Dulce
perversión infantil
El baile
de los niños.
Poesía de Diego Ramírez Gajardo
Ediciones
del Temple, 2005. 101 páginas
Por
Felipe Ruiz Valencia
www.lanzallamas.com
El
baile de los niños es oficialmente el primer libro de Diego Ramírez.
Sin embargo, ya sabíamos de él a través de dos pequeñas
entregas facsimilares, que surgen a partir de premios otorgados por la Fundación
Mustakis en su paso por el semillero de Balmaceda 1215: nos referimos a Relamido
(2000) y Corazoncito Noche (2002). El año 2004 además participa
en el libro colectivo Desencanto Personal: Reescritura del canto general de
Pablo Neruda, editado por Cuarto Propio. El baile de los niños surge
desde ese trabajo, que además dio pie a la publicación de un artículo
por parte de Raúl Zurita, en la revista Artes y Letras de El Mercurio.
El lector menos enterado podrá conocer a Ramírez, además,
a través de un lamentable artículo de The Clinic, en que se relata
su paso por la cárcel, tras supuestas vinculaciones con una red de abuso
de menores. El asunto por sí sólo no reviste mayor interés
crítico, pero tomando en cuenta que este episodio aparece como tópico
recurrente a lo largo del libro – especialmente en la tercera sección -,
vale la pena mencionarlo, para que el lector tenga una visión más
completa de algunos pasajes que de pronto surgen fuera de contexto.
La
propuesta estética de Ramírez no puede dejar indiferente a nadie,
más allá de los juicios de valor sobre su poesía. Hay aquí
el himno hacia una generación de jóvenes del que no teníamos
conocimiento en la literatura, aparte de lo que podríamos ver esporádicamente
en antros nocturnos como Blondie, Bal Le Duc, El bar Alternativo, Mephisto Bar,
o los más escolares que encontramos los sábados vespertinos a la
entrada de los juego Diana, en pleno Paseo Ahumada. Y sin embargo, la estética
a la que Ramírez parece aludir nos interpela conmovedoramente, pues algo
no dicho sobre toda nuestra sociedad parece traducir su sensibilidad under: “los
niños que bailan/ estéticamente diferentes pero iguales/ como angelitos
de silueta negro / negro de arco iris multicolor”, versa al comienzo del libro,
marcando desde ya su visión desencantadamente heroica de este underworld:
la soledad del baile, la diferencia convertida en un signo de igualdad y no de
distinción, indiferencia general de los movimientos que durante los 80’
y 90’s parecían restringidos a su propio ritmo: visuals, queers, neo punks
naifs, darks japo otakus, góticos de provincia, todos unificados, según
Ramírez, por una estética común y un mismo baile. Esta indiferencia
borra inclusive las barreras de género: Ramírez está lejos
de poder identificarse (aunque a veces así lo diga) con una política
de género que lo ligue a un tipo de discurso homosexual; la poesía
de Ramírez goza lo híbrido, libera la pulsión al puro devenir
del baile maquinal de una Dance Dance Revolution (las tablas de baile que
encantan a muchos), convertida una ocasión para una erótica narcotizante,
frenesí ritual de la promiscuidad posmo: “tan originales esos niños,
tan violentos y lindos con sus estéticas perdidas ante tanta modernidad
que viene a bailar en sus pantallas, ellos tienen más años en esto
de las clandestinidades, y quizás por eso la furia me la exhiben en la
espalda, cuando todo carnal arriba los amigos, se montan y se empujan, y se jadean
a todo Sex Pistols”, o en el siguiente espléndido pasaje: “… mi
bello after school (uno medio gótico para ti, la miradita dark me la llevo
yo, el niño brit se comparte, el punk se queda conmigo, el que no sabe
le enseñas tú y las niñas también nos miran)”.
Siempre hay, en todo caso, algo “siniestro” en los poemas de Ramírez,
una voluntad impersonal y un objeto poético – ese “tú” o el “usted”
al que alude -, que enrarece su poesía a un extremo inquietante. Quisiéramos
saber, morbosamente, más detalles de quién ese al que Ramírez
se entrega en cuerpo y alma, sujeto al que, a diferencia de los niños,
Ramírez parece mirar con distancia y ambiguo respeto. Resulta curioso que
en este viaje hacia la sensibilidad profunda de una generación
tan compleja y fuera de lecturas teóricas y literarias, podamos experimentar
una profunda identificación con el objeto amoroso del poema de Ramírez,
como si ese “tú” o “usted” fuera, en realidad, la metáfora terrible
de un Chile convertido en extraño Padre violador.
Un viaje hacia
la oscuridad de los tiempos - es decir, a nuestros tiempo - quizás de los
más conmovedores, para entender la profunda perversión – en el sentido
de Baudrillard, como perversión de los signos – de una erótica liberada
al puro deseo del devenir estético. Este es el más allá de
cualquier lectura de género posible, el relato crudo y visceral de unas
identidades que sensibilizan simbólicamente con el negro, la negrura de
esta noche chilena entregada a la pulsión tanática de su historia
actual. Negro, en realidad, que nos traspasa en tanto podemos “palparlo” en cada
una de nuestras experiencias artísticas, nuestras modas textiles y gustos
cotidianos. Pero, por lo mismo, negrura que impide a Ramírez prorrogar
su discurso más allá del presente: no entendemos cómo podría
este sostener semejante poesía en el tiempo: “los que queremos bailar
con esas chicas/ hagamos filita o por último présteme a su amigo
que se ve igual de lindo/ arreglándole sus pinches verdes y sus abanicos
de gatito rosa”; no comprendemos, así, como podría resultar
la maduración de esta poesía en un Ramírez lejos ya de la
etiqueta de “poeta joven”. Quizás, en todo caso, sea esta la suerte toda
la generación a la que canta y baila.