¿Qué
hay detrás de la ventana?
Nuevos
y noveles narradores peruanos
Por
Diego Trelles Paz*
Universidad de Austin, Texas
Revista Quehacer 161. Lima: Desco, 2006.
La narrativa contemporánea de jóvenes
autores y editores peruanos está pasando por un momento inédito.
La estimulante aparición de nuevos sellos editoriales preocupados por ofrecer
al lector un producto visualmente atractivo (entre otros, Estruendomudo, Matalamanga,
Solar, SIC, Sarita Cartonera) y apostando por la publicación de noveles
narradores con proyectos literarios ambiciosos, referentes culturales comunes,
una conciencia insólita de su pertenencia a una generación consolidada
en el nuevo milenio(1) y el rarísimo
privilegio de haber configurado un mercado nuevo de lectores al que se llega de
la manera más efectiva y democrática(2),
posibilitan observar con menos escepticismo lo que había sido una sentencia
de muerte para la disgregada generación previa, la cual, para el crítico
Marcel Velásquez, simplemente no existe porque "los mayores aciertos
de la década [del noventa] son logros individuales y enemigos de toda comunidad
literaria".(3)
En los
predios de la crítica académica tradicional, los artículos
dedicados al tema de la literatura juvenil en los noventas tendieron en su mayoría
a la insidia antes que al análisis formal, a la generalización indiscriminada
alrededor de una etiqueta que establecía una ecuación curiosa para
los "paladines de la Lima mazamorrera y pastelera [cuyos textos] como una
gran borrachera sólo dejan mal aliento y una espesa resaca"(4):
lo literario, en ellos, era símbolo inequívoco de lo liviano, dietético
o light y aquello se erigió como una doctrina ortodoxa de estudio
que castigó la precocidad de estos falsos artistas exitosos quienes,
como advierte Miguel Angel Huamán, escribían "literatura de
consumo, trivial, de masas o subliteratura"(5)
y, por lo tanto, negaban "lo literario a nombre de la literatura".(6)
Lo curioso es que, bajo estos criterios paquidérmicos de análisis
que lamentaban a voz en cuello "la inexistencia de una norma o institucionalidad
que en el terreno literario proteja 'su' mercado nacional"(7)
mientras que, con un tono inquisitorial y del talante más conservador,
advertía que "se deben respetar las reglas de juego y no propiciar
'golpes' o anarquías fundamentalistas"(8),
el silenciamiento y el ninguneo fueron la norma.
En pocas palabras: todos
los escritores jóvenes fueron considerados pálidos epígonos
de dos que, en Latinoamérica, se denostaron hasta el hartazgo-Alberto Fuguet
(1964) y Jaime Bayly (1965)- y de Al final de la calle (1993), novela de
culto de Óscar Malca (1959). Sus obras, pues, eran meros anecdotarios citadinos
"con aliento a alcohol y malditismo y truculencia"(9)
y, por lo mismo, no resistían (ni merecían) mayor análisis
textual.
Fueron, pues, muy pocos los estudiosos que advirtieron que "la
novela joven es un fenómeno poco estudiado orgánicamente y desdeñado
por la tradición académica".(10)
La defensa de su estudio crítico como un fenómeno tangible-más
allá de sus logros o limitaciones estéticas-, debió promoverse
por el hecho de configurar una manera distinta de acercarse a la novela luego
de una etapa (la de los ochentas) estéril por tímida, en la que
no hubo una ruptura formal ni temática con la tradición literaria
que despegó gracias a las huellas fundacionales de Mario Vargas Llosa (1936).
No apareció, así, un corpus crítico que marcara las
distancias pertinentes con esa ola todopoderosa que tendió a homogenizar
sus criterios de evaluación de la manera más sospechosa.
En
el presente artículo, aunque dentro de un marco temporal más amplio
de autores nacidos entre 1970 y 1982 y cuyas obras aparecieron del año
2000 en adelante, pretendo retomar el tema de la literatura juvenil (entiéndase
este adjetivo sólo en términos generacionales) intentando superar
cierto sesgo crítico que consiguió estigmatizar a la literatura
de la década anterior. Lo que propongo es una breve radiografía
de las novelas y los libros de relatos de algunos escritores(11)
jóvenes aparecidos en los últimos años dentro del
escenario literario peruano.
Fantastic
Voyage
La elección de 1970 como frontera dentro de mi estudio
responde a la necesidad de subrayar que los autores peruanos nacidos alrededor
de 1968, contemporáneos de los
narradores que dieron vida a McOndo o al Crack mexicano, movimientos
de pretendido cosmopolitismo cuya frontal y saludable ruptura con esa visión
chauvinista, exótica y mágico realista de la literatura latinoamericana
naufragó tras los avatares de sus recargadas agendas publicitarias, pertenecen
a otro bloque generacional que ya no podría definirse como juvenil. Sobre
esta línea limítrofe se ubican tres narradores nacidos en 1970:
Sandro Bossio, Marco García Falcón y Miguel Ildefonso.
La
novela El llanto en las tinieblas (2001)(12)
del narrador huancaíno Sandro Bossio y el libro de relatos París
personal (2002) de Marco García Falcón comparten una genuina
preocupación formal por el lenguaje, traducida en un pulcro manejo del
ritmo narrativo y en una prosa elegante de inspirada musicalidad. El llanto
en las tinieblas se inscribe dentro de la corriente de la novela histórica
a través de una conmovedora y violenta historia de amor ambientada en un
pueblo de la costa peruana en el siglo XVII. Balmes, músico desfigurado
que arrastra su penosa existencia escondido bajo una capa, y Ligia María,
hermosa y enigmática prostituta descendiente de europeos que recala en
el Perú luego de que la peste la deja huérfana, son dos personajes
marginales que se enamoran casi por la inercia fatal de sus vidas en una época
signada por la intolerancia inquisitorial y la amenaza constante de una pandemia.
Los logros de esta sorprendente novela de Bossio son múltiples: la intensidad
de la trama que nunca decae gracias a la adecuada creación de las atmósferas,
el delineamiento acertado de las historias paralelas y de los personajes secundarios
(el maese ciego Lisardo Varela; el médico erudito Hermigio Bisbal) y, sobre
todo, el completo dominio del elemento lingüístico al incorporar con
éxito los giros expresivos de la época.
Más allá
del espíritu trashumante y del imaginario cosmopolita de sus personajes,
el motivo recurrente del viaje en los relatos que componen París personal
no remite únicamente al acto físico de desplazarse. "Al fin
y al cabo, pensé mientras me alejaba, estaba en una ciudad muy grande y
si no encontraba el París que yo buscaba, aún podía inventármelo"(13)
confiesa el personaje innombrado que abre y cierra el libro, y aquella
sentencia delinea con elegancia el espíritu creador de un París
imaginado: "una ciudad de palabras"(14)
a la que se llega a través de la imaginación y el impulso estético,
muy al estilo del modernismo al que evoca en más de un motivo: el azul
regenerativo del cielo sobre el final de De un azul purísimo y de
Un invierno hospitalario que remite a L'art est azur de Víctor
Hugo y, por ende, al Azul de Darío; esa necesidad de evasión
de todos sus personajes soñadores, delicados, nostálgicos; el lenguaje
ornado y el fondo musical con la voz singular de Edith Piaf, ícono parisino
por antonomasia. París personal, pues, con sus sutiles referencias
intertextuales (La flor de Coleridge remite al texto de Borges y a sus
conexiones con la novela fantástica) y con sus entrañables cuentos
cartesianos impulsados por la férula de Ribeyro, es una carta de presentación
muy auspiciosa.
Con El Paso (2006)(15),
primera incursión narrativa de Miguel Ildefonso-poeta mayor
de las últimas generaciones-, el motivo del viaje se repite pero aquí
desde la óptica cinematográfica del road movie. El título
de este libro de relatos cortos, fragmentados, un poco más cercanos a las
viñetas con forma de crónica que al cuento clásico, es acertado
porque sus habitantes están siempre de paso, son nómadas
involuntarios por su condición ilegal, escritores cruzando la frontera
hacia el México prostibulario o estudiantes descubriendo su sensibilidad
en ruta por un Estados Unidos opresivo, el cual observan alucinados desde la ventana
de un sucio Greyhound. Ildefonso incorpora, de una manera lúdica
y con acertada precisión para el detalle, diferentes referencias literarias
y musicales tanto de la cultura popular (José José) como de una
tradición artística de escritores de culto (entre otros, aparecen
Bukowski, Cormac McCarthy, Burroughs). Su destreza para construir imágenes
poderosas y su siempre inspirada prosa poética contrarrestan cierta indefinición
final en la concepción de las tramas de algunas de sus historias.
God knows I'm good
Si existe
una voz dueña ya de un estilo reconocible, de un mundo narrativo propio
que dialoga e interactúa activamente con otros géneros y formatos,
como el cine, la televisión y el cómic, y que exhibe
una genuina preocupación por abordar, directa y oblicuamente, procesos
sociales y políticos de la realidad peruana, ésa voz es la
de Santiago Roncagliolo (1975).
La prosa de Roncagliolo, ajena a los alardes
estilísticos, privilegia el lenguaje directo, revestido engañosamente
de un tono coloquial pero de implicancias feroces para el lector desprevenido
cuando asoma su humor cínico, bastante cercano al del primer Bryce Echenique
(1939). La más lograda de sus obras, Crecer es un oficio triste
(2002), un libro de relatos lamentablemente inédito en el Perú,
plasma con sobrecogedora intensidad el paso accidentado de la adolescencia a la
adultez en una Lima deformada por la violencia política y el descalabro
económico del primer gobierno aprista. En este libro aparecerá,
por primera vez, uno de los asuntos medulares de su obra: la presencia brutal
de la figura paterna en un entorno familiar disfuncional, algo que influye en
el posterior desarreglo emocional de sus hijos: "me llamó la atención
que un papá cantara con sus hijos en vez de emborracharse para gritarles
lo puta que era su madre", dice un personaje en uno de los cuentos navideños.
Pudor (2004) retoma el tema de la familia clasemediera fraccionada
y, aunque su humor tragicómico alienta una lectura ágil, hay ciertas
fisuras en el delineamiento de los personajes que los acercan al trazo caricaturesco.
En Abril rojo (2006)(16), un thriller
electrizante con elementos de novela negra e intriga política, reaparece
el mejor Roncagliolo: su personaje principal, Félix Chacaltana, un fiscal
ayacuchano bonachón que huye de Lima tras las huellas de su madre muerta
(relación edípica y fetichista que arroja los primeros síntomas
de lo que será su deterioro) y con nostalgia por la vida apacible del campo,
como los personajes adolescentes de Crecer… con un
violento pasado familiar que irá desvelándose progresivamente en
sus actos, se verá en medio de los estertores de un conflicto armado que
pensaba enterrado.
El tema de la violencia política peruana es también
abordado por Daniel Alarcón (1977) en Guerra a la luz de las velas
(2006)(17), acaso el verdadero descubrimiento
literario del año. Antropólogo de profesión y educado en
Alabama, Alarcón posee un pulso narrativo inédito para el medio
local cuya impronta podemos rastrear en escritores estadounidenses como Lorrie
Moore (1957) o John Cheever (1912-1982). Los relatos de Alarcón, originalmente
escritos en inglés, tienden a la economía en el lenguaje, apelan
a la precisión aparentemente fría de sus descripciones y exhiben
un competente dominio de las elipsis narrativas. Esta distancia potencia los subtextos
en las acciones de sus personajes, seres marginales y solitarios que han sido
esterilizados por la violencia y nos cuentan sus historias "de muertos vivientes"
deambulando por parajes hostiles. El clímax final se da en Un muerto
fuerte, último de los relatos que cierra el libro con la poderosa imagen
apocalíptica de "una lluvia de cadáveres cayendo sobre las
aceras de la ciudad, tumbando a los niños de sus bicicletas".(18)
El
realismo urbano se hizo presente en los últimos años a través
de dos autores: Sergio Galarza y Jorge
Luis Chamorro, ambos nacidos en 1976. En La soledad de los aviones (2005)
Galarza, un autor clave en el recambio generacional de los noventas, logra dosificar
la honesta aspereza de sus primeros libros -el popular e influyente Matacabros
(1996), El infierno es un buen lugar (1997) y Todas las mujeres son
galgos (1999)-con un libro de relatos que muestra una mayor preocupación
por darle una unidad temática y estilística a su proyecto narrativo.
Destacan nítidamente en el conjunto los relatos Música para corazones
idiotas y el que da el título al libro. Buen regreso. Chamorro, por
su parte, además de narrador, es un artista visual y eso se nota, quizás
demasiado, tanto en el preliminar Tendencia al nirvana (2000) como en el
reciente y más logrado, ¿Puedo tocar? (2006). Chamorro es
correcto con los golpes de efecto finales de sus cuentos, pero su prosa tiende
a cojear y, en varios pasajes, debilita sus historias. Seguro decantará
en el futuro. Mientras duermes, un cuento sobre boxeadores, es el mejor.
Absolute
beginners
De la escuela de los novísimos, autores generalmente
reunidos alrededor de Punche Asociados, Casa de Islandia (2004) de Luis
Hernán Castañeda (1982) tuvo una acogida crítica y una resonancia
mediática estupenda. Ciertamente, la novela es arriesgada en su estructura
(el diario de Pierre Menard, un joven escritor con dudas profundas sobre su vocación
literaria junto a los cuentos de un libro inédito titulado Casa de Islandia,
en el primer plano; los comentarios destructivos de un crítico obsesionado
con Menard, en el segundo) y tiene una prosa poderosa, de un lirismo con resonancias
poéticas pocas veces visto en un autor tan joven. Sin embargo, luego de
un inicio prometedor, con una voz fresca y juguetona que hacía presagiar
lo mejor, Regreso a Itaca, el primer cuento de la serie, se empaña
por lo que será una tendencia a la innecesaria exhibición erudita
de sus personajes, a la digresión constante que ningún preciosismo
formal logra aligerar y que tiende primero hacia la desmesura y, luego, casi por
cansancio, desemboca en la inverosimilitud. La relación obsesiva del crítico
con Menard, por ejemplo, no es creíble ni la sostiene ningún indicio
que lleve al lector a aceptar ciertas libertades increíbles como que un
periódico acepte publicar tantas reseñas de un mismo autor inédito.
Los problemas de concepción de la novela, sin embargo, no deben ocultar
las virtudes de Castañeda como un narrador con un largo y prometedor camino
por delante.(19)
El inventario
de las naves (2005) de Alexis Iparraguirre (1974)(20),
por su parte, obra a medio camino entre el libro de relatos y la novela, es un
libro de extraña, incluso diría maligna belleza a la manera en la
que el cineasta David Cronnenberg (1943) podría entenderla. "Cuando
voy por las calles hay un aura maléfica" dice Angélica describiendo
la atmósfera surrealista que impera en un barrio
que agoniza entre anomalías climáticas, una droga degenerativa,
perros famélicos y la presencia subyacente de la locura en todos sus habitantes.
Finalmente, en breve, destaco tres autores a tomar en cuenta: Ezio Neyra
(1980) cuya nouvelle de título carveriano (Habrá que hacer
algo mientras tanto, 2005) es un interesante ejercicio minimalista que podría
decantar en el futuro si abandona su cercanía algo notoria con la obra
de Mario Bellatin (1960); Salvador Luis (1976) que en Miscelánea o el
libro geminiano (2006) propone un atractivo y heterogéneo collage
de historias emparentadas con el cine, las historietas y el rock donde el juego
es la norma; y Claudia Ulloa (1979), cuya literatura de corte intimista seduce
por su sugerente simpleza en El pez que aprendió a caminar (2006).
*Escritor.
Es autor de Hudson el redentor (y otros relatos edificantes sobre el fracaso)
(Lima: Caleta, 2001) y El círculo de los escritores asesinos (Barcelona:
Candaya, 2006). Actualmente, está culminando sus estudios de doctorado
en literatura hispanoamericana en la Universidad de Austin, Texas.
NOTAS
(1)
Consolidación que coincide con la aparición de jóvenes editores
como Álvaro Lasso (Estruendomudo), Ezio Neyra (Matalamanga)
y Dante Trujillo (Solar) que están elaborando interesantes catálogos
de autores, en su mayoría, principiantes. Sumémosle a esto un hecho
significativo que demuestra que los autores jóvenes se leen, intercambian,
debaten en torno al tema como lo demostró la Conversación entre
nuevos narradores peruanos moderada por el poeta Miguel Ildefonso y publicada
en la revista Cyberayllu. Véase: http://www.andes.missouri.edu/andes/cronicas/MI_ConversaNarradores.html
(2)
Punche Editores Asociados es el proyecto editorial que agrupa a
todas las casas editoras nuevas y logra que la distribución a librerías
sea conjunta. Una feliz iniciativa.
(3)
Marcel Velásquez Castro: "Nuevos escenarios y sujetos de la novela
peruana en los 90" en Ajos y Zafiros 2. (2000): 43-58. p. 47.
(4) Marcel Velásquez: Op.
Cit. p. 53.
(5) Miguel Ángel
Huamán: "¿Existe una narrativa light en el Perú?"
en Cuestión de estado 24. (1992): 71-74. p. 71
(6)
Miguel Ángel Huamán: Op. Cit. p. 72. El subrayado es mío.
(7)
Ibid. p. 72
(8) Ibid. p. 72
(9)
Iván Thays: "La edad de la inocencia. Acerca de la narrativa peruana
última" Originalmente publicado en Vórtice 5. (1999):
43-45. Extraído de la red el 15 de julio de 2006: http://web.presby.edu/lasaperu/general.htm
(10) Rocío Silva-Santisteban: "El
fenómeno de la novela joven" en Hueso Húmero 34.
(1999): 137-158. p.138
(11) Por razones de
espacio, no he podido analizar las obras de todos los autores que hubiera deseado.
Para los interesados en el tema consigno acá algunas de las obras aparecidas
en el período: (2001): El goce de la locura de Omar Benel, Nuestro
años salvajes de Carlos Torres Rotondo; (2002): Cuatrogatos
de Julio César Vega, Puesta en escena de Enrique Planas, Zuli,
por la serpentina de la inocencia de Víctor Miró Quesada; (2004):
La derrota de Pallardelle de Juan Manuel Chávez, Parque de las
leyendas de Carlos Gallardo, Los puertos extremos de Johann Page; (2005):
La evasión de Christopher Van Gihoven Rey, 1922 de Edwin
Chávez, Los multifucker de Gonzalo Málaga, La cacería
de Gabriel Ruiz-Ortega, La culpa la tiene Nabokov de Max Palacios, Manual
para cazar plumíferos de Leonardo Aguirre, Protocolo Rorschach
de Pedro Llosa, El color del camaleón de Gabriel Rimachi; (2006):
Mujeres a punto de alzar vuelo de Víctor Falcón Castro, La
habitación del suicida de Miguel Ruiz Effio, Las Islas de Carlos
Yushimito, Crisis respiratoria de Susanne Noltenius, Incendiar la ciudad
de Julio Durán.
(12) Premio BCRP.
Novela Corta, 2002.
(13) Marco García
Falcón: París personal. Lima: Fondo Editorial PUCP, 2002,
p. 129.
(14) Citado de la contratapa del libro.
(15)
Premio V Concurso Nacional de Cuento de la Asociación Peruano Japonesa,
2004.
(16) Premio
Alfaguara de Novela, 2006.
(17) Finalista
Premio PEN/Hemingway, 2006.
(18) Daniel Alarcón:
Guerra a la luz de las velas. Traducción de Jorge Cornejo. Lima:
Alfaguara, 2006, p. 265.
(19)
Por diversos motivos no he podido leer Hotel Europa (Peisa, 2005), segunda
obra del escritor.
(20) Premio Nacional PUCP,
2004. Nota aparte: es una lástima que este premio que parecía un
aporte serio para el desarrollo del campo estudiado haya perdido continuidad después
de un debut auspicioso.