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Dos publicaciones de Daniel Tapia

Por Felipe Eugenio Poblete Rivera


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el pan, el vino y mi alma
César Vallejo

Mi alma es un carrousel vacío en el crepúsculo...
Pablo Neruda

Una propina para mi alma enferma
Bárbara Délano

Tienes mi casa, mi dinero y mi alma, mis ojos y mis libros
Erick  Pohlhammer

Si maldices mi alma, reconócela al menos
Winett de Rokha

Mi alma flotaba en las calles
Nicanor Parra


«La Contru de mi Alma» (Editorial Hebra, 2014) de Daniel Tapia Torres (1980), posee ilustraciones de Camilo Espinoza Gajardo, así como citas y presencias de autores como Alfonso Alcalde (1921-1992), Nicanor Parra (1914-1918) o Chico Buarque (1944). Incluye menciones a Pablo de Rokha (1894-1968), Omar Cáceres (1906-1943), Gonzalo Rojas (1916-2011), Roberto Bolaño (1953-2003), así como además posee un texto dedicado a la memoria de la poeta viñamarina Ximena Rivera (1959-2013), en la última sección del libro, titulada “3 / Mardito dinerro”, donde el autor confiesa –tono bitácora– que el primer libro que compró al llegar a Valparaíso fue: «Delirios o el gesto de responder», el primero que a la autora le editaron (muy mal, según ella cuando me contó una vez).

En la materia del libro, otras y otros poetas forman parte. Y, a grandes rasgos, es perceptible un eje entre comillas narrativo que convive con los poemas. Después de todo, no es la contru misma lo que está en el título, sino la que es del alma, rasgo que erige, a un tiempo, romanticismo lírico y antipoesía.

Pero bien, por la sección intermedia titulada “2 / Cuerpo de obra”, en el poema “¿Cómo?” es cuando aparece mencionada la contru en su sentido literal, en los siguientes términos: “una inmensa obra de construcción que recibirá a 840 familias en un sector periférico de Valparaíso” (p. 17). Es en torno a esta particular locación que aquellos poemas orbitan o se consagran, dando cuenta de sus estructuras cotidianas, de eventos particulares y sus personajes más entrañables, aunque de nuevo con dos direcciones o dimensiones: lo deleznable o lo simpático, como al trío de perros la Guachita, el Beno y el Rex (pp. 43-45). En la otra mano, “Los demonios de casco blanco” (p. 32), que destacan entre los funcionarios de casco amarillo e incluso los de casco azul, generando una diferenciación que, entre los poemas, queda marcada; a modo de ejemplo: “Esa suma era incalculable para mi viejo nokia. Él se ríe y saca su touch y calcula su gran negocio” (p. 36). Queda claro cual lleva el casco blanco.

En –o con– los poemas del libro está sostenido el retrato de un tránsito que acontece en la contru. El autor está afuera y está adentro, adonde lee, convertido en un personaje más de su libro. En ocasiones habla derechamente a sus lectores –esxs desconocidxs– a quienes va dándole una suerte de paseo por la contru, como dije antes, presentando a sus integrantes. También hay momentos en que dialoga consigo mismo, como si tomara notas de viaje, elucubrando teorías o, al menos, imágenes: “internet, arriendo y comida” (p. 46) y hay en todo eso una sencillez despiadada. De modo semejante aunque paralelo, va siendo retratada la injusticia social y la miseria a través de retazos, como fotogramas de un documental que todavía sigue siendo filmado: “Luz día / cámara / acción” (p. 63), ironiza y propone el autor. Poemas como “Despido” (p. 71), en ese sentido, constituyen una evidencia. Así, la contru contru primero, luego, la contru del alma: que está ahí, inolvidable e incluso ineludible como cualquier destino: “No puedo rezar / no todo lo que brilla es oro” (p. 92).

Grosso modo, tengámoslo en cuenta: es un libro estructurado en tres secciones que, en su conjunto, posee cuarentaitrés poemas: a través de ellos son expuestas, o construidas, diferentes modalidades de escritura, como si para cada texto existiera un conjunto de normas, o poéticas, diferentes (no necesariamente contrapuestas), pero sí una multiplicidad torno a la concepción de la escritura. Ello no debiera ser tomado como un descuido, muy por el contrario, en tanto opción estética, como diferentes herramientas, diferentes modelos constructivos. De hecho, el autor indica, en primera persona: “Este poema es realmente un documental que nunca me atreví a hacer / Una película de ficción que estoy por descubrir” (p. 76), acaso en deuda al mismo Bolaño que cita; suele ir sin embargo, la invención a la ficción y el descubrimiento al documental.

Documental y ficción son el par de grandes direcciones que ha tenido el formato audiovisual al amparo del cine, por otro lado. Pero evidentemente no las únicas (y mucho más que simples combinaciones de estos aparentes contrarios), y Daniel Tapia las monta con delicada pericia, sin por ello obviar la rudeza del trabajo mal pagado, sea como rondín del área en construcción o bien garzón en la ciudad, tal como se aprecia en un poema largo y seccionado como “Su propina es mi sueldo”[1] (pp. 83-88). Poema que a su vez quedan mixtos los materiales documentales, en un montaje mucho más artificioso y lúdico, al tiempo que sagaz y denunciante (aunque cada sección del poema merece ser atendida como un todo en sí mismo también).

Además el autor menciona, en un verso, un atributo de su condición –al menos entendida como hablante lírico, pero ya sin lirismo– “Mi inoficial oficio de poeta” (p. 47), dice. Poema aquel en el cual el autor, no lisa y llanamente, sino en versalitas y prosa, menciona las lecturas a que se sometió; tomemos esta acción en un sentido profundo. El sometimiento al que se ofrece quien lee, no ofrece dolores de ningún tipo, sino –como asegura la Mistral– propicia placer. También aquí, eso sí, habría que pensar amplios límites de la palabra placer. El poeta sentencia acá las músicas, quiero decir poéticas, de poetas que han modificado sustancialmente su manera de relacionarse con las palabras. A toda persona que escribe le ocurre. Sírvase a dirigirse a la página 48 del libro en cuestión para revisar aquella lista.

Un manifiesto, un arte poética; incluso si aquello no fuera declarado por ningún título. El poema habla solo. El poeta –en este caso varón– medita un ritmo y de pronto emergen palabras, en la cabeza, en el papel, en el sonido. “¿Qué le parece a Usted, tan cristiano que lo han de ver?” (p. 49), interroga de pronto el poema que con claridad directa escoge y reparte sus sílabas.



Por ello también más tarde el ámbito de estos poemas se ve modificado. Incluso la composición visual de un conjunto de palmas chilenas bajo el cielo pasa a ser la contemplación que propone el dibujo (que en mi modo de entender el asunto, está en la misma atmósfera que la de los poemas), para ingresar a los siguientes versos. En ese nivel de confianza o soltura, por decirlo de un modo, el poeta menciona palabras que pudieran estar cargadas de muchísimos otros tintes, palabras ya saturadas ¡prácticamente inválidas! Pero que, no obstante, son capaces de nombrar aspectos de la realidad, para los cuales no existe un equivalente capaz de propiciar esos mismos significados. La palabra ‘magia’, de alguna forma, quedó excluida de la poesía por volverse muy ridícula; cosa lamentable. La poesía podría ser la encargada de reforzar o limpiar los sentidos de las palabras, para así poder emplearlas del modo en que las mismas palabras pueden decir, o han dicho, al menos porque no existen otras todavía (considerando que a los neologismos les llega el desprecio más colectivo ¿y, por otro lado, sirve ya de algo odiar tanto al soneto?).

El poema de Enrique Lihn (1929-198) “Mester de juglaría” indica una cuestión que me hace mucho sentido, al punto de que son palabras que yo pronunciaría: “Ellos se ríen con seguridad de la magia / pero creen en la utilidad del poema”. La magia aludida en este verso, contribuye al proceso de rescate de ciertos sentidos de las palabras, luego –léase décadas y autores más– Daniel Tapia escribe un: “dejan escuchar el viento mágico” (p. 53). Más adelante, en publicación del 2018, el autor asegurará “si dejo lugar común de lado– un pájaro que despega: poesía” (del poema “Fin de cuentas”) dando así señal del sostenimiento de una preocupación por un aspecto de base, del lenguaje (qué errores da el uso de la palabra básico).

Sin perder el hilo, más adelante, en «La contru de mi alma», en este entre comillas viaje que ha ido labrando el autor, viene un poema titulado: “EL CHALO, EL CHELO, EL CHILO, EL CHOLO Y EL CHULO” (pp. 56-58). En mi humilde opinión, este poema, o conjunto, posee un valor estético en sí mismo y lo tendrán antologías siquiera de la memoria. Sírvase a leer las páginas indicadas.

El libro vuelve a ahondar en su materia, la contru del alma. Y regresan citas a comienzos de poemas, y un tono que apela a lo sagrado, no iglesias, claro, sino eso que colinda con la magia mencionada ya varios metros antes, por los senderos del libro. Es en ese espacio verbal en el que la tercera y última sección del libro se construyen y, de cierta manera, proponen. El título no vale por máscara, es desde donde fue escrito, “Mardito dinerro”, recordemos (y “Maldito dinero” en el índice).

Esta notable publicación de Daniel Tapia, facilitada por Hebra Editorial, es, además en su conjunto, un manifiesto de carácter: con la táctil materialidad del objeto-libro, que es de humilde confección, en el buen sentido; sin embargo esto es un recuerdo, dado que me leí el pdf.




Algunos años más tarde Zoronka publica «Somnívoro» (2018), que incluye: «un naipe en las manos del sueño» y «pretextos en la plaza del sonámbulo/El juego de los finales falsos». El Cometa Ludo es también autor de esta publicación, por las imágenes repartidas por las tres zonas que conforman este atractivo y complejo «Somnívoro».

Esta clase de combinaciones autorales no son cosa nueva, ni en términos históricos ni menos en el contexto local. Obras enmarcadas en el plano de los libros de poesía que incorporan orgánicamente la visualidad son, entre otras publicaciones: «Dueto» con poemas de Gonzalo Rojas e imágenes de Roberto Matta (1911-2002); «Instalaciones de la memoria» con poemas de Verónica Zondek (1953) y fotografías de Patricio Luco Torres (1960), así como «Metraje encontrado», poemas de German Carrasco (1971) con fotogramas de cortometrajes de Tiziana Panizza (1972 ), entre tal vez otros más, en cuya sedimentación histórica esta publicación pasa a ser inscrita (por decirlo en modo pomposo). No se trata de meras ‘ilustraciones’, muy al contrario, son agudamente una extensión de la obra escrita, en otras palabras: que hay una vinculación orgánica y mordaz entre ambas.

Y al respecto alguien decía que la poesía debía ser escrita por todxs. Un dúo no es todxs, sin duda. Pero hay otra relación de métodos, vale decir otra poética. Y en el libro que se comparten dos conjuntos, utilizando sus dos mitades –en este caso exactas en términos de hojas–, para mostrarse: dos portadas, ninguna contraportada: «El juego de los finales falsos/Pretextos en la plaza del Sonámbulo» o a la inversa, según la lectura de cada quien.




Como parte, mitad o tercio de esta publicación, un conjunto de cartas cuyo proceso de producción artesanal fue el mismo que se emplea para realizar corrientes naipes ingleses y españoles (para suplir las ventas de artículos en el transporte público) cartas, digo, que miden 10,5 × 6,5 cm. Se titula «Un naipe en las manos del sueño», y ofrece no uno, sino una multiplicidad, siempre cambiante –necesariamente– de estos textos/imágenes contenidos en cartas (no quiero decir naipes). Un viaje onírico que en cada lectura podrá ser distinto. Que alguien aventure a tomarlo por tarot. Además del implícito orden cambiante, para quien se aproxime También en este ámbito recuerdo otros ejemplos locales: Carlos Cociña (1950) y Andrés Anwandter (1974).

Lo que sí, existe un reconocible recorrido entre una publicación y la siguiente. La multiplicidad, las tres secciones de «La contru de mi alma», diversas entre sí a pesar de compartir una misma voz; y en el dual «Somnívoro» igual, tres secciones de nuevo, marcadas ahora con mayor intensidad, pero unidas también, vinculándose con desatada delicadeza, al igual que las libélulas y termitas impresas por el reverso de las tapas en «Pretextos en la plaza del Sonámbulo/El juego de los finales falsos».

En ese conjunto (¿o es preciso seguir hablando de libro?) los poemas escritos en prosa, aluden a temas que, como avisa su propio título, más amplio, ocurren en situaciones finales o que implican un estar terminándose, varias conjugaciones así: “Cierra de transmisiones” o “Sepelio”. También hay textos que, derechamente, incluyen la palabra fin en su título. Ello enlaza fuerte y conceptualmente estos finos textos de atenta artesanía, acaso temáticamente más dispersos a esto del falso final “voy a terminar y no termino” (“Espejo”). No están numeradas las páginas en esta publicación, cuestión que juega a favor del sentido unitario de ambos libros: no es uno antes del otro, sino que son juntos.

Por otra parte, quiero decir poema, la mención a una plaza hace vaso comunicante al otro lado del libro. No es mero jueguito. El factor onírico está presente (ya lo decía), el asombro ante la magnificencia de las vidas o lo vivo o, incluso, lo que vive. En fin. Hay realidades que se superponen y que de ese modo dialogan. Modificaciones de escala, muchos animales y bastante fuego y algo de surrealismo, en el mejor sentido. Por lo demás, “una libélula holgazán” o “una termita legumbre” aparecen en “Fin de la cosecha” reforzando otra vez lo onírico, que comunica este libro dual con los naipes “en las manos del sueño”.



Ante todo la experiencia de lectura es la que, a través de esta publicación, es tensada y además propuesta como parte integral de la poética misma, y no únicamente los textos, que además casi siempre tomamos como si estuvieran en una especie de vacío en vez de una tipografía específica en tinta, relieve o quemadura. Hay más aspectos –¿qué duda cabe?– reconocibles entre las dos mitades del libro en «Somnívoro», como las apariciones constantes de personajes mujeres, como Aldonza, Dalia y Sofía (orden alfabético). Ellas transitan libremente por las venas de ambos conjuntos, articulando tal vez no una continuidad pero sí una atmósfera, acaso una temperatura, cierta disposición del espíritu o de eso que llaman alma, en palabras de Zoronka “porque no estoy despierto quijoteo, flirteando a una palabra guacha voy a enhebrar un enigma” (“17”). Y a quien lea, la invitación es a lanzarse al fondo (por favor abandone los juicios previos).


Viña de los Cerros y 2019




 

 

 

Selección de textos

 

EL CHALO, EL CHELO, EL CHILO, EL CHOLO Y EL CHULO

I. EL CHALO

Este muchachote
Gonzalo González (lo que técnicamente significa
Gonzalo hijo de Gonzalo)
Gásfiter hijo de gásfiter
es tranquilo como piedra
Sansón que gana harta plata trabajando a trato
Fuma como chino
y como chino trabaja a conciencia de estar
haciéndole un trabajo a los
pobres más pobres que él
Poniéndole más weno que si
laburara en la casa de un rico
Asume con inteligencia que la pega necesita dignidad
No como otros gásfiters que dejan puros cachos
y que la trabajan de víos y no le ven el ojo a la papa
en el cielo estrellado de Placeres

 

II. EL CHELO

Maestro ventanero, no se llama Marcelo
y no sé cuál es su nombre real
Lo pillaron fumando paragua mientras sellaba
con silicona unas ventanas a la libertad
El capataz se las echó al pecho y lo cagó
El Chelo en su indignación
quebró unos cuantos vidrios
agarró su finiquito y caminó
hacia el arco iris que encumbraba la llovizna

 

III. EL CHILO

Al Chilo, al Cuchilo
el gatito blanco con negro
que andaba buscando la señora Ana
se lo pitiaron los pastores alemanes
que cuidan la obra
y jugaron con su cadáver durante varios minutos
hasta que pudimos quitárselo y darle santa sepultura
cosa que no le dijimos a doña Ana, así que ojalá jamás lea esto

 

IV. EL CHOLO

El Cholo, los Cholos
aquí en la contru todos somos cholos
asoleados y morenos hasta los más blancuchos
Los Cholos de verdad, eso sí, son Zenteno y Alcayaga
Ya se los presenté:
son una pareja inseparable
que trabaja hace 15 años para la constructora de Alessandri
Lo que quiere decir que les han robado 15 años de su vida
sin incurrir legalmente en ningún delito
Y como siempre andan juntos los Cholos
despiertan raras sospechas en la población penal

 

V. EL CHULO

Jefe trazador
más buena onda que la cresta
fue el primero en sonreírme y decirme
que trabajar ahí era una mierda
así que tenía que llevar harto verdecito
Ahí, con los bototos entierrados
y con manchas blancas de tiza
vaya uno a saber por qué le dicen Chulo
hasta por el radiocontrol
Usted podría adivinar?

(de «La contru de mi alma») . . . . . . . . . . . . . . . .

 

La rabia

La ciudad ceniza o nieve, no sé. Todavía las palomas enfermas son brasas. La intemperie, los asientos ¿por qué estoy ahí? Se llama Dalia y comía flores de árboles falsos. Tengo dolores del alma, dijo para mi sorpresa. Le ladraban los perros y se les dislocaban las mandíbulas por el hueso en su cuello. Ni un silencio me valga, soy uno más en la jauría.

 

Hombre a tierra

Un hombre sale desde la ciudad en cenizas con destino solaz, a una velocidad constante como el flujo entre las viña. Una mujer emprende la caminata desde el puerto de manjares con destino a una cama vacía, a encontrarse con el parto. ¿A qué velocidad choca un hombre entre las piernas de una mujer? ¿A qué ritmo una mujer decora su nombre? ¿Cuánto demora en caer un cuerpo desde un edificio y escurrir por la alcantarilla hasta donde se reúne con el excremento? –Orfeo, no grites de vuelta ciento ochenta grados la cara, o enfrente de tus ojos estará Calíope, y ahora será ella quien se estrelle en las esquirlas.

 

3
Sonmívoro estoy cuando pienso que subo hasta las copas de los árboles / Si es esta la deriva que me accidenta, no niegues el sonido de las máquinas que os pintan noche a noche la métrica del caos / Miento para acercarme más a ti ahora, imito a los monos en las ramas de una madre.

 

* * *

 

[1] Y, dicho sea de paso, es el ámbito que Rodrigo Lira corona su tomadura de pelo a la escritura del Arte Poética de Vicente Huidobro (1893-1948).



 

 

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