa búsqueda en la novela
latinoamericana.
... Ahora, casi todas
las grandes novelas latinoamericanas han sido escritas fuera de sus
paises de origen: La ciudad y los perros en París;
Rayuela, también en París; Tres tristes tigres en
Bélgica; los libros de Roa Bastos en Buenos Aires y en París.
Entonces, ninguno da por hecho que la realidad que le ha tocado vivir
y que está tratando de novelar tiene que ser tomada enteramente y
trasladada al libro. Es decir, todo produce cierta fisura, cierto
rompimiento. Los grandes creadores de la novela actual latinoamericana
han sido hombres que han percibido esta filiación con la novela rusa,
así como el deseo de destruir una forma para construir otra con trozos
de la anterior, pero usándolos a su medida.
Federico
Schopf: Lo que habría hecho crisis, entonces, es la pretensión
totalizadora de aprehender una realidad en su esencia y en su
diferencia.
José Donoso: Imagino que sí. Es una de las
cosas que se está perdiendo, aunque no del todo, porque todavía existe
Fernando del Paso, quien escribió unos libros enormes con esa
pretensión, y muy buenos algunos, muy notables, pero en general
bastante apesadumbradores.
Federico
Schopf: Los ejemplos de esas novelas totalizadoras, supongo, son
Cien años de soledad y Rayuela (esta última, no obstante
ser un fracaso de comprensión totalizadora se presenta, sin embargo,
como tal, con ese propósito). David ¿qué piensas tú respecto de este
momento de crisis de “totalización” y de las salidas que pueden
vislumbrarse?
David Gallagher: Muchos de quienes escribieron
novelas totalizadoras, como Vargas Llosa en Conversación en la
Catedral o en La guerra del fin del mundo, han reaccionado
a ese intento y entrado “en terreno”, a mi juicio, muy exitosamente.
Vargas Llosa, por ejemplo, en Historia de Mayta, un libro
aparentemente menor, pero que a mí casi me dice más que
Conversación en la Catedral; con un enfoque de la política más
angular, minucioso, una especie de novela conradiana. El mismo caso de
Pepe, en El jardín del lado, me parece representa un hito en el
sentido que es una novela que vuelve a temas de vida privada, de gente
particular que vive en un lugar específico y tiene preocupaciones muy
específicas... No sé si hubo o no, inconscientemente, como también en
los novelistas rusos, una especie de misión fundacional a cumplir que
fue cumplida. Quizás Pepe nos puede decir algo sobre ello.
José
Donoso: No he sentido nunca misión de nada. Al contrario, si
escribo un libro no lo hago sabiendo cuál va a ser el final, sino que
lo escribo en busca del final, en busca de que me suceda el final. El
final es un encuentro, no es algo que se plantea al comienzo. Pienso
que la buena novela tiene que terminar con una serie de preguntas, no
con una afirmación.
Federico
Schopf: Dentro de esta misma temática, dónde incluirías Casa de
Campo: ¿Novela que pretende totalizar, novela que es una
exploración de fragmentos, novela que termina con preguntas o novela
que termina con respuestas?
José Donoso: Ciertamente es una
novela que termina con bastantes preguntas.
Federico
Schopf: ¿Habría allí una intención de aprehender una realidad como
totalización? ¿La habría desde un punto de vista que cree se puede
aprehender totalidades?
José Donoso: Sí, por cierto. Hay un
momento de gran ambición en los novelistas latinoamericanos de ser
hombres del siglo XVIII, de ser enciclopedistas. Los novelistas no se
conforman con el viejo hábito de contar una historia. Entonces, en vez
de ser narradores de historias se transforman en panfletistas,
convencidos de que tienen que imponer una tesis, un tema. Pero, más
que eso, yo diría que una de las crisis que está sufriendo la novela
en este proceso de devenir otra cosa. De pronto a la novela ya no le
basta con ser novela, además tiene que ser ensayo, tiene que ser
poesía, tiene que ser crítica. Luego tiene otros ingredientes que
antes no se conocían dentro del género. Pero esto no sucede únicamente
en la novela, creo que todo el quehacer artístico contemporáneo tiene
esta meta: la pintura que deviene en escultura, la escultura que
deviene en pintura. Todo se puede tramar. Esos pares se pueden
transformar en muchas cosas. Y creo que yo también he tratado de hacer
eso en Taratuta. Allí hay personajes históricos sobre los que
tuve que estudiar mucho. Lenin no era una figura que yo conociera
demasiado bien; entonces empecé a conocerlo, y a querer salvarlo de
esas estatuas espantosas que hay en la Unión Soviética, y de todos
esos bustos y cosas heroicas, y verlo, digamos, en “pantuflas”.
Federico
Schopf: Insisto un poco en la crisis, porque esta novela –como ha
dicho José Donoso– quiere ser otra cosa: por ejemplo, ensayo. Es
decir, introduce otro género dentro del género. Y si examinamos la
crítica –aunque tal vez no la crítica nacional– vemos que ésta,
actualmente, también quiere ser testimonio: quiere ser crónica, quiere
ser exposición de la subjetividad del crítico más que de los textos de
que habla. De alguna manera en este momento, o en este posmodernismo,
existe una crisis que impide que el novelista sepa qué es lo que debe
hacer dentro de un canal, y que no deja que el crítico ejerza la labor
tradicional de hablar sobre un texto sin inmiscuirse demasiado como
persona. En ese sentido, pienso que estamos en un periodo diferente a
otros inmediatamente anteriores. En Hispanoamérica, por ejemplo,
distinto al momento de la euforia del boom, donde los papeles parecían
estar claramente distribuidos.
David Gallagher: Todo esto es
bastante cíclico. Tengo la impresión de que no es que haya algo nuevo,
algo que nunca hubiese ocurrido antes. Pienso en una novela como La
guerra y la paz, una obra que tiene gran mezcla de géneros y que
incluye un tratado sobre lo que es la historia.
José Donoso:
Así como Ana Karenina contiene un tratado de agricultura.
David
Gallagher: Exactamente. Si uno va más atrás y piensa en El
Quijote, por ejemplo: imposible encontrar una novela con más
mezcla de géneros. Hay novelas dentro de la novela, hay pastiche, hay
tratados sobre lo que es la novela. Y toda la autoreflexión que
supuestamente es nueva en la novela, está también en El
Quijote. Por tanto, creo que más bien se pasa por etapas. Una
etapa nueva surge por aburrimiento o reacción a otras anteriores. Sin
embargo, las variantes no son tan ilimitadas y por eso no estamos para
nada en una situación de ruptura donde todo lo que esta ocurriendo en
el “posmodernismo” sea absolutamente nuevo.
... Lo que sí hay es un vicio en la teoría
literaria que confirma lo que tú dices: un vicio muy propio, quizás,
de los últimos veinte o treinta años, que es trasponer teorías que son
válidas para un género (o una disciplina) a otro. Para mí es muy claro
lo que significa el posmodernismo en el caso de la arquitectura –tal
vez porque no soy arquitecto–. Entiendo que hay una reacción contra el
edificio “funcional”, contra la idea de una arquitectura pura, cuya
belleza está en sus funciones. Y entonces empieza a primar, o al menos
se introduce o intercala, el juego, la decoración. Sin embargo, cuando
uno trata de aplicar ese tipo de fenómeno a la literatura, se
encuentra, curiosamente, con que todos los escritores, sobre todo los
poetas que se definieron como modernistas, son en el fondo
posmodernistas, es decir, T. S. Eliot o Ezra Pound, por ejemplo,
tendrían que ser posmodernistas.
Federico
Schopf: Luego, ¿quiénes serían los modernistas?
David
Gallagher: Los modernistas serían una caricatura de lo que tendría
que ser el modernismo. Si uno lee textos posmodernistas sobre el arte,
o sobre la novela, encuentra una especie de teoría –tomada de teóricos
del arte de la época modernista y poco fundamentada en descripciones
empíricas de cuadros que alguien pintó una vez– de lo que
supuestamente fue el modernismo. Según esta teoría el modernismo
pretendía reducir el arte (o la literatura) a sus propias funciones.
Por ejemplo, la pintura se reduce a sus materiales y éstos conforman
un espacio autónomo. No sé si existe tal pintura. Puede haber sido
imaginada en algún ensayo de Kandinski, pero no está en sus cuadros.
En cuanto a la literatura, me temo que la definición “modernismo”
contrastada a un “posmodernismo” simplemente no funciona. He leído a
un crítico que dice que el vuelco del modernismo al posmodernismo en
la literatura es el vuelco de un texto que pretende ser autónomo y no
tener referencia más que a sí mismo, a uno que pretende lo mismo pero
al mismo tiempo sabe que no puede lograrlo. Pero eso sería entrar a un
terreno bizantino.
Federico
Schopf: Tengo la impresión –y ésta es una pregunta que quiero
hacer a José Donoso como creador– que en el medio hispanoamericano, o
por lo menos en Chile, hay actualmente una escasez enorme de
perspectiva crítica para juzgar el trabajo creativo en el campo de la
novela, el cuento, la poesía y el ensayo mismo. Los jóvenes escritores
se quejan de la ausencia de estos criterios en el espacio público, en
la prensa. En otros paises –esto no lo dicen ellos, pero me atrevo a
decirlo yo–, por ejemplo en Inglaterra o en Estados Unidos, George
Steiner escribe en periódicos y en revistas; lo mismo sucede con
Alexander Coleman o Umberto Eco. Este último, más conocido entre
nosotros, escribe en El Espresso y también en revistas. ¿Qué
pasa con el escritor y la crítica en nuestro medio y fuera de nuestro
medio? ¿Qué se echa de menos? ¿Qué podría pedírsele?
José
Donoso: No existe una voz autorizada, hace falta una voz que
enseñe. Hace veinticinco o treinta años la situación en este país era
muy distinta a la de hoy: en muchos sentidos inferior y en muchos
sentidos superior. En los periódicos sí era superior. En ese tiempo no
era cuestión de leer El Mercurio o Fortín Mapocho; había
un abanico muy extenso de creencias y lealtades políticas en cada uno
de los periódicos (La Opinión, El Mercurio, La Nación, etc.). Había
alrededor de treinta periódicos, y nosotros mandábamos los libros que
escribíamos a todos ellos porque sabíamos que todos iban a publicar
algo. El escritor, por lo tanto, se sabía en posesión de un auditorio;
sabía que había gente que leía muchas de las críticas y se iba a
formar su criterio a partir de esas distintas visiones, no la visión
blanca o negra que hay ahora. En esa multitud de puntos de vista el
escritor estaba seguro de escribir para un público que recibía y
criticaba parcialmente a todos o a cada uno en su línea. Y todas esas
líneas distintas forjaban también una opinión por la cual uno se podía
conocer un poco; actuaba como un espejo.
... Ahora bien, creo que no se puede hablar de
crítica en general. Por un lado estaría la crítica periodística, el
review diría un inglés; por otro, la crítica docta, la crítica
filosófica, que tiene menos audiencia pero tal vez es mucho más
importante que la anterior. Ocurre que los escritores en Chile, sin
embargo, no han pasado realmente por ese túnel siniestro que es la
crítica académica, la que por generaciones ha enceguecido a muchos y
que hoy hace estragos en las universidades norteamericanas.
Federico
Schopf: Hice esta pregunta porque tiendo a percibir un contraste
muy violento entre la situación en Chile, con esta falta de horizonte
crítico que mediaría o actuaría de intermediario entre un autor y la
recepción de su obra, y la suerte de saturación que existiría en otros
paises, donde incluso, curiosamente, muchos críticos e investigadores
se han transformado en novelistas: Julia Kristeva, por ejemplo, o
Phillipe Sollers.
... Quisiera
preguntarle a David cuál es su opinión sobre el problema de la crítica
en Chile y en las universidades europeas y norteamericanas, añadiendo,
tal vez, que la crítica académica en todo el mundo estaría en crisis
o, al menos, su prestigio estaría disminuyendo.
David
Gallagher: Como decía Pepe, y tú lo subrayas, aquí hay varias
cosas distintas. Creo que en las universidades americanas, así como en
las inglesas y en otras, la carrera académica ha pasado a depender del
número de publicaciones que se tenga. En verdad, hay una inflación de
teorías y disertaciones inútiles que tienen muy poco que ver con la
literatura, sino, antes bien, con los imperativos de una profesión,
por un lado, y, en los mejores casos, probablemente con la filosofía.
Muchas de estas críticas son especialmente teorizantes. Consisten en
el buen manejo de una jerga profesional. Bien se podrían escribir
sobre cualquier texto, la guía de teléfonos por ejemplo; es decir, no
hace falta interponer una novela. Cualquier cosa escrita, una carta,
un oficio, podría servir igual.
...
Mejor no generalizar.Por supuesto, hay trabajos muy valiosos,
aunque yo insisto que está más cercanos a la epistemología o a la
ontología o a la filosofía en general, que a la literatura propiamente
tal. La literatura tiende a convertirse en materia prima para otro
fin. Lo que falta en esta crítica académica, a mi juicio, es la
lectura inteligente de un libro; lectura perceptiva, analítica,
creativa –a la antigua–.
... Otra cosa
es la crítica periodística. Esta abunda en Francia, Inglaterra y en
Estados Unidos, con excelente calidad. En Chile hace falta. En Londres
se publican cinco o seis diarios muy sofisticados todos los domingos,
con cinco o seis páginas dedicadas a la crítica literaria. Son
respuestas inteligentes a los libros que han aparecido en la semana.
Ahora, pienso que la pluralidad es aquí muy importante. No me gusta la
idea de que haya una figura autoritaria, hegemónica. Me parece que en
Chile ha habido mucho de eso. Hay problemas de monopolios –no grandes
conspiraciones pero sí monopolios de hecho– porque los medios son muy
pocos, como decía Pepe, y los que hay pueden dejar algo que desear. En
Chile, el primer riesgo que corre un escritor es que pasen seis meses
sin que salga nada de su libro en la prensa. En otros paises existe la
buena práctica de que en la fecha misma de la publicación aparecen las
críticas; para un diario es una vergüenza no publicar una crítica el
mismo día o el domingo más cercano a la fecha del lanzamiento del
libro. Peor aún es el riesgo de nunca contar con una lectura
inteligente. Mucho de lo que se escribe en Chile con el nombre de
crítica es descalificación o elogio desmedido, muchas veces por
razones extraliterarias. Es escasísima una buena respuesta a la obra.
Federico
Schopf: Me parece sintomático que desde el siglo XVIII en adelante
la literatura de lengua española tenga tan poco desarrollo de la
actividad crítica. Me gustaría preguntarle a Pepe si cree que para el
novelista o el poeta es necesario la existencia de la crítica o bien
es un fenómeno completamente suplementario, lateral o innecesario.
José Donoso: Es muy importante que exista una crítica que
sea una lectura del libro que se publica y que esa lectura sea válida.
Cuando en Chile se hace una crítica, en primer lugar se relata la
novela entera: entonces ya no dan ganas de comprarla. Diría que falta
un órgano crítico, pero sin esa cosa como anticuada que suelen tener
las revistas literarias chilenas. No hay aquí una revista como Babel,
una revista nueva que se edita en Buenos Aires y que realmente
escarmena lo que ha habido en literatura esa semana, ese
mes.
Federico
Schopf: Puesto que ambos temas aparecieron unidos en la discusión
en torno al boom de la narrativa hispanoamericana, quisiera
preguntarte, ¿se puede hablar de novela latinoamericana como se podría
hablar de novela inglesa? En otras palabras: ¿hay algo específico en
la novela hispanoamericana? Y, segundo, ¿existe una identidad
hispanoamericana?
José Donoso: Algo que no se usa es el
término boom. Es un término inventado, totalmente ajeno, que no
reúne a nadie en sí, sino que se refiere a un entrecruzamiento de
momentos de publicación de varias novelas importantes. Al fin y al
cabo, Rayuela, La ciudad y los perros y grandes novelas
de ese tipo se publicaron en el curso de unos tres años; eso es algo
objetivo, real. Yo lo veo así, como un punto de entrecruzamiento de
todas esas publicaciones y no tiene más valor que ése, para designar
algo: objeto A. Después viene el desparramo, cada uno campea por su
fuero. Creo que hoy la novela va para todos los lados, como debe ir la
novela en paises civilizados. Nadie es tutor de ella, ni la Iglesia ni
el Estado ni ningún otro. Tengo la sensación –no sé si ustedes la
comparten– que en estas manifestaciones posteriores de la gran novela,
la persona, el ser humano individual vale.
David Gallagher:
Ciertamente, hay una especie de vuelco, un interés por el individuo.
Hay unas novelas españolas nuevas, que si bien no son muy buenas,
están tratando de captar la vida cotidiana de Madrid. En el fondo,
parecerían ser una reacción a la novela totalizante de antes.
... En cuanto a la novela
latinoamericana, es tremendamente difícil ponernos de acuerdo respecto
siquiera de qué es América Latina. Estas definiciones son muy
difíciles. Recién hablábamos de la novela rusa y, ¡caramba!, puede
haber escritores tan distintos como Tolstoi y Dostoievsky o Chéjov y
Turguenev. Cada novelista escribe a partir de una combinación muy
individual de cosas que ha leído y vivido. Obviamente hay
coincidencias entre Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, José Donoso y
Carlos Fuentes, porque son contemporáneos, están viviendo un mismo
momento y están leyendo, probablemente, a los mismos escritores, en
general no latinoamericanos. Como dice Pepe en su libro Historia
personal del boom: están leyendo “ensaladas” parecidas.
... De repente sí hay rasgos nacionales en la
novela. Tomemos por ejemplo aquel recurso de la novela que consiste en
explotar la brecha que a veces se abre entre lo que una persona está
pensando y lo que está diciendo. En la narrativa de muchos paises esa
brecha se da porque un personaje quiere mentir, quiere presentar una
imagen que no corresponde a la realidad. Se me ocurre que sólo en la
novela inglesa podría darse más bien por timidez. Pienso en las
interminables escenas entre Dorotea Casaubon y Bill Ladislaw, en esa
gran gran novela que es Middlemarch de George Eliot. Ambos se
quieren pero no se lo dicen uno al otro, durante lo que son años de
reticencia. Esta timidez, este pudor o miedo de decir lo que se piensa
son características que se me ocurren como bastante inglesas. Y en ese
momento digo: “esta es una novela inglesa”. Pero después miles de
otras cosas se ponen a demoler mi hipótesis, como toda la
intelectualidad –muy poco inglesa– que hay en George Eliot.
Federico
Schopf: En relación al problema ficción y realidad, tengo aquí
numerosas preguntas del público. Una de ellas se refiere a si las
novelas de José Donoso, Casa de campo, El jardín del
lado y La desesperanza están o no ligadas directamente con
acontecimientos históricos ocurridos en Chile, y cómo se conjugan allí
ficción y realidad.
José Donoso: La persona que pregunta,
ciertamente, ha leído esas tres novelas y debe tener una aproximación
a la respuesta. Yo no sé muy bien qué es la realidad, todos los días
hay algo que me contradice ese conocimiento de la realidad, ese seudo
conocimiento de la realidad. Se ha dicho hasta el cansancio que Marx
ha muerto, Cristo ha muerto y yo no me siento muy bien en este
mundo... y creo que es verdad. Pero la novela es una cosa tan puntual,
tan modesta, tan del diario vivir, tan de “zapatilla”, tan de pelea
con el exterior y tan personal, que solamente cuando una novela viene
cargada con un signo que dice “personalismo”, entonces es entretenida,
entonces es interesante. Cuando una novela no tiene esa voz que es
inimitable, entonces no vale la pena. La voz inimitable de la novela
es lo que buscamos en ella.
Federico
Schopf: Aquí hay una pregunta del público para David Gallagher:
“¿No cree usted que los novelistas del pasado distante: Rabelais,
Cervantes, Sterne y Gogol, además de ser más entretenidos, son
incomparablemente más audaces, en forma, estilo, técnica e incluso
contenido que los novelistas posmodernos?”
David Gallagher:
La lista es bastante heterogénea pero también muy cargada, porque son
todos muy buenos escritores. No creo que la literatura (o el arte)
progrese, que se vuelva mejor porque la gente experimenta más o porque
hay hitos nuevos que se conquistan. Pero tampoco creo que retroceda, y
según esta pregunta lo estaría haciendo. También podríamos hacer una
lista de escritores muy aburridos del pasado y muy poco audaces, así
como una de escritores muy audaces del presente.
Federico
Schopf: No habría ni progreso ni retroceso, sino un desarrollo
heterogéneo.
David Gallagher: Exactamente. Antes cuestioné
que existiesen realmente escritores posmodernistas; la expresión me
parece muy alambicada cuando se la inserta en la literatura. Manuel
Puig, a mi juicio un gran escritor, empezó a escribir mucho antes que
se usara el término posmodernista y, sin embargo, es considerado
posmodernista por algunas personas. ¿Qué significa comparar a Manuel
Puig con Gogol? Hemos tenido mucho más tiempo para leer a Gogol y, por
tanto, es más fácil analizar a Gogol que a Manuel Puig, un escritor
contemporáneo.
... La pregunta me
parece tremendamente interesante pero nada fácil de contestar, porque
la audacia también debe ser medida por su contexto. Es tremendamente
difícil leer a Cervantes o a Sterne dentro de sus contextos, porque
nosotros tendemos a darles una lectura moderna. Como lo comprobó
Borges en ese cuento maravilloso de Pierre Menaud, autor de El
Quijote, no se puede leer algo sin el prisma de los años
acumulados posteriormente a su escritura. No tengo respuesta... y,
sobre todo, no me gusta comparar escritores. Recuerdo lo que Cabrera
Infante dijo una vez: “noso-tros, los escritores, no somos melones que
se puedan pesar en el mercado”. No es fácil decir que un escritor es
mejor que otro.
Federico
Schopf: No debe olvidarse la acogida que tuvo Flaubert en su
tiempo con Madame Bovary, cuando el autor de éxito era, Georges
Feydeau, el autor de Fanny, no Flaubert, y la crítica decía:
ése habla de nuestra sociedad, en cambio Flaubert no, y la posteridad
ha demostrado lo contrario. Es decir, no era entretenido el que ahora
lo sería. Pepe, siguen las preguntas en torno a los problemas de la
relación entre narrativa y realidad: “¿En las novelas que usted ha
escrito en los últimos dieciséis años, hasta La desesperanza,
hay personajes tipos o arquetipos?” Y yo agregaría ¿es Mañungo Vera
–personaje de La desesperanza que vuelve a Chile después de
muchos años y que intenta de alguna manera reproducir un mundo que no
había– uno de ellos?
José Donoso: He tratado siempre de no
usar arquetipo, prototipo o cosa parecida y, desde luego, me he
interesado en el análisis del ser humano y de las relaciones humanas
particulares. Que alguien diga que todos los cojos viven en el barrio
alto, por ejemplo, me parece tan extravagante como decir esas cosas
tan abarcadoras. Esa es una de las razones por lo que no me gusta
Octavio Paz... esa búsqueda de soluciones abstractas ajenas a la
novela. De alguna manera, la pregunta, la respuesta, la reflexión y la
antítesis tienen que estar dentro del cuerpo de la novela y tienen que
permanecer allí. El novelista contemporáneo es un gran juzgador de su
propia escritura. No existe la literatura contemporánea, yo diría, sin
que haya un juicio del escritor por sus personajes, al texto en el que
están enclavados. Eso es una mirada contemporánea. Pero o me atrevería
a los demás.
Federico
Schopf: Una persona pregunta por la moral vigente (o tal vez no
vigente) y lo pornográfico en la novela contemporánea.
David
Gallagher: Son términos cuyos significados son muy difíciles de
precisar en la novela. En cierto sentido se relacionan con lo que
decía antes de la audacia. La audacia tiende a medirse en relación al
contexto en que un escritor o una persona está operando. Por ello es
que en general los debates sobre pornografía que había en el pasado,
alrededor de novelas específicas, nos parecen hoy tremendamente
extraños. Resulta extraordinario que durante tantos años, en casi todo
el mundo, se prohibiera un libro como El amante de Lady
Chatterley, de D. H. Lawrence, cuando ahora es leído masivamente,
enseñado en los colegios y a nadie llama la atención. Pepe escribió un
libro, La Marquesita de Loria, al que no sé si se le puede
llamar pornográfico o no, y, sin embargo, tiene tanta gracia y humor.
Y aunque soy gran admirador de Mario Vargas Llosa y pienso que sus
novelas son casi todas magníficas, El elogio de la madrastra me
pareció muy malo: un libro casi programático, como si se hubiese
impuesto el deber de probar un límite. En fin, la pornografía depende
del contexto. Creo que por ahí iría mi respuesta.
Federico
Schopf: La última pregunta, entre todas las que hemos debido
seleccionar, la ha escogido José Donoso: “¿Existen todavía suficientes
novelistas?”
José Donoso: Creo que el chileno tiene la
manía, o la cortedad de genio, de que le gusta que las novelas sean
útiles, que digan algo sobre la realidad. Se piensa que una novela es
seria porque nos dice cómo se visten los europeos, cómo es el trabajo
en las pampas de salitre, cómo son los fundos antiguos; eso es lo que
gusta. Y esto, que no sería una representación de la realidad sino una
reproducción de la realidad, es lo que hace que la gente se contente
con lo que hay. En el mundo hay suficientes novelistas e infinidad de
caminos que elegir, pero no así en Chile. Sin embargo, me parece que
en los últimos cuatro meses ha habido un gran destape en nuestro país,
es decir, había una cantidad de novelistas que estaban mudos y que
ahora se están manifestando, poco a poco. En los próximos años imagino
va haber una explosión. Si son malos o buenos, lo dirá la crítica en
su día.
David Gallagher: Agregaría que en paises como
Estados Unidos, Francia o Inglaterra, donde las casas editoras reciben
cerca de cien novelas por semana, hay una verdadera inflación de
novelistas (como ocurre en la crítica). Pero sabemos que al final
perduran sólo unos pocos, porque el ser humano, en definitiva, tiene
un tiempo limitado para la lectura. Obviamente, el tiempo es un
filtro. Frente a él y ante tanta competencia, el primer intento de
enviar un manuscrito a una editorial es un acto de heroísmo de parte
del escritor.
Contrapunto literario realizado en el Teatro Municipal
de Santiago el día 8 de agosto de 1990.
Versión editada por M.
Teresa Miranda.
JOSÉ DONOSO. Escritor. Premio Nacional de
Literatura (1990). Entre sus numerosas obras pueden mencionarse Este
domingo, El obsceno pájaro de la noche, La desesperanza y Taratuta.
Asimismo, ha recibido los premios Cervantes, Príncipe de Asturias y,
recientemente, el premio Mondello (Italia).
DAVID
GALLAGHER. Ex profesor de literatura en Saint Antony’s College,
Universidad de Oxford. Ha sido crítico literario del Times Literary
Supplement y del New York Review of Books. Autor del libro Modern
Latin American Literature (Oxford University Press, 1973) y de
numerosos ensayos. Miembro del Consejo Directivo del Centro de
Estudios Públicos.
en revista de
Estudios Públicos, Nº 43