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de "Sueños
de mala muerte"
(texto
escogido)
Rodríguez
Robles: aquí figuraban, en la calle Vergara, Fabio y José Luis. ¿Por qué
no le decía algo más sobre ellos esta guía maldita? ¿Cuántos años
tenían? ¿Cómo eran sus caras? ¿Compartían algún rasgo con él o con su
madre? ¿Eran simpáticos o antipáticos? ¿Estaban dispuestos a reconocerlo
como parte de su arraigo, convidarle un mendrugo de origen con que
trascender el aislamiento del presente, anónimo y ciudadano, que su
padre le propuso como única opción? Anotó los nombres, la dirección el
teléfono, tan precariamente unidos a él que si no los anotaba se
desvanecerían al instante, y el frágil vínculo volvería a esfumarse. Una
vez anotadas estas escuetas informaciones lanzó la guía a los pies de su
cama y se quedó dormido con el papelito apretado en un puño. ..... Debe haber sido tarde esa noche cuando una
mano suave, tocándole la frente, lo despertó: esa mano lo había
rescatado de un sueño muy profundo que no recordaba, para hacerlo
acceder a un círculo más próximo a la superficie luminosa del sueño,
donde las cosas eran más definidas. Osvaldo estiró la otra mano, no la
que aferraba la cifra de sus vínculos sobre su corazón: una pierna de
carne, de seda deslizándose familiar entre su mano y la piel que
acariciaba. La pierna que al comienzo creyó brindada, se retiró
bruscamente: ..... - Por favor, respéteme,
Osvaldo -susurró la Olga Riquelme-. Me atreví a venir a su pieza
contando con que usted es un caballero y que sabe portarse como tal.
Vengo porque le ofrecí a Aliaga hablar con usted para que tenga más
cuidado. ..... - ¿Prendo la luz? -le
pregunto él. ..... - Mejor. Para evitar
malentendidos. ..... Ella, en bata, acercó
una silla a la cama donde había dormido el padre de Osvaldo, en la que
él fue a sentarse, su escaso pelo revuelto y su traje arrugado. Entonces
la Olga continuó: ..... - Conviene que lo
piense bien, porque se esta jugando un futuro que no es malo. No se
puede pedir que sea como para volverse loco, pero en fin. La señora
Panchita tiene en el fondo de la casa unas piezas chicas. No hay razón,
ahora que se murió su papá y usted le compró la sepultura, ya está, qué
le vamos a hacer, pero ahora no hay razón para que siga viviendo en la
pieza más grande y más cara de la pensión. La señora Panchita me dijo
que esas piezas del fondo son muy baratas. Y con su sueldo...,
bueno... ..... - ¿Volver a comenzar otra
vez? ..... La Olguita bajó los
ojos: ..... - ¿Por qué no? ..... Osvaldo la besó ligeramente en los labios.
Sentados uno frente al otro, rodillas con rodilla, él dejó caer la mano
en que tenía empuñado el papel del vínculo sobre su propia rodilla,
mientras su otra mano indagaba bajo la seda de la bata en el otro
muslo. ..... - ¿Qué es eso? -le preguntó
la Olga tomándole el puño, y agregó, sonriéndole- ¿Secretos con su
Olguita? ..... Osvaldo retiró su puño
violento ahora, y la mano que le acariciaba el muslo, de pronto tirana y
poderosa, se adueñó sin transición de su mayor intimidad. Violada, la
Olga se puso de pie. ..... -¡Asqueroso!
-le silbó-. ¡Lo único que les importa a los hombres! Usted es un roto,
oiga. Me voy. ..... - No, no se vaya,
Olguita -imploró Osvaldo, poniéndose de pie y estirando hacia ella sus
brazos, una mano abierta y la otra empuñada. ..... La Olga agarró el puño siniestro con las dos
manos hundiéndole sus uñas de barniz saltado en la muñeca, arañándole el
dorso de los dedos, haciéndolos sangrar, torciéndoselos, luchando contra
él para que le mostrara ese emblema terrible que escondía su esencia
misma hasta que ambos cayeron jadeantes sobre la cama, separados por la
mano ensangrentada de Osvaldo, por fin abierta, el papelito arrugado en
su palma. Ella lo tomó, leyendo: ..... -
"Fabio y José Luis Rodríguez Robles, Vergara 334, teléfono 88966". Lo
que me figuraba. ¿Quiénes son? ..... -
Unos parientes míos. ..... - ¿Quién le
dijo que eran parientes suyos? ..... - Una
adivina. ..... Durante un segundo la Olga
Riquelme lo miró incrédula, e inmediatamente después lanzó una
carcajada. Si ella misma no se hubiera tapado la boca con las dos manos
habría despertado a toda la pensión, pero quedaron sus lágrimas de risa,
y los estremecimeintos de su cuerpo, que fueron amainando. ¿Una adivina?
¡Entonces era verdad lo que Aliaga temía, que estuviera un poco tocado!
¿Una adivina? ¿Y él, que era un hombre grande, le creía a una
adivina? ¿Por qué ahora que se abrían de nuevo ciertas posibilidades le
había dado esta locura que estaba poniendo en peligro su reputación en
el cementerio antes de integrarse a su personal y poniendo en
peligro..., bueno, quería decírselo de nuevo..., poniendo en peligro la
posibilidad de que ambos llegaran a unirse y ser propietarios? ..... - Pero... ¿cuál es mi locura? ..... - Todo este asunto del mausoleo de los
Robles. ..... - ¿Entoces, sacrificarlo
todo para ser propietaria, como usted, no es locura? ..... - Claro que no. ..... En ese momento Osvaldo se rebeló. ¡Qué lo
dejara tranquilo! ¡Que locura o no, él iba a ser quien quería ser! Ya
había muerto su padre que le imponía una conducta y un mundo que no eran
los suyos. ¿Y si él, Osvaldo, tuviera otras aspiraciones, otras
inquietudes, que ni Aliaga ni ella comprendían? ¿Por qué iba a tener que
ser siempre asible, usable, disponible, rentable, dócil? No. Él ni sabía
qué era lo que quería. Que lo dejaran tranquilo para ser loco. ¿Qué más
loco que ella que creía que la salvación consistía en llegar a ser
propietaria?
"Sueños de mala muerte" integra la novela "Cuatro para Delfina"
de 1982
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