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Anoche,
cuando con el amor de Antonio mi cuerpo comenzó a desentumecerse para
esbozar una réplica, alcancé a vislumbrar la silueta de mi placer,
bosquejada apenas en mi horizonte. Para alcanzarlo me abandoné,
agitándome bajo él, que me pegó un bofetón: que no me moviera, me
mandó. No te quejes. No me manosees. No goces. Yo soy el que está
culeando, no tú. Tú no eres una puta para que te revuelques en busca
de tu placer. Recibe mi placer: eso tiene que bastarte.
.......... Cuando él quería mujeres de las otras,
las iba a buscar a la casa de la Bambina. No se había casado con ella
para esto. La bofetada cortó el aliento de la Elba, y la ansiada
silueta del placer se desbarató en su horizonte antes de completarse.
Ella quedó convertida en un nudo vengativo por haber sido reducida,
como siempre, a receptáculo del placer de Antonio. Una actitud que no
fuera la docilidad sería transgresión, la impudicia inaceptable de un
cambio de roles. Pero la transgresión mayúscula, la que sintetiza
todas las demás, será bajar ahora mismo para que mi lesionado cuerpo
de mujer le diga a mi marido: Toño está enfermo, tienes que ir a
buscarlo, e imponerte.
......... Es
honda la mina; la tentación, vertiginosa. El mareo de bajar ahora
mismo sin calcular las consecuencias ni las caídas. Es necesario
transgredir para poder alcanzar la gloria de ser algo diferente a la
impavidez de su cuerpo siempre abajo, siempre igual. Es imposible
romper ese esquema o alterar la grotesca danza: ella inmovilizada,
aplastada por ser amada pero no amante, anhelada pero no anhelante.
Sin viaje ni aventura. Él acezando, como si arara en su cuerpo
despojado del juego. Solamente la función de cavar en la mina,
rompiéndole las entrañas hasta dejarla endiosada por aceptar el placer
como una ofrenda que no se comparte. Pero ahora tiene que ser
distinto. ¡Que Antonio sienta mi invasión a los sótanos exclusivos de
los hombres, mi cuerpo de mujer presentándole una fuerza capaz de
desacompasar el ritmo con que su picota me agrede! Que se viera
obligado a oírla, a seguirla, transformando al conquistador en
conquistado al verla aventurarse en su espacio subterráneo.
.......... ¿O bastará la sencilla iniciativa de
tomar un bus que la lleve a la ciudad para traer al niño sin consultar
a nadie? ¿Pero cómo dejar al abuelo agonizando solo en su choza, cómo
soportar las recriminaciones, incluso la violencia de Antonio, por
haber abandonado a su padre? La Elba nunca fue de amistades femeninas
solidarias. ¿Cómo, si es hija de la Canario? Lo dicen la comadres, que
para ella no preparan tisanas ni cuidan a su hijo. Y la Elba no se
acerca a ellas porque sabe que Antonio desprecia el cerrado círculo de
la cháchara femenina. Pero, claro, la Canarito era la madre de la
Elba, tenía el pelo vivo y luminoso como un chorro de avena y por eso
era un ser aparte. Las mujeres me preguntarían, se meterían en mi
vida, sería necesario explicar...
.......... ¿Y pedirle ayuda a la Empresa? No.
Ellos odian a don Iván y a su familia. La dejarían frente a la puerta
cerrada, hoy domingo. Dicen que no les gusta que los molesten los
domingos en sus jardines. Reciben visitas, parientes, toman refrescos
de colores en vasos donde tintinea el hielo, se van de paseo al campo
o a la ciudad. Pero dicen que don Arístides tiene acceso a ellos
cuando quiere. Sí, hablar con don Arístides para que ellos me traigan
al niño y cuando Antonio llegue en la tarde ya lo encuentre aquí. Este
escalofrío que es otra cosa, que no es escalofrío y que se desata en
mi carne cuando pienso en don Arístides, me empareja con él: Arístides
sucio, yo sucia para los ojos de Antonio que me ama, pero don
Arístides es sucio junto conmigo, y degradado -¡oh, el descanso de ser
degradada junto a un igual!-, él y yo deseándonos, porque ambos
aceptamos el desprecio. El éxtasis de lavarme el pelo frente a ese
incansable catalejo. Exhibo lo que Antonio no me permite ser... pero
que sí soy para Arístides mientras Antonio cava en mi cuerpo
forzosamente inerte. ¿Se reirá Arístides si yo lo trato de "don"? Yo,
una Urízar según él: poderosa, aunque ese rango permanezca sepultado
bajo generaciones femeninas de Lenguas Mochas incapaces de
proyectarlo. No, Elba, no me digas "don", díme "mi pichito rico", como
cualquier mujer comprada, dímelo prosternada ante mí como te
prosternas ante don Iván, que es incapaz de ponerse los calcetines sin
tu ayuda.
.......... Le sirves de comer,
Elba. Sin la ayuda de Toño, que te hace falta para estos menesteres,
no logras acostarlo. Después comes un plato junto al fuego que
encendiste en la arena, sin mirar mi lucecita de carburo entre los
árboles: estoy esperándote. Antes de subir, entras a comprobar que el
abuelo duerme. Como te veo salir arrebozada en tu chal, calculo que el
viejo respira tranquilo en su sueño. Sentada junto al fuego esperas a
que las nubes establezcan el crepúsculo. De un tirón arrancas el
pañuelo que protege tu pelo del olor a pescado que has estado friendo,
y te encaminas al promontorio.
(TEXTO
ESCOGIDO)